Júpiter se cernía ante ellos, una esfera difusa de colores pastel, con nubes remolineantes y tormentas lo bastante grandes para engullir toda la Tierra. Después de analizar los sensores, Vor obtuvo información sobre la capacidad de la nave perseguidora. Aunque no contaba con armas poderosas, el
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tenía mucho más combustible y motores, y mejor blindaje, además de la inteligencia de Vor. Tal vez podría utilizar las ventajas que poseía.
El interceptor lanzó cuatro proyectiles, pero tan solo uno alcanzó el casco de la nave. Las ondas de choque se propagaron a lo largo del
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como si fuera un gong inmenso. Aun así, los instrumentos no informaron de daños significativos.
—Hemos de huir —dijo Iblis, presa del pánico—. Está intentando inutilizar la nave.
—Qué optimista —contestó Vorian—. Yo pensaba que intentaba destruirla.
—Déjale pilotar —dijo Serena al nervioso líder rebelde.
Una voz sintética familiar resonó en los altavoces del
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. Vor sintió un escalofrío.
—Vorian Atreides, has quebrantado tu juramento de lealtad. Eres un traidor, no solo a Omnius, sino a mí. Ya no te considero hijo mío.
Vor tragó saliva antes de responder.
—Me enseñaste a utilizar mi mente, padre, a tomar decisiones sin dejarme influir y a ejercer mis talentos. Descubrí la verdad. Descubrí lo que había sucedido en realidad durante la Era de los Titanes, y se parece muy poco a los cuentos de hadas que escribiste en tus memorias. Me mentiste desde el primer momento.
En respuesta, Agamenón lanzó más proyectiles, pero salieron desviados. Vor disparó a su vez. Sus proyectiles formaron una barrera de explosiones que obligó a la nave perseguidora a desviarse de su rumbo. Vor no desperdició tiempo ni energía en intentar engañar a su padre con falsas maniobras.
Alteró su curso para que el
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burlara la fuerza de la gravedad de Júpiter. Puso los motores al máximo, sin preocuparse por la tensión o las posibles averías. Si no podía escapar ahora, la cautela excesiva no serviría de nada.
El gigante gaseoso aumentaba de tamaño ante sus ojos. Agamenón lanzó otra andanada de explosivos, uno de los cuales detonó muy cerca de los motores del
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.
Vor se concentró en lo que estaba haciendo, sereno y confiado. Iblis, sentado a su lado, estaba pálido y cubierto de sudor. El líder rebelde debía estar preguntándose si habría tenido más probabilidades de sobrevivir de haberse quedado en la Tierra.
—Le basta con inutilizarnos —dijo con frialdad Vor—. Si consigue desfasar nuestros motores, aunque solo sea por unos minutos, no podremos escapar de esta órbita hiperbólica. Entonces, Agamenón se rezagaría y nos vería precipitarnos hacia la atmósfera de Júpiter. Le encantaría.
Serena aferró los apoyabrazos del asiento.
—Pues no dejes que inutilice nuestros motores —dijo, como si la respuesta fuera obvia.
Mientras el general cimek continuaba su acoso, Vor efectuó unos rápidos cálculos. Utilizando los subsistemas informáticos del
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, reprogramó a toda prisa los trazadores de gráficos de navegación. La nave salió disparada hacia delante, un proyectil poco agraciado que aceleró al tiempo que rozaba la tenue atmósfera de Júpiter, un rehén de la mecánica orbital.
—¿Es que no vas a hacer nada? —preguntó Iblis.
—Las leyes de la física lo están haciendo por nosotros. Si Agamenón se toma la molestia de efectuar los cálculos, se dará cuenta de lo que ha de hacer. El
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cuenta con suficiente combustible y velocidad para rodear Júpiter y escapar de la fuerza de la gravedad. Sin embargo, en ese pequeño interceptor, a menos que mi padre desista de perseguirnos, dentro de… —consultó el panel—… cincuenta y cuatro segundos no podrá escapar de la atracción. Se precipitará hacia Júpiter.
El interceptor continuaba acercándose, disparaba sus armas sin producir los daños que el piloto quería.
—¿Él lo sabe? —preguntó Serena.
—Mi padre se dará cuenta. —Vor echó un vistazo al trazador de gráficos—. En este momento… apenas le queda combustible para volver a la Tierra. Si espera diez segundos más, dudo que sobreviva al aterrizaje.
Iblis resopló.
—Eso sería aún más absurdo que dejarse engullir por las nubes de Júpiter.
De pronto, la nave perseguidora se alejó del gigante gaseoso en una curva pronunciada. El
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se lanzó hacia delante, y rozó las nubes hasta que la parte inferior del casco se puso al rojo vivo debido a la fricción. Momentos después, Vor les condujo hasta el otro lado del planeta y aceleró, liberado de la gravedad, y voló hacia el espacio interestelar.
