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Authors: Jonathan Littell

Tags: #Histórico

Las benévolas (36 page)

BOOK: Las benévolas
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Por la noche, en el comedor de oficiales, no me quedó más remedio que aceptar que Piatigorsk era realmente un lugar de encuentro: sentado ante una mesa con otros oficiales divisé al doctor Hohenegg, aquel médico campechano y cínico que había conocido en el tren, entre Jarkov y Simferopol. Me acerqué para saludarlo: «Compruebo, Herr Oberst, que el General Von Klein sólo quiere estar rodeado de gente estupenda». Se levantó para estrecharme la mano: «Sí, pero no estoy con el Generaloberst Von Kleist: sigo destinado en el 6° Ejército, con el General Paulus».. —«¿Qué hace aquí entonces?». —«El OKH ha decidido aprovechar las infraestructuras de la KMV para organizar una conferencia médica entre los ejércitos. Un intercambio de informaciones útilísimas. Se trata de ver quién puede describir el caso más atroz».. —«Estoy seguro de que ese honor le corresponderá a usted».. —«Mire, estoy cenando con mis colegas médicos, pero, si le apetece, pásese luego por mi habitación a tomar un coñac». Fui a cenar con los oficiales del Abwehr. Eran hombres realistas y simpáticos, pero casi tan críticos como el oficial de Mozdok. Algunos afirmaban abiertamente que, si no caía pronto Stalingrado, la guerra estaría perdida; Von Gilsa bebía vino francés y no les llevaba la contraria. Me fui luego solo a darme una vuelta por el parque Tsvetnik, detrás de la galería Lermontov, un peculiar pabellón azul pálido de estilo medieval con torrecillas puntiagudas y ventanales Art Déco teñidos de rosa, de rojo, de blanco, de un efecto totalmente heteróclito pero ni pizca de desplazado en este lugar. Estuve fumando mientras contemplaba distraídamente los tulipanes mustios; luego me fui colina arriba hasta el sanatorio y llamé a la puerta de la habitación de Hohenegg. Me recibió echado en el sofá y descalzo, con las manos cruzadas encima del vientre orondo y esférico. «Discúlpeme si no me levanto». Indicó con la cabeza un velador. «Ahí está el coñac. Sírvame también uno a mí, si no le importa». Llené a medias dos vasos de metal y le alargué uno; luego, me acomodé en un silla y me crucé de piernas. «¿Así que cuál es la cosa más atroz que ha visto usted?» Movió la mano: «¡El hombre, por supuesto!».. —«Quería decir desde el punto de vista médico».. —«Desde el punto de vista médico, las cosas atroces no tienen interés alguno. En cambio, se ven curiosidades extraordinarias, que dan al traste por completo con las nociones que tenemos acerca de lo que pueden soportar nuestros infelices cuerpos».. —«¿Qué, por ejemplo?». —«Pues a un hombre puede darle un trozo pequeño de metralla en la pantorrilla y seccionarle la arteria peronea, y se morirá en un par de minutos, a pie firme, desangrándose dentro de la bota sin darse cuenta. A otro, en cambio, puede atravesarle ambas sienes, de lado a lado, una bala y se levantará e irá por su propio pie al puesto de socorro».. —«Qué poca cosa somos..»., comenté.. —«Eso mismo». Probé el coñac de Hohenegg: era un licor armenio, un poco dulce, pero se podía beber. «Ya me disculpará este coñac -dijo sin volver la cabeza-. Pero no he podido encontrar un Rémy-Martin en esta ciudad de salvajes. Volviendo a lo de antes, casi todos mis colegas saben anécdotas de ese tipo. Además, no son cosas nuevas: leí las memorias de un médico militar del ejército de Napoleón y cuenta lo mismo. Desde luego que todavía se nos mueren demasiados individuos. La medicina militar ha progresado desde 1812, pero también los medios de hacer carnicerías. Siempre vamos por detrás. Pero, poco a poco, nos vamos perfeccionando porque, desde luego, Gatling hizo más por la cirugía moderna que Dupuytren».. —«Eso no quita para que hagan ustedes auténticos prodigios». Suspiró: «Quizá. Pero el caso es que ya no puedo soportar ver a una mujer embarazada. Me deprime demasiado pensar en lo que le espera a ese feto».—
«Sólo muere lo que antes nació
-recité-.
El nacimiento es deudor de la muerte».
Lanzó un grito breve, se puso de pie con brusquedad y se bebió el coñac de un trago. «Esto es lo que me gusta de usted, Hauptsturmführer. Un miembro de la
Sicherheitsdienst
que cita a Tertuliano en vez de citar a Rosenberg o a Hans Frank siempre resulta agradable. Pero podría criticar su traducción: para
Mutuum debitum est nativitati cum mortalitate
yo diría más bien: "El nacimiento y la muerte tienen una deuda mutua" o "El nacimiento y la muerte se deben algo mutuamente"».. —«Sin duda tiene usted razón. Siempre se me dio mejor el griego. Tengo aquí a un amigo lingüista, se lo preguntaré». Me tendió su vaso para que se lo volviera a llenar. «Hablando de mortandad -preguntó con tono de guasa-, ¿sigue usted asesinando a pobre gente indefensa?» Le di el vaso sin perder los estribos: «Porque es usted quien lo dice, doctor, no me lo tomaré a mal. Pero, en cualquier caso, no soy ya sino un oficial de enlace, cosa que me satisface del todo. Observo y no hago nada; es mi actitud preferida».. —«Pues en tal caso habría sido usted un médico desastroso. La observación sin la práctica no vale para gran cosa».. —«Precisamente por eso soy jurista». Me puse de pie y fui a abrir la puerta vidriera. Fuera, el aire era tibio, pero no se veían las estrellas y me daba cuenta de que se acercaba la lluvia. Un leve viento hacía que murmurasen los árboles. Volví junto al sofá en donde Hohenegg había vuelto a tenderse tras desabrocharse la guerrera. «Lo que sí puedo decirle -añadí, en pie junto a él-, es que algunos de mis colegas de aquí son unos cabrones absolutos».. —«No lo pongo en duda ni por un segundo. Es un defecto común en quienes practican sin observar. Sucede lo mismo con los médicos». Di vueltas al vaso entre los dedos. Me sentía de pronto vano y torpe. Me acabé el coñac y le pregunté: «¿Se va a quedar aquí mucho tiempo?».. —«Tenemos dos sesiones: ahora estamos pasando revista a las heridas, y volveremos a finales de mes para hablar de las enfermedades. Un día para las infecciones venéreas y dos días enteros para los piojos y la tiña».. —«Entonces nos seguiremos viendo. Buenas noches, doctor». Me tendió la mano. «Disculpe que siga echado», dijo.

