La Yihad Butleriana (65 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La Yihad Butleriana
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—¡Alto! —gritó Serena con una severidad que le recordó su antigua personalidad—. ¡Basta, Erasmo! Has ganado. Haré lo que desees.

El robot se detuvo ante la barandilla del balcón, asió a Manion por el tobillo izquierdo y lo alzó sobre el borde. Serena chilló. Erasmo dio una breve orden al centinela.

—Impide que se entrometa.

Sujetó al niño cabeza abajo sobre la plaza pavimentada, como un gato que jugara con un ratón indefenso.

Serena se precipitó hacia delante, pero el robot centinela le cerró el paso. Ella le golpeó con tal fuerza que el robot fue a parar contra la barandilla, antes de recuperar el equilibrio y apoderarse del brazo de Serena.

Abajo, los esclavos humanos alzaron la vista y señalaron el balcón. Una exclamación colectiva se alzó, seguida de un susurro.

—¡No! —gritó Serena mientras intentaba liberarse de la presa del robot—. ¡Por favor!

—Debo continuar mi importante trabajo. Este niño es un factor perturbador.

Erasmo balanceó al niño sobre el abismo. La brisa agitó su manto. Manion se retorcía y chillaba, llamaba a su madre.

Serena miró el rostro reflectante, pero no vio compasión ni preocupación.
¡Mi
precioso bebé!

—¡No, por favor! Haré lo que…

Los esclavos no daban crédito a sus ojos.

—Serena… Tu nombre se deriva de
serenidad
. —Erasmo alzó la voz para hacerse oír sobre los aullidos del niño—. ¿Lo entiendes?

La joven se lanzó contra el robot centinela, estuvo a punto de soltarse y extendió la mano, desesperada por apoderarse de su hijo.

De repente, los dedos de Erasmo se abrieron. Manion cayó a la plaza.

—Bien. Ya podemos volver al trabajo.

Serena lanzó un grito tan estruendoso que no oyó el terrible sonido del cuerpo al estrellarse contra el pavimento.

Indiferente al peligro que corría, Serena se soltó por fin, desgarrándose la piel, y empujó al robot centinela contra la barandilla. Cuando el robot recuperó el equilibrio, ella le empujó de nuevo, esta vez con más fuerza. El robot rompió la balaustrada y se precipitó al vacío.

Sin prestar atención a la máquina, Serena atacó a Erasmo y le golpeó con sus puños. Intentó mellar o arañar su cara de metal líquido, pero solo consiguió hacerse sangre en los dedos y romperse las uñas. En su frenesí, Serena desgarró el manto nuevo del robot. Después, agarró un jarrón de terracota del borde del balcón y lo rompió contra el cuerpo de Erasmo.

—Deja de portarte como un animal —dijo Erasmo. La envió de un manotazo al suelo.

Iblis Ginjo, que supervisaba a la cuadrilla de la plaza, contemplaba la escena con absoluta incredulidad.
¡Es Serena!
, gritó uno de los trabajadores de la villa, que la había reconocido. Su nombre fue coreado por los demás, como si la reverenciaran. Iblis recordaba a Serena Butler de cuando la había visto con los nuevos esclavos llegados de Giedi Prime.

Entonces, el robot soltó al niño.

Sin preocuparse por las consecuencias, Iblis corrió en un desesperado e infructuoso intento por atrapar al niño. Al ver la valiente reacción del capataz, muchos esclavos se precipitaron hacia delante.

Iblis se detuvo ante el cuerpo ensangrentado y comprendió que no podía hacer nada. Incluso después de todas las atrocidades que había visto cometer a cimeks y máquinas pensantes, este ultraje parecía inconcebible. Sostuvo el cuerpecillo destrozado en sus brazos y alzó la vista.

Serena estaba luchando contra sus amos. Los obreros lanzaron una exclamación ahogada y retrocedieron cuando lanzó por encima de la barandilla a un centinela robot. Como un destello metálico, la máquina pensante se estrelló contra las losas de piedra, no lejos de la mancha de sangre que había dejado el niño muerto. Quedó hecho añicos, sus componentes metálicos y fibrosos rotos, el líquido de los circuitos gelificados rezumando por las grietas…

Mortificados y consternados, los esclavos contemplaban la escena.
Como leña preparada para arder
, pensó Iblis. ¡Una cautiva humana se había enfrentado a las máquinas! ¡Había destruido a un robot con sus propias manos! Gritaron su nombre, asombrados.

En el balcón, una desafiante Serena seguía increpando a Erasmo, mientras él la empujaba hacia atrás con su fuerza superior. El coraje apasionado de la mujer sorprendió a todos.
¿Podía ser más claro el mensaje?

Un grito de cólera se elevó de las gargantas de los obreros cautivos. Ya habían sido aleccionados durante meses por las instrucciones y manipulaciones sutiles de Iblis. Había llegado el momento.

Con una sonrisa de triste satisfacción, dio la orden. Y los rebeldes se precipitaron hacia delante, en un acto que sería recordado durante diez mil años.

100

Los monolitos son vulnerables. Para perdurar, hay que poseer movilidad, resistencia y diversidad.

