Las amenazas de nuestro mundo (27 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

BOOK: Las amenazas de nuestro mundo
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Con el tiempo se creó la leyenda sumeria del Diluvio, leyenda que está incluida en la primera epopeya conocida del mundo, la historia de Gilgamesh, rey de la ciudad sumeria Uruk. En sus aventuras, Gilgamesh se encuentra con Ut-Napishtim, cuya familia era la única que había sobrevivido el Diluvio, en una gran nave que él había construido.

La epopeya alcanzó popularidad y rebasó los límites de la cultura sumeria y de las que la siguieron en el valle del Tigris-Éufrates. Llegó hasta los hebreos, y probablemente los griegos, y ambos añadieron una historia del Diluvio en sus mitos sobre la génesis de la Tierra. La versión que conocemos más en Occidente, es, naturalmente, la historia bíblica relatada en los capítulos 6 hasta el 9 del Libro del Génesis. La historia de Noé y su arca es sobradamente conocida y no merece la pena contarla de nuevo aquí.

En el transcurso de muchos siglos, los acontecimientos de la Biblia fueron aceptados por casi todos los judíos y los cristianos como la palabra inspirada de Dios, y, por consiguiente, como la verdad íntegra. Se aceptaba confiadamente que, en alguna época durante el tercer milenio antes de Jesucristo, se produjo con certeza una inundación que destruyó virtualmente toda la vida de la Tierra.

Esto predispuso a los científicos a suponer que los diversos signos de los cambios observados en la superficie de la Tierra eran el resultado del violento cataclismo del Diluvio planetario. Cuando el Diluvio no bastaba para justificar todos los cambios, quedaba la tentación de suponer que en intervalos periódicos habían ocurrido otras catástrofes. Esta creencia es conocida como «catastrofismo».

La interpretación adecuada de los restos fósiles de especies extinguidas y la deducción del proceso de evolución se demoró por la suposición de catastrofismo. Por ejemplo, el naturalista suizo Charles Bonnet (1720-1793) sostenía que los fósiles eran en verdad residuos de especies extinguidas que en otras épocas vivieron, pero creía que habían muerto en alguna de las catástrofes planetarias que periódicamente había sufrido el mundo. El Diluvio de Noé se consideraba haber sido la última de ellas. Después de cada catástrofe, las semillas y otros residuos de la vida precatastrófica se desarrollaban en formas nuevas y más elevadas. Era como si la Tierra fuese un encerado en el que se escribiese y borrase constantemente.

El concepto fue adoptado por el anatomista francés barón Georges Cuvier (1769-1832), quien decidió que cuatro catástrofes, la última de ellas el Diluvio, explicarían la existencia de fósiles. Sin embargo, a medida que iban descubriéndose fósiles, se hizo necesario aumentar el número de catástrofes para que unas dejaran paso a otras. En 1849, un discípulo de Cuvier, Alcide d'Orbigny (1802-1857), concluyó que se requería una cifra de catástrofes no inferior a veintisiete.

D'Orbigny fue el último respiro del catastrofismo en el cuerpo principal de la ciencia. Finalmente, a medida que se iban descubriendo más fósiles y la historia de la vida pasada iba surgiendo con mayor detalle, se hizo evidente que no existían las catástrofes del tipo Bonnet-Cuvier.

En la historia de la Tierra y de la vida han ocurrido desastres que las han afectado dramáticamente, según veremos, pero no ha tenido lugar ninguna catástrofe capaz de poner fin a toda la vida forzándola a comenzar de nuevo. Aunque se haya trazado una línea y se haya dicho: «Aquí hay una catástrofe», siempre han quedado gran número de especies que sobrevivieron aquel período sin cambios y sin quedar afectados en manera alguna.

Sin la menor duda, la vida no se interrumpe, y en ningún momento, desde que comenzó a existir hace más de tres mil millones de años, ha perdurado una señal evidente de interrupción absoluta. En cada momento de todo ese período, la Tierra parece haber estado ocupada por seres vivientes en abundancia.

En 1859, tan sólo diez años después de la sugerencia D'Orbigny, el naturalista inglés Charles Robert Darwin (1809-1882) publicó su libro
El origen de las especies.
Esto proporcionó lo que normalmente se ha conocido como la «teoría de la evolución», y se refería al cambio lento de las especies a través de los eones,
sin
catástrofes ni regeneración. Encontró una gran oposición por parte de aquellos que se escandalizaron por su manera de contradecir las manifestaciones del Génesis, pero, al final, la teoría de Darwin se impuso.

Todavía hoy día, muchas personas aferradas a una interpretación literal de la Biblia, y totalmente inconsciente de la evidencia científica, siguen hostiles, por ignorancia, al concepto de la evolución. Sin embargo, no queda ninguna duda científica de que la evolución es un hecho, aunque queda mucho margen para discutir los mecanismos exactos a través de los cuales se ha desarrollado
[43]
. A pesar de ello, la historia del Diluvio y la afición que muchas personas sienten por semejantes historias dramáticas, mantiene vivo de alguna manera, y más allá de los límites de la ciencia, el concepto de catastrofismo.

