La velocidad de la oscuridad (40 page)

BOOK: La velocidad de la oscuridad
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Mi madre decía que estaba mal ir a la iglesia sólo por la música. Ése no es el único motivo por el que voy a la iglesia. Voy a la iglesia a aprender a ser mejor persona. Pero la música es un motivo por el que vengo a esta iglesia. Hoy es Bach otra vez (a nuestra organista le gusta Bach) y mi mente encuentra sin esfuerzo los muchos hilos de la pauta y los sigue mientras va tocando.

Oír música así, en la vida real, es distinto a oírla en una grabación. Me hace ser más consciente del espacio en el que estoy; oigo el sonido rebotando en las paredes, formando armonías únicas para este lugar. He oído a Bach en otras iglesias y, de algún modo, siempre crea armonía, nunca desarmoniza. Es un gran misterio.

La música cesa. Puedo oír un suave murmullo tras de mí mientras el coro y el sacerdote entran en fila. Recojo el libro de himnos y encuentro el número del himno procesional. El órgano empieza de nuevo. Toca la melodía una vez y detrás de mí resuenan fuertes voces. Alguien va algo descompasado y se retrasa un poco con respecto a los demás. Es fácil detectar quién es, pero sería grosero decir algo al respecto. Inclino la cabeza mientras el monaguillo abre la procesión portando el crucifijo, y el coro pasa junto a mí, caminando. Túnicas rojo oscuro con casullas blancas, las mujeres delante y después los hombres. Oigo cada voz individual. Leo las palabras lo mejor que puedo. Me gusta más cuando llegan los dos últimos hombres: ambos tienen una voz muy grave y su sonido resuena en mi pecho.

Después del himno, decimos todos juntos una oración. La sé de memoria. La sé de memoria desde que era niño. Otro motivo además de la música por el que vengo a esta iglesia es el orden predecible de la ceremonia. Puedo decir las frases familiares sin tropezar. Puedo estar preparado para sentarme o ponerme en pie o arrodillarme, hablar o cantar o escuchar, y no me siento torpe ni lento. Cuando visito otras iglesias me preocupo más por si estoy haciendo lo adecuado en el momento adecuado que por Dios. Aquí la rutina hace más fácil escuchar lo que Dios quiere que haga.

Hoy Cynthia Kressman es una de las lectoras. Lee el Antiguo Testamento. Yo voy leyendo la hojita de la ceremonia. Es difícil comprenderlo todo sólo escuchando o sólo leyendo: las dos cosas juntas funcionan mejor. En casa leo las lecturas litúrgicas por adelantado, por el calendario que la iglesia entrega cada año. Eso también me ayuda a saber qué viene. Disfruto cuando leemos el responso; crea una pauta, como una conversación.

Cuando paso de la lectura y el salmo a la lectura del Evangelio, no es lo que espero. En vez de una lectura de Mateo, es una de Juan. Leo intensamente mientras el sacerdote lee en voz alta. Es la historia de un hombre tendido junto al estanque de Bezata, que quería ser curado pero nadie lo bajaba al estanque. Jesús le preguntó si de verdad quería curarse.

Siempre me ha parecido una pregunta tonta. ¿Por qué si no iba a estar el hombre junto al estanque si no quería curarse? ¿Por qué quejarse de no tener a nadie que lo bajara a las aguas si no quería curarse?

Dios no hace preguntas tontas. No debe de ser una pregunta tonta, pero si no es tonta, ¿qué significa? Sería una tontería si lo dijera yo o si lo dijera un médico cuando voy a pedir medicinas para una enfermedad, pero ¿qué quiere decir en este caso?

Nuestro sacerdote comienza el sermón. Todavía estoy intentando resolver cómo una pregunta aparentemente tonta puede estar llena de significado cuando su voz se hace eco de mis pensamientos.

