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Authors: Georges Perec

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La vida instrucciones de uso (24 page)

BOOK: La vida instrucciones de uso
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El 8 de agosto de 1958 recibí una carta de su hija:

Caballero:

Siempre he sabido que haría todo lo que fuera preciso para encontrarme. En el momento mismo en que murió su hijo comprendí que sería inútil implorar tanto de usted como de su esposa un gesto de clemencia o compasión. Me enteré del suicidio de su esposa pocos días después y quedé convencida de que, en lo sucesivo, dedicaría usted su vida a acorralarme.

Lo que al principio fue sólo una intuición y un temor se fue confirmando en los meses siguientes; era muy consciente de que usted no sabía nada de mí, pero estaba segura de que iba a hacerlo todo para aprovechar al máximo los pocos datos de que disponía: el día en que, en una calle de Cholet, un encuestador me ofreció una muestra del perfume que había usado aquel año en Inglaterra, adiviné instintivamente que se trataba de una trampa; a los pocos meses, un anuncio solicitando una mujer joven que hablara bien inglés para acompañar a unos arqueólogos me dio a entender que me conocía usted más de lo que creía. A partir de entonces mi vida se convirtió en una larga pesadilla: me sentía espiada por todo el mundo, en todo momento y en todas partes; empezaba a sospechar de todos, de los camareros que me dirigían la palabra, de las cajeras que me devolvían el cambio, de las parroquianas de una carnicería que me chillaban porque quería colarme, de la gente que me empujaba por la calle; me sentía seguida, acosada, vigilada por los taxistas, los guardias, los falsos vagabundos tumbados en los bancos de los parques públicos, las castañeras, los vendedores de lotería, los voceadores de periódicos. Una noche, con los nervios destrozados, en la sala de espera de la estación de Brive, empecé a pegarle a un hombre que me miraba con insistencia. Me detuvieron, me llevaron a la comisaría y por milagro no me internaron en el acto en una clínica psiquiátrica: un matrimonio joven, que había presenciado la escena, se ofreció para cuidarse de mí: vivían en las Cevenas, en un pueblo abandonado cuyas casas derruidas reconstruían. Viví allí casi dos años. Estábamos solos tres seres humanos y unas veinte cabras y gallinas. No teníamos ni periódicos ni radio.

Con el tiempo se disiparon mis temores. Me convencí de que había renunciado usted o había muerto. En junio de 1957 me fui a vivir otra vez entre los hombres. Poco después conocí a François. Cuando me pidió que me casara con él, le conté toda mi historia y no le fue difícil convencerme de que era mi sentimiento de culpabilidad el que me había hecho imaginar aquella vigilancia incesante.

Poco a poco fui recobrando la confianza suficiente para arriesgarme, casi sin tomar precauciones, a pedir a nuestra alcaldía la partida de nacimiento que necesitaba para casarme. Supongo que era uno de aquellos errores que, agazapado en su madriguera, esperaba usted que cometiera desde hacía años.

Desde entonces, nuestra vida no es sino una fuga incesante. Durante un año creí que podría escapar de usted. Ahora sé que es imposible. La suerte y el dinero han estado y estarán siempre de su lado; es inútil creer que algún día lograré pasar por entre las mallas de las redes que me tiende, del mismo modo que es ilusorio esperar que deje de perseguirme algún día. Tiene poder para matarme y cree tener derecho a ello, pero no me obligará a seguir huyendo: con François, mi marido, con Anne, a la que acabo de dar a luz, viviré sin moverme más en Chaumont-Porcien, en las Ardenas, donde lo esperaré con serenidad.