Por ejemplo, la atracción constante que inspiran las sugerencias de Immanuel Velikovsky, se debe, por lo menos en parte, al catastrofismo que predica. Hay algo dramático y excitante en la visión de Venus lanzándose contra nosotros y deteniendo la rotación de la Tierra. El hecho de que esto desafíe todas las leyes de la mecánica celeste no basta para desanimar a la persona a quien tales historias dejan fascinado.

Velikovsky expuso originalmente sus conceptos para explicar la leyenda bíblica de Josué al detener la marcha del Sol y de la Luna. Velikovsky está dispuesto a admitir que es la Tierra la que realmente gira, de modo que sugiere que la rotación quede detenida. Si la rotación se detuviera repentinamente, como daría a entender la historia bíblica, todo lo que hay encima de la Tierra saldría disparado.

Incluso si la rotación se detuviera gradualmente, en un período de un día más o menos, según ahora insisten los defensores de Velikovsky, para justificar el que todo continuara en su sitio, la energía rotacional de todos modos se convertiría en calor y los océanos de la Tierra hervirían. Si los océanos de la Tierra llegaron a hervir en la época del Éxodo, es difícil entender cómo la Tierra posee actualmente una vida marina tan rica.

Incluso, si ignoramos la ebullición, ¿cuáles serían las posibilidades de que después de que la Tierra hubiese detenido su rotación, Venus la afectara de tal modo que la hiciera reemprender esa rotación en la misma dirección, y en el mismo período, al segundo, que había existido con anterioridad?

Muchos astrónomos están totalmente desconcertados y defraudados por la fe que muchas personas muestran en esas teorías absurdas, pero subestiman la atracción del catastrofismo. También subestiman la falta de conocimientos de la mayoría de las personas respecto a temas científicos en especial entre aquellas personas que han sido educadas concienzudamente en otras especialidades no científicas. En efecto, las personas educadas no científicas son captadas con más facilidad en esa seudociencia que las otras, porque el simple hecho de unos conocimientos en, por ejemplo, literatura comparada puede proporcionar a una persona la opinión falsamente vana del propio poder de comprensión en otros campos.

Hay otros ejemplos de catastrofismo que atraen a las gentes sencillas. Por ejemplo, cualquier teoría respecto a que de vez en cuando la Tierra sufre una sacudida, de modo que lo que antes era ártico se vuelve templado o tropical, y viceversa, encuentra en seguida oyentes bien dispuestos. De esta manera se puede justificar que algunos mamuts siberianos parecen haberse congelado tan súbitamente. Suponer que los mamuts hicieron algo tan sencillo como caer en una grieta helada o una ciénaga congelada es insuficiente. Además, aunque la Tierra sufriera una sacudida, una zona tropical no se congelaría instantáneamente. La pérdida de calor requiere tiempo. Si el horno de una casa se apaga de repente, en un día crudo de invierno, queda un intervalo de tiempo perceptible antes de que la temperatura dentro de la casa descienda al punto de congelación.

Además, es totalmente improbable que la Tierra sufra una sacudida. Existe una curvatura ecuatorial como resultado de la rotación de la Tierra y esto hace que el planeta se mueva como un giróscopo gigante. Las leyes mecánicas que gobiernan el movimiento de un giróscopo son perfectamente comprendidas, y la cantidad de energía requerida para que la Tierra sufra una sacudida es enorme. No existe ninguna fuente para esta energía, exceptuando la intrusión de un objeto planetario desde el exterior, y de esta posibilidad, a pesar de Velikovsky, no ha habido señal alguna en los últimos cuatro mil millones de años, ni hay probabilidades de que ocurra en un futuro previsible.

Se ha sugerido como recurso que no es la Tierra como un todo la que sufre sacudidas, sino únicamente la corteza de la Tierra. La corteza, con un espesor de unas pocas docenas de kilómetros, y únicamente un 0,3 % de la masa de la Tierra descansa sobre el manto de la Tierra, una gruesa capa de roca que, aunque no tiene suficiente calor para ser fundida, esta, sin embargo, muy caliente y, por consiguiente, posee cierta blandura. Quizá, de vez en cuando, la corteza se desplaza por encima de la superficie superior del manto, produciendo todos los efectos, en cuanto se refiere a la vida de la superficie, de una sacudida completa, con mucho menos desgaste de energía. (Esto fue sugerido, en 1886, por primera vez, por un escritor alemán, Carl Löffelholz von Colberg.)

¿Cuál podría ser la causa de este deslizamiento de la corteza? Una teoría sugiere que el vasto casquete de hielo sobre la Antártida no está perfectamente centrado en el Polo Sur. Como resultado de ello, la rotación de la Tierra establecería una vibración desviada del centro que posiblemente sacudiría y soltaría la corteza que se desplazaría.

