Albrecht asintió, mirando a Mari con expresión confusa. Nunca antes la había visto tan deshecha. Silbó a su grupo. Dienteduro y un grupo de guerreros cruzaron el campo y atendieron a los heridos.
—¿Todo el mundo ha recuperado el control? —dijo Albrecht, mirando a los extraños Garou que estaban cerca de la manada del Río de Plata, cada uno de los cuales parecía estresado.
Mari asintió.
—Todos la recuperaron de repente. Miré otra vez en la Umbra y te vi inclinado sobre Evan —miró a Evan y le dio un puñetazo en el brazo—. Me diste un buen susto. Pero volvió a ponerse de pie mientras miraba.
Evan sonrió y miró alrededor.
—¿Has visto a Mephi Más-Rápido-que-la-Muerte?
Mari pareció sorprendida.
—¿Aquí? No. ¿Vino con Albrecht?
—No —contestó Evan, mientras se alejaba y miraba hacia la nieve—. Vino a través de las Sendas de los Muertos. Me trajo de vuelta.
Mari miró a Albrecht. Este se encogió de hombros y volvió a mirar a Evan.
—¡Allí está! —gritó Evan, señalando hacia la tundra, a una figura que estaba inclinada sobre uno de los cuerpos. Parecía estar dándole la extremaunción al Garou caído.
Evan echó a correr. Albrecht lo siguió de cerca, con expresión curiosa y Mari se unió a ellos.
Mephi Más-Rápido-que-la-Muerte se levantó y los vio acercarse. Le hizo un gesto con la cabeza a Evan, un saludo silencioso, y luego le hizo una reverencia a Albrecht.
—Así que es cierto —dijo Albrecht—. ¡De verdad estás aquí!
Evan le dirigió una mirada furiosa.
Mari le dio un codazo en el brazo.
—Yo tampoco te creí —le dijo, con una mueca.
—Pues soy yo de verdad —dijo Mephi—. Me alegra veros a todos. Con vosotros todavía en pie, tenemos una oportunidad.
Albrecht ladeó la cabeza con curiosidad.
—Algo me dice que traes malas noticias. De acuerdo, escuchémoslas.
Mephi se aclaró la garganta y meditó un momento, mientras decidía cómo empezar.
—El ejército del margrave y la reina Tvarivich ya no existe. Murieron luchando en la Llanura del Apocalipsis.
Albrecht apretó los dientes y los puños y cerró los ojos. Escuchó los gritos sofocados de los Garou reunidos allí, junto con los gruñidos y aullidos de los más jóvenes. Abrió otra vez los ojos y le lanzó una mirada penetrante a Mephi.
—¿Estás seguro de eso?
Mephi asintió.
—Estaba allí. Presencié la muerte gloriosa del margrave. Asesinó a un gusano del nexo sin ayuda de nadie. Y no era un gusano del nexo cualquiera; este era el más grande del que he oído hablar. Tvarivich… No la vi morir. Pero el enemigo era más numeroso. No pudo durar mucho. Aunque estoy seguro de que mató al general del ejército del Wyrm.
Albrecht entrecerró los ojos.
—¿Y entonces por qué tú sigues vivo?
Mephi apartó la vista y miró hacia la tundra.
—Créeme, no es fácil. Murió mucha gente y yo simplemente me marché de allí… Tvarivich me pidió que me fuera y te encontrase, para contarte lo que había pasado. Para asegurarme de que preparabas la última línea de defensa.
Albrecht miró a otro lado.
—Hiciste bien. Necesitaba saberlo. Aunque duele como el demonio.
—Eso no es todo —añadió Mephi, volviendo a mirar al rey a los ojos—. Tvarivich utilizó los secretos de su Sacerdocio de Marfil para abrir un portal en los Caminos de los Muertos. Mis ancestros estaban allí. Caminé con ellos. Así fue como encontré a Evan; ellos me llevaron hasta él.
Albrecht miró a Evan, con una expresión culpable en el rostro.
—¿Ancestros de los Caminantes Silenciosos?
