Si, como supongo, usted toma el partido del amor, que me parece también el de la razón, creo prudente no excusarse de la cita incumplida; dejarse esperar sencillamente; si arriesga usted una razón, fuerza será justificarla. Las mujeres son curiosas y obstinadas; todo puede descubrirse; yo soy, como usted sabe, buen ejemplo de ello. Pero si deja la esperanza, que mantiene la vanidad, no será perdida sino mucho tiempo después de la hora de las informaciones; mañana elegirá bien el obstáculo, insuperable pretexto de la cosa; usted estuvo malo, muerto si es preciso, y todo se arreglará.
Por lo demás, y cualquiera que sea el partido que tome, ruégole me lo comunique; y como nada va en ello, siempre encontraré bien su conducta.
Y añado aún, que lo que yo lamento es a madame Tourvel, el estar separado de ella, y que pagaría con la mitad de mi vida la dicha de consagrarle la otra mitad. ¡Ah! créame usted, sólo por el amor somos dichosos.
París, 5 diciembre 17…
CECILIA VOLANGES AL CABALLERO DANCENY
(adjunta a la precedente)
¿Cómo es, mi querido amigo, que ceso de ver a usted cuando no dejo de desearlo? ¿No tiene acaso tanta gana como yo? ¡Ah! ¡qué triste estoy ahora! Más triste que cuando estábamos completamente separados. La pena que experimentaba por los otros me viene ahora por usted y me causa mucho daño.
Desde hace algunos días, mamá no está nunca en casa; bien lo sabe usted, y esperaba que trataría de aprovechar este tiempo de libertad; pero ya no se ocupa de mí tan sólo. ¡Soy muy desgraciada! ¡Me decía usted tantas veces que yo era la que quería menos! Yo sabía lo contrario y he aquí la prueba. Si hubiera venido a verme, me habría visto sin duda, porque yo no soy como usted; no trato más que de reunirnos. Usted merecía que yo no le dijese nada de lo que he hecho para esto y que me ha dolido tanto; pero lo amo demasiado y tengo tanto deseo de verle, que no puedo abstenerme de decírselo. Y así veré realmente si de veras me ama.
He arreglado todo tan bien, que el portero está interesado por mí, y me ha prometido que todas las veces que venga usted lo dejará entrar como si no lo viese; y bien podemos fiarnos de él porque es un hombre honradísimo. No se trata más que de impedir que lo vean en la casa, y esto es muy fácil no viniendo más que por la noche, pues no habrá entonces nada que temer. Por ejemplo, desde que mamá sale todos los días, se acuesta a eso de las once, y por lo tanto tenemos tiempo.
El portero me ha dicho que cuando quiera venir a esa hora, en lugar de llamar a la puerta no tiene más que llamar a su ventana y le abrirá en seguida; y como usted no podrá tener luz, dejaré entreabierta la puerta de mi cuarto y así le alumbraré un poco. Tendrá buen cuidado de no hacer ruido, sobre todo al pasar por delante de la puertecilla de mamá. En cuanto a la de la doncella me es igual, porque me ha prometido no despertarse; ¡es también buena muchacha! Y para cuando usted se marche haremos lo mismo. Ahora nos veremos si usted viene.
¡Dios mío! ¿Por qué mi corazón me late tan fuertemente cuando le escribo? ¿Es que va a sucederme alguna desgracia, o es que me altera al esperanza de verle? Lo que sí sé que nunca le he amado tanto, ni nunca he deseado tanto decírselo. Venga, pues, amigo mío, querido amigo mío; que yo pueda repetirle cien veces que le amo, que le adoro, que a nadie amaré más que a usted.
He encontrado medio de hacer decir a monsieur de Valmont que tenía algo que comunicarle; y él, como es muy amigo mío, vendrá mañana seguramente y le rogaré que le mande al punto mi carta. Así, pues, lo espero a usted mañana por la noche, y vendrá sin falta si no quiere que su Cecilia sea muy desgraciada.
Adiós, mi querido amigo, lo abrazo con todo mi corazón.
París, 4 de diciembre de 17… (por la noche).
EL CABALLERO DANCENY AL VIZCONDE DE VALMONT
No dude usted, mi querido amigo, ni de mi corazón ni de mi conducta. ¿Cómo resistir a un deseo de mi Cecilia? ¡Ah! Ella es la única a quien amo y a quien amaré siempre; su ingenuidad, su ternura, tienen un encanto para mí que habré podido tener la debilidad de sustraerme, pero que nada ha de hacerme olvidar nunca. Comprometido en una aventura, por decirlo así sin darme de ello cuenta, a menudo el recuerdo de Cecilia ha venido a amargar mis más dulces placeres; y acaso no le ha rendido nunca, mi corazón homenaje más verdadero que en el instante en que le era infiel. No obstante, amigo mío, respetemos su delicadeza y ocultémosle mis extravíos, no por engañarla, sino por no afligirla. La felicidad de Cecilia es mi más vehemente deseo; nunca me perdonaría una falta que le costase una sola lágrima.