B
OVKO
M
ANRESA
, primer virrey de la Liga de Nobles

Cuando el grupo de combate de la Armada partió de Poritrin, las multitudes de Starda no eran tan numerosas, y los vítores eran mucho más tímidos. Se había propagado a gran velocidad la noticia de que los esclavos habían saboteado un trabajo vital. Era una vergüenza para todo el planeta.

Niko Bludd, muy decepcionado, vio desaparecer las estelas jónicas de las naves. Después, flotó en su plataforma ceremonial sobre los esclavos reunidos. Había ordenado que los supervisores congregaran a todos los esclavos para una inspección.

Lord Bludd habló por un proyector vocal que tronó sobre los esclavos.

—¡Habéis decepcionado a Poritrin! Habéis deshonrado a la humanidad. Vuestro sabotaje ha malogrado el esfuerzo bélico dirigido contra nuestros enemigos. ¡Esto se llama traición!

Les miró con ojos llameantes, esperando ver señales de remordimiento, abyectas súplicas de perdón, cabezas gachas en señal de culpa. En cambio, los esclavos parecían desafiantes, como orgullosos de lo que habían hecho.

Dado que los esclavos no eran ciudadanos de la liga, no podían ser, culpables de traición, pero le gustaba el sonido ominoso de la palabra. Esta gente ignorante no captaría las sutiles diferencias.

Sorbió por la nariz, y recordó un antiguo castigo navacristiano, cuya intención era asestar un golpe psicológico no violento.

—Declaro un Día de Vergüenza. Dad gracias a que el segundo Harkonnen detectara vuestra incompetencia antes de que se perdieran valiosas vidas. Pero vuestras acciones han perjudicado nuestra lucha constante contra Omnius. No podréis lavaros la sangre de vuestras manos.

Sabiendo que eran supersticiosos, les maldijo.

—¡Que esta vergüenza recaiga sobre vuestros descendientes! ¡Que los cobardes budislámicos nunca se vean libres de su deuda con la humanidad!

Enfurecido, ordenó a los dragones que la plataforma se alejara del espaciopuerto.

Bel Moulay había estado esperando una situación explosiva como ésta. Nunca más habría tantos esclavos congregados al mismo tiempo. El líder zenshiíta ordenó a sus hermanos que entraran en acción.

Los supervisores y dragones tenían órdenes de devolver los esclavos a sus amos. Casi todo el trabajo rutinario de Poritrin había quedado paralizado mientras las naves de la Armada estaban aparcadas en el espaciopuerto, y algunos nobles habían expresado su impaciencia por volver a la normalidad.

Pero ahora, los cautivos se negaban a moverse, se negaban a trabajar.

Bel Moulay gritó a los que estaban cerca de él, despertó las semillas que había plantado durante mítines secretos, mes tras mes. Habló en galach, para que todos los nobles le entendieran.

—¡No trabajamos para negreros! ¿Qué más da ser oprimidos por las máquinas pensantes o por vosotros? —Alzó un puño—. ¡Bien sabe Dios que la razón está de nuestra parte! ¡Nunca cejaremos en nuestra lucha!

Un aullido resonó al unísono. La rabia contenida se esparció como fuego sobre combustible, antes de que los dragones o los nobles fueran capaces de reaccionar.

Moulay gritó en dirección a la plataforma que se alejaba.

—¡Niko Bludd, eres peor que las máquinas pensantes, porque esclavizas a los de tu misma especie!

Una masa de zenshiítas y zensunnis rodearon de repente a los estupefactos supervisores y les desarmaron. Un supervisor que llevaba un pañuelo negro alrededor de la calva alzó los puños y gritó órdenes, pero no supo qué hacer cuando los esclavos hicieron caso omiso. Los insurgentes aferraron las mangas del hombre, tiraron de su mono de trabajo y le arrastraron hacia sus recintos, donde tantos infortunados compañeros habían quedado aprisionados después de la fiebre mortífera.

Bel Moulay había enseñado a los esclavos a ser eficaces. Debían tomar rehenes, no masacrar a los nobles. Solo de esta manera conseguirían negociar su libertad.

El barbudo líder zenshiíta señaló varios cobertizos destinados a guardar maquinaria, así como cuatro barcos viejos que habían quedado varados en la marea baja. Sus seguidores les prendieron fuego. Las llamas se alzaron como flores naranja, y su polen de humo cubrió el espaciopuerto. Los esclavos, liberados repentinamente de toda restricción, saltaron a las pistas de aterrizaje, donde diseminaron obstáculos para impedir que aterrizaran naves comerciales.

Algunos jóvenes insurgentes se abrieron paso entre la primera fila de espectadores atónitos. Los dragones abrieron fuego, y varios rebeldes cayeron, pero los demás esclavos invadieron las calles de Starda y desaparecieron como peces entre cañas. Se internaron en callejuelas, saltaron sobre barcazas flotantes y techos de almacenes, hasta encontrarse con otros niños esclavos que habían estado esperando esta oportunidad.

