La vida perra de Juanita Narboni (4 page)

BOOK: La vida perra de Juanita Narboni
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«... Di una sola palabra y tu alma quedará sana y salva.» Podrida y desganada. Se me ha abierto la falda por detrás. De arriba abajo. Y ha sonado el rasguido. Detrás, la peor lengua del mundo. Se me verá la combinación, que no es nada discreta, porque me la prestó mi hermana. Color salmón con encajitos. Y se me verán las medias. Ella dice que lo mejor que tengo son las piernas. Seda natural, rebajada. De natural, nada. Mañana mismo voy de Sam Benoliel
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, y me las tiene que devolver. Me tiene que devolver el dinero. El Remate. El remate de los tomates, como diría mamá. Las piernas... en pleno alzamiento. Al alzar... ¿Cómo me levanto yo ahora para comulgar? Imposible. Se me verá todo. Seré el cachondeo de toda una ciudad. En cuanto salga, voy de Marmita, a que le den unas puntadas. Manténte, mientras cobro, claro. Ño comulgaré. Haz una confesión sincera, para esto. Cualquiera comulga, si parezco un número de revista. Esto no le pasa a nadie más que a mí, que soy una desgraciada. Y no le temo a Marinita, sino a las vendedoras. Que las conozco. Armarán lo suyo, lo que me faltaba... Siempre me engañan. Castigo de Dios. Porque he subido la cuesta ufana, creyéndome elegante. Muy moderna. Para que te chinches. Si es que yo no quiero ser moderna. Si, al menos, me hubiera puesto una de mis combinaciones, la cosa sería discreta. Pero, ahora, como en
El desfile del amor
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.
¡Qué vergüenza! ¡Daré que hablar! Sin comerlo ni beberlo, que es lo peor. Toda rasgada. Y es que de natural, nada. Podrida. Seda de mierda, podrida. No hay cosa que más me fastidie que dejarme engañar. Y me están engañando siempre. ¿Qué explicación voy a dar en casa? La perra de mi hermana se reirá, como una bestia. Y mamá pensará que han intentado violarme. Bueno, mamá, me creerá. Pero lo que es papá... que es un ordinario. Soy el hazmerreír de la gente. Y para colmo de desgracia, lo que me cayó en el banco de atrás. No, no puedo ni persignarme. Y si me arrodillo se notará más. Y si no me arrodillo, ahora que están alzando, llamaré la atención. Todo esto es una prueba. Una prueba para que yo demuestre mi paciencia. Mentira; presumo de tenerla, pero no la tengo. Todo mentira. Una punta mentira. Esto era lo que me quedaba por padecer. Me quedaré la última. Imposible. La cosa no tiene remedio. No puedo ni siquiera esperar a que salgan todas. «Santo, Santo, Santo... Yo, pecador, me confieso a Dios, por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa...» ¡Qué puñemas!, ¡por culpa de El Remate!

