Las Brigadas Fantasma (5 page)

Read Las Brigadas Fantasma Online

Authors: John Scalzi

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Las Brigadas Fantasma
4.02Mb size Format: txt, pdf, ePub

Robbins imaginó brevemente a Mattson con su auténtica edad, que debía rondar los ciento veinticinco años; en el ojo de su mente lo vio como una arruga escrotal de uniforme. Le habría parecido divertido, de no ser porque el propio Robbins tenía noventa años, y su aspecto no sería mucho mejor.

Luego estaba el asunto del otro general presente en la sala, quien, si su cuerpo mostrara su verdadera edad, casi con toda certeza parecería más joven de lo que era. Las Fuerzas Especiales desconcertaban a Robbins aún más que las FDC. Había algo que no encajaba en que hubiera personas con tres años de edad que estuvieran totalmente desarrolladas y fueran absolutamente letales.

No es que este general tuviera tres años. Probablemente era un adolescente.

—Así que nuestro amigo raey nos dijo la verdad —dijo el general Szilard, desde su propio asiento delante de la mesa—. Su antiguo jefe de investigación de conciencia sigue vivo.

—Volar la cabeza de su propio clon, eso sí que fue un detalle —comentó el general Mattson, con la voz llena de sarcasmo—. Esos pobres hijos de puta estuvieron recogiendo sesos del equipo del laboratorio durante una semana —Miró a Robbins—. ¿Sabemos cómo lo hizo? Me refiero a lo de fabricarse un clon. Es algo que no debería poder hacerse sin que nadie se dé cuenta. No pudo cocinárselo en el armario.

—Por lo que sabemos, introdujo el código en el software que controla las cápsulas de clones —respondió Robbins—. Simuló que una de las cápsulas estaba fuera de servicio según los monitores. La llevaron a reparar; Boutin la hizo requisar, y luego la llevó a su propia zona de almacenamiento en el laboratorio y se encargó de su propio servidor y el suministro de energía. El servidor no estaba conectado al sistema, la cápsula estaba requisada, y sólo Boutin tenía acceso a la zona de almacenamiento.

—Así que se lo cocinó en el armario —dijo Mattson—. Qué cabrón.

—Debieron ustedes tener acceso a la zona de almacenamiento después de su supuesta muerte —dijo Szilard—. ¿Me está diciendo que a nadie le pareció raro que tuviera una cápsula clónica allí guardada?

Robbins abrió la boca, pero Mattson respondió.

—Si era un buen jefe de investigación (y lo era), debía tener un montón de material de repuesto y requisado, para repararlo y optimizarlo sin interferir con el equipo que estuviera en uso. Y doy por asumido que cuando llegamos la cápsula estaba vacía, esterilizada y desconectada del servidor y del suministro de energía.

—Así es —dijo Robbins—. No pudimos atar cabos hasta que recibimos su informe, general Szilard.

—Me alegro de que la información fuera útil —dijo Szilard—. Ojalá hubieran atado cabos antes. Como jefe de una división extremadamente sensible, la idea de que Investigación Militar tuviera un traidor en sus filas me parece… escandalosa. Tendrían que haberlo sabido.

Robbins no dijo nada: si las Fuerzas Especiales gozaban de alguna reputación más allá de su pericia militar era de que sus miembros carecían profundamente de tacto y de paciencia. Ser máquinas de matar de tres años de edad no dejaba mucho tiempo para la cortesía social.

—¿Qué podíamos saber? —dijo Mattson—. Boutin nunca dio ningún indicio de que fuera a traicionarnos. Un día está haciendo su trabajo, al siguiente descubrimos que se ha suicidado en su laboratorio, o eso pensamos. No dejó ninguna nota. Nada que sugiriera que tuviera en mente otra cosa que no fuera su trabajo.

—Antes me dijo que Boutin le odiaba —le dijo Szilard a Mattson.

