Las amistades peligrosas (53 page)

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Authors: Choderclos de Laclos

Tags: #Novela epistolar

BOOK: Las amistades peligrosas
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Mil gracias por los detalles sobre la Volanges, y le doy el pésame por la perdida de su posteridad. Buenas noches, vizconde.

Castillo de… 24 noviembre de 17…

CARTA CXLII

EL VIZCONDE DE VALMONT A LA MARQUESA DE MERTEUIL

Le aseguro, mi linda amiga, que no sé si he leído o comprendido mal su carta, y la historia que en ella me hace, y el modelo de estilo epistolar que contiene. Lo que puedo decirle es que este último me ha parecido original, y a propósito para hacer efecto; lo he copiado íntegramente, y lo he enviado a la celestial presidenta. No he perdido un momento para que la tierna misiva pudiera expedirse anoche. Lo he preferido así, porque al principio había prometido escribirle ayer; y después he pensado que no tendría nada de más con toda la noche para recogerse y meditar sobre este gran acontecimiento, debería usted reprocharme por segunda vez la expresión.

Yo esperaba poder devolverle esta mañana la respuesta de mi amante; pero es ya cerca de mediodía, y no he recibido nada aún. Esperaré hasta las cinco; y si entonces no tengo noticias, iré a adquirirlas en persona, porque en estas cuestiones sólo es moleto el primer paso.

Ahora, puede creerme, tengo prisa por ver el fin de la historia de ese hombre que usted conoce, y del que se sospecha que no sabe, en caso necesario, sacrificar a una mujer. ¿No se corregirá? Y su generosa amiga ¿no querrá perdonarle?

No deseo menos recibir su ultimátum, como tan políticamente dice. Tengo curiosidad, sobre todo, por saber si en esta última etapa encontrará usted amor todavía. ¡Ah, sin duda lo hay, y mucho! Pero ¿para qué? Sin embargo, no pretendo hacer valer nada, y lo espero todo de sus bondades.

Adiós, mi encantadora amiga: no cerraré esta carta hasta las dos, con la esperanza de poder enviarle la deseada respuesta.

A las dos de la tarde

No hay aún nada; la hora nos urge mucho: no tengo tiempo de añadir ni una palabra. ¿Pero rehusaría usted ahora todavía los más tiernos ósculos de amor?

París, 27 de noviembre de 17…

CARTA CXLIII

LA PRESIDENTA DE TOURVEL A LA SEÑORA DE ROSEMONDE

El velo se ha descorrido, señora, en que la ilusión de mi dicha estaba pintada. La funesta verdad me ilumina, y no me deja ver más que una muerte cierta y próxima, cuyo camino me trazan la vergüenza y el remordimiento. Yo lo seguiré y bendeciré mis tormentos si abrevian mi existencia. Mando a usted la carta que recibí ayer; no añadiré ninguna reflexión, porque todas van en ella. Ya no es tiempo de quejarse, sino de sufrir. No necesito piedad, sino fuerzas.

Reciba, señora, el único adiós que he de dar, y atienda mi último ruego, que es que me abandone a mi suerte, que me olvide por completo, que no cuente más conmigo en la tierra. Cuando se llega a tal infortunio, la misma amistad aumenta nuestros sufrimientos, y no puede remediarlos. Cuando las heridas son mortales, es inhumano todo auxilio. Me es extraño todo sentimiento que no sea la desesperación. Nada puede convenirme sino la noche profunda en que voy a sepultar mi vergüenza. Allí lloraré mis faltas, si es que puedo llorar todavía, porque desde ayer no he derramado ni una lágrima. Mi corazón desgarrado no puede verter más.

Adiós, señora; no me conteste nada usted. En esta carta cruel he hecho el juramento de no recibir ninguna.

París, 17 de noviembre de 17…

CARTA CXLIV

EL VIZCONDE DE VALMONT A LA MARQUESA DE MERTEUIL

Ayer a las tres de la tarde, mi querida amiga, impacientado de no tener noticias, me he presentado en casa de la hermosa abandonada; se me dijo que había salido. No he visto en esta frase más que un deseo de rechazarme, y me he retirado con la esperanza de tener hoy alguna carta suya. Cuando volví a casa, se me dijo que madame Tourvel había salido a las once de la mañana. El convento es el verdadero asilo de una viuda; y si persiste en tan loable determinación, uniré a cuanto le debo la popularidad de la aventura.

Ya le decía a usted, hace tiempo, que volvería a aparecer con una nueva aureola de fama. Esta aventura será famosa sí, y contaría como nada mis aventuras si perdiera con esta mujer un rival preferido.

Este partido que ha tomado confieso que me halaga; pero temo que se separe demasiado de mí. ¿Habrá entre nosotros otros obstáculos de los que yo mismo he buscado?

Si yo quisiera acercarme a ella, ¿no lo querría ella también? En cuanto a la pequeña Volanges, sale a maravilla. Ayer, cuando mi inquietud no me permitía estar tranquilo, he ido hasta la casa de madame Volanges. Encontré a su pupila ya en el salón, en plena convalecencia. Otras mujeres hubieran estado un mes en la chiaselongue: ¡bien por las doncellas!

