Los supervivientes se reagruparon e hicieron de tripas corazón, pero los guardias volvieron a disparar, y la resistencia se derrumbó.
Los dragones se llevaron a rastras a Bel Moulay, mientras vehículos blindados y soldados de infantería invadían el espaciopuerto, con el fin de rescatar a los nobles de los recintos de esclavos.
Desde la plataforma de observación, Niko Bludd miró con tristeza las manchas de sangre y los cuerpos destrozados que sembraban las pistas de aterrizaje.
—Había abrigado la esperanza de no tener que llegar a esto. Di a los esclavos todas las oportunidades de rendirse, pero no me dejaron otra alternativa.
Pese a la carnicería, Holtzman se sentía satisfecho por el buen funcionamiento de sus escudos.
—Habéis procedido de manera honorable, señor.
Contemplaron durante un rato más las operaciones dirigidas a restaurar el orden. Después, Bludd les invitó a su lujosa residencia para celebrar la liberación de Poritrin.
Todo movimiento de masas, sea político, religioso o militar, gira alrededor de acontecimientos puntuales.
P
ITCAIRN
N
ARAKOBE
,
Estudio de
conflictos en los planetas de la liga
Cuando las sabandijas humanas iniciaron su rebelión en la Tierra, el titán Ajax dio por sentado que se había abierto la veda. Para él, volvían los días de gloria, y esta vez no tendría que soportar el asco de su amante, Hécate, por el exceso de violencia.
Seleccionó su mejor forma de gladiador, que había diseñado con la esperanza de desafiar a Omnius en el circo. Ajax prefería una forma que infundiera terror y pavor, indiferente a la estética y la eficacia. Le encantaba aplastar docenas de víctimas a la vez.
Sería como en las Rebeliones Hrethgir de Walgis.
Desde un pabellón de fabricación de cuerpos cimek situado en la cumbre de una de las siete colinas de la ciudad, los sensores de Ajax captaron los ruidos de una multitud, apagados al principio, y luego más intensos. No tenía tiempo que perder.
Utilizó delicados aparatos hidráulicos para izar su contenedor cerebral y se instaló en la forma de combate. El electrolíquido transportó airados pensamientos, mientras los mentrodos se conectaban. Cargó todas las armas. Flexionó sus poderosas extremidades.
Preparado.
El titán salió a un balcón que rodeaba el pabellón de fabricación. Vio los incendios que asolaban la ciudad. El humo se elevaba hacia el cielo, y vio turbas de esclavos que corrían como cucarachas. Oyó el ruido del plaz al romperse y de los vehículos al colisionar. Los hrethgir habían enloquecido.
Una explosión sacudió la plaza del Foro. Los rebeldes habían robado algunas armas pesadas, tal vez las habían arrebatado a los robots averiados. Ajax conectó sus sistemas de seguimiento, y después subió a un ascensor que le dejó a la altura de la calle. Si los rebeldes habían dañado su magnífica estatua, se iba a enfadar muchísimo.
En la base de la colina, un grupo de neocimeks y centinelas robot habían dispuesto un círculo defensivo. Lanzaban proyectiles contra las masas vociferantes que se precipitaban hacia ellos como animales en estampida. Los cuerpos de los esclavos refulgían cuando eran alcanzados, y caían convertidos en montones de carne quemada, pero seguían acudiendo más, en oleadas, aun a sabiendas de que iban a morir.
—¡No os quedéis ahí quietos! —rugió Ajax—. ¿Preferís que carguen contra vosotros o perseguirles?
Era una pregunta retórica. La línea de neocimeks defensores se lanzó hacia delante, con sus miembros erizados de armas. Los cimeks repelieron la primera carga de rebeldes, mientras los centinelas retrocedían y tomaban posiciones colina arriba.
Ajax subió a una plataforma de construcción volante. Sobrevoló las multitudes, esquivó explosiones e incendios. Se dirigió hacia la plaza del Foro, tan furioso que le costaba controlar los sofisticados sistemas de su forma de gladiador.
Ajax vio que máquinas pensantes erigían perímetros defensivos en otras instalaciones de la ciudad. Había supuesto que la desorganizada rebelión se vendría abajo enseguida. Miles de humanos habían muerto ya. Tal vez la diversión no había hecho más que empezar.
Columnas de fuego, cohetes lanzados desde el friso de la victoria de los titanes. Ajax combinó y optimizó la resolución de sus fibras ópticas, y reconoció al humano que se erguía sobre el muro de piedra, disparando las armas ocultas: el traidor Iblis Ginjo. ¡Aja había sospechado de él desde el primer momento!
Vio enjambres de aquellos seres desagradecidos que utilizaba cables y pequeños explosivos para derribar las poderosas columna, que sostenían las majestuosas estatuas de los titanes. Cuando avanzó en la plataforma de carga, Ajax vio que su forma colosal se destrozaba contra las losas. La escoria lanzó un grito de júbilo. Otro proyectil surgió del friso.
Ajax aceleró la plataforma, rodeó el enorme mural de piedra y se acercó por detrás, lejos del alcance de los cohetes. La gigantesca estatua que representaba su forma humana yacía destrozada sobre el suelo, como un rey caído.
