La Yihad Butleriana (63 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La Yihad Butleriana
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—Buenos días, esclava. Has dormido más de lo que había previsto. —Dejó la bandeja y procedió a liberar las muñecas de Serena—. Estaba limpiando mis instrumentos médicos.

Furiosa con él, y muerta de miedo, la joven tocó las marcas de la operación, palpó su abdomen dolorido.

—¿Qué me has hecho?

—Una simple precaución para solucionar un problema que nos concierne a los dos —respondió con calma el robot—. Te he extraído el útero. Ya no tendrás que preocuparte por la distracción de tener más hijos.

97

La codicia, la ira y la ignorancia envenenan la vida.

P
ENSADOR
E
KLO
, de la Tierra,
Más allá de la mente humana

Cuatro meses después del ataque de las máquinas pensantes contra Rossak, Zufa Cenva dedicaba su tiempo y energías a entrenar nuevas candidatas. Habían perdido muchas en la batalla psíquica contra los cimeks.

Aurelius Venport se había comportado con eficacia durante la crisis, evacuando a la gente a los refugios de la selva mientras los cimeks destruían todo cuanto encontraban a su paso. Pero Zufa apenas se había dado cuenta. Mientras Venport sufría por la tensión y responsabilidad que la hechicera cargaba sobre sus hombros, la mujer no pensaba casi nunca en su amante. Siempre había sido así y Venport se estaba cansando.

Zufa nunca se había molestado en comprobar de qué eran capaces los hombres de Rossak. Pese a sus proezas telepáticas, Zufa no entendía el funcionamiento práctico de su mundo protegido. No sabía casi nada de cómo el patriota Venport mantenía fuerte la economía de Rossak.

Durante años, sus equipos de químicos habían estudiado el potencial médico y recreativo de las plantas, cortezas, líquidos y hongos de la selva. Cirujanos militares e investigadores médicos de toda la liga dependían del suministro continuado de drogas procedentes de las junglas de Rossak.

Además, había empezado la producción de los innovadores y eficaces globos de luz que Norma había inventado y compartido con él. Los beneficios de este negocio pagarían la reparación y reconstrucción de las plataformas orbitales dañadas, la reconstrucción de las ciudades cavernarias y también la presencia de más naves exploradoras y vigías de la Armada.

Por lo visto, Zufa pensaba que esas cosas eran gratis. Los negocios de Venport sufragaban todos los gastos.

En cualquier momento que así lo deseara, podría recoger sus créditos y vivir como un rey en otro planeta, pero se sentía hijo de Rossak. Aunque la hechicera le trataba con escaso cariño y afecto, la amaba.

Venport sonrió para sí mientras subía a la sección ondulante de pavimento que cubría las copas polimerizadas de los árboles. Las naves pequeñas podían aterrizar allí, pero las barcazas de carga tenían que permanecer en el espacio, atracar en las estaciones orbitales y descargar las cajas de una en una. En la selva, enredaderas y hierbas altas ya habían empezado a cubrir las zonas quemadas por los cimeks. La naturaleza sabía curarse a sí misma.

Alzó la vista y buscó la lanzadera esperada, complacido de ver que era puntual. La vio descender, una pequeña nave privada propiedad de un mercader de carne tlulaxa llamado Tuk Keedair, un hombre que atacaba Planetas No Aliados en busca de esclavos. Keedair también vendía órganos biológicos, cultivados al parecer en sofisticados tanques de Tlulax.

También él comerciante, Venport nunca había considerado la esclavitud un negocio lucrativo o sensato. Tan solo un puñado de planetas de la liga permitían la práctica, pero Keedair gozaba de buena fama entre sus clientes. Hoy, el hombre deseaba hacer una propuesta diferente a Aurelius Venport, no relacionada con la esclavitud. Venport, picado por la curiosidad, había accedido a reunirse con él.

Después de que la pequeña lanzadera tlulaxa aterrizara, Keedair bajó. Se detuvo con los brazos en jarras, vestido con una blusa azul embutida en unos pantalones negros ceñidos. Una trenza oscura veteada de gris colgaba sobre su hombro como una medalla de honor.

Venport extendió una mano a modo de saludo. Para esta ocasión, llevaba un justillo ceñido en la cintura y botas hechas de la piel verdenegruzca de un reptil arbóreo. Keedair alzó una mano encallecida.

—He traído unas muestras que quiero enseñarte —dijo el mercader—, e ideas que te engolosinarán.

—Vienes a mí con fama de visionario y hombre prudente, Tuk Keedair. Cuéntame tus ideas.

Mientras las hechiceras estaban ocupadas en sus interminables consejos de guerra, Venport condujo a su invitado a una sala de recepciones. Los dos hombres se quedaron solos, bebiendo un potente té de hierbas selváticas para observar los ritos sociales.

Por fin, Keedair sacó una muestra de polvo marrón y se la entregó.

