—Pues sí, qué mala suerte.
El ariete reventó por fin la puerta principal. Iblis hizo un gesto a sus fanáticos seguidores, y las masas arrollaron a los robots supervivientes.
Había llegado el momento de que Erasmo se marchara.
Como conocía el valor de sus pensamientos y conjeturas independientes, el robot no deseaba ser destruido. Él representaba el individualismo, el orgullo por el triunfo personal, la posible existencia de un alma. Quería continuar su trabajo, integrar las lecciones que había aprendido de esta revuelta fascinante.
Pero para eso, tenía que escapar.
Los sublevados se iban acercando poco a poco. Oyó el sonido de la destrucción que arrasaba su espléndida mansión. Le quedaba el tiempo justo para descender varios niveles en una plataforma, hasta llegar a un sistema de túneles que horadaba las colinas elevadas sobre el mar.
Titubeó, consciente de que debía abandonar a Serena Butler, pero decidió que ya había conservado a la mujer durante demasiado tiempo. Después de matar a su bebé, aún le había sido de menos utilidad, pues se negaba a proporcionarle más datos.
La muerte de su hijo la había convertido en un animal salvaje, que ya no se preocupaba por su propia existencia. Le había atacado en repetidas ocasiones, pese a sus generosas propuestas. Al final, aunque Erasmo se había sentido tentado de matarla sin más, no se había decidido. Muy interesante. Se había decantado por drogarla hasta sumirla en un sopor constante. Ahora, Serena se hallaba en uno de sus laboratorios, casi catatónica, puesto que Erasmo no había imaginado otra manera de contener sus esfuerzos por atacarle cada vez que recuperaba el conocimiento. Ahora ya no tenía tiempo de salvarla.
Erasmo subió a una cápsula oculta en una cueva de las cumbres nevadas. Acompañado por un ojo espía de Omnius, se elevó y voló en círculos sobre la ciudad en llamas.
—Te estás comportando como un necio, Erasmo —dijo la voz de Omnius desde una pantalla—. Tendrías que haber esperado a que la batalla se decantara en favor de mis máquinas pensantes. Como sucederá, inevitablemente.
—Tal vez, Omnius, pero he llevado a cabo un análisis de los riesgos que corría. Preferiría regresar a mi propiedad de Corrin, con el fin de continuar mis experimentos. Con tu permiso, por supuesto.
—Solo lograrás provocar más problemas —dijo Omnius. La cápsula llegó a uno de los espaciopuertos secundarios que todavía controlaban las máquinas pensantes—. Pero ahora, más que nunca, es fundamental que comprendamos al enemigo.
Erasmo buscó en la base de datos una nave pequeña que pudiera transportarle a Corrin. Gracias a su trabajo, había aprendido ya una lección importante: los humanos solo eran predecibles en un aspecto: en lo imprevisible de sus reacciones.
La vida es un banquete de sabores inesperados. A veces te gusta el sabor, otras no.
I
BLIS
G
INJO
,
Opciones para la liberación total
Los esclavos invadieron la villa del malvado robot, y celebraron su triunfo con una orgía de destrucción. Atrapado en el fuego de su entusiasmo, Iblis guió a un pequeño grupo por el laberinto de habitaciones y pasillos. Le siguieron como una cuadrilla de trabajo, aunque esta tarea en particular era mucho más satisfactoria.
—¡Por Serena! —aulló las palabras que los rebeldes querían oír. Corearon el grito.
Confiaba en encontrar al desprevenido Erasmo, que había asesinado con tanta sangre fría a un niño indefenso. También quería localizar a la valiente madre que había luchado contra las máquinas pensantes. Si pudiera liberar a Serena Butler, la convertiría en la punta de lanza del movimiento antiOmnius. Tenía que estar en algún rincón de la mansión…, si seguía con vida…
Cuando los sublevados irrumpieron en el edificio principal, Vorian Atreides se abrió paso hasta las primeras filas. Los rebeldes pisotearon los tapices decorativos y derribaron costosas estatuas. Vor corrió con ellos.
—¡Serena! —El tumulto ahogó su voz. Mientras sus compañeros arrasaban los símbolos de riqueza que Erasmo había amasado, Vor se dirigió hacia los invernaderos—. ¡Serena! ¡Serena!
Saltó sobre las formas metálicas de los robots caídos en los pasillos. Los invasores abrieron a golpes la pesada puerta que permitía el acceso a los almacenes de equipo de la mansión, y empezaron a apoderarse de herramientas susceptibles de convertirse en armas. Vor cogió un cuchillo (un arma más eficaz contra humanos que contra máquinas), volvió al pasillo y corrió hacia los laboratorios. Temía que el diabólico robot hubiera practicado una disección definitiva a su amada…
Dejó que el resto de la muchedumbre se diseminara por la propiedad. Entró en los recintos que habían albergado sujetos humanos experimentales. Víctimas liberadas, de mejillas hundidas y ojos alucinados, avanzaban tambaleantes por los corredores.
