Las Brigadas Fantasma (13 page)

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Authors: John Scalzi

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Las Brigadas Fantasma
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—Se vuelve más fácil cuanto más se practica —dijo Brahe—. Y a partir de ahora, lo haréis en todas las prácticas de combate. Vuestra integración os proporciona una conciencia situacional única en este universo. Todas las especies inteligentes comparten información en combate de la manera que pueden. Incluso los soldados realnacidos mantienen abierto durante la batalla un canal de comunicaciones a través de sus CerebroAmigos. Pero sólo las Fuerzas Especiales pueden compartir a este nivel, sólo ellas tienen este nivel de conciencia táctica. Es el meollo de cómo funcionamos y cómo combatimos.

»—Como decía, la semana pasada cubristeis lo básico del combate, igual que realnacidos…, aprendisteis a entrar en combate como individuos. Ahora ha llegado el momento de aprender a combatir como Fuerzas Especiales, de
integrar
vuestras habilidades de combate con vuestro escuadrón. Aprenderéis a compartir y aprenderéis a confiar en lo que se comparte con vosotros. Eso salvará vuestra vida y salvará la vida de vuestros compañeros de escuadrón. Ésta será la parte más difícil y más importante de lo que aprendáis. Así que prestad atención.

Brahe se volvió de nuevo hacia Gullstrand.

—Ahora, cierra los ojos.

Gullstrand vaciló.

—No sé si puedo mantener los ojos cerrados —dijo.

—Vas a tener que confiar en tu escuadrón —contestó Brahe.

—Confío en el escuadrón —dijo Gullstrand—. En quien no confío es en mí mismo.

Esto recibió una comprensiva salva de toques.

—Eso es también parte del ejercicio —dijo Brahe—. Adelante.

Gullstrand cerró los ojos y dio un paso. Desde su punto de observación a mitad de la pista, Jared podía ver a Jerry Yukawa, en la primera posición, inclinarse hacia delante ligeramente, como si intentara cubrir físicamente la distancia entre su mente y la de Gullstrand. El paso de Gullstrand por la pista de obstáculos era lento, pero se fue haciendo progresivamente más firme; justo antes de alcanzar a Jared, y justo después de equilibrarse en un tronco de madera suspendido sobre el barro, Gullstrand empezó a sonreír. Se había convertido en creyente.

Jared sintió a Gullstrand buscar su punto de vista, así que le dio pleno acceso a sus sentidos y le transmitió una sensación de ánimo y seguridad. Sintió que Gullstrand la recibía y transmitía brevemente su agradecimiento; entonces Gullstrand se concentró en escalar la pared junto a la que se hallaba Jared. Una vez en lo alto, sintió a Gullstrand pasar al siguiente miembro del escuadrón, completamente confiado. Al final de la pista, Gullstrand se movía casi a toda velocidad.

—Excelente —dijo Brahe—. Gullstrand, ocupa la última posición. Todos los demás, moveos un puesto. Yukawa, te toca a ti.

Dos carreras más tarde, los miembros del escuadrón no sólo compartían su perspectiva con el compañero que hacía el recorrido, sino que el compañero en la pista compartía con ellos su perspectiva compartida, proporcionando a todos los que no habían corrido aún un adelanto de lo que iban a encontrarse. En la siguiente carrera, los miembros del escuadrón que se encontraban junto a la pista compartieron sus puestos de observación con la persona que estaba situada por delante de ellos, para poder ayudar mejor al que corría cuando cambiaran de posición. Para cuando le tocó a Jared entrar en la pista, todo el escuadrón había integrado plenamente sus perspectivas y le había pillado el truco a sondear con rapidez otra perspectiva y capturar la información relevante sin tener que apartarse de su propio punto de vista. Era como estar en dos lugares a la vez.

Cuando Jared se encontró en la pista, se regodeó en la extraña inteligencia de todo aquello, al menos hasta que llegó a los troncos sobre el barro, cuando su punto de vista prestado se apartó de donde estaban sus pies. Jared perdió pie y cayó de cara al barro.