Desgraciada de mí, que hasta para conciliar el sueño encuentro dificultades. Y este silencio, que me pone nerviosa, porque no es normal. No pasa ni un coche. No pasa ni un alma. No se oye nada. Y esta ordinaria, roncando. Dicen que así duermen los que tienen la conciencia tranquila. ¡Qué mentira más gorda! Porque la conciencia de ésta, de tranquila nada. Lo que pasa es que no tiene conciencia. Si yo le contara a mamá todas las porquerías que suelta por esa boca y que, a lo peor, hace, no quiero disgustarla. Pobrecita, bastante tiene con lo que tiene. Si rezaras un poco. Si te acordaras de Dios. Ayer de mañana, en la misa de once, hubo un momento de silencio. Tanto es así, que se oían los rezos de la sinagoga de al lado, que da pared con pared. Y, como siempre, llegamos tarde, y tuvimos que sentarnos allá arriba, donde me da tanto vértigo. Ese reloj maldito que no quiere dar la hora. Hasta los relojes están en contra mía. Duerme, hija, duerme, no te enteres de nada. No quieras saber que mamá se está muriendo. Cuando llegue el momento, harás la comedia. Lo que has hecho siempre. La harás mejor que nadie, y a mí, de dolor, no me saldrán ni las lágrimas. Tú quedarás bien, como nadie, y yo apareceré frente a los demás como la descastada. Siempre igual, Señor, haz que me duerma. Que me duerma de una vez. Estoy por levantarme y echarme unas gotitas de Agua del Carmen con un terrón de azúcar. Pero no me atrevo, por no molestar. Que a ni mear me atrevo. Y, en estos momentos, no puedo más. Me muero de ganas de mear. Y me voy a levantar. Caiga quien caiga. Peor sería que me lo hiciera en la cama. Y como ésta es moderna, ordeno y mando, que se supriman las escupideras,
«elles sont de mauvais gout»,
y mamá, como una cabrita, obedeciendo tus deseos. Tenía yo una de loza con un ojo en el fondo que era graciosísima, pues cuando niña me hacía mis cositas y me sentía observada. Moderna, lo moderno, menos mal que no ha conseguido que mamá se deshaga del comedor isabelino, ni de las mecedoras. Pero, poco a poco, como se lo proponga, nos convierte la casa en una clínica. Por lo pronto, han desaparecido los crochets, lo que me parece una falta de respeto, y del aparador ha retirado la fotografía de los abuelos y ha puesto la suya, la que se hizo en Foto Venus disfrazada de marinerita de
Abajo los hombres
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haciendo como que bailaba claquet. Si eso lo hubiera hecho yo, pero como es ella... Chitón. Ni una palabra. Lo que haga la niña, bien hecho está. Yo ya no soy ninguna niña. Bueno, no lo pienso más. Haré lo posible por levantarme sin encender la luz, que es lo único que despierta a esta mula. Extenderé el brazo para alcanzar la bata. ¡Cómo cruje este maldito somier! ¡Ea, yo también soy una mujer moderna capaz de enfrentarme con todos los problemas de mi tiempo! Uno de ellos es mear. Y me la estoy poniendo al revés. Despacito, Juani. Acuérdate de lo que dice siempre papá: «Vísteme despacio, que tengo prisa.» ¿Dónde demonios he puesto la otra zapatilla? Debajo de la cama, seguro. No haya un mal, me levanté con el pie izquierdo, todo me sale tuerto. Sin rechistar, Juani. Pues como no me dé prisa, me lo hago aquí mismo. ¡Qué difícil es vivir, puñetas, qué difícil es todo! Si fuéramos ricas tendríamos el cuarto de baño al ladito de la alcoba. Pero somos unas pobretonas de mierda, con muchos humos, eso sí. Humos no faltan. Y mamá se ve negra para sacamos adelante con el retiro de papá. ¡Qué frió hace en este pasillo! Esa cabrona se ha dejado la ventana del cuarto de baño abierta de par en par