—¿Por qué le pregunta Jesús al hombre si quiere curarse? ¿No es una tontería? Está allí tendido esperando su oportunidad para curarse... Desde luego que quiere curarse.

Exactamente, pienso yo.

—Si Dios no está jugando con nosotros, si no está haciendo el tonto, entonces ¿qué significa esta pregunta?
¿Quieres curarte?
Mirad dónde encontramos a este hombre: junto al estanque conocido por sus propiedades curativas, en el que «un ángel viene y agita el agua a intervalos...», y los enfermos tienen que entrar en el agua mientras burbujea. En otras palabras, los enfermos son pacientes que esperan que se produzca la cura. Saben (se lo han dicho) que la forma de curarse es meterse en el agua mientras hierve. No buscan otra cosa... Están en ese sitio, en ese momento, buscando no sólo la curación, sino la curación por ese método concreto.

»En el mundo de hoy podríamos decir que son como la persona que cree que un médico concreto (un especialista de fama mundial) puede curarlo de su cáncer. Va al hospital donde está ese doctor, quiere ver a ese doctor y a nadie más, porque está seguro de que sólo ese método le devolverá la salud.

»Así que el paralítico está junto al estanque, seguro de que lo que necesita es que alguien lo lleve al agua en el momento adecuado.

»La pregunta de Jesús, entonces, lo reta a considerar si quiere ponerse bien o si quiere esa experiencia particular, la de estar en el estanque. Si puede curarse sin eso, ¿aceptará esa curación?

»Algunos predicadores han usado esta historia como ejemplo de la parálisis autoinfligida, la parálisis histérica: si el hombre quiere continuar paralítico, lo hará. Se trata de una enfermedad mental, no física. Pero yo creo que la pregunta que Jesús le hace tiene que ver con un problema cognitivo, no con un problema emocional. ¿Puede el hombre ver fuera de la caja? ¿Puede aceptar una curación que no es aquella a la que está acostumbrado? ¿Esa que, más allá de curarle las piernas y la espalda, empezará a funcionar en él desde dentro hacia fuera, del espíritu a la mente y al cuerpo?

Me pregunto qué diría el hombre si no fuera paralítico sino autista. ¿Habría ido siquiera al estanque a curarse? Cameron sí. Cierro los ojos y veo a Cameron acercándose a las aguas burbujeantes, en medio de un parpadeo de luz. Entonces desaparece. Linda insiste en que no necesitamos curarnos, en que no hay nada malo en que seamos como somos, lo malo es que los demás no nos aceptan. Imagino a Linda abriéndose paso entre de la multitud, apartándose de la multitud.

Yo no creo que necesite curarme, no del autismo. Otras personas quieren que me cure, no yo. Me pregunto si el hombre tenía familia, una familia cansada de llevarlo en angarillas. Me pregunto si tenía padres que decían: «Lo menos que podrías hacer es
intentar
curarte.» Una esposa que decía: «Ve, inténtalo, no duele.» O hijos de quienes se burlaban otros niños porque su padre no podía trabajar. Me pregunto si algunas de las personas que estaban allí lo estaban no porque quisieran curarse, sino porque otros querían que lo hicieran, para que dejaran de ser una carga.

Desde que mis padres murieron, no soy una carga para nadie. El señor Crenshaw cree que soy una carga para la compañía, pero no creo que eso sea cierto. No estoy tendido junto a un estanque pidiéndole a la gente que me acerque al agua. Estoy intentando impedir que me arrojen a ella. No creo que sea un estanque curativo, en cualquier caso.

—Así que la pregunta de hoy es: ¿queremos el poder del Espíritu Santo en nuestra vida o sólo estamos fingiendo?

El sacerdote ha dicho muchas cosas que no he oído. Esto sí que lo oigo, y me estremezco.

—¿Estamos aquí sentados junto al estanque, esperando que un ángel venga a agitar las aguas, esperando paciente pero pasivamente, mientras junto a nosotros el Dios viviente está dispuesto a darnos la vida eterna, vida abundante, si abrimos nuestras manos y nuestros corazones y aceptamos ese regalo?