—Lo siento —dijo Steven Seaborg unos segundos más tarde, mientras Jared se incorporaba con los ojos abiertos—. Me ha picado algo y me distraje.

—Mentira podrida —le envió Alan Millikan a Jared, en privado—. Yo estaba un puesto más abajo y lo miraba directamente. No le ha picado nada.

—Seaborg —intervino Brahe—. Cuando estés en combate, dejar que un miembro del escuadrón muera porque te pica un bicho es lo que acaba por ponerte en el lado incómodo de la compuerta. Recuérdalo. Dirac, continúa.

Jared cerró los ojos y puso un pie delante del otro.

* * *

—¿Pero qué tiene Seaborg en mi contra? —le preguntó Jared a Pauling. Los dos practicaban lucha con sus cuchillos de combate. Los miembros del escuadrón practicaban durante cinco minutos con cada uno de los otros miembros, el sentido de integración a tope. Luchar contra alguien que era íntimamente consciente de tu estado mental interno lo convertía en un desafío con un interés añadido.

—¿De verdad no lo sabes? —dijo Pauling, trazando círculos con el cuchillo que empuñaba de manera casual con la mano izquierda—. Son dos cosas. Una, no es más que un capullo. Dos, le gusto.

Jared se detuvo.

—¿Qué? —dijo, y Pauling lo atacó con saña, haciendo una finta a la derecha y luego descargando un golpe hacia arriba, hacia el cuello de Jared, con la mano izquierda. Jared retrocedió justo a tiempo para evitar la cuchillada; Pauling se cambió el arma de mano y el golpe cambió de dirección, fallando la pierna de Jared por aproximadamente un centímetro. Jared se enderezó y adoptó una posición defensiva.

—Me has distraído —dijo, y empezó de nuevo a moverse en círculos.

—Te has distraído tú solo. Yo simplemente me he aprovechado.

—No serás feliz hasta que me cortes una arteria —dijo Jared.

—No seré feliz hasta que cierres el pico y te concentres en matarme con ese cuchillo —dijo Pauling.

—Eso quisieras tú —empezó a decir Jared, y de repente se echó hacia atrás; había sentido la intención de Pauling de acuchillarlo una fracción de segundo antes de que ella hiciera el amago. Antes de que pudiera retirarse, Jared avanzó dentro del alcance de su brazo extendido, y alzó la hoja que tenía en la mano derecha para tocarla suavemente en la caja torácica. Antes de que llegara allí, Pauling alzó la cabeza y golpeó con fuerza la parte inferior de la mandíbula de Jared. Se oyó un sonoro
clack
cuando los dientes de Jared entrechocaron; el campo de visión de Jared se nubló. Pauling aprovechó la aturdida pausa de Jared para dar un paso atrás y ponerle una zancadilla que lo tumbó de espaldas. Cuando Jared recuperó el sentido, Pauling le había sujetado los brazos con las piernas y sostenía su cuchillo directamente sobre su arteria carótida.

—Eso quisieras tú —
dijo Pauling, burlándose de las últimas palabras de Jared—. Si esto fuera un combate de verdad ya te habría cortado cuatro arterias y habría pasado al siguiente.

Pauling envainó su cuchillo, y retiró las rodillas de sus brazos.

—Menos mal que no es un combate de verdad —dijo Jared, y se levantó—. Respecto a Seaborg…

Pauling le dio un puñetazo de pleno en la nariz, haciendo que la cabeza se le disparara hacia atrás. El cuchillo volvió a su garganta, y sus piernas sujetaron sus brazos, una fracción de segundo después.

—¿Qué demonios…? —dijo Jared.

—Nuestros cinco minutos no han terminado aún —replicó Pauling—. Se supone que todavía debemos seguir luchando.

