Las Brigadas Fantasma

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Authors: John Scalzi

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Las Brigadas Fantasma
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Las Brigadas Fantasma son las Fuerzas Especiales de las Fuerzas de Defensa Coloniales; tropas de élite creadas a partir del ADN de los muertos y transformadas en soldados perfectos para las operaciones más duras. Son jóvenes, son rápidos y fuertes y carecen de escrúpulos humanos. El universo es un lugar peligroso para la humanidad y está a punto de serlo mucho más, ya que tres razas alienígenas se han aliado contra los humanos. Cuentan con un importante aliado: el científico militar Charles Boutin, que ha traicionado a la humanidad y ha desvelado los mayores secretos de las FDC. Para vencer, las FDC deberán averiguar qué ha llevado a Boutin a cometer semejante acto. La clave para resolver este enigma se llama Jared Dirac; un híbrido superhumano, creado a partir del ADN de Boutin y cuyo cerebro contiene la memoria del traidor. Pero el trasplante de memoria falla y Pared es trasladado a las Brigadas Fantasma. Allí se convierte en un soldado perfecto, hasta que los recuerdos de Boutin comienzan a manifestarse. Pared emprenderá entonces una búsqueda desesperada de su «padre» para obtener respuestas, pero el tiempo corre en su contra: la alianza está preparando su ofensiva y planean cosas peores que la mera derrota militar de la humanidad.

John Scalzi

Las brigadas fantasma

Fuerzas de Defensa Coloniales II

ePUB v1.0

Johan
08.07.11

PRIMERA PARTE
1

Nadie reparó en la roca.

Y por un buen motivo. La roca era vulgar, una más de los millones de trozos de roca y hielo que flotaban en la órbita parabólica de un cometa de período corto, muerto desde hacía muchísimo tiempo, y tenía el mismo aspecto que cualquier otro trozo de aquel cometa muerto. La roca era más pequeña que algunas, más grande que otras, pero en una escala distributiva no había nada que la distinguiera de ningún modo. Si se diera la posibilidad insondablemente remota de que la roca fuera divisada por la red de defensa de algún planeta, un examen de rutina demostraría que estaba compuesta de silicatos y alguna veta mineral. Es decir, se trataba de una roca, y no era lo suficientemente grande para causar ningún daño verdadero.

Esto era una cuestión académica para el planeta que actualmente intersectaba el rumbo de la roca y de varias de sus hermanas; no tenía sistema de defensa planetario. Sí tenía, sin embargo, un pozo gravitatorio, en el que cayó la roca, junto al resto de sus hermanas. Juntas formarían una lluvia de meteoritos, como hacían muchos trozos de roca y hielo cada vez que el planeta intersectaba la órbita de un cometa, una vez cada revolución planetaria. Ninguna criatura inteligente se alzaba en la superficie de este planeta enormemente frío, pero si hubiera habido una podría haber levantado la cabeza y visto las bonitas manchas y chorreones de esos trocitos de materia cuando se quemaron en la atmósfera, supercalentados por la fricción del aire contra la roca.

La enorme mayoría de esos meteoritos recién nacidos se desintegraría en la atmósfera, su materia quedaría transmutada durante la caída incandescente para pasar de ser un discreto y sólido pedazo de piedra a ser una larga mancha de partículas microscópicas. Éstas permanecerían indefinidamente en la atmósfera hasta convertirse en los núcleos de gotitas de agua, y la sola masa del agua las arrastraría al suelo en forma de lluvia (o, más bien, de nieve, dada la naturaleza del planeta).

Esta
roca, sin embargo, tenía la masa de su lado. Los pedazos volaron cuando la presión atmosférica abrió grietas como cabellos en su estructura, y la tensión que supuso atravesar la gruesa capa de gases reveló defectos estructurales y debilidades, y la hizo explotar violentamente. Los fragmentos se desgajaron, chispearon brillantemente un instante y se consumieron en el cielo. Y sin embargo, al final de su viaje a través de la atmósfera, quedó lo suficiente para impactar contra la superficie del planeta: la bola de fuego golpeó con fuerza y velocidad contra una llanura de roca que los vientos habían despejado de hielo y nieve.