»Creo que muchos de nosotros sí. Creo que todos somos así en un momento u otro, pero ahora mismo, todavía, muchos de nosotros están sentados y esperan y se lamentan de que no haya nadie para acercarnos al agua cuando llegue el ángel.

Hace una pausa y mira alrededor: veo que hay quienes se agitan y otros que se relajan cuando su mirada los alcanza.

—Mirad a vuestro alrededor, cada día, en cada lugar, a los ojos de todos los que veáis. Por importante que pueda ser la Iglesia en vuestra vida, Dios debería ser más grande... y Él está en todas partes, en todo momento, en todos y en todo. Preguntaos: «¿Quiero curarme?» Y, si no podéis responder que sí, empezad preguntándoos por qué no. Porque estoy seguro de que Él está al lado de cada uno de vosotros, haciendo esa pregunta en las profundidades de vuestra alma, dispuesto a sanaros de todas las cosas en cuanto vosotros estéis dispuestos a curaros.

Me quedo mirándolo y casi se me olvida levantarme y rezar el Credo, que es lo que viene a continuación.

Creo en Dios padre, creador del cielo y de la tierra y de todo lo visible y lo invisible. Creo que Dios es importante y no comete errores. Mi madre solía bromear diciendo que Dios comete errores, pero yo no creo que, si es Dios, cometa errores. Así que no es una pregunta tonta.

¿Quiero curarme? ¿De qué?

El único yo que conozco es este yo, la persona que soy ahora, el autista especialista en bioinformática que practica esgrima enamorado de Marjory.

Y creo en su único hijo, Jesucristo, que, hecho carne, hizo esa pregunta al hombre junto al estanque. El hombre que quizá (la historia no lo dice) fue allí porque la gente estaba cansada de que estuviera enfermo y lisiado, que quizá se hubiera contentado con estar allí tendido todo el día, pero se interpuso en el camino.

¿Qué habría hecho Jesús si el hombre hubiera dicho: «No, no quiero curarme; estoy contento tal como soy»? Si hubiera dicho: «No me pasa nada malo, pero mis familiares y vecinos han insistido en que viniera.»

Recito las palabras automáticamente, suavemente, mientras mi mente sopesa la lectura, el sermón, las palabras. Recuerdo a otro estudiante, en mi ciudad natal, que descubrió que yo iba a misa y preguntó: «¿De verdad crees en esas cosas o es sólo por costumbre?»

Si es sólo por costumbre, como ir al estanque cuando estás enfermo, ¿significa eso que no hay fe? Si el hombre le hubiera dicho a Jesús que en realidad no quería curarse, pero sus parientes insistían, Jesús podría haber seguido opinando que el hombre necesitaba poder levantarse y caminar.

Tal vez Dios piensa que yo estaría mejor si no fuera autista. Tal vez Dios quiere que siga el tratamiento.

De repente siento frío. Aquí me he sentido aceptado: aceptado por Dios, aceptado por el sacerdote y la gente, o por la mayoría de ellas. Dios no rechaza al ciego, el sordo, el paralítico, el loco. Eso es lo que me han enseñado y en lo que creo. ¿Y si estaba equivocado? ¿Y si Dios quiere que sea algo distinto a lo que soy?

Permanezco sentado el resto de la ceremonia. No voy a comulgar. Uno de los limosneros me pregunta si estoy bien, y yo asiento. Parece preocupado, pero me deja tranquilo. Después de la despedida, espero hasta que todos se han marchado y luego salgo por la puerta. El sacerdote está todavía allí, charlando con uno de los limosneros. Me sonríe.

—Hola, Lou. ¿Cómo estás? —Le da a mi mano un rápido y firme apretón, porque sabe que no me gustan los apretones largos.

—No sé si quiero curarme —digo.

Su rostro se contrae en una expresión preocupada.

