La Yihad Butleriana (74 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La Yihad Butleriana
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Vor sabía que no podía mentir.

—Soy el hijo del titán Agamenón. —Los soldados de la milicia se revolvieron inquietos. Las dos hechiceras reaccionaron con alarma y renovado nerviosismo—. Utilicé mi influencia para burlar las defensas del Omnius de la Tierra.

Iblis Ginjo se abrió paso hacia delante, con los ojos brillantes de entusiasmo.

—¡Toda la Tierra se ha levantado en armas! Los humanos se han liberado de sus amos mecánicos. Los rebeldes han acabado con titanes y neocimeks, destruido robots, arrasado instalaciones. Pero necesitamos la ayuda de la liga…

De pronto, la voz de Iblis se quebró. Vorian también sintió una terrible presión alrededor de su garganta. Los ojos de las hechiceras destellaban como si estuvieran sondeando las mentes de los recién llegados. La suspicacia impregnaba la atmósfera como si fuera humedad, cierta reticencia a confiar en los dos humanos renegados y en Serena Butler, a quien Omnius tal vez había lavado el cerebro.

Un súbito alboroto interrumpió la concentración de las hechiceras. Vor descubrió que podía respirar con facilidad otra vez. El virrey Manion Butler, que aparentaba diez años más que la última vez que Serena le había visto, apartó a los soldados y se abalanzó sobre ella como un toro salusano.

—¡Serena! ¡Mi querida hija! ¡Estás viva!

Las dos hechiceras se apartaron, al ver que nada podía impedir que el noble abrazara a su hija.

—Mi niña, mi niña… ¡No puedo creerlo! —Meció a Serena entre sus brazos. La joven empezó a llorar sobre su pecho, contra su voluntad—. ¿Qué te han hecho? ¿Qué te han hecho?

Serena descubrió que no podía contestar.

114

Los seres humanos confían en sus semejantes, que con frecuencia les decepcionan. La ventaja de las máquinas consiste en que son fiables y carecen de astucia. Eso también puede convertirse en una desventaja.

E
RASMO
,
Reflexiones sobre los
seres biológicos sensibles

El padre de Serena se la llevó cuanto antes del espaciopuerto con una multitud de atentos criados.

—El mejor lugar en que puedes estar ahora es la Ciudad de la Introspección, con tu madre. Allí podrás descansar y curar tus heridas, en paz y tranquilidad.

—Nunca volveré a tener paz —dijo la joven, esforzándose por controlar el temblor de su voz—. ¿Dónde está Xavier? He de…

Manion, con aspecto preocupado, palmeó su hombro.

—Se encuentra inspeccionando las defensas periféricas, y he dado orden de que regrese. En este momento vuela de camino a casa, y debería llegar mañana a primera hora.

La joven tragó saliva.

—He de verle en cuanto vuelva. En la nave…, nuestro hijo…, hay tantas cosas que…

Manion asintió, y dio la impresión de que no había oído la referencia a
su
hijo.

—No te preocupes por eso ahora. Muchas cosas han cambiado, pero estás de nuevo en casa, sana y salva. Eso es lo único que importa. Tu madre te está esperando, y descansarás con ella. Todo lo demás puede esperar a mañana.

Serena vio que oficiales de la milicia se llevaban a Iblis Ginjo y Vorian Atreides. Pensó que debería acompañarles y presentar el nuevo mundo a los antiguos servidores de Omnius.

—No seas duro con ellos —dijo Serena, cuando recordó el escepticismo de las hechiceras—. Nunca habían conocido a humanos libres. Ambos poseen información interesante.

Manion Butler asintió.

—Solo van a ser interrogados. La liga podrá obtener gran cantidad de información gracias a ellos.

—Yo también puedo colaborar —dijo Serena—. Vi muchas cosas terribles durante mi cautividad en la Tierra. Tal vez esta noche pueda volver y…

El virrey la acalló.

—Todo a su tiempo, Serena. Estoy seguro de que nuestras preguntas acabarán con tu paciencia, pero hoy no has de salvar el mundo. —Lanzó una risita—. La misma Serena de siempre.

Subieron a un vehículo terrestre de alta velocidad que les depositó al cabo de una hora en el retiro de las afueras de Zimia. Pese a sus ansias de volver a ver su planeta natal, todo se le antojaba borroso a Serena, y se fijó en escasos detalles.

Livia Butler les recibió a las puertas del tranquilo complejo, vestida con su sencillo hábito de abadesa. Saludó con un cabeceo a su marido, al borde de las lágrimas, dio la bienvenida a Serena a la Ciudad de la Introspección y les guió a través de una zona ajardinada hasta una acogedora y bien amueblada habitación, de colores apagados y sillas acolchadas. Acunó a Serena contra su pecho como si fuera una niña pequeña. Los grandes ojos de Livia se llenaron de lágrimas.