Vor comprobó que el interceptor había logrado burlar la atracción de Júpiter. Vio que su perseguidor volvía hacia la Tierra, en un curso que conservaba la aceleración y ahorraba combustible.
Entonces, Vor se dirigió hacia el precario refugio de los planetas de la liga.
Ahora que había perdido el envite, y consciente de que Vorian prestaría su ayuda a los humanos asilvestrados en su continua resistencia, el furioso Agamenón meditó. Con escaso combustible para acelerar, el viaje de vuelta a la Tierra sería tedioso y frustrante.
No obstante, una vez regresara, calmaría su humillación aniquilando al resto de los esclavos rebeldes. Se arrepentirían del día en que prestaron oídos a las insensatas palabras de rebelión.
Aristóteles violó la razón. Impuso en las escuelas dominantes de filosofía la atractiva creencia de que puede existir una discreta separación entre cuerpo y mente. Esto condujo de una forma natural al fatal error de pensar que el poder puede ser comprendido sin aplicarlo, el goce es totalmente independiente de la desdicha, la paz puede existir en la ausencia absoluta de guerra, o la vida puede comprenderse sin la muerte.
E
RASMO
,
Notas de Corrin
Nueve siglos atrás, después de transformarse en una inteligencia transgaláctica, la supermente había establecido un control eficaz sobre todos los cimeks, robots y humanos de los Planetas Sincronizados. Omnius había continuado evolucionando y extendiendo su influencia, creando redes cada vez más complejas.
Mientras la sorprendente rebelión seguía expandiéndose por las ciudades de la Tierra, Omnius observaba todo a través de su legión de ojos transmisores. Mientras veía a los rebeldes quemar edificios y destruir instalaciones, la supermente descubrió que tenía un punto débil.
No se podía confiar ni en los humanos más leales. Erasmo había tenido razón desde el primer momento. Y ahora, el irritante robot había huido de la Tierra, abandonando su villa antes de que fuera saqueada por las masas.
Omnius lanzó miles de millones de órdenes a sus fuerzas mecánicas, con el fin de que atacaran a los hrethgir sublevados. Hasta el momento, cientos de miles de esclavos habían sido aniquilados. Cuando sus robots aplastaran por fin la rebelión, sería necesario un gran esfuerzo de limpieza.
Impulsados por su vandalismo, los rebeldes habían concentrado su odio en los cimeks. En opinión de Omnius, las máquinas con mentes humanas eran problemáticas, y el vínculo más débil con los Planetas Sincronizados. Aun así, los agresivos cerebros humanos eran útiles en circunstancias que exigían crueldad y violencia extremas, a un nivel que las máquinas racionales no podían alcanzar. Ahora, por ejemplo.
Omnius envió órdenes urgentes a los restantes titanes que se hallaban en las cercanías de la Tierra, Juno, Dante y Jerjes, además de Agamenón, que regresaba de perseguir sin éxito a su hijo Vorian. Con el fin de aplastar la rebelión, podían tomar las medidas que consideraran necesarias.
A juzgar por pasadas experiencias, la misión iba a ser del agrado de los titanes.
En un desierto rocoso situado en un continente alejado de la revuelta, Juno estaba dando una demostración de técnicas de tortura e interrogación aplicadas a sujetos humanos vivos. Jerjes y Dante controlaban los progresos, pero no participaban de manera directa.
Mientras una multitud de neocimeks estudiaban cada movimiento, la titán observaba a sus víctimas, un joven delgado y una mujer de edad madura atados a unas mesas, y que no paraban de retorcerse.
De repente, el mensaje de Omnius llegó a los sistemas de recepción con tal fuerza que la delicada mano quirúrgica de Juno tembló, de manera que hundió la aguja en el tejido cerebral. El joven enmudeció, muerto o en estado de coma. Juno no se preocupó de averiguar qué sucedía. La demanda de Omnius exigía toda su atención.
—Hemos de partir al punto —anunció.
Con un veloz movimiento, Jerjes clavó un puñado de agujas en el pecho de la mujer. Cuando dejó de agitarse, los neocimeks ya habían salido a toda prisa de la fosa de demostraciones.
Los tres titanes, con movimientos precisos y eficientes, cambiaron sus cuerpos de torturadores por las formas de combate más espléndidas, y se precipitaron al corazón de la revuelta…
Volaron a través de un cielo oscurecido por humo negro, y aterrizaron en un cuadrado sembrado de escombros e invadido por rebeldes vociferantes. Mientras la muchedumbre intentaba dispersarse, Juno aplastó a once sublevados bajo el casco de la nave.
—Empezamos bien —dijo Dante.
Cuando el trío de titanes salió, seguidos por un cortejo de neocimeks, los rebeldes les arrojaron piedras. Juno se precipitó hacia delante a gran velocidad y los descuartizó. Jerjes y Dante se separaron para atacar a otros grupos de resistentes. Enjambres de rebeldes intentaron rodear a los cimeks, pero las máquinas híbridas los abatieron.
