Después, empezaron a recoger la especia, en grandes cantidades, más de las necesarias para el consumo de la tribu. Si la visión de Selim era cierta, el naib Dhartha estaba transportando la melange a Arrakis City para su exportación a otros planetas.
En su visión, las compuertas se abrían, y la arena se derramaba como una ola que ahogaba a los zensunni y se llevaba los restos de los gusanos de arena. ¡Shai-Hulud! El ambicioso naib Dhartha no comprendía las consecuencias de sus actos para su pueblo, para todo el planeta.
Selim se acercó con sigilo para observarle con un visor de alta intensidad que se había llevado de la estación botánica. Forzó la vista, reconoció gente con la que había crecido, aldeanos que le habían brindado su amistad, para luego rechazarle.
Selim no vio a Ebrahim entre ellos. Tal vez había sido encarcelado por sus delitos, ahora que ya no podía echar las culpas a Selim… Shai-Hulud haría justicia, de una manera u otra.
El malvado naib gritaba órdenes a su gente. Los trabajadores apenas podían cargar las cantidades que recogían. Dhartha habría encontrado un cliente.
Al principio, Selim se sintió fascinado, y después furioso. Por fin, decidió obedecer a su visión, al tiempo que se vengaba.
Llamó a Shai-Hulud con su martillo sónico. La bestia que acudió era relativamente pequeña, pero a Selim no le importó. Los animales más pequeños también eran más manejables.
Selim montó sobre la cabeza gacha del monstruo, para que todo el mundo le viera. Azuzó con la lanza al gusano para que corriera a mayor velocidad, y atravesó el océano de arena con un siseo constante.
Los zensunni habían sido muy cautos a la hora de montar el campamento, con el fin de que los gusanos no repararan en ellos. Al anochecer, la gente salía de sus refugios provisionales, donde se había guarecido del calor del día, y marchaba a recoger especia.
Mientras recordaba su visión y contestaba a la llamada, que ahora consideraba muy clara, Selim guió al gusano hacia el campamento.
Los zensunni siempre estaban en estado de alerta. Los vigías dieron la alarma en cuanto vieron acercarse al gusano, pero no pudieron hacer nada. El naib Dhartha ordenó con su voz profunda a los trabajadores que se dispersaran y pusieran a salvo. Corrieron sobre las dunas, abandonando sus tiendas y los contenedores de especia amontonados.
Selim controlaba el rumbo de Shai-Hulud con bastones y lanzas. El gusano se retorcía, frustrado por estar montado, con ganas de atacar algo. Selim tuvo que aguijonear su carne expuesta para impedir que devorara a todos los aldeanos.
No quería matar a ninguno…, aunque habría sido agradable ver al naib Dhartha devorado por un monstruo. Esto era más que suficiente. Selim cumpliría los deseos de Budalá, y frustraría los planes del naib de exportar enormes cantidades de especia.
Los aldeanos se dispersaron con paso sigiloso, para que el gusano no captara el ritmo de sus pasos. El monstruo atacó el campamento, levantando una nube de arena. Las tiendas desaparecieron o fueron engullidas en un abrir y cerrar de ojos.
Después, el gusano volvió su cabeza redonda y se acercó a devorar la melange recolectada. Destrozó los contenedores, tragó paquetes enteros, destruyó toda señal del trabajo realizado.
Desde lejos, los aterrorizados aldeanos, tal vez incluido el propio naib Dhartha, miraban desde las dunas, dispuestos a salir corriendo pero hipnotizados por el espectáculo. Selim, vestido con un manto blanco, cabalgaba a lomos del gusano. Tenían que distinguir forzosamente la silueta humana erguida sobre el demonio del desierto.
Selim rió con tanta fuerza que estuvo a punto de perder el equilibrio, y luego alzó las manos en un gesto de desafío. Había cumplido la voluntad de Budalá. La especia estaba a salvo, de momento.
Después, azuzó al gusano en otra dirección, lejos de los zensunni y los restos de su campamento.
De regreso, Selim dejó dos litrojones de agua entre los restos del campamento. Ya los sustituiría en su estación botánica, y bastarían para que los zensunni sobrevivieran. Podrían volver a su ciudad de las cavernas, si caminaban de noche y conservaban la humedad.
Como si fuera una profecía, encontró un saco de melange intacto. Lo aceptó como un regalo de Shai-Hulud. Había más especia de la que había transportado de una sola vez, pero no la consumiría, ni la vendería. Escribiría un mensaje con el polvo rojizo sobre la arena. Cuando regresó a la estación, hizo planes durante dos días, y después volvió a marchar.