—Pero tú… —empezó a decir Jared. Pauling lo hirió en el cuello y derramó SangreSabia. Jared gritó en voz alta.

—Nada de «pero tú» —dijo Pauling—. Jared, te aprecio, pero he advertido que no te concentras. Somos amigos, y sé que crees que eso significa que podemos tener una buena conversación mientras hacemos esto. Pero te juro que la próxima vez que me ofrezcas una apertura como acabas de hacer, voy a cortarte la garganta. Tu SangreSabia probablemente te salvará de la muerte. Y te impedirá seguir pensando que sólo porque somos
amigos
no te lastimaré seriamente. Te aprecio demasiado. Y no quiero que mueras en un combate real porque estés pensando en otra cosa. Los tipos a los que combatiremos de verdad no van a detenerse a conversar.

—¿Me cuidarías en combate? —dijo Jared.

—Sabes que lo haría. Pero esto de la integración sólo llega hasta ahí, Jared. Tienes que cuidarte tú solo.

Brahe les dijo que sus cinco minutos habían terminado. Pauling dejó que Jared se levantara.

—Hablo en serio, Jared —dijo Pauling, después de ayudarlo a levantarse—. Presta atención la próxima vez, o te cortaré de verdad.

—Lo sé —dijo Jared, y se tocó la nariz—. O me darás un puñetazo.

—Cierto —dijo Pauling, y sonrió—. No soy quisquillosa.

—Entonces, todo eso de que le gustas a Seaborg lo has dicho sólo para distraerme.

—Oh, no. Es completamente cierto.

—Oh —dijo Jared.

Pauling soltó una carcajada.

—¿Lo ves? Ya has vuelto a distraerte —dijo.

* * *

Sarah Pauling fue una de las primeras en ser abatidas; Andrea Gell-Mann y ella cayeron en una emboscada cuando exploraban un pequeño valle. Pauling cayó de inmediato, alcanzada en la cabeza y el cuello; Gell-Mann consiguió identificar el emplazamiento de los tiradores antes de que la alcanzaran tres disparos en el pecho y el abdomen. En ambos casos su integración con el resto del escuadrón se cortó: fue como si las hubieran arrancado de la conciencia común del escuadrón. Otros cayeron poco después, masacrando al escuadrón y haciendo que el resto de sus miembros se descoordinara.

Fue un mal juego de guerra para el Octavo.

Jerry Yukawa aumentó el problema al ser alcanzado en la pierna. El traje de entrenamiento que llevaba puesto registró el «impacto» y congeló la mobilidad del miembro; Yukawa cayó a medio paso y apenas consiguió arrastrarse tras el peñasco donde se había refugiado Katherine Berkeley unos cuantos segundos antes.

—Se suponía que tenías que disparar para cubrirme —dijo Yukawa, acusador.

—Lo hice —respondió Berkeley—. Lo estoy haciendo. Pero sólo soy una y ellos son cinco. Hazlo tú mejor.

Los cinco miembros del Décimo Tercer Escuadrón de Instrucción que habían atrapado a Yukawa y Berkeley tras el peñasco enviaron otra andanada en su dirección. Los miembros del Décimo Tercero sintieron el simulado retroceso mecánico de sus rifles de entrenamiento mientras sus CerebroAmigos simulaban visual y auralmente las balas que barrían el pequeño valle sin salida; los CerebroAmigos de Yukawa y Berkeley simularon a su vez algunas de las balas que golpeaban el peñasco y las que silbaban al pasar. Las balas no eran de verdad, pero eran tan reales como puede ser algo falso.

—Nos vendría bien un poco de ayuda aquí —le dijo Yukawa a Steven Seaborg, que era el comandante del ejercicio.

—Os oímos —dijo Seaborg, y entonces se volvió a mirar a Jared, su único soldado superviviente, quien lo miraba sin decir nada. Cuatro miembros del Octavo seguían en pie (sólo de manera figurada en el caso de Yukawa), mientras que aún quedaban siete hombres del Décimo Tercero en el bosque. Las probabilidades no eran buenas.