—Lou, no estaba hablando de ti... ni de las personas como tú. Lamento que pensaras eso... Estaba hablando de curación espiritual. Sabes que te aceptamos como eres...

—Ustedes sí, pero ¿y Dios?

—Dios te ama tal como eres y como seas —dice el sacerdote—. Lo lamento si algo que he dicho te ha ofendido...

—No estoy ofendido. Es que no sé...

—¿Quieres hablar sobre ello?

—Ahora no —digo. No sé qué pensar todavía, así que no lo preguntaré hasta que esté seguro.

—No has comulgado —dice él. Me sorprende: no esperaba que se diera cuenta—. Por favor, Lou... no dejes que nada de lo que yo haya dicho se interponga entre tú y Dios.

—No dejaré que lo haga. Es que... Necesito pensar.

Me doy media vuelta y él me deja marchar. Eso es otra cosa buena de mi Iglesia. Está allí, pero no agobia. Durante algún tiempo, cuando estaba estudiando, pertenecía a una Iglesia en que todo el mundo quería meterse en la vida de los demás todo el tiempo. Si tenía un resfriado y faltaba un día a misa, alguien me visitaba para preguntar por qué. Decían que les preocupaba y te cuidaban, pero yo me sentía acosado. Decían que estaba resfriado y necesitaba desarrollar una firme espiritualidad; no me entendían, y no me escuchaban.

Me vuelvo hacia el sacerdote; él alza las cejas, pero espera a que hable.

—No sé por qué ha hablado de ese capítulo de las Escrituras esta semana —le digo—. No era lo previsto.

—Ah —dice él, su cara se relaja—. ¿No sabes que el Evangelio de San Juan no está nunca previsto? Es una especie de arma secreta que los sacerdotes podemos sacar cuando pensamos que la congregación lo necesita.

Ya había advertido eso, pero nunca había preguntado por qué.

—Elegí ese capítulo para hoy porque... Lou, ¿hasta qué punto estás implicado en los asuntos de la parroquia?

Cuando alguien empieza a dar una respuesta y luego la convierte en otra cosa es difícil de comprender, pero lo intento.

—Voy a misa —digo—. Casi todos los domingos.

—¿Tienes otros amigos en la congregación? Quiero decir, gente con la que pasas tiempo fuera de misa y tal vez hablas sobre cómo va la parroquia.

—No —respondo. Desde aquella otra Iglesia, nunca he querido relacionarme demasiado con la gente de la parroquia.

—Bueno, entonces puede que no te hayas dado cuenta de que ha habido muchas discusiones sobre algunas cosas. Tenemos mucha gente nueva... La mayoría vienen de otra parroquia donde hubo una gran pelea, y se marcharon.

—¿Una pelea en la iglesia? —Noto que el estómago se me encoge; estaría muy mal pelear en la iglesia.

—Estas personas estaban muy furiosas y trastornadas cuando vinieron —dice el sacerdote—. Yo sabía que haría falta tiempo para que se calmaran y sanaran de esa herida. Les di tiempo. Pero siguen enfadados y siguen discutiendo... con la gente de su antigua parroquia, y aquí han empezado a discutir con gente que siempre se ha llevado bien.

Me mira por encima de sus gafas. La mayoría de la gente se opera cuando sus ojos empiezan a fallar, pero él lleva gafas anticuadas.

Reflexiono sobre lo que ha dicho.

—Entonces... ¿ha hablado usted de querer curarse porque todavía están enfadados?

—Sí. He creído que necesitaban el desafío. Quiero que se den cuenta de que aferrarse a la misma rutina, tener las mismas viejas discusiones, enfadarse con la gente que dejaron atrás, no es la manera en que Dios trabaja en sus vidas para curarlos. —Sacude la cabeza, baja la mirada un instante—. Lou, pareces un poco inquieto. ¿Seguro que no puedes decirme de qué se trata?

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