—Boutin me odiaba, en efecto, y por buenos motivos. El sentimiento era mutuo. Pero que un hombre piense que su oficial superior es un hijo de puta no significa que se vuelva un traidor a su especie —Mattson señaló a Robbins—. El coronel tampoco me aprecia especialmente, y es mi ayudante. Pero no va a ir corriendo a ver a los raey o los eneshanos con información de alto secreto.

Szilard miró a Robbins.

—¿Es eso cierto?

—¿Qué parte, señor?

—Que no le cae bien el general Mattson —dijo Szilard.

—Cuesta trabajo acostumbrarse a él, señor —dijo Robbins.

—Con eso quiere decir que soy un gilipollas —rió Mattson—. Y está bien. No estoy aquí para ganar competiciones de popularidad. Estoy aquí para entregar armas y tecnología. Pero fuera lo que fuese que pasó por la cabeza de Boutin, no creo que yo tuviera mucho que ver con ello.

—¿Entonces qué fue? —preguntó Szilard.

—Tú tendrías que saberlo mejor que yo, Szi —respondió Mattson—. Eres tú quien tiene como mascota a ese científico raey al que habéis enseñado a chillar.

—El administrador Cainen no llegó a conocer a Boutin en persona, o eso dice —contestó Szilard—. No sabe nada sobre sus motivaciones, sólo que Boutin le entregó a los raey información sobre el hardware CerebroAmigo más reciente. El grupo del administrador Cainen estaba trabajando en eso: trataban de integrar la tecnología CerebroAmigo a los cerebros raey.

—Justo lo que necesitábamos —dijo Mattson—. Raey con superordenadores en la cabeza.

—No parece que tuviera mucho éxito con la integración —dijo Robbins, y miró a Szilard—. Al menos no por los datos que su gente recuperó en su laboratorio. La estructura cerebral raey es diferente.

—Pequeños favores —dijo Mattson—. Szi, tienes que sacarle algo más a ese tipo.

—Aparte de por su trabajo y situación específicos, el administrador Cainen no ha sido demasiado útil —dijo Szilard—. Y los pocos eneshanos que capturamos con vida se resistieron a conversar, por usar un eufemismo. Sabemos que los raey, los eneshanos y los obin se han aliado para atacarnos. Pero no sabemos por qué, cómo ni cuándo, ni qué proporciona Boutin a la ecuación. Necesitamos que nuestra gente lo descubra, Mattson.

Mattson le hizo un gesto a Robbins.

—¿Qué sabemos de eso? —preguntó.

—Boutin estaba a cargo de un montón de información delicada —dijo Robbins, dirigiendo su respuesta a Szilard—. Sus grupos se encargaban de técnicas de transferencia de conciencia, desarrollo de CerebroAmigos y generación corporal. Cualquiera de esos temas podría ser útil para el enemigo, bien para ayudarles a desarrollar su propia tecnología, o bien para encontrar puntos débiles en la nuestra. Boutin era probablemente el mayor experto en pasar mentes de un cuerpo a otro. Pero la información de que podía disponer tenía un límite. Boutin era un científico civil. No tenía un CerebroAmigo. Su clon tenía todas sus prótesis cerebrales registradas, y no es probable que tuviera repuestos. Las prótesis son controladas férreamente y habría tenido que invertir varias semanas entrenándola. No tenemos ningún registro en la red que nos diga que Boutin estuviera usando algo que no fuera sus prótesis registradas.

—Estamos hablando de un hombre que les birló una cápsula de clonación delante de sus narices —dijo Szilard.

—No es imposible que escapara del laboratorio con un montón de información —dijo Robbins—. Pero es muy improbable. Es más probable que se marchara solamente con el conocimiento que tuviera en la cabeza.

—¿Y sus motivaciones? —dijo Szilard—. No conocerlas es lo más peligroso para nosotros.