Selim viajó a lomos de un gusano toda la noche, en dirección al pueblo del naib Dhartha. Durmió todo el día siguiente a la sombra de una escarpa rocosa, y luego continuó su viaje a pie, sin alejarse de las rocas. Conocía bien estos senderos y atajos, pues los había explorado de niño. Se ocultó en una hondonada y esperó en la oscuridad, cargado con su saco de melange…
Cuando se hizo de noche y las estrellas brillaron en el firmamento como millones de ojos helados, salió corriendo a la arena. Lo haría a gran escala, lo mejor que supiera. Corrió con pasos irregulares sobre la arena, derramó la melange formando líneas, enormes letras que parecerían sangre seca sobre las dunas.
La vieja Glyffa le había enseñado a leer y escribir en una época en que se sintió benévola con él, sin hacer caso de los demás aldeanos, incluyendo al padre de Ebrahim y al propio naib Dhartha, el cual se preguntaba de qué servía educarle tan bien.
Selim tomó la precaución de terminar antes de que se alzara la segunda luna. Tardó más de una hora en escribir aquellas sencillas dos palabras, y al final casi no le quedaba especia. Una vez terminado el mensaje, volvió corriendo a su refugio. En lugar de llamar a un gusano para regresar a casa, esperó al amanecer.
Al alba, vio docenas de rostros boquiabiertos y ojos desorbitados que miraban desde la entrada de las cuevas. Contemplaban el desierto con incredulidad y se llamaban entre sí. Oyó sus gritos ahogados de sorpresa y no pudo reprimir una sonrisa. Una pizca de melange en sus labios le hizo sentir todavía mejor.
Entre los nerviosos observadores, apenas pudo distinguir la silueta del naib Dhartha, que miraba con ojos rabiosos las dos palabras escritas por el exiliado en la arena.
SOY SELIM.
Podría haber dicho más, explicado más, pero Selim prefería el misterio. El naib sabría que era él la persona que había montado el gusano, tanto la primera vez, cuando había demostrado su habilidad, como cuando había destrozado el campamento. Budalá le había elegido, y ahora el naib tendría que vivir atemorizado. El joven se aplastó contra la roca, rió para sí y paladeó el sabor de la melange.
Después de hoy, todos sabrían que estaba vivo…, y el naib Dhartha comprendería que se había ganado un enemigo para toda la vida.
Las trascendentales exigencias de la religión han de estar en consonancia con las exigencias macrocósmicas de la comunidad más pequeña.
I
BLIS
G
INJO
,
El paisaje de la humanidad
Durante las semanas posteriores a su desdichado regreso, Serena Butler había declinado con delicadeza la sugerencia de su padre de que recuperara su papel en el Parlamento de la liga. De momento, prefería la Ciudad de la Introspección, los silenciosos y plácidos jardines. Los estudiantes de filosofía eran celosos de su privacidad, y la dejaban en paz.
Su opinión sobre la guerra, la liga y la vida había sufrido un cambio drástico, y necesitaba tiempo para analizar su nuevo papel en el universo y encontrar maneras de volver a ser útil. Incluso pensaba que podría ser más valiosa que antes…
La historia de la cautividad de Serena, el asesinato de su hijo y la rebelión de la Tierra se había propagado con celeridad. A instancias de Iblis Ginjo, el cuerpo conservado del pequeño Manion había sido instalado en una pequeña tumba con paredes de plaz en Zimia, un memorial que simbolizaba una de las miles de millones de víctimas de las máquinas pensantes.
Iblis, un orador incansable, había dormido poco desde su llegada a la capital, y pasaba cada hora con delegados, describiendo los horrores padecidos por los humanos a manos de los crueles cimeks y de Omnius, con el fin de reunir una fuerza numerosa de naves de guerra de la liga que fuera al rescate de los humanos de la Tierra. El líder rebelde quería que los salusanos le aceptaran como un héroe.
Iblis, que se había autoproclamado portavoz de Serena, hablaba con conocimiento de causa de los Planetas Sincronizados, y refería la espeluznante historia del asesinato del inocente Manion y de cómo Serena había atacado con las manos desnudas a las máquinas pensantes. Gracias a su valentía, había encendido la llama de una rebelión que había paralizado al Omnius de la Tierra.
Iblis aprovechó su talento para la oratoria y convenció a mucha gente de su sinceridad. Tenía en mente una estrategia dirigida al populacho que incluía enardecidos mítines presididos por la propia Serena. Era la persona perfecta para convertirse en el corazón de una rebelión a gran escala. Pero Serena continuaba recluida, ignorante del mar de fondo provocado en su nombre.
Aun sin ella, Iblis decidió defender la causa de la libertad humana, aunque se viera obligado a tomar todas las decisiones. No podía permitir que una oportunidad tal se le escapara de las manos. Intuía el poder de la opinión pública de Zimia, un arma que le sería muy útil. Hasta los políticos de la liga querían ir al rescate de los heroicos combatientes de la Tierra, pero tal como Serena le había advertido, no hacían más que enzarzarse en estériles e interminables discusiones en el Parlamento.