Durante más de un año me impuse la obligación de no dar señales de vida; despedí a todos los detectives e informadores a los que tenía contratados; me enterré dentro de mi casa, sin salir prácticamente nunca, sustentándome con bizcochos al jengibre y té en bolsitas y manteniendo constantemente viva, con la ayuda de licores, cigarrillos y comprimidos de maxitón, una especie de fiebre vibrante que a veces me provocaba estados de profundo sopor. La certeza de que Elizabeth me estaba esperando, de que cada noche se dormía pensando que tal vez no despertaría, de que cada mañana besaba a su hija extrañándose casi de estar aún viva, la sensación de que para ella aquel aplazamiento era un suplicio que se renovaba a diario me llenaba a veces de una embriaguez vengadora, de una exaltación maligna, omnipotente, omnipresente; otras veces me sumía en un abatimiento sin fondo. Durante semanas enteras, día y noche, incapaz de dormir más de cinco minutos seguidos, recorrí los pasillos y las habitaciones de mi piso vacío, lanzando carcajadas o rompiendo en sollozos, imaginándome de pronto frente a ella, revolcándome por los suelos, implorando su perdón.

El viernes pasado, 11 de septiembre, Elizabeth me mandó una segunda carta:

Caballero:

Le escribo desde la maternidad de Rethel, donde acabo de dar a luz a mi segunda hija, Béatrice. Anne, la primera, ha cumplido un año. Venga, se lo suplico: ha de venir ahora o nunca.

La maté dos días después. Al matarla comprendí que la muerte la liberaba como me liberará a mí pasado mañana. Lo poco que queda de mi fortuna, depositado en los despachos de mis abogados, se repartirá, siguiendo mis últimas instrucciones, entre sus dos nietas el día en que sean mayores de edad.

La señora de Beaumont, a pesar del golpe que había sufrido al conocer la muerte de su hija, leyó sin estremecerse el desenlace de aquella historia cuya tristeza no parecía inmutarla, como no la había inmutado, veinticinco años atrás, el suicidio de su marido. Esta aparente indiferencia ante la muerte acaso se explique por su propia historia: una mañana de abril de mil novecientos dieciocho, cuando la familia Orlov, a la que la Revolución había dispersado por toda la Santa Rusia, logró milagrosamente reunirse casi intacta, fue asaltada su residencia por un destacamento de guardias rojos. Véra vio fusilar ante sus ojos a su abuelo, Sergio Ilarionovitch Orlov, a quien Alejandro III había nombrado embajador plenipotenciario en Persia, a su padre, el coronel Orlov, que mandaba el famoso batallón de lanceros de Krasnodar y al que Trotski había dado el sobrenombre de «carnicero del Kuban», y a sus cinco hermanos, el menor de los cuales acababa de cumplir once años. Ella y su madre consiguieron huir, protegidas por una niebla espesa que duró tres días. Al cabo de una alucinante marcha forzada de 79 días, pudieron llegar a Crimea, ocupada por los cuerpos francos de Denikine, y de allí a Rumanía y Austria.

Capítulo XXXII
Marcia, 2

La señora Marcia está en su habitación. Es una mujer de unos sesenta años, robusta, cuadrada, huesuda. Medio vestida aún, llevando todavía una combinación de nailon blanco ribeteada de encajes, faja y medias, con rulos en la cabeza, está sentada en una butaca de factura moderna, de madera torneada y cuero negro. Tiene en la mano derecha un gran tarro de vidrio, en forma de tonelito, lleno de pepinillos en sal y pretende coger uno con los dedos índice y medio de la mano izquierda. A su lado, una mesa baja está atiborrada de papeles, libros y objetos varios: un prospecto impreso como una participación de boda anuncia la unión de la Sociedad Delmond and Co. (arquitectura interior, decoración, objetos de arte) con la casa Artifoni (arte floral, instalación de jardines, invernaderos, arriates, plantas y flores en tiestos); una invitación de la Asociación Cultural Francopolaca para una retrospectiva de la obra de Andrzej Wajda; una invitación para la inauguración de una exposición del pintor Silberselber: la obra reproducida en la cartulina es una acuarela titulada
Jardín japonés, IV
cuyo tercio inferior está ocupado por una serie de líneas quebradas estrictamente paralelas y los dos tercios superiores por una representación realista de un cielo pesado con efectos de tormenta; una botella de tónica Schweppes; varias pulseras; una novela, probablemente policiaca, titulada
Clocks and Clouds
cuya portada representa un tablero de chaquete en el que están puestas unas esposas, una pequeña figurilla de alabastro que reproduce
El Indiferente
de Watteau, una pistola, un platillo sin duda lleno de una disolución azucarada ya que hay varias abejas libando en ella y una ficha hexagonal de hojalata en la que se ha taladrado con un sacabocados el número 90; una postal cuya leyenda dice:
Choza de Indios. Beni, Bolivia
, y en la que aparece un grupo de mujeres salvajes, acurrucadas con sus taparrabos rayados, parpadeando, amamantando a sus crías, frunciendo la frente, dormitando, en medio de un pulular de niños, frente a una hilera de chozas de mimbre; una fotografía que sin la menor duda representa a la propia señora Marcia, pero cuarenta años más joven por lo menos: es una frágil jovencita, con un chaleco de lunares y un sombrerito anticuado; va al volante de un coche de mentiras —uno de esos paneles pintados con agujeros a veces para las cabezas como los usados por los fotógrafos de antes en las verbenas— acompañada de dos jóvenes que llevan americanas blancas finamente rayadas y canotiers.