Vor llegó a un grupo de celdas de cuarentena. Intentó abrir las puertas, sin éxito. A través de pequeñas ventanas redondas vio a prisioneros apelotonados en el interior, algunos con la cara apretada contra el plaz, otros tumbados sobre el suelo de piedra. No vio a Serena entre ellos.
Tras un ojo de Omnius desactivado descubrió el mecanismo de apertura y abrió las celdas. Cuando los desesperados cautivos salieron en tromba, Vor gritó el nombre de Serena. Los prisioneros se aferraron a Vor, parpadeando a causa de la brillante luz. No podía dedicarles más tiempo, de modo que continuó su búsqueda.
Al fondo del recinto, en una zona esterilizada que contenía un ominoso instrumental quirúrgico, encontró por fin a Serena caída sobre el sucio suelo de plazmento con los ojos cerrados, como si hubiera despertado de un sueño inducido por drogas. Su vestido blanco y dorado estaba manchado y roto, y presentaba contusiones en la cara y los brazos. Estaba derrumbada como si estuviera muerta, o como una persona ansiosa por morir.
—¿Serena? —Tocó su mejilla—. Serena, soy Vorian Atreides.
La joven abrió los ojos, le miró como si no le reconociera. Vor vio su mirada desenfocada, sospechó que nadaba en las aguas profundas y desconocidas de drogas tranquilizantes. Erasmo habría intentado mantenerla controlada.
—No esperaba volver a verte —susurró ella por fin.
Ayudó a Serena a ponerse en pie y la sostuvo cuando las piernas le fallaron, todavía sonámbula. En los jardines posteriores, los jarrones volcados estaban llenos de sangre, pero Vor descubrió una fuente intacta, rodeada de gruesos helechos. Formó una copa con las manos para que Serena bebiera agua fresca y reconfortante. Después, mojó un trozo de tela y le lavó la cara y los brazos.
Daba la impresión de que la joven solo deseaba sumirse en la más negra inconsciencia, pero combatió la sensación y apoyé la espalda contra la pared para no caerse.
—¿Por qué estás aquí?
—He venido para llevarte a Salusa Secundus.
Los adorables ojos de Serena, vidriosos a causa del dolor y las drogas, cobraron repentina vida.
—¿Podrías hacerlo?
Vor asintió, con la intención de contagiarle confianza, pero se preguntó cómo iba a encontrar el
Viajero onírico
.
—Nuestra oportunidad durará poco.
Un destello de esperanza y energía alumbró en el rostro de Serena.
—Salusa… Mi Xavier…
Vor frunció el ceño cuando oyó el nombre, pero se concentró en la difícil tarea que les aguardaba.
—Hemos de irnos de aquí. Las calles son peligrosas, sobre todo para nosotros.
Ahora que tenía un objetivo, Serena apeló a toda su fuerza de voluntad para reunir energías. Cuando dieron media vuelta para salir, se toparon con Iblis Ginjo. El capataz sonrió, congestionado.
—¡Aquí estás! Bendita mujer, la gente ha roto sus cadenas para vengar el asesinato de tu hijo.
Vor sostuvo el brazo de Serena con aire protector, y su rostro se ensombreció.
—He de sacarla de aquí.
No estaba acostumbrado a que un humano le llevara la contraria, pero el líder de la revuelta no se apartó ni un centímetro.
Por lo visto, Iblis parecía más confiado en sus poderes de persuasión que en cualquier otra arma.
—Esta mujer es vital para la continuidad de la revolución. Piensa en lo mucho que ha sufrido. Tú y yo no somos enemigos. Hemos de unirnos para derrocar a…
Mientras la voz de Iblis resonaba como si estuviera pronunciando un discurso, Vor alzó con gesto amenazante el largo cuchillo que había cogido.
—Puede que en otro tiempo haya sido tu enemigo, pero eso se acabó. Soy Vorian Atreides.
Iblis pareció desconcertado.
—¿Atreides? ¿El hijo de Agamenón?
Un cúmulo de emociones se reflejó en el rostro de Vor, pero su mano no tembló.
—He de cargar con ese peso. Con el fin de redimirme, pondré a salvo a Serena. Omnius no tardará en traer refuerzos, aunque procedan de otros Planetas Sincronizados. No permitas que unos cuantos días de éxito te cieguen. La revuelta está condenada al fracaso.
Iblis explicó a toda prisa cuáles eran sus propósitos: convertir a Serena en la inspiración de la revuelta que acabaría con Omnius en la Tierra.
—Tú puedes fortalecer nuestro movimiento. Serena Butler y el recuerdo de su hijo asesinado sumarán partidarios a nuestro bando. ¡Piensa en lo que podemos conseguir!
En cualquier otro momento, Serena habría escuchado la llamada y sacrificado todo por el bienestar de tanta gente que sufría. Estaba impreso en su carácter, en su personalidad, pero el asesinato del inocente Marion había aplacado sus ansias de justicia, aniquilado una parte de su corazón.
—Tu causa es justa, Iblis —dijo Serena—, pero estoy exhausta a causa de todos los horrores padecidos. Vorian va a conducirme de vuelta a Salusa. He de ver a mi padre…, y contar a Xavier la suerte de su hijo.