El coñac de Hohenegg no resultó bueno para la digestión: al regresar a mi cuarto, devolví la cena. Las arcadas me entraron tan deprisa que sólo tuve tiempo de llegar hasta la bañera. Como era comida ya digerida fue fácil limpiarlo, pero me quedó un sabor agrio, ácido, infame; casi prefería vomitar la comida acto seguido, me volvía a la garganta con mayor dificultad y con una sensación más dolorosa, pero por lo menos no sabía a nada o sabía a lo que había comido. Pensé en ir a tomar otra copa con Hohenegg para pedirle una opinión, pero acabé por enjuagarme la boca, me fumé un cigarrillo y me acosté. A la mañana siguiente, no me quedaba más remedio que pasar por el Kommando en visita de cortesía; estaban esperando al Oberführer Bierkamp. Fui a eso de las doce. Desde la ciudad baja y el bulevar se veían claramente, a lo lejos, las crestas recortadas del Beshtau, erguido como un ídolo tutelar; no había llovido, pero el aire seguía fresco. En el Kommando me informaron de que Müller estaba ocupado con Bierkamp. Esperé en la escalera exterior del exiguo patio, mirando cómo uno de los chóferes lavaba el barro de los parachoques y de las ruedas del camión Saurer. La puerta trasera estaba abierta: por curiosidad, me acerqué para ver cómo era por dentro, pues aún no había visto qué pinta tenía; me eché para atrás y empecé a toser en el acto; era una infección, una charca hedionda de vómitos, de excrementos, de orina. El chófer se dio cuenta de mi trastorno y me dijo unas cuantas palabras en ruso: entendí
«Griaznyi, kajdi raz»,
pero no comprendía la frase. Un Orpo, un
Volksdeutscher
seguramente, se acercó y tradujo: «Dice que siempre está así, Herr Hauptsturmführer, muy sucio; pero que van a modificar el interior haciendo el suelo inclinado y poniendo una trampilla pequeña en el centro. Así será más fácil de limpiar».. —«¿Es un ruso?». —«¿Quién, Zaitsev? Es un cosaco, Herr Hauptsturmführer; tenemos varios como él». Volví a la escalera y encendí un cigarrillo; me llamaron en ese preciso instante y tuve que tirarlo. Müller me recibió con Bierkamp. Lo saludé y le di cuenta de mi misión en Piatigorsk. «Sí, sí -dijo Müller-, el Oberführer me lo ha explicado». Me hicieron unas cuantas preguntas y hablé de la sensación de pesimismo que parecía reinar entre los oficiales del ejército. Bierkamp se encogió de hombros: «Los soldados siempre han sido pesimistas. Ya con lo de Renania y los Sudetes andaban con chilliditos de mujer. Nunca han entendido la fuerza de voluntad del Führer y del nacionalsocialismo. Dígame otra cosa: ¿ha oído hablar de esa historia de gobierno militar?». —«No, Herr Oberführer. ¿De qué se trata?». —«Corre un rumor según el cual el Führer podría haber dado el visto bueno a un régimen de administración militar para el Cáucaso, en vez de una administración civil. Pero no conseguimos una confirmación oficial. En el OKHG están muy evasivos».. —«Intentaré informarme en el AOK, Herr Oberführer». Cruzamos aún unas cuantas frases y me despedí. En el pasillo, me crucé con Turek. Me miró de arriba abajo con expresión sardónica y atravesada y me soltó con una grosería inaudita: «¡Ah,
Papiersoldat,
ya verás tú lo que es bueno!». Bierkamp había debido de hablar con él. Le contesté amablemente y con una sonrisita: «Hauptsturmführer, estoy a su disposición». Se quedó otro ratito mirándome fijamente con ojos rabiosos y, luego, se metió en un despacho. Bueno, me dije, pues ya te has ganado un enemigo. ¡Qué poco cuesta!

