La Yihad Butleriana (57 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La Yihad Butleriana
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—Parece que tu opinión está en minoría. El resto del público disfrutó con la obra. ¿No escuchaste los aplausos? La joven suspiró.

—Para empezar, esos esclavos no entienden de música, no pueden comparar. Podrías haber robado cualquier sinfonía de cualquier compositor clásico, nota a nota, y afirmado que era producto de tu inspiración. No habrían notado la diferencia.

»En segundo lugar, acomodarse en una sala de conciertos, confortables, limpios y bien vestidos, debe ser el mejor trabajo que les hayas encargado jamás. Solo por eso ya habrían podido aplaudir.

Serena le miró.

—Y por fin, aunque es lo más importante, tú les dijiste que aplaudieran. ¿Cómo iban a reaccionar, cuando podrías haberles matado en cualquier momento? En tales circunstancias, Erasmo, jamás obtendrás una respuesta sincera.

—No entiendo, no puedo entender —repitió Erasmo varias veces. De repente, giró en redondo y propinó un puñetazo en la cara a un hombre que pasaba a su lado. El inesperado golpe provocó que la víctima cayera sobre las sillas, cubierto de sangre.

—¿Por qué has hecho eso? —preguntó Serena, mientras corría para ayudar al hombre.

—Temperamento artístico —repuso con calma Erasmo—. ¿No lo llaman así los humanos? Me engañó sobre sus sentimientos.

La joven intentó calmar al hombre, pero cuando éste vio al robot, intentó alejarse, con una mano sobre la nariz para intentar detener la hemorragia. Serena plantó cara a Erasmo.

—Los artistas de verdad son sensibles y compasivos. No se dedican a hacer daño a la gente.

—¿No tienes miedo de expresar tu opinión, aun a sabiendas de que podría desagradarme?

Serena clavó la vista en su rostro inhumano.

—Me retienes prisionera, Erasmo. Afirmas querer saber mi opinión, así que yo te la doy. Puedes hacerme daño, incluso asesinarme, pero ya me has arrebatado la vida y al hombre que amo. Cualquier otro dolor palidece en comparación.

Erasmo la examinó, mientras analizaba sus palabras.

—Los humanos me desconciertan, y tú más que nadie, Serena Butler. —Adoptó una expresión sonriente—. Pero seguiré esforzándome por comprender. Gracias por tu opinión.

Cuando Serena salió de la sala, Erasmo volvió al piano y se puso a practicar.

86

Por encima de todo, soy un hombre de honor. Así es como deseo que se me recuerde.

X
AVIER
H
ARKONNEN
, comentario a sus hombres

El tiempo que había pasado con Serena se le antojaba ahora un sueño escurridizo.

Xavier no recordaba con exactitud los senderos que habían tomado para internarse en los bosques de la propiedad Butler, que ahora era su hogar, y el de Octa. Su esposa. No podía recordar a su amor perdido con más precisión de la que era capaz de saborear las especias exóticas de un plato bien preparado, o percibir los delicados olores de un campo de flores. Sus nuevos pulmones habían curado lo máximo posible. Ahora, le tocaba el turno a su corazón.

Muchas veces se había dicho que no haría esto, que se entregaría a la nueva vida que había prometido a Octa. Pero aquí estaba, intentando capturar el pasado una vez más, o acaso despidiéndose de él.

Eligió el mismo corcel color chocolate que había montado en la cacería del erizón, casi nueve meses antes. Trató de localizar durante horas el prado mágico donde Serena y él habían hecho el amor, pero daba la impresión de haberse desvanecido…, como la propia Serena. Como su felicidad…, y su futuro.

Mientras intentaba recuperar recuerdos de las colinas y bosques circundantes, todo cuanto podía recordar de aquella tarde era la belleza del rostro de Serena y el goce de estar con ella de nuevo.

Todo lo demás parecía una fantasía confusa, un mero telón de fondo.

La propiedad de los Butler era tan extensa que ni el virrey la había explorado por completo. Después del matrimonio de Xavier con Octa, Manion había insistido en que su yerno fuera a residir a la mansión de los Butler. Ahora que Fredo y Serena habían muerto, y con Livia ausente, la enorme casa parecía demasiado silenciosa y solitaria. Xavier siempre había considerado la casa de Tantor su hogar, pero la tristeza de los ojos de Manion Butler y la esperanza que brillaba en los de Octa le habían convencido de mudarse con los Butler.

Algún día, todo dejaría de recordarle a Serena.

Al llegar a un claro, desmontó y clavó la vista en la lejanía, en colinas verdes que asomaban entre la bruma. Se sentía atrapado en una espantosa pesadilla, pero sabía muy bien que el responsable era él, por haber acudido a este lugar.

Serena está muerta.