El impacto desintegró la roca y una modesta parte de la llanura, excavando un cráter igualmente modesto. La llanura rocosa, que se extendía durante una distancia importante por encima y por debajo de la superficie del planeta, resonó por el impacto como una campana, cuyas notas repicaron varias octavas por debajo de la gama auditiva de la mayoría de las especies inteligentes conocidas.

El suelo tembló.

Y en la distancia, bajo la superficie del planeta, alguien finalmente reparó en la roca.

—Temblor —dijo Sharan. No levantó la cabeza de su monitor.

Varios momentos más tarde, se produjo otro temblor.

—Temblor —dijo Sharan.

Ante su propio monitor, Cainen miró a su ayudante.

—¿Piensas decir eso cada vez que pase? —preguntó.

—Quiero mantenerte informado de los acontecimientos a medida que ocurran —respondió Sharan.

—Agradezco tu intención —dijo Cainen—, pero no tienes que mencionarlo todas y cada una de las veces. Soy científico. Comprendo que cuando el suelo se mueve estamos experimentando un terremoto. Tu primera declaración fue útil. Pero a la quinta o sexta vez, se vuelve monótono.

Otro rumor.

—Temblor —dijo Sharan—. Es el séptimo. De todas formas, no eres tectónico. Eso queda fuera de tus muchos campos de experiencia.

A pesar de la típica seriedad de Sharan, era difícil no advertir el sarcasmo.

Si Cainen no se hubiera estado acostando con su ayudante, podría haberse sentido irritado. Tal como estaban las cosas, se permitió sentirse tolerantemente divertido.

—No recuerdo que tú seas especialista tectónica.

—Es un hobby —dijo Sharan.

Cainen abrió la boca para responder y entonces el terreno se alzó súbita y violentamente para encontrarse con él. Tardó un momento en comprender que no era el suelo el que había saltado hacia él, sino que él mismo se había precipitado al suelo. Ahora se hallaba despatarrado sobre las losas, junto con la mitad de los objetos que antes estaban colocados en su puesto de trabajo. El taburete de Cainen yacía volcado a su derecha, todavía estremeciéndose por la sacudida.

Miró a Sharan, que ya no observaba su monitor, en parte porque éste yacía en el suelo, cerca de donde la misma Sharan había caído.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Cainen.

—¿Un terremoto? —sugirió Sharan, algo esperanzada, y dejó escapar un grito cuando el laboratorio se sacudió de nuevo enérgicamente alrededor de ellos. Las luces y los paneles acústicos cayeron del cielo; tanto Cainen como Sharan se arrastraron para esconderse bajo sus puestos de trabajo. El mundo se tambaleó alrededor de ambos durante un rato mientras permanecían escondidos debajo de las mesas.

Por fin las sacudidas cesaron. Cainen miró alrededor bajo la poca luz fluctuante que quedaba y vio casi todo su laboratorio por el suelo, incluyendo gran parte del techo y de las paredes. Normalmente el laboratorio estaba lleno de trabajadores y del resto de los ayudantes de Cainen, pero Sharan y él se habían quedado hasta tarde para terminar unas secuenciaciones. La mayoría del personal estaba en los barracones de la base, probablemente durmiendo. Bueno, ahora seguro que estaban despiertos.

Un sonido agudo y taladrante resonó en el pasillo que conducía al laboratorio.

—¿Has oído eso? —preguntó Sharan.

Cainen asintió con la cabeza.

—Es la sirena de las estaciones de combate.

—¿Nos atacan? —preguntó Sharan—. Creía que esta base estaba blindada.

—Lo está —respondió Cainen—. O lo estaba. Se suponía que lo estaba, al menos.

—Pues hay que reconocer que han hecho un trabajo magnífico.

Ahora Cainen se irritó.