En el AOK pedí una entrevista con Von Gilsa y le transmití la pregunta de Bierkamp. «Efectivamente -me contestó-; de eso se habla. Pero todavía no tengo claros los detalles».. —«¿Y qué ocurrirá con el Reichskommissariat entonces?». —«Se retrasará una temporada la creación del Reichskommissariat».. —«¿Y por qué no se ha informado a los representantes de la SP y del SD?». —«No se lo puedo decir. Todavía estoy esperando a que me completen la información. Pero, ya sabe, esa cuestión es competencia del OKHG. El Oberführer Bierkamp debería dirigirse directamente a ellos». Salí del despacho de Von Gilsa con la impresión de que sabía más de lo que decía. Redacté un informe breve y se lo envié a Leetsch y a Bierkamp. En general, en eso consistía ahora mi trabajo: el Abwehr me enviaba copia de los informes que le parecía oportuno, referidos casi siempre a la evolución del problema de los partisanos; yo añadía informaciones que había recogido de fuentes orales, casi siempre durante las comidas, y lo mandaba todo a Voroshilovsk; a cambio, recibía otros informes que le comunicaba a Von Gilsa o a alguno de sus colegas. Así que los partes de las actividades del Ek 12, cuyas oficinas estaban a quinientos metros del AOK, había que mandarlos primero a Voroshilovsk y, después, había que cotejarlos con los del Sk 10b (los demás Kommandos trabajaban en la zona de operaciones o en la retaguardia del 17º Ejército), volvían en parte a mis manos y yo se los entregaba al Ic; simultáneamente, por supuesto, el Einsatzkommando mantenía relaciones directas con el AOK. No tenía demasiado trabajo y aproveché la circunstancia: Piatigorsk era una ciudad agradable, había muchas cosas que ver. En compañía de Voss, siempre curioso, fui al museo regional situado algo más abajo del hotel Bristol y del parque Tsvetnik. Había en él estupendas colecciones que había ido acumulando durante décadas la
Kavkazskoe Gornoe Obshchestvo,
una asociación de naturalistas, aficionados pero entusiastas: habían traído de sus expediciones fardos de animales disecados, de minerales, de calaveras, de plantas, de flores secas; tumbas antiguas e ídolos paganos de piedra; enternecedoras fotografías en blanco y negro en la mayoría de las cuales se veía a señores elegantes, con corbata, cuello duro y canotier, encaramados en la ladera abrupta de un picacho, y, como cautivador recordatorio del despacho de mi padre, una pared entera llena de grandes cajas de mariposas, en donde había cientos de ejemplares, todos y cada uno de ellos con la fecha y el lugar de la captura, el nombre de quien la había cogido y el sexo y el nombre científico de la mariposa en una etiqueta. Las había de Kislovodsk, de Adigea, de Chechenia e incluso de Daguestán y de Ayaria; las fechas eran 1923, 1915, 1909. Por la noche íbamos a veces al Teatr Operetty, otro edificio fantasioso, decorado con azulejos rojos con dibujos de libros, instrumentos y guirnaldas, que acababa de abrir la Wehrmacht; luego cenábamos o en el comedor de oficiales o en un café o en el casino, que no era sino el ex hotel-restaurante Restoratsiya, en donde Pechorin conoció a María y en donde, como lo indicaba una placa en ruso que Voss me tradujo, León Tolstoi celebró su vigésimo quinto cumpleaños. Los soviéticos lo convirtieron en un Instituto Central Gubernamental de Balneología; la Wehrmacht había dejado en el frontispicio aquella inscripción impresionante, pero devolvió al edificio su uso primitivo y podía tomarse un vino seco de Kajetia y comer
shashliks
y, a veces, caza mayor. Allí fue donde presenté a Voss a Hohenegg y se pasaron la velada comentando, en cinco lenguas, los orígenes de los nombres de algunas enfermedades.