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. Lo hace con malas pulgas. Para que se vayan los malos olores —los malos olores los lleva ella dentro— ¡que estás podrida! ¡Como coja una pulmonía por culpa tuya, te vas a acordar! La cenaré. ¡Qué descansada se queda una cuando mea! Y la taza está helada. Como un témpano. ¡Claro, así cojo yo los fríos que cojo y a todas horas tengo ganas de mear! ¿Qué es eso? ¿La sirena de un barco a estas horas? ¿Será un paquebote? Porque el mar está en calma. Abriré un poquito la ventana: el cielo estrellado, como si no hubiera caído una gota de agua. No se mueve ni una hoja. La luna está demasiado alta, ni siquiera se refleja en el agua. Está allá la maldita, detrás de los pinos, iluminando las tumbas del cementerio israelita. Desde aquí parecen peladillas. No se ve casi nada. ¡Otra vez! ¡Qué bonito es oír la sirena de un barco a estas horas! No me imagino yo en un barco de ésos, sentada al lado del hombre que tú sabes, mamá, como en
Viaje sin retorno
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, y que de pronto aquello empezara a bambolearse y a mí me entraran ganas de vomitar y me pusiera perdido el vestido de noche y a él le manchara la solapa del smoking, y diera el espectáculo. Se me caería la cara de vergüenza. Vamos, que saldría corriendo a la cubierta y sin pensarlo dos veces me tiraba al agua, como en
La mariposa que voló sobre el mar
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. No recuerdo a quién se la vimos representar en el Teatro Cervantes, ¡Lo que nos gustó! Nos gustó a las dos, porque a esa mula que está ahora roncando le pareció aburrida. Tú y yo, mamá, sabíamos lo que estábamos viendo. Tenemos los mismos gustos. Aquello no era normal. Fuimos las tres. Papá siempre se negó a esa clase de espectáculos. A él le ha gustado ir al cine, a matiné, para ver la pandilla, Tom Mix, Buck Jones o
Rin-Tin-Tin
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. Las malas lenguas dicen a espaldas de mamá que para meterle mano a las menores. Por eso me repugna tanto papá. A mi hermana, como buena zona que es, le divierte la cosa. Yo la encuentro horrenda. Y algo de verdad tiene que haber en ello, pues cuando el río suena, agua lleva. Como que un día estoy por registrar los cajones de su mesa de despacho. Hay uno que lo tiene siempre cenado. Mamá, la pobre, piensa que es porque en él tiene guardado el revólver. La falta que le hará un revólver a ese desgraciado, que no es capaz de matar una mosca. A nosotros lo que nos hace falta es un buen premio de la lotería. Algo que nos saque de estos apuros, de estas estrecheces. Si de verdad ella se cree moderna, lo primerito que debería hacer era trabajar. Estamos hartas de ver películas de secretarias. Secretarias que se casan con sus jefes porque les enseñan hasta la liga. Eso a ella no le costaría mucho trabajo. Además, ella está preparada; estudió en el Lycée. Se podía emplear en Dar Niaba, en el Lloyd's o en la Compañía Paquet. Mira cómo Simita Benchimol, que fue compañera suya de colegio, se colocó en seguida. Y es de buena familia. Pero ésa sí que es una mujer moderna, moderna de verdad, e independiente. Pero esta burra prefiere seguir presumiendo de millonaria. Yo estoy segura de que papá le da dinero bajo cuerda —y yo sé por qué: porque lo sorprendió en un mariné del cine Capitol metiéndole mano a la hija menor de los Darisi—. Y, si no, ¿de dónde saca para tanto potingue? Si yo fuera capaz de trabajar... pero no sirvo para nada. Bueno, yo me quedaría en casa. En casa soy útil. Mamá lo sabe. Nadie prepara la carne mechada mejor que yo, ni limpia el pescado con la eficacia con que yo lo limpio, que cuando hay salmonete, papá no encuentra ni una espinita. Ellos ni siquiera conocen las salsas. El pastel de liebre me sale de maravilla. La verdad es que para cierta clase de cosas soy útil. Pero yo soy la que se queda en casa. La maldita que luego arrastran a todas partes y, en el fondo, acaba disfrutando con todo porque con todo se conforma. No, si mirándolo bien, no tengo por qué quejarme, gracias a Dios. Si todo me va de morir y de dar gritos. Somos las señoritas Narboni. Y todo el mundo nos quiere y nos respeta, porque no debemos nada a nadie y porque podemos andar por esas calles con la cabeza muy alta. Andamos por el caminito recto. Por lo menos yo. ¡Una mierda! ¡Cualquiera sabe lo que dice la gente a nuestras espaldas! Además, hemos tenido la suerte de nacer en esta maravillosa ciudad donde todo es fácil. ¿Qué es fácil? Porque la