Esto es muy improbable. El manto no es lo bastante blando para que la corteza pueda deslizarse por encima de él. Y suponiendo que lo fuese, la curvatura ecuatorial la mantendría de todos modos en su sitio. Y, en cualquiera de los casos, la posición desviada del centro del casquete de hielo de la Antártida no basta para producir aquel efecto.

Además, esto no ha sucedido nunca. La corteza que se desplazara se agrietaría al pasar de las zonas polares a las ecuatorianas y se hundiría al pasar de las zonas ecuatoriales a las polares. El agrietamiento y el hundimiento de la corteza, en el caso de un desplazamiento semejante, seguro que dejaría muchas señales, aunque probablemente destruiría toda la vida y no quedaría nadie para observar esas señales.

En realidad, podemos generalizar. No ha habido ninguna catástrofe que involucrara a nuestro planeta en los últimos cuatro mil millones de años, lo bastante drástica para interferir con el desarrollo de la vida, y las probabilidades de que haya alguna en el futuro, basada únicamente en la función propia del planeta, son altamente escasas.

Continentes en movimiento

Habiendo llegado a la conclusión de la «ausencia de catástrofes», ¿podemos estar convencidos de que la Tierra es perfectamente estable e inmutable? Creemos que no. Hay cambios, y algunos de ellos son incluso del tipo que he desechado. ¿Cómo es posible?

Consideremos la naturaleza de la catástrofe. Algo que puede resultar catastrófico al ocurrir rápidamente, puede no serlo si sucede con lentitud. Si alguien tuviera que bajar de la cima de un rascacielos rápidamente, saltando por el tejado, este hecho sería una catástrofe personal. Pero, si por otro lado, bajase muy lentamente en el ascensor, eso no constituiría ningún problema. Y lo mismo hubiera sucedido en ambos casos: un cambio de posición de arriba abajo. El que ese cambio de posición fuese catastrófico o no dependía, por entero, de la velocidad del cambio.

Del mismo modo la bala veloz que sale del cañón de una pistola y le acierta en la cabeza, seguramente le matará; pero esa misma bala, únicamente con la velocidad impulsada por el brazo de la persona que la arroja, tan sólo le producirá un dolor de cabeza.

Por tanto, lo que he eliminado como catástrofes inadmisibles son tan sólo cambios que suceden
rápidamente.
Esos mismos cambios, si ocurren
muy despacio,
son cuestión aparte. Los cambios lentos pueden tener lugar, y ocurren en verdad, pero no han de ser, y de hecho, no son catastróficos.

Por ejemplo, tras haber eliminado la posibilidad de un desplazamiento catastrófico de la corteza, hemos de admitir que existe la posibilidad de un desplazamiento muy lento de la corteza terrestre. Consideremos que hace unos seiscientos millones de años hubo, al parecer, un período glacial (a juzgar por las erosiones en las rocas de edad conocida) que se produjo simultáneamente en el Brasil ecuatorial, en Sudáfrica, en la India y en el Oeste y Sudeste de Australia. Esas zonas estuvieron cubiertas de hielo como lo están ahora Groenlandia y la Antártida.

¿Cómo pudo ocurrir eso? Si la distribución terrestre del mar y la tierra eran exactamente iguales entonces que ahora, y si los polos se hallaban precisamente en el mismo lugar, tener zonas tropicales bajo hielo significaría que toda la Tierra tenía que estar helada, cosa muy improbable. Después de todo, en las otras zonas continentales de la época no quedan señales glaciales.

Si suponemos que los polos han variado su posición, de modo que lo que ahora es tropical en otra época fue polar, y viceversa, en ese caso resulta imposible encontrar una situación para los polos que explique todos esos casquetes de hielo originales al mismo tiempo. Si los polos han permanecido en su lugar, pero la corteza de la Tierra se ha desplazado como un todo, el problema sigue siendo el mismo. No hay posición alguna que justifique todos los casquetes de hielo.

Lo único que puede haber sucedido que acredite este antiguo período glacial, es que las masas del suelo hubiesen cambiado de posición unas respecto de otras, y que los diversos lugares glaciales estuvieran en cierto momento cerca unos de otros y todos en un polo o en el otro (o quizá parte de ellos estaban en un polo y el resto en el otro). ¿Es posible esto?

Si observamos el mapa del mundo, no es difícil comprobar que la costa oriental de América del Sur y la costa occidental de África son sorprendentemente similares. Si se recortan ambos continentes (suponiendo que el contorno no está demasiado distorsionado por haberse dibujado en una superficie plana), veríamos que podemos encajarlos perfectamente. Esta particularidad fue observada tan pronto como la forma de estas costas fue conocida en detalle. El erudito inglés Francis Bacon (1561-1626) ya lo hizo observar en 1620. ¿Sería posible que África y América del Sur estuvieran unidas en otros tiempos, y que se partieran por la línea de sus costas actuales y después se separaron desplazándose?

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