He merecido, lo sé, la broma que usted me da sobre lo que llama mis nuevos principios; pero, puede creerme, no es por ellos por los que en este momento me conduzco, y estoy desde mañana decidido a probarlo. Iré a acusarme a la misma autora y, cómplice de mi devaneo, le diré: “Lea usted en mi corazón, él siente por usted la amistad más tierna; ¡la amistad unida al deseo se parece tanto al amor! Ambos nos hemos aprovechado; pero, aunque susceptible de error, no soy capaz de mala fe”. Yo conozco a mi amiga; es tan honrada como indulgente; hará más que perdonarme, aprobará mi conducta. Ella misma se lamentaba de haber traicionado mi amistad; a menudo su delicadeza conmovía su amor; más prudente que yo, fortificará en mi alma esos útiles temores que yo temerariamente trataba de desvanecer en la suya. Yo le debería ser mejor como a usted debo ser más dichoso. ¡Oh, amigos míos, compartid mi gratitud! La idea de deberos mi felicidad aumenta su valor.
Adiós, mi querido vizconde; el exceso de mi alegría no me impide preocuparme de las penas de usted y de tomar parte en ellas. ¡Ojalá pudiera serle útil! ¿Madame de Tourvel sigue inexorable? Se dice también que está muy enferma. Dios mío, lo compadezco. Ojalá pueda recobrar la salud y la indulgencia para hacerle dichoso. Estos son los votos de la amistad; me atrevo esperar que se cumplirán por obra del amor.
Quisiera hablar más tiempo con usted, pero la hora es avanzada y acaso me esté ya esperando Cecilia.
París, 5 de diciembre de 17…
EL VIZCONDE DE VALMONT A LA MARQUESA DE MERTEUIL
(Al despertar)
Bien, querida marquesa, ¿Cómo se encuentra usted, después de los placeres de la pasada noche? ¿No está algo cansada? Convenga usted en que Danceny es encantador; hace prodigios ese muchacho. Usted no esperaba de él eso, ¿no es cierto? Yo soy justo; semejante rival bien merecía que fuese yo sacrificado. Formalmente, está lleno de buenas cualidades; pero, sobre todo, qué amor, qué constancia, qué delicadeza. ¡Ah! si alguna vez fuese usted amada por él como lo es su Cecilia, no tendría usted que temer a ninguna rival; lo ha probado esta noche. Acaso a fuerza de coquetería otra mujer pudiera arrebatárselo por un momento; un joven no sabe resistir a insinuaciones provocativas; pero una sola palabra del ser amado basta, como usted ve, para desvanecer esa ilusión; así, pues, sólo le falta a usted ser aquel objeto amado para ser del todo feliz.
Seguramente usted no se ha engañado y ha tenido el tacto suficiente para que pueda temérsela. Sin embargo, la amistad que nos une, tan sincera de mi parte como por usted reconocida, me ha hecho desear la prueba de esta noche; es obra de mi celo; ha tenido éxito, pero nada de gracia; no merece la pena, no había nada más fácil.
Después de todo, no me ha costado más que un poco de maña y un ligero sacrificio. He consentido en compartir con el joven los favores de su querida; pero al fin, él tenía tanto derecho como yo y a mí me preocupaba muy poco. La carta que la joven persona le ha escrito, soy yo quien se la ha dictado; pero era sólo para ganar tiempo, porque nosotros teníamos que emplearlo mejor. La que tengo adjunta no era nada, casi nada; algunas reflexiones de la amistad para guiar en la elección de nuevo amante, pero, en rigor, eran inútiles; hay que decir la verdad, no ha vacilado un momento.
Y además, con su candor acostumbrado, debe ir a casa de usted a contárselo todo, y seguramente este relato le agradará bastante. Él dirá: "Leed en mi corazón." Así me lo hace saber, y usted ve claramente que esto lo arregla todo. Espero que leyendo en su corazón cuanto él quiere, leerá también quizás que los amantes tan jóvenes tienen sus peligros, y hasta que vale más tenerme por amigo que por enemigo.
Adiós, marquesa, hasta otra ocasión.
París, 6 de diciembre de 17…
LA MARQUESA DE MERTEUIL AL VIZCONDE DE VALMONT
(Billete)
No me gusta que se agreguen malas bromas a los malos procederes, y mi conducta está en armonía con mi gusto. Cuando tengo que quejarme de alguien no trato de ponerle en ridículo; hago más que eso, me vengo. Por muy contento que usted pueda estar en este momento de sí mismo, no olvide que no sería ésta la primera vez que usted se ha aplaudido antes de tiempo, solamente por la esperanza de una victoria que puede escapársele en el instante mismo en que parece más segura.
París, 6 de diciembre de 17…
LA SEÑORA DE VOLANGES A LA SEÑORA DE ROSEMONDE
Le escribo en el cuarto de su desgraciada amiga, cuyo estado de salud es poco más o menos el mismo. Esta tarde habrá una consulta de cuatro médicos. Desgraciadamente éstas son, como usted sabe, más una prueba del peligro que un medio de socorro.