verdad, si todo es fácil, yo no entiendo nada. Cómoda, una ciudad cómoda. Eso dice papá porque él ha hecho siempre lo que le ha dado la gana. Yo sé muy bien que para mamá no ha sido nunca cómoda, ni para mí tampoco. Yo soy como mamá, por eso la comprendo, y el día que falte, porque lo suyo no tiene remedio, caeremos en la cuenta. Para ese día, yo reaccionaré de una forma y la que está durmiendo sin darse cuenta de nada, de otra. No quiero ni pensarlo. Y, ahora, estoy aquí, en el comedor, a las tantas. Por los pies me entra un frío que me come los huesos. Sin sueño, con la lámpara grande encendida, que es un gasto. Poniendo orden en esta cajita de cartón en la que tantas cosas hemos ocultado. ¿Qué es esto? El derecho de propiedad para toda la vida —a perpetuidad— de la sepultura de nuestra familia. Allí se trasladaron, desde el cementerio de la calle Josafat, los restos del abuelo. Y allí está tía Carmen, dormidita la pobre. Y allí iremos todos a parar. «Marianito Giraldo Ortuño, descansó en el Señor, a los doce años de edad. Por caridad, rueguen a Dios, por la salvación de su alma»... Pobre niño, en la flor de la edad, y ahogado. Ahogado un día de la Virgen del Carmen, que fueron de excursión. Parece mentira... Como que hay días que, cuando me encuentro con la madre, no puedo mirarla a la cara, de tristeza. Allí iremos todos a parar. A Bubana. A la mejará como dice Hamruch
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. En Bubana, antes de que instalaran el nuevo cementerio católico, y donde ahora está el Country Club, vi yo aterrizar por primera vez en la ciudad tres aeroplanos
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. Mira lo que salió: lo que faltaba. Esas canallas no dejan de ulular. Lechuzonas, pajanacos de mal agüero, se os caiga el masaj y no se os levante. Hay que romper, romper cosas, romper con todo. «De tu Adolfo, con el cariño de siempre
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». Ni siquiera amor. Cariño. Para una vez que tuve un novio: maricón. Suerte la tuya, Juanita. Yo lo presentía, pero como una es tonta y se deja llevar... Aquel domingo de Piñata que fuimos al baile del Gran Teatro Cervantes, mamá llevaba un dominó malva, yo iba de Colombina y a él había que verlo de Pienot, cómo se contoneaba, con la carita empolvada que parecía una tapadera de polvos «Tokalón». ¿De qué iba mi hermana? De libélula. Y la orquesta atacaba los primeros compases de «Fascinación»
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y él no hacía más que mirar a Pepe Hurgado, el bombero. Que ya a mí aquello me escamó. Que, en la tarantela, cada vez que pasábamos al lado de Pepe, él meneaba la gola con un nerviosismo, ¡qué meneo!, como para que no hubiera la menor sospecha, que en cuanto salimos del Cervantes, lloviendo a cántaros, me dejó, y sabe el demonio si es que se fue con Pepe. Rompe, Juani, rompe con todo, con toda tu alma, ve rompiendo así todas tus equivocaciones. Rompe, rasga y olvida, mi alma, aunque no perdones, que eso es la vida. Bueno, no lo sé muy bien, creo que es rompe, rasga y perdona, aunque no olvides. Da igual. Bonón y cuenta nueva. Sirena, sirenita, que me estás poniendo nerviosa. De la Habana ha llegado un barco cargado de...
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. ¿Y esto? «Hotel Cristina. Algeciras. The-Dansant. Al piano Adolfo Rojas y sus alegres melodías.» Rompe, Juanita, rompe. Si se ha dicho siempre, hija, que pareces tonta: «Quiere mucho a mamá y toca el piano, ya se sabe.» Cada vez que me tropiezo con la madre por la calle o en alguna parte, me entra un sofoco. Como que una tarde que me cayó en el Kursaal a mi lado, me levanté muy digna y me fastidié, que me perdí
El soldadito del amor
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para que luego viniera la penca de mi hermana diciendo que en su vida había visto a un Robert Young más guapo. Lo dijo para fastidiar. Impulsiva que ha sido siempre una. Maldita sea la hora, porque, al fin y al cabo, ya habían pasados años. Pero yo quería que ella se enterara.