Ahora que Serena estaba con sus padres, sana y salva, se liberó del peso opresivo del cansancio y el miedo, y se sintió más capaz de hacer lo que era necesario. Con voz débil y temblorosa les habló del dulce Manion, de que había sido asesinado por Erasmo…, lo cual había encendido la llama de la rebelión en la Tierra.

—He de ver a Xavier, por favor. —Su rostro se iluminó—. ¿Y Octa? ¿Dónde está mi hermana?

Livia miró a su marido, y las palabras murieron en su garganta.

—Pronto, querida —dijo por fin—. Ahora has de descansar y recuperar fuerzas. Ya estás en casa. Tienes todo el tiempo del mundo.

Serena quiso protestar, pero el sueño la venció.

Cuando Xavier volvió de patrullar las fronteras del sistema salusano, la noticia ya le había llegado mediante una docena de mensajes de alegría y pena, cada uno un martillazo de dolor. La mezcla de felicidad, confusión y desesperación le dio ganas de estallar.

Como había viajado solo en su kindjal, Xavier tuvo tiempo de reflexionar sobre lo que había averiguado. Cuando su nave llegó al espaciopuerto de Zimia a una hora avanzada, se sintió increíblemente solo. Desembarcó en la pista de aterrizaje, iluminada por focos. Pasaba de la medianoche.

¿Cómo era posible que Serena estuviera con vida? Había visto los restos de su forzador de bloqueos en los mares grises de Giedi Prime. Las manchas de sangre coincidían con su ADN. Ni en sus sueños más delirantes había imaginado que Serena viviera todavía. ¡Viva! Y embarazada de él.

Y ahora, Serena había escapado. Había vuelto a casa. Pero su hijo, el hijo de ambos, había sido asesinado por las monstruosas máquinas.

Cuando Xavier bajó del kindjal, apenas percibió el olor a ozono y oxidación que desprendía el casco a causa del rápido descenso a través de los escudos descodificadores Holtzman. Vio a un hombre que le esperaba en la pista de aterrizaje, al parecer taciturno, las facciones demacradas bajo las luces del espaciopuerto, pero Xavier reconoció a Manion Butler, virrey de la Liga de Nobles.

—Me alegro mucho de que… hayas podido…

Manion Butler fue incapaz de terminar la frase. Avanzó y abrazó a su yerno, el joven oficial que no se había casado con Serena, sino con Octa.

—Serena está descansando en la Ciudad de la Introspección —dijo Manion—. No sabe… lo de Octa y tú. Es una situación delicada, desde todos los ángulos.

El virrey parecía al borde de la muerte. Estaba muy contento por el regreso de su hija, pero se le había partido el corazón al saber lo que había sufrido, lo que las máquinas habían hecho a su hijo…

—Serena querrá saber la verdad —dijo Xavier—. Mañana la veré. Dejemos que duerma bien esta noche. Los dos hombres, prestándose mutuo apoyo, se alejaron del kindjal. El virrey guió a Xavier hasta una nave que una cuadrilla de mantenimiento estaba inspeccionando con la ayuda de potentes focos. La nave negra y plateada era de una forma que Xavier solo había visto en una ocasión, una nave de actualización como la que había encontrado en Giedi Prime, cuando el traidor piloto humano había eludido los intentos de Xavier por capturarle.

—Serena encontró aliados entre los humanos de la Tierra —explicó Manion—. Dos hombres educados por las máquinas. Les convenció de que huyeran con ella.

Xavier frunció el ceño.

—¿Estás seguro de que no son espías? Manion se encogió de hombros.

—Serena confía en ellos.

—Con eso me basta.

Entraron en el
Viajero onírico
, y Xavier sintió una opresión en el pecho. Sabía adónde le conducía Manion. Reparó en extrañas configuraciones dentro de la nave de actualización, las curvas suaves, las pulcras líneas metálicas que denotaban eficacia y proponían una belleza inconsciente.

—No hemos movido al niño —dijo Manion—. Les dije que te esperaran.

—No sé si debería darte las gracias.

Cuando el virrey abrió un compartimiento cerrado y un delgado chorro de vapor frío se elevó en el aire, Xavier superó su reticencia y se inclinó hacia delante.

El cuerpo del niño estaba envuelto en un sudario oscuro y compacto que ocultaba los detalles específicos, y tan solo revelaba la pequeña forma de lo que había sido un niño pletórico de vida. Xavier tocó el envoltorio con suavidad, como si no quisiera perturbar el sueño de su hijo.

Manion respiraba con dificultad a su espalda.

—Serena dijo…, dijo que puso mi nombre al niño.

Cuando su voz se quebró, Xavier levantó los restos del niño que nunca había conocido, cuya existencia desconocía hasta que fue demasiado tarde. El niño parecía absurdamente liviano.

Xavier descubrió que no tenía nada que decir, pero cuando sacó a su hijo al aire nocturno de Salusa Secundus, para llevar a casa a Manion por primera y última vez, lloró sin disimulos.

115

Las máquinas pueden ser predecibles, pero también dignas de confianza. A la inversa, los humanos cambian de lealtades y creencias con notable e inquietante facilidad.