—Guían a los muertos hasta los reinos de los ancestros. Los caminos están amenazados por todo tipo de criaturas, pero mis ancestros conocen los atajos y las sendas secretas, las maneras de llevar a los espíritus recién llegados hasta los reinos apropiados. No puedo contártelo todo; ni siquiera yo lo sé todo. En realidad solo capté un atisbo, pero aprendí varias cosas en mi viaje. —Se detuvo, frunció el ceño y miró a cada uno de ellos—. Las puertas de Malfeas se han abierto y han arrojado hasta el último secuaz del Wyrm. Les acompaña una cosa grande y asquerosa, que lo destruye todo a su paso. Y quiero decir todo.
Mari frunció el ceño.
—¿De qué tipo de ser se trata? ¿Un nuevo Maeljin?
Albrecht gruñó.
—Zhyzhak. Esto es cosa de Zhyzhak. —Se golpeó la palma de la mano con el puño, cabreado—. ¡Esa zorra! Estaba bailando la Espiral Negra. Luchamos brevemente antes de que se acobardase y volviese de un salto al Laberinto. Encontramos una nota… de Antonine Lágrima.
—¿Antonine? —dijo Evan—. ¿Dónde está?
—No lo sé —respondió Albrecht—. Pero creo que no está en muy buen estado. Estaba siguiendo a Zhyzhak, porque esperaba evitar que se hiciese con el poder. Si Malfeas se está vaciando… debe de haber fracasado.
—Las criaturas del Wyrm se dirigen hacia el mundo material —dijo Mephi—. Se dirigen hacia aquí.
Albrecht gruñó.
—Dijo que volvería, con los ejércitos de Malfeas detrás. La muy zorra me está buscando. Es esa puñetera profecía. De hecho es probable que ella se la crea.
Evan miró a Albrecht, incómodo.
—¿Y si es verdad? ¿Y si su destino es «asesinar al último Rey de Gaia»?
—¡Oh, por todos los santos! ¿Tú también? ¡Es solo un puñado de propaganda de los Danzantes de la Espiral Negra! ¡Casi la tenía! Unos pocos asaltos más y ahora Zhyzhak sería cosa del pasado. Ella lo sabía, así que se rajó. Tuvo que marcharse a conseguir aliados para enfrentarse a mí. Bien, vamos a estar listos para ella. ¡Que lo intente!
Mari sonrió.
—¡Ese es el espíritu, Albrecht!
Mephi miró al campo.
—No es el sitio ideal para una última resistencia.
Albrecht asintió.
—Sí. Tenemos que marcharnos y encontrar un lugar donde prepararnos para la batalla. Aquí nos pueden venir por todas partes. Necesitamos una caverna o algo.
—Dijiste que había refuerzos en camino —dijo Evan—. ¿Cuánto tardarán?
Albrecht miró a su alrededor. Era imposible saber la hora en aquella nevada oscura.
—No lo sé. Creo que tenemos que marcharnos; nos seguirán la pista. Necesitamos a uno de los Wendigo que conozca esta zona.
—Tenemos que atender a los heridos que están en la Umbra, también —dijo Evan—. Algunos de ellos podrían estar vivos todavía.
Albrecht suspiró.
—De acuerdo. Encontrad a algunos videntes-de-espíritus entre los vivos y cruzad hasta allí para atenderlos. Con Mari a la cabeza.
Mari asintió.
—Vamos. —Se volvió hacia la manada del Río de Plata—. Julia, podríamos utilizarte a ti. —Miró al grupo de otros Garou que les seguían—. ¿Cojitranco? ¿Te llamabas así?
El Roehuesos desgreñado y descuidado asintió.
—Eres un Theurge, ¿verdad? Ven con nosotros. —Mari se alejó y reunió a su grupo, llevándose a Evan con ella.
Albrecht miró a Mephi.
—¿Alguna sugerencia?
Mephi se encogió de hombros.
—No soy un guerrero luna-llena, pero conozco un montón de historias sobre las últimas resistencias. Creo que esta podría ser la última de las últimas.
—Podría ser. O no. No está en nuestras manos decidirlo. Nuestro trabajo es luchar hasta el último aliento… y más allá si es necesario.