¡Mamá, qué tironazos! ¡Y qué guapa estás! El humo de las tenacillas se me está metiendo por la nariz. Y esta tonta, dando gritos. Claro, no tiene el mismo pelo que tengo yo, que todo el mundo se queda como extasiado. Llegaremos tarde, como siempre. Dicen que los aeroplanos estarán aquí a las seis de la tarde. Mira, ahora mismo salen Yolanda y Violeta. ¡Qué guapas van! Han alquilado un coche de caballos a los Suissa. Esta mañana papá ha estado hablando por teléfono con los Piñero. Nosotras también iremos en coche de caballos. A Dios le pido que no tenga que ir en el pescante, con el mareo que me da. Este vestido de organdí será muy bonito, pero pica... Y una banda azul. Rosa para ésta. Yo ya soy mayorcita. ¡Qué emoción! Llegaremos tarde... Mamá, quiero hacer pipí. Ya lo sé. Que no me manche el vestido, que me suba bien las faldas, que soy una descuidada. ¿Cómo piensas que con estos tirabuzones puedo ser una descuidada? ¿Dónde estará Bubana? Papá no puede ponerse el sombrero de galleta, se le ha quedado pequeño. Me alegro. Si fuera un poquito más bueno con mamá, yo le querría un poco. Pero el otro día oí decir a Isabel, en la cocina, que se la pegaba. Y, más o menos, yo sé lo que es eso. Que me entero. Me entero de todo. Las calles se están quedando vacías. Lo presiento. ¡Mira cómo va la gente! Las de Muñiz han alquilado un bonico, dos borricos. ¡Qué bonito es todo! ¡Y qué sol! ¡Cómo me estorba esta maldita falda de mi vestido, con tantos pliegues! Estoy guapa. De reojo he mirado a mi hermana, y no está como yo. Es una revoltosa. Es una revoltosa. Te lo mereces por chivata. Ya nos vamos. Papá me empuja, me acaricia el hombro, me besa. ¡Qué sombrero más bonito el que lleva mamá! ¡Y una sombrilla! ¡Qué buena es, qué bien lo hace todo! Yo quiero ser como ella. Cuando sea mayor, seré como ella. No comprendo cómo esa tonta de Isabel dice siempre: ¡Pobre mujer! Ella bien que se ha ido antes que todos, que nos ha dejado a medio comer. Se va con sus paisanas, y mamá sin rechistar. Tengo una mancha de helado en un zapato. Ya no me da tiempo. ¡Voy, voy! ¡Qué pesados! Erase un sabio que un día, tan pobre y mísero estaba, que sólo se sustentaba de las hierbas que cogía
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. Me lo he aprendido, yo solita me lo he aprendido. Hoy hemos comido paella. ¡Vamos, vamos!... Sí, ya sé, mamá, me he quedado atrás, como siempre, pero es que me estoy limpiando con el pañuelo la punta de mi zapato. Le has echado colonia a mi pañuelo. Colonia Añeja. Lo siento, mamá. Éste es el cochero que le gusta a Isabel. Lo encuentro horroroso. No entiendo nada, los mayores son tontos. A mí me gusta Felipito Devesta. Parece una niña, pero tiene unos ojos tan azules... Cuando se lo digo a mis amigas se echan a reír. Unos aeroplanos. Tres. ¿Qué será eso? Aparatos que vuelan. Vuelan por los aires. Son como cometas pero con hombres dentro. Estoy tan inquieta que quisiera hacer pipí otra vez. No, en el pescante no. Y menos al lado del hombre que le gusta a Isabel. ¡Claro, como ésta es la más chica, a ella el mejor sitio! Mamá, por favor, adivínamelo con la mirada. No puedo, no puedo ir al pescante. No es por nada, es porque me mareo, y veo las piedrecitas del camino y me entran fatigas. Lo sabes, mamá, pero tú miras a papá como