—Deja de mirarme así —dijo Seaborg—. Esto no es culpa mía.

—No he dicho nada.

—Estabas pensándolo.

—Tampoco lo estaba pensando —dijo Jared—. Estaba repasando datos.

—¿De qué? —preguntó Seaborg.

—De cómo se mueve y piensa el Décimo Tercero —dijo Jared—. De los otros miembros del Octavo antes de que murieran. Estoy intentando ver si hay algo que podamos utilizar.

—¿Puedes hacerlo un poco más rápido? —dijo Yukawa—. Las cosas están muy chungas por este lado.

Jared miró a Seaborg, que suspiró.

—Bien —dijo—. Estoy abierto a sugerencias. ¿Qué has encontrado?

—Vas a pensar que estoy loco —dijo Jared—. Pero me he fijado en una cosa. Hasta ahora, ni nosotros ni ellos hemos levantado mucho la cabeza.

Seaborg contempló el dosel del bosque, y vio cómo la luz del sol se filtraba a través de los árboles terrestres nativos y sus equivalentes de Fénix, gruesos troncos como bambúes que extendían unas ramas impresionantes. Los dos tipos de flora no competían genéticamente (eran de naturaleza incompatible porque se desarrollaban en mundos distintos), pero sí competían por la luz solar, extendiéndose hacia el cielo lo máximo posible y desplegando gruesas ramas para ofrecer asidero a las hojas y los equivalentes a las hojas para que hicieran su trabajo de fotosíntesis.

—No levantamos la cabeza porque no hay nada más que árboles —dijo Seaborg.

Jared empezó a contar los segundos mentalmente. Llegó hasta siete antes de que Seaborg dijera:

—Oh.

—Oh —coincidió Jared. Recuperó un mapa—. Nosotros estamos aquí. Yukawa y Berkeley están aquí. Todo es bosque entre este sitio y este otro.

—¿Y crees que podemos llegar de aquí a allí por los árboles? —dijo Seaborg.

—Ésa no es la cuestión —dijo Jared—. La cuestión es si podemos hacerlo lo bastante rápido para mantener a Yukawa y Berkeley con vida, y lo bastante en silencio para que no nos maten a nosotros.

* * *

Jared descubrió rápidamente que caminar a través de los árboles era una idea mejor en la teoría que en la práctica. Seaborg y él casi se cayeron dos veces en los primeros dos minutos; moverse de rama en rama requería bastante más coordinación de lo que esperaban. Las ramas de los árboles de Fénix no soportaban tanta carga como suponían y los árboles terrestres tenían un número sorprendente de hojas muertas. Su avance fue más lento y más sonoro de lo que les habría gustado.

Un sonido llegó desde el este; en dos árboles distintos, Jared y Seaborg se abrazaron a los troncos y se detuvieron. Dos miembros del Décimo Tercero salieron de los matorrales a treinta metros de distancia y seis metros por debajo de la posición de Jared. Los dos estaban en alerta, atentos a su presa. No levantaron la cabeza.

Por el rabillo del ojo, Jared vio que Seaborg dirigía lentamente la mano hacia su MP.

—Espera —dijo Jared—. Todavía estamos en su visión periférica. Espera a que estemos tras ellos.

Los dos soldados avanzaron, dejando atrás a Jared y Seaborg, quien asintió con la cabeza a Jared. En silencio, agarraron sus MR se equilibraron lo mejor que pudieron, y apuntaron a las espaldas de los dos soldados. Seaborg dio la orden: las balas volaron en una breve andanada. Los soldados se envararon y cayeron.

—Los otros tienen retenidos a Yukawa y Berkeley —dijo Seaborg—. ¡Vamos a por ellos!.

Se puso en marcha. A Jared le hizo gracia cómo el espíritu de liderazgo de Seaborg, tan venido a menos recientemente, había regresado de pronto.

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