—Me preocupa más lo que sabe —dijo Mattson—. Incluso sólo lo que tenga en la cabeza, de manera natural puede ser demasiado. He tenido que apartar algunos equipos de los proyectos en que trabajaban para que se dedicaran a poner al día la seguridad de Cerebro Amigo. Tenemos que dejar obsoleto lo que Boutin supiera. Y Robbins está a cargo de investigar los datos que Boutin dejó. Si hay algo, lo encontraremos.

—Me reuniré con el antiguo ayudante de Boutin cuando hayamos terminado aquí —informó Robbins—. El teniente Harry Wilson. Dice que tiene algo que podría parecerme interesante.

—No deje que le entretengamos —dijo Mattson—. Puede retirarse.

—Gracias, señor. Antes de irme, me gustaría saber bajo qué tipo de restricciones de tiempo trabajamos. Descubrimos lo de Boutin al atacar la base. Sin duda, los eneshanos saben que descubrimos sus planes. Me gustaría saber de cuánto tiempo disponemos antes de que contraataquen.

—Tiene tiempo, coronel —dijo Szilard—. Nadie sabe que hemos atacado la base.

—¿Cómo pueden no saberlo? —preguntó Robbins—. Con el debido respeto a las Fuerzas Especiales, general, es difícil ocultar un ataque de ese tipo.

—Los eneshanos saben que han perdido contacto con la base. Cuando investiguen, lo que van a descubrir es que un pedazo rocoso de un cometa del tamaño de un campo de fútbol alcanzó el planeta a unos diez kilómetros de la base, arrasándola junto con todo lo que había en la zona inmediata. Podrán hacer todos los análisis que quieran: no encontrarán más que pruebas de una catástrofe natural. Porque eso es lo que fue. Sólo que nosotros ayudamos un poco.

* * *

—Todo esto es muy bonito —dijo el coronel Robbins, indicando lo que parecía un espectáculo de luces en miniatura en la pantalla holográfica del teniente Harry Wilson—. Pero no sé qué me está mostrando.

—Es el alma de Charlie Boutin —dijo Wilson.

Robbins se apartó de la pantalla y miró a Wilson.

—¿Perdone?

Wilson indicó la pantalla con un gesto.

—Es el alma de Charlie —repitió—. O, más precisamente, es una representación holográfica del sistema eléctrico dinámico que engloba la conciencia de Charles Boutin. O una copia, al menos. Supongo que si quiere ponerse filosófico al respecto, podría discutir si ésta es la mente de Charlie o su alma. Pero si lo que dice sobre Charlie es cierto, probablemente todavía conserva su inteligencia, pero yo diría que ha perdido su alma. Y aquí está.

—Me dijeron que este tipo de cosas eran imposibles —dijo Robbins—. Sin el cerebro la pauta se desmorona. Por eso transferimos las conciencias como lo hacemos, de un cuerpo vivo a otro cuerpo vivo.

—Bueno, no pienso que sea por eso por lo que transferimos las conciencias del modo que lo hacemos —respondió Wilson—, ya que creo que la gente sería mucho más reacia a permitir que un técnico de las FDC le sacara la mente del cerebro si supiera que iba a guardarse en un archivo informatizado. ¿Lo haría usted?

—Por Dios, no —dijo Robbins—. Casi me meo encima cuando me transfirieron.

—Ése es exactamente mi argumento. Sin embargo, tiene usted razón. Esto —señaló el holograma— no podríamos hacerlo ni aunque quisiéramos.

—¿Entonces cómo lo hizo Boutin?

—Nos engañó, naturalmente. Hace más de año y medio, Charlie y todos los demás tenían que trabajar con tecnología humana, o con la tecnología que podíamos tomar prestada o copiar de otras razas. Y la mayoría de las razas en nuestra parte del espacio tienen más o menos el mismo nivel de tecnología que nosotros, porque las razas más débiles son expulsadas de su territorio y se mueren o las matan. Pero hay una especie que está años luz por delante de todas las demás en el vecindario.

—Los consu —dijo Robbins, y los vio mentalmente: grandes, parecidos a cangrejos y avanzados más allá de lo increíble.