El mobiliario ofrece una atrevida mezcla de elementos ultramodernos —la butaca, el papel japonés de las paredes, tres lámparas sobre el parquet que parecen gruesos guijarros luminiscentes— y curiosidades de épocas diversas: dos vitrinas llenas de telas coptas y papiros, encima de las cuales un par de paisajes sombríos de un pintor alsaciano del siglo XVII, con restos de ciudades e incendios en la lejanía, enmarcan honoríficamente una placa cubierta de jeroglíficos; una serie poco frecuente de vasos llamados ladrones, muy usados por los posaderos de los grandes puertos en el siglo XIX con la intención de procurar disminuir las peleas entre marineros: parecidos por fuera a verdaderos cilindros, se van estrechando por dentro como dedales, disimulándose hábilmente esos fingidos defectos con la tosquedad de elaboración del vidrio; unos círculos paralelos, grabados de arriba abajo, indican qué cantidad se puede beber por tal o cual precio; finalmente, una cama extravagante, fantasía moscovita, según la fama, ofrecida a Napoleón I cuando pernoctó en el Palacio Petrovski, a la que, a buen seguro, prefirió su acostumbrada cama de campaña: es un mueble imponente, todo él de taracea, cuyas dieciséis variedades de madera y concha, aplicadas en diminutos rombos, dibujan un cuadro fabuloso: un universo de rosetones y guirnaldas entrelazados en medio de los cuales surge, botticelliana, una ninfa vestida con sus solos cabellos.

Capítulo XXXIII
Sótanos, 1

Sótanos.

El sótano de los Altamont, limpio, ordenado, nítido: desde el suelo hasta el techo, estantes y cajones provistos de etiquetas anchas y bien legibles. Un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio; no se les ha olvidado nada: hay existencias, provisiones como para resistir un asedio, como para sobrevivir en caso de crisis, como para ir tirando en caso de guerra.