Ajax iba a descuartizar lenta y minuciosamente a Iblis Ginjo, y disfrutaría con cada uno de sus gritos.
De repente, toda una sección del monumento giró sobre sí misma, y el cielo se iluminó cuando una tremenda andanada de proyectiles salieron disparados contra Ajax. Uno de ellos alcanzó el bastidor de la plataforma volante, y el aparato se precipitó dando vueltas hacia el suelo.
El titán se desplomó con un tremendo estrépito. La plataforma estalló en pedazos, derribó el gigantesco mural y dañó los lanzacohetes.
El impacto de la forma de gladiador de Ajax pulverizó las baldosas. Sus sistemas integrados padecieron las consecuencias. Los mentrodos averiados enviaron un chorro de datos falsos e impresiones distorsionadas al cerebro incorpóreo. Estaba rodeado de monumentos destrozados por los ingratos humanos.
Oyó que Iblis arengaba a las masas, animándolas a terminar con el titán herido. Ajax conectó de nuevo los sistemas de su cuerpo de combate mediante un impulso mental enviado por los mentrodos. Si era capaz de ponerse en pie, aún podría luchar.
Las turbas se abalanzaron sobre él, pero las rechazó con sus extremidades artificiales, y por fin pudo erguirse sobre sus poderosas pero dañadas piernas, que se negaban a sostenerle con seguridad. Se inclinó a un lado y disparó de forma indiscriminada sus lanzallamas, que tendrían que haber bastado para disuadir a los rebeldes.
En cambio, gatearon sobre los cadáveres de sus camaradas caídos y siguieron avanzando…
Antes de que Ajax pudiera recuperar el equilibrio, o acabar de graduar sus fibras ópticas para ver con claridad qué estaba ocurriendo, Iblis extrajo un cohete intacto del friso y lo lanzó manualmente. Ajax intentó esquivarlo, pese a que solo funcionaban la mitad de sus sistemas, pero el proyectil destrozó una de sus seis patas y le hizo perder el equilibrio.
El guerrero emitió un aullido por su sintetizador de voz y se volvió hacia Iblis. Los esclavos enfurecidos se arrojaron sobre el cimek como ratones que intentaran derribar a un toro enloquecido.
Ajax se agitó frenéticamente en su cuerpo voluminoso y torpe, pisoteó y aplastó a las sabandijas, derribó a todos cuantos se interpusieron en su camino, pero más rebeldes le atacaron con armas primitivas y le dispararon con fusiles robados. Ajax mató o mutiló a cientos de seres humanos sin sufrir excesivos daños, pero la presión de los cuerpos, además de su pata destrozada, le entorpecía.
—¡Ha matado a miles de millones de personas! —gritó Iblis desde el friso—. ¡Destruidle!
¿Solo miles de millones? ¡Han de ser muchas más!
Con un supremo esfuerzo de energía mecánica, Ajax se alzó sobre la masa de humanos encolerizados y empezó a escalar el mural, gracias a una serie de soportes que surgían de las extremidades todavía funcionales. Iblis daba órdenes a sus ilusos rebeldes desde lo alto del mural.
Mientras Ajax trepaba, docenas de esclavos se aferraban a su cuerpo segmentado. Los repelía con una de sus cinco patas intactas y utilizaba las otras cuatro para escalar.
Un esclavo situado en lo alto del friso lanzó un pequeño explosivo que detonó en la pared, resquebrajó la piedra y provocó que las patas del cimek perdieran apoyo. Una docena de esclavos enloquecidos se desprendieron de su forma de gladiador, expulsados por la onda expansiva, pero muchos otros siguieron sujetos a él.
El cuerpo mecánico del titán se ladeó de manera precaria, y más humanos treparon sobre su espalda y dañaron sus componentes, le atacaron con cuchillos y bastones de calor.
Segundos después, los rebeldes cercenaron los conductos neuroeléctricos y seccionaron las fibras que surgían de su contenedor cerebral, de forma que paralizaron el gigantesco cuerpo del titán. Ajax tomó conciencia de que se precipitaba hacia el suelo.
Oyó los chillidos cuando cayó sobre cientos de hrethgir, que murieron aplastados al instante. Los gritos de dolor le deleitaron. Pero no podía moverse, estaba paralizado en su forma de combate como un inmenso insecto envenenado.
—¡Soy un titán! —rugió.
Ajax vio, gracias a sus fibras ópticas dispersas, que el capataz era aupado a hombros de los esclavos, y le señalaba con un dedo acusador.
—¡Arrancadle el blindaje!
Los mentrodos de Ajax detectaron que estaban dejando al descubierto su contenedor cerebral.
Con una sonrisa de triunfo, Iblis trepó sobre la forma de combate del titán, empuñando un garrote improvisado. El capataz, sonriente, destrozó con el bastón metálico las paredes de plaz del contenedor cerebral.
Golpeó una y otra vez, y sus seguidores se apresuraron a ayudarle, hasta reducir a pedazos el contenedor y convertir en pulpa el cerebro orgánico.