—Eso es. Los consu le dieron a los raey parte de su tecnología cuando los raey atacaron nuestra colonia en Coral hace un par de años, y nosotros la robamos cuando contraatacamos. Formé parte del equipo encargado de invertir y copiar la tecnología consu, y puedo asegurarle que seguimos sin comprender la mayor parte. Pero una de las cosas que sí pudimos comprender se la entregamos a Charlie para que trabajara en ella, para mejorar el proceso de transferencia de conciencia. Así fue como empecé a trabajar con él; le enseñé a usar ese material. Y como puede ver, aprende rápido. Naturalmente, es fácil hacer las cosas cuando mejoran las herramientas. Con esto pasamos de golpear rocas a usar un soplete.

—¿No sabía usted nada? —preguntó Robbins.

—No —respondió Wilson—. He visto algo parecido… Charlie usó la tecnología consu para refinar el proceso de transferencia de conciencia que tenemos. Ahora podemos crear una memoria intermedia que antes no podíamos fabricar, y que hace que la transferencia sea mucho menos susceptible de fracaso tanto al principio como al final del proceso. Pero él se guardó este truquito para sí. Lo descubrí después de que usted me dijera que investigara su trabajo personal. Tuvimos suerte, porque la máquina que encontré iba a ser borrada y transferida al observatorio de las FDC. Quieren ver cómo la tecnología consu modela el interior de una estrella.

Robbins señaló el holograma.

—Creo que esto es algo más importante.

Wilson se encogió de hombros.

—En realidad, no es muy útil en sentido general.

—Está usted bromeando —dijo Robbins—. Podemos almacenar conciencias.

—Claro, y tal vez eso sea útil. Pero no podemos hacer mucho con ellas. ¿Qué sabe usted de los detalles de la transferencia de conciencia?

—Muy poco —contestó Robbins—. No soy ningún experto. Me nombraron adjunto al general por mi capacidad organizativa, no por mi formación científica.

—Muy bien, mire —dijo Wilson—. Usted mismo lo ha dicho: sin el cerebro, la pauta de conciencia normalmente se desploma. Es porque la conciencia depende por completo de la estructura física del cerebro. Y no de un cerebro cualquiera: depende del cerebro en el que despierta. Toda pauta de conciencia es como una huella dactilar. Es específica para esa persona y es específica hasta los genes.

Wilson señaló a Robbins.

—Mire su cuerpo, coronel. Ha sido profundamente modificado a nivel genético: tiene usted la piel verde, una musculatura mejorada y sangre artificial que dispone de una capacidad de oxígeno varias veces mayor que la de la sangre real. Es un híbrido de su propia genética personal con genes fabricados para ampliar sus capacidades. Así que, a nivel genético, ya no es realmente usted…, a excepción de su cerebro. Su cerebro es completamente humano, y está completamente basado en sus genes. Porque si no lo fuera, su conciencia no podría transferirse.

—¿Por qué? —preguntó Robbins.

Wilson hizo una mueca.

—Ojalá pudiera decírselo. Le estoy transmitiendo lo que me dijeron Charlie y su equipo. Yo aquí sólo soy el mensajero. Pero sí sé qué significa que
esto —
Wilson señaló el holograma—, no le sirve tal como está porque no tiene cerebro, y necesita el cerebro de
Charlie
para decirle lo que sabe. Y el cerebro de Charlie se ha perdido junto con el resto de su persona.

—Si no nos sirve de nada, entonces me gustaría saber para qué me ha hecho venir aquí.

—Dije que no era muy útil en sentido general. Pero en un sentido específico, podría ser bastante útil.

Other books

Smoky Mountain Setup by Paula Graves
The Virgin at Goodrich Hall by Danielle Lisle
La Espada de Disformidad by Mike Lee Dan Abnett
Festival of Shadows by Michael La Ronn
The Compound by Claire Thompson
Handsome Stranger by Grooms, Megan