A mediados de mes, un despacho del grupo llegó y aclaró un tanto la situación. Efectivamente, el Führer había dado el visto bueno a la constitución de una administración militar de Kuban-Cáucaso, bajo el mando del OKHG A y que dirigiría el General der Kavallerie Ernst Kóstring. El
Ostministermm
iba a destacar a un alto funcionario ante aquella administración, pero se demoraba sine díe la creación del Reichskommissariat. Algo aún más sorprendente era que el OKH había ordenado al OKHG A que formase entidades territoriales autónomas para los cosacos y los diversos pueblos montañeses: iban a disolver los koljoses y a prohibir el trabajo obligatorio: el polo opuesto de nuestra política en Ucrania. Me parecía una decisión demasiado inteligente para ser cierta. Tuve que regresar urgentemente a Voroshilovsk para asistir a una reunión: el HSSPF quería hablar de los nuevos decretos. Estaban presentes todos los jefes de los Kommandos y la mayoría de sus ayudantes. Korsemann parecía preocupado. «Lo que resulta inquietante es que el Führer tomase esta decisión a primeros de agosto pero a mí no me hayan informado de ella hasta ayer. Es incomprensible».. —«Al OKH debe preocuparle una ingerencia de las SS», declaró Bierkamp.. —«¿Pero por qué? -dijo Korsemann con tono quejumbroso-. Si mantenemos una colaboración excelente».. —«Las SS han dedicado mucho tiempo a cultivar las buenas relaciones con el Reichskommissar titular. De momento, todo ese trabajo se ha ido al garete».. —«En Maikop -intervino Schultz, el sustituto de Braune, a quien apodaban Eisbein-Paule por lo grueso que estaba-, dicen que la Wehrmacht seguirá teniendo el control de las instalaciones petrolíferas».. —«He de hacerle notar también, Herr Brigadeführer -añadió Bierkamp, dirigiéndose a Korsemann-, que si se promulgan esos "autogobiernos locales", serán ellos los que controlen las funciones de la policía en sus distritos. Desde nuestro punto de vista, es algo inaceptable». El debate se prolongó cierto tiempo en ese mismo tono; todo el mundo parecía estar de acuerdo en que a las SS las habían estafado lisa y llanamente. Por fin nos dijeron que nos podíamos ir y nos pidieron que recogiéramos todas las informaciones que pudiéramos.

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