A petición del oficial, Iblis fue a reunirse con el segundo Harkonnen. Se sintió cohibido en la atestada habitación del cuartel general de la Armada. Al parecer, estas dependencias pertenecían a una antigua prisión militar, donde interrogaban en otro tiempo a los desertores. La habitación estaba rodeada de ventanas rectangulares, y Xavier paseaba de un lado a otro. Su silueta eclipsaba la escasa luz de día que se filtraba.
—Cuéntame cómo llegaste a convertirte en líder de las cuadrillas de trabajadores humanos —preguntó el oficial—. Un privilegiado como Vorian Atreides, que servía a las máquinas pensantes y obtenía beneficios mientras los demás humanos sufrían.
Iblis desechó sus acusaciones con un ademán, fingiendo que el segundo estaba bromeando.
—Trabajé con ahínco para conseguir beneficios y recompensas para mis trabajadores leales —dijo con voz resonante—. Todos salimos beneficiados.
—Algunos de nosotros sospechamos que tu entusiasmo es muy interesado.
Iblis sonrió y extendió las manos.
—Ni Vorian Atreides ni yo hemos intentado ocultar nuestro pasado. Recuerda que, para obtener información desde dentro, hay que estar dentro. No encontrarás mejores fuentes informativas que nosotros dos. Serena Butler también posee muchos conocimientos.
No perdió la calma. Iblis había plantado cara, y engañado, al titán Ajax, un interrogador mucho más aterrador y experto que el segundo Harkonnen.
—La Liga cometería una estupidez si dejara pasar esta oportunidad —añadió Iblis—. Contamos con los medios de ayudar a los rebeldes de la Tierra.
—Demasiado tarde. —Xavier se acercó más, con expresión severa—. Tú prendiste la llama de la revuelta, y después abandonaste a tus seguidores para que fueran masacrados.
—Vine aquí para pedir ayuda a la liga. No tenemos mucho tiempo si queremos rescatar a los supervivientes.
—No hay supervivientes —replicó Xavier sin mover un músculo de la cara—. No queda ninguno en todo el planeta.
Iblis, estupefacto, tardó en contestar.
—¿Cómo es posible? Antes de que partiéramos en el
Viajero onírico
, dejé al mando a un hombre leal y competente. Supuse que él…
—Basta, Xavier —dijo alguien desde un altavoz invisible—. La culpa y la sangre son tan abundantes que bastan para manchar las manos de todos nosotros. Vamos a decidir lo que debemos hacer a continuación, en lugar de intentar volver contra nosotros a uno de nuestros colaboradores en potencia más importantes.
—Como gustéis, virrey —respondió Xavier, tirante.
Las paredes de la sala de interrogatorios se iluminaron y apagaron, para revelar una sala de observación oculta, en la cual había una docena de hombres y mujeres sentados, a la manera de un tribunal. Iblis, aturdido, reconoció al virrey Butler en el centro del grupo, y a Vorian Atreides a un lado, con expresión satisfecha.
El virrey se levantó de su asiento.
—Iblis Ginjo, somos un comité especial del Parlamento enviado para investigar esta terrible noticia procedente de la Tierra.
Iblis fue incapaz de contenerse.
—¿El exterminio de toda la población de la Tierra? ¿Cómo es posible?
—En cuanto tu nave llegó aquí —dijo Xavier Harkonnen con voz sombría—, la Armada envió su nave de exploración más veloz. Al cabo de varias semanas, el piloto ha regresado con este espantoso informe. En la Tierra solo quedan máquinas pensantes. Todos los rebeldes han muerto. Todos los esclavos, todos los niños, todos los humanos traidores. Es muy probable que fueran exterminados antes de que el
Viajero onírico
llegara a Salusa Secundus.
El virrey Butler activó varias pantallas de gran tamaño empotradas en las paredes, las cuales mostraron escenas horrendas, montones de cadáveres mutilados, robots y cimeks que masacraban a multitudes de humanos que habían sido rodeados. Imagen tras imagen, con todo detalle.
—La Tierra, cuna de la humanidad, es ahora un inmenso cementerio.
—Demasiado tarde —murmuró Iblis, como atontado—. Toda esa gente…
La conversación se interrumpió cuando oyeron gritos de
¡Serena! ¡Serena!
en el exterior. Iblis se quedó asombrado al oír el nombre.
—Iblis Ginjo, no tengo palabras para expresar mi gratitud por devolverme a mi hija —dijo el virrey Butler—. Por desgracia, el hombre que dejaste al mando de la revuelta no estaba a la altura del desafío.
—Nadie habría podido triunfar, virrey —dijo Vorian Atreides con semblante sombrío—. Ni Iblis ni yo. Era solo cuestión de tiempo.
—¿Estás diciendo que es inútil luchar contra Omnius —replicó irritado el segundo Harkonnen—, y que cualquier revuelta está condenada al fracaso? Demostramos que esa idea es errónea en Giedi Prime…
—Yo también estuve en Giedi Prime, segundo. ¿Te acuerdas? Disparaste contra mí y provocaste graves daños en mi nave.