si fuera el único varón sobre la tierra y a mí no me haces caso. Y papá colorado como un tomate. Eso es de naturaleza, es su color. No me hacen ningún caso, no cuento para nada. Eso, ahora acaricíale los rizos a mi hermana. Mucho hablar de los tirabuzones que me has hecho, y luego nadie les hace caso. Ya sé que tengo un cabello precioso, obediente, que da mucho de sí, y que se puede hacer con él lo que te dé la gana. Eso es lo que hacéis conmigo, y yo no soy mi cabello. Pero... ¿y yo, mamá? No te enteras de nada. Te estoy mandando un mensaje. No puedo mirar al cielo, me mareo. Tiene un azul tan grande, y esas chumberas me están matando. Quiero chumbos, mamá. Pero como si nada, si los pidiera ella pararían el coche. Pero ella no los pedirá nunca. Y ya hemos llegado a la Venta Eritaña, y ni siquiera papá se bajará a tomarse un chato. Yo aprovecharía para hacer pipí, que tanto me gusta hacerlo debajo de los jazmines. Y Manolo el camarero me acariciaría los tirabuzones; siempre lo hace y diría lo de siempre: «Está hecha una mujercita.» Y, entonces, yo me quedaría tranquila. Me estoy mareando. Debo fijar la vista en algo. Fija la vista en algo, bonita, preciosa. Ya la fijé. Eso me salvará. No pienses en el mareo ahora, vidita. He visto una cosa que empieza por... No. Es la bragueta del cochero. La bragueta del novio de Isabelita guapa. Las niñas bien educadas no miran esa cosa. No se ve, no se ve nada. Muchas arrugas y un bulto. No mires, Juani, que está muy feo. Pero es que si no miro la cosa, me mareo, y si me mareo, vomitaré paella y postre. Y me pondré muy malita. ¡Menudo trasiego! Ésos van en automóvil. ¡Claro, es Nena Madison!
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. Y éstos a caballo: los Dampstead. Y ésos, en burros y la Calera Paquete a pie, y aquéllos cantando, y los exploradores. Esto parece una procesión o una feria. Ya estamos llegando. Deja de mirar, Juana, por favor, si no hay nada que ver. Acuérdate cuando le levantaste el hábito a aquel San Francisco en vísperas de tu primera comunión, y luego resultó que todo era madera. Todo el mundo saluda a mis padres. La tonta de mi hermana contesta con la manita, ¡qué graciosa es la niña! Llevas el sombrerito torcido. Me alegro. Son sus monerías, sus monerías de siempre. Ya estamos llegando. Ya hemos pasado la casa de verano de los Madison, con el merendero pintado de rosa y la misión evangélica «Flor de Bethania». ¡Que llegamos, que llegamos! Bueno, ya me bajo. Deja de mirar esa cosa, Juani, que estás como hechizada. ¡Qué fuerza tiene este hombre! Me ha cogido por... la cintura. Eso creo. Y me ha levantado en vilo como si fuera una muñequita. Es un cochino. Me ha metido los dedos por debajo de los cucos y me ha pellizcado el culito. Me lo ha apretado. ¡Ea, ya estoy en tierra firme! ¡Anda, mamá se ha enganchado un pico del chai en el brazo del farol! ¡Pobrecita! Voy a ayudarte, mamá. ¿Te ayudo? Ni me oye. Ya va mi hermanita, la muy cobista; lo liará todo, como siempre. Papá cada vez más enrojecido, como si fuera a estallar. Antes de salir ha estado bebiendo whisky, el muy tuno. Claro, es el novio de Isabel quien lo ha conseguido. Ya me están llamando. ¿Que adonde voy? Pues voy a esconderme detrás de una chumbera para hacer pipí. Aquí no me ve nadie. ¡Qué calor! ¿A