E
RASMO
,
Diálogos de Erasmo

Vorian Atreides estaba sentado a la mesa larga y pulida de una sala de interrogatorios, dispuesto a plantar cara a una multitud de líderes políticos, todos los cuales albergaban sospechas y preguntas. Confiaba en tener respuestas para todos.

Iblis Ginjo iba a ser interrogado por separado. La liga ya había enviado su nave exploradora más veloz a la Tierra para verificar su historia y conocer el estado actual de la revuelta.

El aspecto de la capital había asombrado a Vor. Los edificios de Zimia carecían de la majestuosidad indignante de la Tierra, y las calles parecían… desorganizadas. Pero la gente que veía, los colores, las ropas, la expresión de los rostros… Era como si hubiera despertado de un sueño. Vor decidió colaborar con los humanos libres lo máximo posible. Si le dejaban.

Para una sesión de interrogatorios como esta, Agamenón habría utilizado estimuladores del dolor y aparatos de tortura exóticos. Sin duda, la liga consideraba que tenía una oportunidad inmejorable de obtener información fidedigna sobre Omnius. Sentados alrededor de la mesa los representantes le contemplaban con curiosidad, algunos con odio o resentimiento, como mínimo.

Vor siempre se había sentido orgulloso de su linaje, engañado por las glorias teóricas de Agamenón y los titanes. No obstante, los humanos libres tenían una visión diferente de la historia. Una visión más exacta, esperó.

Vor, incómodo entre tanta gente nerviosa, se sentía abandonado, echaba de menos a Serena, confiaba en que estuviera bien. ¿Se había reunido ya con Xavier? ¿Querría ver a Vor de nuevo?

Antes de que el murmullo de conversaciones se apagara, Vor habló, eligiendo sus palabras con la máxima cautela.

—No me excusaré por mi conducta. Mi colaboración con las máquinas ha causado perjuicios y dolor a la gente gobernada por la Liga de Nobles. —Paseó la vista por la sala, y sostuvo la mirada de cada espectador intrigado—. Sí, he trabajado como hombre de confianza en una nave de actualizaciones, entregando copias de Omnius a los Planetas Sincronizados. Fui educado por las máquinas pensantes, me enseñaron su versión de la historia. Y reverencio a mi padre, el general Agamenón. Creía que era un gran cimek.

Una oleada de murmullos se elevó en la sala.

—No obstante, Serena Butler me abrió los ojos. Me retó a cuestionar lo aprendido, y comprendí que me habían engañado.

Le costaba verbalizar su ofrecimiento. Se le antojaba la traición definitiva a su pasado.

Así sea.
Respiró hondo y continuó.

—Deseo con todas mis fuerzas utilizar mis conocimientos y habilidades, así como mi precisa información sobre el funcionamiento de las máquinas pensantes, para ayudar a mis hermanos humanos, que se han rebelado contra Omnius en la Tierra.

Los representantes hablaron entre murmullos, cuando empezaron a darse cuenta del significado de sus palabras.

—Desconfío de cualquier hombre capaz de traicionar a su padre —dijo uno de los representantes—. ¿Cómo sabemos que no va a entregarnos información falsa?

Vor frunció el ceño. Para su sorpresa, la hermosa Zufa Cenva habló en su favor.

—Está diciendo la verdad. —Sus ojos oscuros le taladraron, y no pudo sostener su mirada más de un momento—. Si osara mentir, yo lo sabría.

Uno de los interrogadores examinó sus notas.

—Y ahora, Vorian Atreides, queremos hacerte muchas preguntas.

116

¿Existe mayor alegría que volver a casa? ¿Hay recuerdos más vívidos, esperanzas más radiantes?

S
ERENA
B
UTLER

Cuando Serena despertó con las primeras luces del alba, se encontró sola en una cama blanda, rodeada de sonidos, colores y olores tranquilizadores. Después de la muerte de Fredo, había visitado muchas veces a su madre en la Ciudad de la Introspección, y disfrutado de la atmósfera contemplativa, pero al cabo de un tiempo se hartó de tanta meditación y reflexión, y prefirió hacer algo más activo.

Se vistió a toda prisa, mientras la luz aumentaba de intensidad. Xavier ya habría regresado a Salusa. El breve sueño le había sentado bien, pero notaba una terrible opresión en el pecho, y sabía que no se libraría de ella hasta que anunciara a Xavier la terrible noticia concerniente a su hijo. Pese a su corazón y alma heridas, nunca había renegado de sus responsabilidades.

Antes de que la Casa de la Introspección despertara por completo, Serena salió a los edificios anexos y encontró un pequeño vehículo terrestre. No quería molestar a su madre. Alzó la barbilla con determinación, decidida a no permitir que transcurriera más tiempo.

Subió al vehículo y puso en marcha los motores. Sabía adónde tenía que ir. Serena pasó entre las puertas abiertas y tomó la carretera que conducía a la propiedad de Tantor, donde Xavier había establecido su hogar. Esperaba encontrarle allí…

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