Los niños transmitieron la buena nueva en el antiguo idioma de caza chakobsa, que todos entendían. Y la rebelión se propagó…

Tio Holtzman estaba malhumorado y confuso, avergonzado de que la primera exhibición a escala militar de sus innovadores escudos se hubiera saldado con el fracaso. Preocupado mientras Norma Cenva trabajaba en sus diseños, tardó en darse cuenta de que la comida no había llegado, de que su taza de té de clavo se había enfriado. Burlado por una complicada integral, tiró la toalla, disgustado.

Reinaba un silencio extraño en la casa y los laboratorios.

Frustrado, tocó el timbre para llamar a los criados, y luego volvió a su trabajo. Minutos después, como no había obtenido respuesta, llamó de nuevo, y luego vociferó en los pasillos. Cuando vio a una mujer zenshiíta que se alejaba por el corredor, la llamó, pero ella se limitó a mirarle con una expresión peculiar y se volvió en dirección contraria.

No dio crédito a sus ojos.

Después de llamar a Norma, los dos entraron en la sala llena de calculadores. Encontraron a los esclavos charlando en su idioma, con los papeles y los aparatos de cálculo delante de ellos.

—¿Por qué no termináis vuestros deberes? —tronó Holtzman—. Hay que concluir proyectos. ¡Un trabajo importante!

Los esclavos arrojaron al suelo lo que había sobre las mesas como un solo hombre.

El sabio se quedó patidifuso. A su lado, Norma parecía comprender la situación mejor que él.

Holtzman llamó a los guardias de la casa, pero solo respondió uno, un sudoroso sargento que se aferraba a sus armas como si fueran anclas.

—Mis disculpas, sabio Holtzman. Los demás dragones han sido llamados por lord Bludd para sofocar los disturbios del espaciopuerto.

Holtzman y Norma corrieron a la plataforma de observación, donde divisaron por un telescopio los incendios que rodeaban el espaciopuerto. Había grandes multitudes congregadas, y aun desde aquella distancia oyó el sabio el ruido de la chusma.

—¡Ya estamos hartos de ser esclavos! —gritó un calculador cuando su amo le dio la espalda—. ¡No volveremos a trabajar para ti!

Holtzman giró en redondo, pero no pudo identificar al que había hablado.

—¿Estáis locos? ¿Creéis que me reclino en un diván mientras vosotros trabajáis? ¿No habéis visto los globos de luz que alumbran mi despacho hasta bien entrada la noche? Esta interrupción perjudica a toda la humanidad.

Norma intentó razonar con ellos.

—Os alimentamos y vestimos, os proporcionamos una vivienda decente, y lo único que os pedimos a cambio es vuestra colaboración en unos simples cálculos. Hemos de luchar contra nuestro enemigo común.

—Sí —intervino Holtzman—, ¿preferís volver a vuestros planetas malolientes e incivilizados?

—Sí —gritaron al unísono los esclavos.

—Idiotas egoístas —murmuró el sabio, y miró de nuevo por la ventana los incendios y los grupos de esclavos—. ¡Inconcebible!

No se consideraba un mal amo. Trabajaba tanto como estos hombres.

Desde la plataforma donde estaban Holtzman y Norma, el río parecía de un tono grisáceo, pues reflejaba el color de las espesas nubes.

—Si esta rebelión se extiende a los campos de cultivo y las minas —especuló Norma—, cabe la posibilidad de que las fuerzas militares de lord Bludd no puedan sofocarla.

Holtzman negó con la cabeza.

—Estos arrogantes budislámicos solo piensan en ellos mismos, como cuando huyeron de los titanes. Jamás serán capaces de ver más allá de sus estrechos horizontes. —Dirigió una última mirada a una sala llena de indignados calculadores—. Ahora, tú y yo tendremos que perder tiempo enfrentándonos con esta gente, en lugar de luchar contra el auténtico enemigo. —Escupió en el suelo, pues no se le ocurrió otra manera de expresar su disgusto—. Será un milagro si logramos sobrevivir.

Ordenó que cerraran a cal y canto la sala de los calculadores y no se les entregaran raciones alimenticias hasta que volvieran a trabajar. Norma, inquieta, trotó a su lado.

Aquella tarde, lord Bludd recibió una lista de exigencias del líder de la insurrección. Protegido por sus seguidores, Bel Moulay exigía la liberación de todos los zenshiítas y zensunnis, y salvoconductos para regresar a sus planetas.

En el aeropuerto asediado, los rebeldes retenían como rehenes a muchos nobles y supervisores. Los edificios ardían, en tanto Bel Moulay pronunciaba apasionados discursos desde el corazón de las turbas, alimentando las llamas…

101

¿Es real una religión si no cuesta nada y no comporta riesgos?

I
BLIS
G
INJO
, notas al margen de una agenda robada

Lo fundamental era elegir el momento. Durante meses, Iblis había aleccionado a sus cuadrillas y esperado la señal prometida que lanzaría una revuelta violenta y coordinada. Pero había intervenido algo más, un acontecimiento de proporciones incalculables. El asesinato de un niño humano perpetrado por una máquina, y la escena increíble de la madre atacando y destruyendo a un robot.

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