Había dejado a la dulce Octa en casa, con la excusa de que quería ejercitar al corcel. A la joven le gustaba cabalgar con él, pero había intuido que Xavier deseaba estar solo. Aunque llevaban casados menos de dos meses, se mostraba reservado sobre determinados asuntos. Octa se había dado cuenta, sin admitirlo, de que nunca sería la dueña del corazón de su marido.

Serena y él habían compartido grandes sueños. Su vida con ella habría sido complicada, y a veces tormentosa, pero siempre interesante. En contraste, el apresurado matrimonio de Xavier con Octa era plácido, pero vulgar. Los temas que la preocupaban parecían insignificantes en comparación con las visiones humanitarias de Serena. Costaba creer que eran hermanas. Sabía que dichas comparaciones eran injustas con Octa (quien le trataba mejor de lo que merecía) y con el recuerdo de Serena, pero no podía evitarlo.

El caballo de Xavier relinchó, y el hombre tiró del ronzal. Olfateó la brisa y buscó con sus sentidos amortiguados algún rastro del perfume de Serena.

Muerta. Estás muerta, amor mío, y debo dejarte marchar.

Volvió a montar y siguió por el sendero, pero no reconoció ningún árbol o colina. El prado podía estar en cualquier sitio. Xavier se frotó la comisura del ojo. Recreó por última vez en su mente a su amor, y la imagen estalló como el sol del verano, sonriente, y le dijo sin palabras que debía continuar su vida.

Se despidió de ella, aunque ya lo había hecho antes, pero ella nunca terminaba de alejarse. No podía hablar de su dolor con nadie, porque no le entenderían. Tenía que sufrir solo. Siempre había ocultado sus sentimientos.

Xavier pensaba en todo esto con expresión distante. Momentos después, cuando la luz del sol se abrió paso entre la niebla matinal y bañó su cara, empezó a sentirse mejor. El brillo dorado del sol era como Serena, que le observaba. Cada vez que sentía su calor pensaba en ella, y en el amor que habían compartido.

Xavier hizo dar media vuelta al caballo y lo puso al trote, en dirección a la mansión de los Butler… y a Octa, su esposa.

87

El fuego carece de forma, pero se aferra al objeto que arde. La luz se aferra a la oscuridad.

Filosofía de los pensadores

Después de un mes de reparaciones, el
Viajero onírico
estaba preparado por fin para partir de la Tierra en otra gira de actualización, pero Vorian Atreides tenía que realizar una tarea importante antes de marchar, visitar a Erasmo tal como el robot había solicitado.

Una vez más, el extravagante carruaje le condujo a la villa. El tiempo soleado era mucho más agradable que la lluvia de su visita anterior, y solo algunas nubes delgadas flotaban sobre el mar.

De inmediato, como atraída su mirada hacia ella, vio a Serena Butler de pie en la entrada principal. Llevaba un vestido suelto de criada, y su estómago estaba tan redondo que no entendió cómo podía continuar trabajando. La fecha del parto debía estar muy próxima.

La joven esperó a Vor como si estuviera ejecutando una tarea más, con los brazos cruzados y expresión neutra. Hasta aquel momento, Vor no sabía qué esperar, pero al ver su expresión indescifrable se quedó abatido. Teniendo en cuenta el tono que Serena había empleado al final de su última visita, Vor había confiado en que se alegraría de verle.

Tal vez estaba relacionado con el bebé y el baile de hormonas que afectaba a su organismo. Quizá estaba preocupada por lo que sería del niño después del parto, por lo que haría Erasmo con él.

Aunque Serena era hija de un miembro importante de la Liga de Nobles, aquí era una simple esclava, ni siquiera una humana de confianza. Tal vez arrojarían su bebé a los recintos donde se hacinaban los humanos de casta inferior…, a menos que Vor utilizara su influencia para mejorar la situación de madre e hijo. Y aunque tuviera éxito, ¿le agradecería ella el gesto?

Vor bajó del carruaje ante la entrada que se abría entre columnas grogipcias talladas.

—Me disculpo por haberte ofendido la última vez, Serena Butler —barbotó antes de que ella pudiera decir algo—. Fuera lo que fuese.

Había anhelado este momento mucho tiempo, y ensayado que diría.

—Tu linaje me ofende.

La brusca réplica de Serena le pilló por sorpresa. Como hijo de Agamenón, Vor gozaba de libertad para leer las memorias de su padre y conocer todas las gloriosas conquistas de los titanes. Había tenido la suerte de experimentar muchas cosas en sus viajes, de ver muchos lugares interesantes. Ser hijo de un titán siempre había parecido una ventaja…, hasta ahora.

Al ver su expresión abatida, Serena recordó que debía atraerlo a su causa, y decidió ofrecerle una sonrisa.

—Pero a mí me pesa tanto como a ti.

Mientras pasaban ante estatuas y jarrones ornamentales, Vor dijo, como si ella necesitara una explicación:

—Me voy pronto en el
Viajero onírico
, y tu amo me pidió que viniera a hablar con él. Por eso he venido.