Ni las armas de los esclavos ni la masa combinada de sus cuerpos lograron detener el avance decidido de los monstruos mecánicos. Las calles se tiñeron de rojo, y los gritos de los moribundos estremecieron el aire. Los sensores olfativos de Juno percibieron el intenso olor de la sangre, lo cual provocó que elevara al máximo su umbral sensorial.
Jerjes se precipitó en la refriega como si le fuera la vida en ello.
Cuando los humanos tomaron conciencia de la inutilidad de sus esfuerzos, Aquim ordenó que se replegaran. Los rebeldes corrieron a sus escondites, y las calles quedaron desiertas antes de que los cimeks las invadieran.
Agamenón regresó del espacio cuando aún no había anochecido, justo a tiempo de participar en la matanza…
Omnius, que seguía los acontecimientos desde multitud de ojos espía, estaba seguro de que podría controlar la situación, siempre que utilizara la fuerza necesaria. En este aspecto, los titanes habían estado en lo cierto desde el primer momento.
Confianza y violencia. Una relación curiosa e intrigante entre ambas. Un día, hablaría de sus descubrimientos con Erasmo.
Ahora que había aprendido nuevas lecciones, la supermente tenía motivos suficientes para exterminar a los humanos de los Planetas Sincronizados. Exterminaría a esos frágiles seres de una vez por todas.
Según sus proyecciones, la tarea no exigiría mucho tiempo.
Si la vida no es más que un sueño, ¿solo imaginamos la verdad? ¡No! Al seguir nuestros sueños, creamos nuestras verdades.
La leyenda de Selim Montagusanos
El aire y la arena olían a especia, su cuerpo olía a especia… ¡El mundo era especia!
Selim apenas podía respirar o moverse, a medida que la melange impregnaba sus poros, su nariz, sus ojos. Ascendió a duras penas por la arena rojiza, como si nadara entre vidrio. Aspiró una profunda bocanada de aire, con la esperanza de que fuera fresco, pero olía a canela. Se estaba ahogando en la especia.
El desierto trataba a su melange como un secreto, pocas veces la expulsaba en forma de explosiones y esparcía el polvillo rojizo sobre las dunas. La especia era la vida. Los gusanos apestaban a melange.
El joven se movía como si estuviera asfixiado por visiones. Se detuvo en el fondo de la hoya, tosiendo, pero las imágenes oníricas continuaban sacudiéndole como un huracán…
Hacía mucho rato que el gusano se había ido, abandonando a Selim donde había caído. El anciano del desierto habría podido devorar a su jinete, pero no le había hecho caso. No era por casualidad. Budalá había traído a Selim hasta aquí, y confiaba en descubrir el motivo.
Había montado el gigantesco gusano durante horas, le había guiado durante la noche sin ningún destino en particular. Se había descuidado, cayendo en la imprudencia.
De repente, el gusano había llegado al lugar donde se había producido una explosión de especia. Reacciones químicas misteriosas y presiones tremendas ocurridas bajo las dunas habían llegado a un punto crítico, agitado y fermentado la melange hasta que las capas superiores ya no pudieron aguantar la presión. La especia había estallado hacia la superficie, en una columna de arena, gases y melange fresca.
En la oscuridad, Selim no había visto la columna, no había estado preparado…
Un frenesí incontenible se había apoderado del gusano. Enloquecido, al parecer, por la presencia de tanta melange, el animal se había revuelto y encabritado.
Pillado por sorpresa, Selim había aferrado sus lanzas y cuerdas. El gusano se hundió en la arena, golpeó las dunas como si la arena manchada fuera su enemigo. El jinete soltó la lanza que había mantenido los segmentos separados.
Selim había caído, demasiado estupefacto para gritar. Vio que la bestia rodaba bajo él, se alzaba sobre la arena y después se desplomaba sobre el suelo húmedo y rodaba para suavizar la fuerza del impacto.
Liberado por fin, el gusano se sumergió bajo la arena, como si buscara la fuente de la melange. Selim intentó mantenerse sobre la superficie de la duna. El gusano cargó hacia delante como un proyectil. Dejó una estela de arena y especia, que cubrió todo de una espesa capa de color rojizo.
Selim se levantó, jadeante. El intenso olor le mareaba, y escupió saliva con sabor a canela. Tenía la ropa cubierta de especia pegajosa. Se frotó los ojos, pero solo consiguió que el polvo se hundiera más dentro de las órbitas.
Se puso en pie por fin, tambaleante, examinó sus brazos, hombros y costillas para comprobar que no se había roto ningún hueso. Parecía milagrosamente ileso. Un milagro más en su ya larga lista.
Y otra lección críptica que Budalá quería enseñarle.