—Hace nueve meses, encontré esto en Arrakis.

Venport olió, y a instancias de su invitado, probó la sustancia.

Apenas oyó las palabras posteriores del tlulaxa, tan concentrado estaba en la notable experiencia que exigía toda su atención. Si bien estaba muy familiarizado con los estimulantes recreativos y sustancias que alteraban el estado de ánimo, procedentes de las selvas de Rossak, nunca había imaginado que algo así existiera.

La melange parecía impregnar cada célula de su cuerpo, transmitir energía y vitalidad directamente a su cerebro, pero sin las habituales distorsiones sensoriales. Era un placer…, pero mucho más que eso. Venport se reclinó en su silla y sintió que la sustancia le seducía y relajaba, le controlaba sin controlarle. Era una paradoja. Sentía su mente más agudizada que nunca en su vida. Hasta el futuro parecía claro.

—Me gusta mucho. —Venport exhaló un suspiro de satisfacción y probó otra muestra del polvo—. Puede que me convierta en nuestro mejor cliente.

Ya sospechaba que encontraría muchos compradores en la liga. Muchos, muchos más.

Los dos hombres se pusieron de acuerdo sobre los detalles y se estrecharon las manos. Luego, tomaron otra taza de té de Rossak… mezclado con melange.

Aurelius Venport accedió a viajar con el mercader de carne a los confines del territorio explorado. Sería un largo viaje de ida y vuelta, puesto que Arrakis se hallaba muy lejos, pero el hombre de Rossak quería ver con sus propios ojos la fuente de la melange, y ver cómo podría convertir el cultivo de especia en un negocio ventajoso.

Tal vez Zufa se fijaría en él después de esto.

98

Los gobiernos más tradicionales dividen al pueblo, lo enfrentan entre sí para debilitar la sociedad y hacerla gobernable.

T
LALOC
,
Debilidades del Imperio

En un magnífico despliegue militar, un grupo de ballestas y jabalinas de la liga sobrevolaban Poritrin. En el puente de la nave insignia, un orgulloso e inexpresivo segundo Xavier Harkonnen se erguía con el uniforme de gala, estudiando el planeta de aspecto plácido.

Lord Bludd se había ofrecido a equipar las naves de la Armada con los nuevos escudos de Tio Holtzman. En el espaciopuerto de Starda se habían montado instalaciones provisionales para acomodar a las numerosas naves. Todas las naves comerciales habían sido enviadas a otros lugares para convertir el espaciopuerto en base militar y astillero provisionales. Cuadrillas de esclavos especializados habían sido apartados de sus ocupaciones habituales y destinados a la instalación.

Xavier no estaba muy convencido de depositar tanta confianza en una tecnología tan reciente, pero el equilibrio de poder tendría que cambiar de manera significativa antes de que la humanidad pudiera conquistar otros Planetas Sincronizados. Había que correr riesgos.

Las inmensas naves de guerra de tipo ballesta descendieron con majestuosidad. Además de su armamento reglamentario, cada nave transportaba mil quinientos tripulantes, veinte transportes de tropas, quince lanzaderas de carga y equipo, veinte lanzaderas de pasajeros más pequeñas, cincuenta patrulleras de largo alcance y doscientos kindjals para combate espacial o atmosférico. Esas naves tan enormes pocas veces aterrizaban en superficies planetarias, pero las ballestas relucían ahora a la luz del sol.

Después de las ballestas llegaron los destructores de clase jabalina, más pequeños, capaces de superarlas en velocidad, si bien, en proporción, transportaban mayor cantidad de armas para respuestas rápidas y decisivas.

Nobles y ciudadanos libres de Poritrin, separados de los esclavos, saludaban y silbaban. Las barcazas que surcaban el Isana tocaban las bocinas. Como parte de la exhibición, escuadrones de kindjals y naves patrulleras volaban alrededor de las naves de mayor tamaño como avispas protectoras.

En cuanto la nave insignia aterrizó, Xavier salió y fue recibido por un coro de vítores. La enorme ballesta se cernía sobre él, y se sintió minúsculo.

Pero todo el mundo dependía de él, y tenía un trabajo que hacer. Tras una breve pausa para orientarse, avanzó sin vacilar, flanqueado por sus oficiales y seguido por la primera línea de sus tropas, que formaban una hilera perfecta. Les había preparado bien.

Acompañado por cuatro asesores y once dragones, lord Niko Bludd se acercó a él. El noble se tiró la capa hacia atrás y estrechó la mano de Xavier.

—Bienvenido a Poritrin, segundo Harkonnen. Si bien esperamos terminar nuestras tareas cuanto antes, durante vuestra estancia mi pueblo descansará mejor de noche, sabiendo que goza de vuestra magnífica protección.