qué hora llegarán los aeroplanos? Dijeron a las seis... Unos hombres que bajan del cielo y besan a las niñitas guapas y bonitas y bien educadas que hacen pipí tranquilitas, sin mancharse. ¡Ya me mojé la falda! Me regañarán. ¡Qué cansancio! ¡Qué aburrimiento! No hay donde sentarse. La tribuna para las autoridades, ya lo sé. ¿Papá no es una autoridad? ¡Pues estamos buenos! Mamá, no me extraña que estés nerviosa. Es un hombre que no se preocupa por nada ni por nadie. ¿Qué trabajo le hubiera costado pedir una invitación? Yolanda y Violeta, como es natural, en tribuna porque tienen un padre como Dios manda. Tienes razón, mamá. Tienes toda la razón del mundo. Se me ha secado el pipí y no se me nota nada. La tonta de mi hermana ni se entera. Tengo sueño. Ojalá estuviéramos en casa. A estas horas me metería en la cama. Lo que pasa es que cuando estoy en la cama a estas horas, me gustaría estar en otro sitio. Nunca sé lo que quiero. Tardan mucho, son las siete menos cuarto. El pan con chocolate estaba malísimo. ¡Qué estruendo! No, no veo nada. ¿Tres puntitos? ¿Qué tres puntitos? ¡Eso, a ella la subes en brazos para que vea los tres puntitos y yo con este imbécil que tengo delante, tan gordo y tan grande, no veo nada. No veré nada. ¿Es que no os dais cuenta? Ya no se acuerdan para nada de mí. Me han olvidado, como siempre. ¡A la pona con mis tirabuzones! ¿Para qué me sirven si nadie me hace caso? Si estuviera aquí Isabel, ella sí me hace caso. Me escucha. Me toma en serio. Pero ella no quiere saber nada de aeroplanos, dice que son cosas del demonio, que bastante tiene con haber visto el cometa y el sustazo que se pegó, que estuvo enferma casi un mes
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. Ella prefiere charlar con sus paisanas. A estas horas estarán todas tomando café negro y rebanadas de pan con manteca de cerdo, y pestiños, y riéndose sentadas a la puerta, diciendo tonterías. Todas ellas me hacen caso y se ríen de mis monerías. Isabel no puede ver a mi hermana. Si ella —Isabelita— estuviera aquí, ya me habría cogido en brazos y yo podría ver esos tres puntitos en el cielo. Me están entrando ganas de llorar... ¿Para qué? Si nadie iba a darse cuenta. Me tengo que tapar los oídos. ¡Qué espanto, qué mido! Me tiro al suelo. Veo mejor así. Tirada en el suelo pisoteada, abandonada. Soy huérfana. Una pobre huerfanita que vende cerillas y muere una noche en un portal, sin que nadie se entere. Estoy llorando. ¡Sécate esas lágrimas! ¿Qué pasa! Todo el mundo se ha callado de pronto. ¿Qué ocune? Me levantaré. Tiene razón Isabel: ¡qué feos son los aeroplanos! Empujo porque me da la gana, asquerosa. Empujo, empujo, y pellizco y doy patadas y pisotones. Ya está. La primera. ¿Conque no os importa que yo me muera? Pues ahora veréis quién es Juanita Narboni. Me perderé. Tendré que volver sola a la ciudad, la luna estará muy alta... bueno, todavía hace sol. ¿Y ésos son los aviadores? ¡vaya una porquería! Si parecen borrachos. Aplauden. Eso. Yo también. Me encanta aplaudir. Aunque no comprendo por qué. La cosa no merece la pena. ¡No es para tanto! Doña Fe Campodana con un ramo de flores. ¡Anda, ha tropezado, qué risa! ¿Dónde estarán mis padres? Los he perdido. Los he perdido para siempre.

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