Mephi asintió.
—Eres el más adecuado para dirigir esto y lo sabes. El margrave y la reina Tvarivich… eran increíbles. Pero yo estoy contento de añadir otro capítulo en la gloriosa saga del rey Albrecht.
—La adulación no te llevara a ningún sitio —dijo Albrecht, sonriendo—. Ya sabes, puedes volver a esos Caminos de los Muertos. No tienes porqué luchar aquí.
Mephi frunció el ceño y apretó las mandíbulas.
—Sí, sí que tengo. Los caminos no ofrecen ninguna escapatoria. No puedo recorrerlos otra vez, no sin permiso. No hasta que esté muerto.
—Eso puede ocurrir muy pronto —dijo Albrecht, con un suspiro. Regresó al centro del campamento. Mephi se inclinó sobre otro cadáver y comenzó a mascullar.
Albrecht examinó la situación. Casi una cuarta parte del grupo de guerra inicial estaba muerta, la mayoría de ellos asesinados por otros Garou enfurecidos. El doble de esa cifra estaban heridos y de estos, casi la mitad estaba lo suficientemente grave para requerir curación espiritual. El resto del grupo de guerra original se las había arreglado bien y había salido relativamente ileso. Eran principalmente los chicos que habían llegado con Evan y Mari procedentes de los Finger Lakes, junto con unos pocos Wendigo.
—Rey Albrecht —dijo una voz cerca de él.
Albrecht se giró y vio a un hombre nativo americano, alto y de espaldas anchas. Tenía una cicatriz reciente y dentada que le cruzaba la garganta, pero se la habían curado.
—Soy Zarpa Pintada —dijo—. Jefe de Guerra de los Wendigo.
Albrecht le tendió la mano.
—Me alegra que salieras bien. Vamos a necesitarte.
Zarpa Pintada miró hacia los Garou desperdigados, la mayoría de los cuales (los vivos, al menos) se estaban despertando.
—Y a mí me alegra que estés aquí. —Dio un paso adelante y cogió la mano de Albrecht—. El poder de la Garra me venció. No podía controlarme.
—No hay nada de lo que avergonzarse —dijo Albrecht—. Si yo hubiese pasado aquí tanto tiempo como tú, también habría sucumbido. Creo que la Garra estaba tan ocupada intentando defenderse de Evan y enfureceros a vosotros, que no tuvo suficiente poder que malgastar conmigo.
Zarpa Pintada asintió y miró fijamente la Corona de Plata que Albrecht llevaba en la frente.
—Tal vez. Estoy buscando a Curandero-del-Pasado, pero no lo encuentro.
—Está en la Umbra, atendiendo a los heridos que quedan allí.
Zarpa Pintada señaló el campo, haciendo un gesto hacia un grupo de Wendigo que estaban reunidos alrededor del cuerpo de Aurak.
—Aurak se ha despertado. Pregunta por Evan. Creo que quiere verte a ti también.
—Por una vez tenemos una buena noticia —dijo Albrecht, mientras se dirigía hacia el viejo chamán. Zarpa Pintada lo siguió.
Aurak se incorporó cuando vio que Albrecht se acercaba. Dos Wendigo se inclinaron para dejar que se apoyara en ellos. Todavía estaba muy débil.
—Rey Albrecht —dijo—. Estoy muy contento de verte.
—El sentimiento es mutuo —contestó Albrecht mientras se ponía de rodillas para estar más cerca de la altura de los ojos del anciano—. Estaba preocupado por ti. Aunque parece que te has recuperado.
—El veneno ha desaparecido. El poder de Astilla-de-Corazón está muerto. Lo vi todo desde mi trance. No podía hacer nada, pero vi su forma. Era como Evan había dicho, una niebla. Una niebla que se arrastraba dentro de todos nosotros.
—Bueno, al menos ahora ya no está. Una amenaza del Wyrm menos, aunque hay mil más que están por llegar.
Aurak asintió.