Más tarde, mientras Bludd les obsequiaba con un lujoso banquete, Xavier delegó responsabilidades en sus oficiales de confianza. Sus subcomandantes supervisaron la organización de las cuadrillas de trabajadores en el espaciopuerto, así como la instalación de los generadores Holtzman. Bajo el cauteloso mando del segundo, los nuevos sistemas se incorporarían a un escuadrón de patrulleras, con el fin de que pudiera inspeccionar las obras y poner a prueba la tecnología.

A continuación, los mecánicos de Poritrin equilibrarían los sistemas y dispondrían múltiples escudos para cubrir puntos vulnerables de las jabalinas y las ballestas. Si los escudos funcionaban como era de esperar durante las rigurosas demostraciones de prueba, Xavier ordenaría que otros grupos de combate quedaran estacionados de manera provisional en Poritrin para someterse a mejoras similares. No quería que demasiadas naves de la Armada estuvieran en dique seco a la vez, no fuera que algunos planetas de la liga quedaran indefensos, ni tampoco deseaba que los espías de Omnius se enteraran de lo que se estaba fraguando.

Casi todas las armas de los robots consistían en proyectiles y explosivos, bombas inteligentes programadas que perseguían a sus objetivos hasta hacer impacto. Mientras los proyectiles de inteligencia artificial no aprendieran a disminuir su velocidad y penetrar en los escudos, la protección sería suficiente y decisiva.

Gracias a un informe confidencial, Xavier había sido informado del defecto más importante del escudo, su violenta interacción con los láseres. Sin embargo, como tales armas casi nunca se utilizaban en combate debido a que se habían demostrado ineficaces para la destrucción a gran escala, consideró que se trataba de un riesgo aceptable. Siempre que la Armada pudiera ocultar ese secreto a Omnius…

En las torres cónicas del salón de la residencia de lord Bludd, Xavier escuchó a los juglares que cantaban himnos y canciones inspiradas por una fiesta navacristiana semiolvidada que aún se celebraba de vez en cuando en Poritrin. No tenía hambre, y sus sentidos del olfato y el gusto estaban muy disminuidos. Bebió un poco del ron local, pero controló su ingesta de alcohol. No deseaba disminuir la velocidad de sus reacciones o embotar sus sentidos.
Siempre a punto.

Mientras la fiesta continuaba a su alrededor, miró por las ventanas curvas de la torre y vio las luces del espaciopuerto, manchas amarillas y blancas que permitían a las cuadrillas de esclavos continuar instalando los escudos día y noche. Nunca le había gustado la esclavitud, sobre todo desde que Serena se había pronunciado en su contra, pero así eran las cosas en Poritrin.

Xavier habría preferido estar en casa con Octa. Hacía menos de un año que estaban casados, y pronto sería padre por primera vez. De momento, su deber le exigía estar aquí. Resignado, levantó la copa y brindó una vez más con lord Bludd.

Acompañado por su ayudante, el cuarto Jaymes Powder, Xavier paseó ante las primeras filas de kindjals alineados en el campo de aterrizaje. Habían instalado pequeños generadores de escudo en cada unidad, conectados a los motores de las naves. Con los hombros cuadrados, la espalda muy tiesa y el uniforme inmaculado, prestó mucha atención a los detalles. Jamás permitiría que un error como el de Giedi Prime volviera a repetirse.

Vio al otro lado del delta barcazas y buques de pasajeros procedentes del norte. Los asuntos de Poritrin procedían como de costumbre, y el ataque de las máquinas pensantes parecía muy lejano. Sin embargo, Xavier nunca se sentiría en paz. Aunque había encontrado la felicidad con Octa, no era la vida que había planeado. Las máquinas pensantes habían matado a Serena. En su lucha por la libertad, sabía que sus motivaciones eran personales.

Vigilados por capataces, cuadrillas de esclavos letárgicos trabajaban con la energía suficiente para evitar castigos, al tiempo que demostraban escaso entusiasmo por el trabajo, pese a que beneficiaría a la humanidad, ellos incluidos.

Si bien despreciaba la práctica del esclavismo, Xavier meneó la cabeza, decepcionado y furioso por la actitud derrotista de los esclavos.

—La decisión de lord Bludd de asignar esclavos a este trabajo… no me inspira confianza.

El cuarto Powder examinó a los prisioneros.

—Aquí es normal, señor.

Xavier se humedeció los labios. La Liga de Nobles insistía en que cada planeta se gobernara por sus propias leyes.

—De todos modos, no creo que un cautivo sea el trabajador más adecuado. No quiero errores, Jaymes… La flota depende de ello.

Paseó la vista por las cuadrillas de obreros, inquieto al ver a tantos esclavos encargados de un trabajo tan delicado. Un hombre de barba negra, con ojos que parecían albergar los sentimientos más negros, guiaba a su cuadrilla con órdenes terminantes, en un idioma que Xavier no entendía.

Xavier examinó a los esclavos con aire pensativo. Echó un vistazo a los kindjals que brillaban a la luz del sol. La sensación de peligro provocó que se le erizara el vello de la nuca.

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