La pared de la izquierda está reservada para los productos alimenticios de primera necesidad: harina, sémola, maizena, fécula de patata, tapioca, copos de avena, azúcar en terrones, azúcar en polvo, azúcar glas, sal, aceitunas, alcaparras, condimentos, grandes tarros de mostaza y pepinillos, latas de aceite, paquetes de hierbas secas, paquetes de pimienta en grano, clavos, setas liofilizadas, latitas de cortezas de trufas; vinagre de vino y alcohol; almendras fileteadas, nueces peladas, avellanas y cacahuetes empaquetados al vacío, pastitas para aperitivo, caramelos, chocolate para cocer y para comer, miel, confitura, leche en bote, leche en polvo, huevos en polvo, levadura, natillas marca Francorusse, té, café, cacao, tisanas, cubitos de caldo Kub, tomate concentrado, harina, nuez moscada, guindillas, vainilla, especias y plantas aromáticas, pan rallado, biscottes, uvas pasas, dulce de fruta, tallos de angélica; siguen después las conservas: conservas de pescado: atún desmenuzado, sardinas en aceite, anchoas enrolladas, caballa al vino blanco, sábalo en tomate, merluza a la andaluza, sprats ahumados, sucedáneo de caviar, hígado de bacalao ahumado; conservas de legumbres y hortalizas: guisantes, puntas de espárragos, champiñones de París, judías verdes extra, espinacas, corazones de alcachofas, salsifíes, menestra, así como paquetes de legumbres secas: guisantes, alubias verdes, lentejas, habas, alubias blancas; paquetes de arroz y de pastas: macarrones cortados, fideos, conchas, spaghetti, patatas fritas, puré de patata, sopas en sobre; conservas de fruta: orejones de albaricoque, peras en almíbar, cerezas, melocotones, ciruelas, bolsas de higos secos, cajas de dátiles, de plátanos secos, de ciruelas pasas; conservas de carne y platos preparados: corned-beef, jamón, terrinas, chicharrones, foie gras, paté de hígado de cerdo, galantina, cabeza de jabalí, choucroute, cassoulet, longaniza con lentejas, raviolis, cordero guisado, ratatouille de Niza, cuscús, pollo a la vasca, paella, ternera con salsa blanca a la antigua.

La pared del fondo y casi toda la de la derecha están ocupadas por botellas extendidas en botelleros de alambre plastificado siguiendo un orden visiblemente canónico: primero los llamados vinos de mesa, luego los Beaujolais, Côtes du Rhône y vinos blancos del Loira del año, después los vinos de conservación corta: Cahors, Bourgueil, Chinon, Bergerac, por último la verdadera bodega, la gran bodega, llevada con un libro en el que se hace constar cada botella, procedencia, cosechero, proveedor, añada, fecha de entrada, plazo óptimo de conservación, eventual fecha de salida; vinos de Alsacia; Riesling, Traminer, Pinot negro, Tokay; Burdeos tintos: Médoc: Château-de-l’Abbaye-Skinner, Château-Lynch-Bages, Château-Palmer, Château-Brane-Cantenac, Château-Gruau-Larose; Graves; Château-Lagarde-Martillac, Château-Larrivet-Haut-Brion; Saint-Emilion: Château-Latour-Beau-Site, Château-Canon, Château-La-Gaffellière, Château-Trottevieille; Pomerol: Château-Taillefer; Burdeos blancos: Sauternes: Château-Sigalas-Rabaud, Château-Caillou, Château-Nairac; Graves: Château-Chevalier, Château-Malartic-Lagravière; Borgoñas tintos: Côtes de Nuits: Chambolle-Musigny, Charmes-Chambertin, Bonnes-Mares, Romanée-Saint-Vivant, La Tâche, Richebourg, Côtes de Beaune: Pernand-Vergelesse, Aloxe-Corton, Santenay Gravières, Beaune Grèves «Vignes-de-l’Enfant-Jésus», Volnay Caillerets; Borgoñas blancos: Beaune Clos-des-Mouches, Corton Charlemagne; Côtes du Rhône; Côte-Rôtie, Crozes-Hermitage, Cornas, Tavel, Château-neuf-du-Pape; Côtes-de-Provence: Bandol, Cassis; Vinos del Mâconnais y del Dijonnais, vinos naturales de Champagne —Vertus Bouzy, Crémant—, vinos varios de Languedoc, Béarn, Saumurois y Turena, vinos extranjeros: Fechy, Pully, Sidi-Brahim, Château-Mattilloux, vino del Dorset, vinos del Rin y de Mosela, Asti, Koudiat, Haut-Mornag, Sangre de Toro, etc.; por último hay unas cuantas cajas de champán, vinos aperitivos y licores diversos —whisky, ginebra, kirsch, calvados, coñac, Grand-Marnier, Bénédictine—, y, de nuevo en los anaqueles, algunas cajas con diferentes bebidas no alcohólicas, con gas o sin gas, aguas minerales, cervezas, zumos de fruta.

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