—Me han hablado del ejército de Malfeas y la batalla perdida. Pero la derrota de Astilla-de-Corazón es un triunfo más importante de lo que crees. Nuestra rabia ahora nos pertenece. El Wyrm no puede usarla contra nosotros.
Albrecht meneó la cabeza.
—No entiendo. ¿Qué significa eso exactamente?
—Mira dentro de tu corazón, a tu rabia. Cuando oíste las noticias sobre la caída del margrave y la Reina, piensa en tu reacción. ¿Fue diferente a como hubiera sido antes de la destrucción de Astilla-de-Corazón?
Albrecht lo pensó un minuto.
—Bueno, estaba furioso, pero ahora que lo mencionas, no estaba tan cabreado como podría haberlo estado antes. Quiero decir, no era un cabreo para ponerme a pelear. Era más como una furia fría y dura.
Aurak asintió.
—Ahora, nuestra rabia es más nuestra. Más fácil de controlar. No menos poderosa, no menos cebada por las noticias malas. Pero menos salvaje, menos descontrolada.
Albrecht asintió.
—Sí, creo que parece cierto. Es duro decirlo, pero esperaré a una batalla de verdad antes de asegurarlo. Esa será la prueba.
Aurak se encogió de hombros.
—Cuando regrese Curandero-del-Pasado, ¿le dirás que venga a verme?
Albrecht sonrió.
—En cuanto se entere de que estás despierto, nadie será capaz de mantenerlo alejado. —Se levantó—. Descansa un poco. Vamos a necesitar tu intuición. La cacería del grupo de guerra aún no ha terminado.
Aurak asintió y se relajó. Los Wendigo lo ayudaron a acomodarse otra vez en el suelo.
Albrecht se fue hacia donde estaba Eric Honnunger con otros Colmillos Plateados, mirando a Dienteduro mientras este examinaba a los heridos.
—¿Cuál es nuestra situación? —preguntó Albrecht.
—Tenemos muchos heridos —dijo Eric, apoyando su martillo sobre el hombro—. Dienteduro ya no puede curar a más y ha utilizado todos sus talen. Una vez que lleguen los refuerzos, deberíamos poder curarlos a todos.
—Bien. Necesito a todo el que podamos tener. —Advirtió que cerca del centro del campamento había aparecido un grupo, como salido de la nada—. Mari y Evan han vuelto y traen algunos heridos consigo.
Se alejó para reunirse con ellos. De los ocho Garou con los que se habían peleado, solo cuatro seguían con vida y cada uno de ellos estaba de pie, débilmente, al lado de uno de los chamanes. El Fianna estaba entre ellos y le faltaba el brazo izquierdo; los otros tres eran Wendigo. Albrecht se sentía mal por haber matado a uno de los Wendigo, pero las bajas eran ley de vida entre los Garou.
Una india estaba al lado de Evan, con las mejillas inundadas de lágrimas. Se apartó cuando Albrecht se le acercó, e intentó ocultar sus lágrimas tapándose con un brazo.
—Esa es Tormenta Silenciosa —dijo Evan—. Era buena amiga de Cuchillo de Sílex. Él no sobrevivió.
Albrecht asintió.
—Al menos algunos de ellos están vivos. Por cierto, Aurak está despierto. Quiere…
Evan ya estaba corriendo hacia el anciano. Albrecht se encogió de hombros y miró a Mari.
—¿Has visto el respeto que tiene aquí un rey?
Mari frunció el ceño sarcásticamente.
—Menos humos, Albrecht. —Se detuvo y miró más allá del campamento—. He pensado en un sitio al que deberíamos ir.
—¿Sí? ¿Algún sitio defendible?
—No lo sé. Nunca he estado allí.
Albrecht ladeó la cabeza, escéptico, mientras esperaba a que diera más detalles.
—Reúne a todo el mundo. Tengo algo que decir.
Cada miembro del grupo de guerra estaba sentado alrededor de la hoguera recién encendida. Muchos solo podían estar sentados, porque estaban demasiado heridos para estar de pie. Mari estaba al lado del fuego y les miró a todos, para asegurarse de que estaban todos presentes y le prestaban atención.