—Nada es perfecto, Sharan —dijo.

—Lo siento —respondió Sharan, captando la súbita irritación de su jefe. Cainen gruñó y luego salió de debajo de la mesa y se dirigió a un archivador volcado.

—Ven a ayudarme con esto —le dijo a Sharan. Entre los dos consiguieron arrastrar el archivador hasta un lugar donde Cainen pudo abrir la puerta. Dentro había una pequeña pistola de proyectiles y un cartucho de munición.

—¿De dónde has sacado eso? —preguntó Sharan.

—Esto es una base militar, Sharan —dijo Cainen—. Tienen armas. Yo tengo dos de éstas. Una aquí y la otra en los barracones. Pensé que podrían ser útiles si pasaba algo como esto.

—Nosotros no somos militares —dijo Sharan.

—Y estoy seguro de que eso le importará muchísimo a quienquiera que esté atacando la base —dijo Cainen, y le ofreció el arma a Sharan—. Coge esto.

—No me lo des. Nunca he usado una. Llévala tú.

—¿Estás segura? —preguntó Cainen.

—Estoy segura —dijo Sharan—. Acabaría pegándome un tiro en la pierna.

—Muy bien —dijo Cainen. Cargó el arma con la munición y se la metió en el bolsillo de la bata—. Tendríamos que dirigirnos a los barracones. Nuestra gente está allí. Si sucede algo, deberíamos estar con ellos.

Sharan asintió en silencio. Su personalidad habitualmente sarcástica había desaparecido ahora por completo; parecía agotada y asustada. Cainen le dio un rápido apretón.

—Vamos, Sharan —dijo—. No nos pasará nada. Pero intentemos llegar a los barracones.

Los dos habían empezado a abrirse paso entre los escombros del pasillo cuando oyeron descorrerse la puerta de la escalera del subnivel. Cainen escrutó entre el polvo y la falta de luz y distinguió dos grandes formas que atravesaban la puerta. Empezó a retirarse hacia el laboratorio; Sharan, que había tenido el mismo pensamiento mucho más rápido que su jefe, ya había llegado a la puerta. La otra salida de la planta era el ascensor, que se encontraba más allá de la escalera. Estaban atrapados. Cainen se palpó el bolsillo de la bata mientras se retiraba; no tenía mucha más experiencia que Sharan con las armas y no confiaba demasiado en poder alcanzar siquiera a un blanco desde esa distancia, mucho menos a dos, siendo como presumiblemente eran soldados entrenados.

—Administrador Cainen —dijo una de las formas.

—¿Qué? —dijo Cainen, a su pesar, e inmediatamente lamentó haberse descubierto.

—Administrador Cainen —repitió la forma—. Hemos venido a rescatarlo. No está a salvo aquí.

La sombra avanzó hacia una zona de luz y se convirtió en Aten Randt, uno de los comandantes de la base. Cainen finalmente lo reconoció por el diseño del clan en su caparazón y sus insignias. Aten Randt era un eneshano, y Cainen se sintió vagamente avergonzado al admitir que, incluso después de todo este tiempo en la base, todos seguían pareciéndole iguales.

—¿Quién nos está atacando? —preguntó Cainen—. ¿Cómo han encontrado la base?

—No estamos seguros de quién nos está atacando ni por qué —dijo Aten Randt.

El chasquido de las piezas de su boca era traducido a un habla reconocible por el pequeño aparato que colgaba de su cuello. Aten Randt podía entender a Cainen sin el artilugio, pero lo necesitaba para hablar con él.

—El bombardeo llegó desde la órbita y sólo hemos localizado una nave que intenta aterrizar.

Aten Randt avanzó hacia Cainen; éste trató de no dar un respingo. A pesar del tiempo que llevaba allí y su relación de trabajo, relativamente buena, todavía se ponía nervioso con la enorme raza insectoide.

—Administrador Cainen, no pueden encontrarle aquí. Tenemos que evacuarlo antes de que invadan la base.

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