Eufórico por su hazaña, Iblis se irguió sobre el cadáver del titán y lanzó un grito de victoria. Su mensaje se alzó sobre las llamas que devoraban la ciudad.
Tras presenciar la muerte de uno de los cimeks más poderosos, el furor de las masas arreció. La noticia se propagó por las calles, y los indignados rebeldes se revolvieron contra todas las manifestaciones y símbolos de las máquinas. Los neocimeks y centinelas robot de las líneas defensivas salieron huyendo cuando los sublevados les persiguieron.
La supermente de Omnius no tuvo otra alternativa que tomar contramedidas radicales.
Nosotros no somos como Moisés… No podemos extraer agua de las piedras…, al menos a un coste económico.
Exploración ecológica imperial de Arrakis,
antiguos archivos (investigador no acreditado)
Bajo el calor de la tarde de Arrakis, los nómadas zensunni vendaron los ojos a Aurelius Venport con un trapo manchado.
La gente del desierto tampoco confiaba en Keedair, y le depararon el mismo trato indigno. Venport consideró la circunstancia parte de su inversión. Le había costado casi cinco meses de tedioso viaje hasta llegar aquí, con varias escalas en planetas alejados. Les seguiría la corriente.
—Nos vamos —dijo el naib Dhartha—. Podéis hablar entre sí, pero sería mejor que redujerais vuestra conversación al mínimo. Desperdiciar palabras es desperdiciar agua.
Venport notaba la presencia de gente a su alrededor, que le guiaba hacia delante. Tardó un poco en acostumbrarse, y tropezaba con frecuencia porque levantaba los pies más de lo normal, con el fin de tantear la superficie arenosa. El terreno era irregular, pero poco a poco se fue acostumbrando.
—¿Qué me dices de los gusanos de arena? —preguntó Keedair—. ¿No hemos de preocuparnos de…?
—Las cordilleras nos separan de la Gran Extensión, donde habitan los demonios.
—No estoy convencido de que esto sea absolutamente necesario —dijo Venport mientras avanzaba.
Dhartha replicó con firmeza, pues no estaba acostumbrado a que discutieran sus órdenes.
—Es necesario porque yo lo digo. Nunca un forastero, ni siquiera de este planeta, ha visto nuestras comunidades ocultas. No repartimos planos.
—Por supuesto. Me plegaré a vuestras normas —murmuró Venport—. Siempre que estéis dispuestos a ofrecernos especia.
Aunque en las selvas de Rossak abundaban fármacos misteriosos y alucinógenos exóticos, ninguno parecía provocar los notables efectos de la melange. Venport intuía que valía la pena investigar la sustancia, pese a la distancia que había recorrido y las incomodidades padecidas.
Durante los últimos meses, Venport había vendido con suma facilidad el cargamento de Keedair a buscadores de curiosidades a los que no importaba pagar un precio exorbitante. Aunque Venport se había quedado con la mitad de los beneficios, Tuk Keedair había obtenido una suma sustancial, más de la que habría conseguido por un cargamento de esclavos en buenas condiciones. Puesto que no había perdido dinero, no se había visto obligado a cortarse su querida trenza.
Venport tropezó con algo duro. Maldijo y casi cayó de rodillas, pero alguien le agarró del brazo y le sostuvo.
—Cuando tu gente me trajo melange de paquete en paquete, tardé una eternidad en llenar mi bodega —se quejó Keedair, cuya voz sonó a varios pasos de distancia por delante de él.
—Naib Dhartha —dijo Venport—, espero que se nos ocurra otro sistema de cara al futuro.
Si no, tendría que aumentar los precios, pero estaba seguro de que el mercado lo aceptaría.
Después de caminar durante horas a paso de ciego, los zensunni se detuvieron. A juzgar por los ruidos metálicos, Venport dedujo que estaban destapando un vehículo terrestre camuflado.
—Sentaos —dijo el naib Dhartha—, pero no os quitéis las vendas.
Keedair y él subieron al vehículo, que se puso en marcha a paso traqueteante. Después de muchos kilómetros, Venport supuso que se estaban acercando a una cordillera, pues hacía más fresco a la sombra. Habría formas de localizar esta aldea aislada, en el caso de que deseara tomarse la molestia. Habría podido coser un rastreador en la tela de su chaleco o en la suela de la bota.
Pero en aquel momento, Venport tenía otras prioridades. Albergaba la sospecha de que no había forma de burlar los deseos de aquella gente endurecida, de que controlaban por completo a sus visitantes, e incluso decidían quién salía vivo del desierto.
Cuando empezaron a ascender un camino empinado, el vehículo disminuyó la velocidad. Los zensunni volvieron a esconderlo y obligaron a caminar a sus invitados vendados. Los nómadas les guiaron entre peñascos y piedras rotas. Por fin, Dhartha les quitó las vendas, y vieron la entrada de una cueva, apenas iluminada. El grupo se encontraba al principio de un túnel. Venport parpadeó para adaptar su vista a la escasa luz proyectada por lámparas llameantes montadas en las paredes.