Iblis sostuvo su mirada como si estuvieran conectados por un rayo electrónico. No quería enemistarse con ella, porque la necesitaba. Durante meses había ido construyendo una organización secreta de rebeldes, pero ahora intuía que jamás alcanzaría todo su potencial sin esta joven y todo cuanto ella representaba. Nunca despertaría el fervor religioso necesario.
Los ojos oscuros de Iblis destellaron.
—¿Un planeta de la liga? Dime, Atreides, ¿cómo vas a escapar de la Tierra?
—Creo que tengo un medio: mi nave, el
Viajero onírico
. Pero no puedo retrasar más la partida.
Iblis tomó la decisión al instante. Sabía que la rebelión podía esparcirse de planeta en planeta, pero desde otro centro.
—En tal caso, iremos juntos. Hablaré a la liga, convenceré a los nobles de que envíen refuerzos a la Tierra. ¡Han de ayudar a nuestra causa!
Oyeron ruidos de destrucción y gritos de violencia en una estancia contigua.
—Os protegeré de mis seguidores. No nos impedirán el paso. —Iblis hablaba en un tono muy convincente—. No escaparéis del recinto a menos que os ayude.
Vor le miró con sus ojos grises, ansioso por llevarse a Serena y alejarse de aquel sucio revolucionario. La joven apoyó la mano sobre su brazo, como si de pronto hubiera recuperado toda su energía.
—Déjanos marchar, por favor. Quiero huir de la Tierra y de esta pesadilla.
Dos hombres de Iblis salieron de un pasillo, seguidos de otros tres. Le miraron, a la espera de recibir órdenes. El líder rebelde necesitaba dejar a alguien en su lugar, mientras él intentaba reagrupar a todos, los humanos libres. Alguien de confianza.
Pensó en el subordinado de Eklo, y en la red de contactos e información del pensador.
—Traedme a Aquim de inmediato.
Aquim, desgarrado entre su herencia genética humana y el juramento de lealtad a los pensadores, miró a Iblis, mientras reflexionaba sobre su petición.
—Ya no eres neutral —dijo Iblis—. Ni tampoco Eklo. Tendréis que ayudarnos hasta el final. Necesito a alguien en quien pueda confiar para mantener viva la revuelta aquí, mientras yo voy a pedir apoyo a la liga.
Aquim parecía desbordado.
—Podrías tardar meses.
—Eso es lo mínimo que tardará en llegar la nave. —Aferró al monje por los hombros—. Amigo mío, una vez me dijiste que te pusiste al mando de un escuadrón de hombres contra las máquinas, y que cosechaste algunos éxitos. Recuerda lo que me dijo el pensador: nada es imposible.
El monje hizo acopio de valor.
—Existe una gran diferencia entre mandar un escuadrón y ponerse al frente de miles de personas.
—Cuando aún no te habías aficionado a la semuta, no habrías hecho esa distinción.
—¡La semuta no me embota! ¡Afila mis sentidos!
Iblis sonrió.
—Soy un experto a la hora de seleccionar gente, y reconozco tus dotes. Podría haber elegido otros hombres, pero confío en ti más que en nadie. Además de tu experiencia en el combate, posees una gran sabiduría, gracias a tu relación con el pensador. Eres el hombre perfecto para el trabajo, Aquim.
El hombretón asintió lentamente.
—Sí. Eklo me daría su bendición.
Antes de partir, Iblis condujo a Serena al lugar donde había ocultado y protegido el cadáver de su hijo. Había depositado la forma destrozada del pequeño Manion en un edificio anexo, nada más comenzar la revuelta.
Serena, inmóvil como la estatua de una diosa encolerizada, tocó la capa de polímero transparente que protegía el rostro cerúleo. Una película resistente envolvía al niño, al igual que las consecuencias del asesinato de este pequeño inocente envolvería a las máquinas pensantes.
—¿Le has… conservado incólume?
—Es una bolsa hermética, utilizada para procesar a los esclavos que mueren en el trabajo. —Iblis se esforzaba en que Serena comprendiera lo que había hecho—. Hay que pasar la voz de lo sucedido aquí, Serena. Se acordarán de tu hijo y de lo que representó. Construiremos un magnífico monumento en su memoria, le conservaremos en un sarcófago de plaz para que todos los humanos libres vayan a verle. —Miró a Vorian Atreides—. Nunca hay que subestimar el valor de un símbolo.
—¿Un altar? ¿No te estás adelantando a los acontecimientos, Iblis? —preguntó Vor, impaciente—. La revuelta todavía no ha triunfado.
Serena cogió al niño en brazos. Apenas pesaba.
—Si vamos a volver a Salusa Secundus, he de llevármelo. Su padre… se merece verlo una vez, al menos.
Antes de que Vor pudiera protestar, Iblis intervino.
—¡Todo el mundo ha de verlo! Esto nos ayudará a conseguir la ayuda de la liga. Has de convencerles de que vayan en auxilio de los esclavos de la Tierra, antes de que sea demasiado tarde. De lo contrario, habrá muchas más víctimas.