Ella enarcó las cejas.

—En tal caso, estoy segura de que Erasmo se alegrará de verte.

Llegaron ante una puerta.

—¿Alguna vez aceptas disculpas, o consideras que todas las afrentas son permanentes? —preguntó Vor.

El comentario pareció sorprenderla.

—Pero tú no lo sientes en realidad, ¿verdad? Sirves de buen grado a las máquinas pensantes, que han esclavizado y torturado a la humanidad. Supongo que lo reconocerás, al menos. También presumes de tu padre, como si pudieras estar orgulloso de sus actos. ¿Sabes algo de los horrores acaecidos durante la Era de los Titanes, o las Rebeliones Hrethgir?

—He leído a fondo las memorias de mi padre…

No me refiero a la propaganda de Agamenón. ¿Has descubierto cuál es la historia verdadera?

El joven frunció el ceño.

—La verdad es la verdad, ¿no? ¿Cómo puede haber versiones diferentes de un mismo acontecimiento?

Serena suspiró como si Vor fuera un niño pequeño y le costara comprender.

—En algunos aspectos eres menos consciente que una máquina, Vorian Atreides, porque no te das cuenta de que puedes elegir, y crees que no estás haciendo nada malo. —El joven captó el atisbo de una sonrisa de resignación en sus labios—. ¿De qué sirve enfurecerse con alguien tan ciego? —Adoptó de nuevo un tono brusco—. Tal vez Agamenón esté demasiado avergonzado para permitir que conozcas la historia verdadera. ¿Te has molestado alguna vez en verificar los datos, o aceptas tal cual las historias bélicas de tu padre?

Vor alzó la barbilla, sin saber muy bien cómo interpretar el estado de ánimo de Serena.

—Soy un humano de confianza. Puedo acceder a los archivos históricos que me plazca.

Miles de ideas acudían a su mente.

—Entonces, investiga un poco por tu cuenta. Tendrás mucho tiempo para pensar mientras viajes en tu nave.

Cuando llegaron a la austera sala de estar, las paredes de plaz transparente arrojaban un brillante resplandor amarillo. Las superficies reflectantes cambiaban de un momento a otro, pasando por diversos tonos de color, cada vez más suaves. Ella le indicó un sofá marrón metálico.

Erasmo ordenó que esperáramos aquí. —Se sentó a su lado con alguna dificultad—. Los dos.

Vor sentía su cercanía, muy consciente de la curva de su estómago bajo el vestido. No quedaba mucho espacio entre ellos, tal como era la intención de Erasmo, sin duda. No había más muebles en la sala. El pulso de Vor se aceleró mientras esperaba al robot, en un silencio incómodo. Se le antojaba absurdo sentirse tan atraído por ella.

Mientras observaba a los dos humanos a través de pantallas murales remolineantes, Erasmo se sintió intrigado por su lenguaje corporal, la forma en que se miraban y luego desviaban la vista. Pese a la evidente actitud contradictoria de Serena, debía sentir cierta atracción por el apuesto joven. Sin duda, Vorian Atreides estaba prendado de ella.

Erasmo había estudiado el comportamiento sexual de los humanos, pero no veía aquí el típico toma y daca. Era más complicado que todo lo que había observado entre los esclavos criados en cautividad.

—Parece mentira que un robot sea tan poco puntual —dijo Serena para aliviar el tedioso silencio.

Vor sonrió.

—A mí no me importa esperar.

Serena parecía incómoda, pero recordó devolverle la sonrisa.

Fascinante.
En la poesía y la literatura clásicas, Erasmo había leído sobre los misterios del amor romántico, pero nunca lo había visto florecer. En una ocasión, setenta y tres años antes, había descubierto a una pareja de jóvenes amantes que habían escapado de su trabajo para pasar un rato a solas en un escondite secreto. Los había prendido, por supuesto (los humanos eran muy torpes cuando intentaban desaparecer a hurtadillas), y castigado con la separación permanente. Le había parecido la reacción apropiada. Si les hubiera perdonado tal demostración de independencia, quizá se habría contagiado a los demás esclavos.

Después, sin embargo, había lamentado su decisión, pues habría deseado seguir observando el galanteo humano.

Para estos dos tenía un plan más elaborado. Su relación era otro laboratorio, otro experimento, muy diferente de las
células rebeldes
imaginarias que había empezado a fomentar, gracias al reto de Omnius. Era importante observar a los humanos en su estado natural de comportamiento.

Y a veces es necesario engañarles.

Mientras la pareja esperaba y se removía inquieta, Erasmo tomó nota de cada gesto, cada parpadeo, cada movimiento de los labios, cada palabra y tono. El macho y la hembra estaban inquietos, desconcertados por la situación forzada, sin saber muy bien qué hacer.

Daba la impresión de que Vorian Atreides disfrutaba más de las circunstancias que Serena.

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