Esta, en verdad, me ha dado envidia saber si era, en efecto, verdadera la curación.

Quiera decirle que este accidente de la pequeña ha vuelto loco al sentimental Danceny. En un principio fue pena; hoy es gozo. ¡Su Cecilia estaba enferma! Tres veces al día pedía noticias suyas; al fin ha pedido permiso a la madre de felicitarla por un objeto tan querido. Madame Volanges lo ha consentido.

Por él sé estos detalles; porque he salido al mismo tiempo que él. No puede usted figurarse el efecto que esta visita le ha causado. Yo le aseguré que pronto estará en posesión de su amada.

Estoy decidido, en efecto, a darle posesión, después que realice mi experiencia. Quiero consagrarme en absoluto a usted: y además, ¿valdría la pena que su pupila sea mi discípula, si no supiera engañar más que a su marido? ¡La obra maestra es engañar al amante! y sobre todo al primero: que en cuanto a mí, no recuerdo haber pronunciado la palabra amor.

Adiós, mi hermosa amiga; vuelva usted a gozar de su imperio, y a recibir el homenaje de mi amor.

París, 25 noviembre 17…

CARTA CXLV

LA MARQUESA DE MERTEUIL AL VIZCONDE DE VALMONT

Seriamente, vizconde: ¿Ha dejado usted a la presidenta? ¿Le ha enviado la carta que yo mandé para ella? Verdaderamente, usted es encantador, y ha sobrepujado mis esperanzas. Confieso sinceramente que este triunfo me halaga más que todos los que he podido obtener hasta ahora. Usted encontrará acaso que doy gran valor a esa mujer, y que yo me estimo en poco; nada de eso. Es que no es únicamente sobre ella sobre quien he alcanzado esta victoria, es sobre usted: he aquí lo halagador, lo que es verdaderamente delicioso.

Sí, vizconde; usted amaba mucho a madame de Tourvel, y hasta la ama todavía; la ama como un loco: pero como yo me divertía en que usted se avergonzase de amarla, la ha sacrificado valerosamente. Hubiera usted sacrificado mil, antes de ser objeto de una burla. ¡A lo que nos conduce la vanidad! El sabio tenía razón cuando dijo que era la enemiga de la felicidad.

¿Dónde estaría usted ahora si yo no hubiese querido más que jugarle una mala partida? Pero ya sabe usted que soy incapaz de engañar; y podría relegarme a la desesperación y al convento si me aventuro a rendirme a mi vencedor.

Sin embargo, si capitulo, es en verdad por pura debilidad; porque si quisiera, qué de travesuras podría hacerle todavía: y ¿acaso las merecería usted?

Adivino, por ejemplo, con qué fineza y malicia usted me propone reanudar con la presidenta. ¿Convendría mucho a usted atribuirse el mérito de esta ruptura, sin perder por ello los placeres de su goce? ¡Y cómo entonces este aparente sacrificio sería para ofrecerme renovar nuestra amistad a nuestro gusto! Por este arreglo, la celestial devota creeríase aún la única elegida de su corazón, en tanto que yo me enorgullecería de ser la preferida rival. Nos equivocaríamos ambas: ¿pero qué importa, si usted quedaba contento?

Es lástima que con tanto talento para concebir proyectos, tenga tan poco para ejecutarlos; y que por un sólo impremeditado paso haya usted mismo puesto un obstáculo invencible a lo que más desea.

¿Qué, tenía usted la idea de reanudar nuestras relaciones, y ha podido escribir esa carta? Me ha creído bien torpe. Créame, vizconde, cuando una mujer hiere el corazón de otra, deja pocas veces de encontrar el lado sensible, y la herida es incurable. En tanto que yo hería el de ésa, o más bien dirigía los golpes de usted, no he olvidado que esa mujer era mi rival, que usted la había por un momento encontrado preferible a mí; y, en fin, que usted me había hallado por bajo de ella. Si me he equivocado en mi venganza, me avengo a sufrir las consecuencias. Así, pues, encuentro bien que usted ensaye todos los medios; y hasta le invito a ello, y le prometo no enfadarme por el éxito, si es que llega a alcanzarlo. Estoy tan tranquila en este punto, que no quiero ni ocuparme de él. Hablemos de otra cosa.

Por ejemplo, de la salud de la pequeña Volanges. Usted me dará noticias exactas a mi vuelta, ¿no es verdad? Me alegraré de tenerlas. Después de esto, habrá llegado la ocasión de juzgar qué es lo que más le conviene, si devolver la chica a su amante, o intentar por segunda vez ser el fundador de una nueva rama de los Valmont bajo el nombre de Gercourt. Esta idea me ha parecido bastante buena y le dejo la elección, rogándole, sin embargo, no tomar partido definitivo sin que hablemos antes. No es aplazar la cosa por mucho tiempo, pues yo estaré muy pronto en París. No puedo decirle positivamente el día; pero no dude que, en cuanto llegue, será el primero en saberlo.

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