Las Brigadas Fantasma (37 page)

Read Las Brigadas Fantasma Online

Authors: John Scalzi

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Las Brigadas Fantasma
3.18Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Exactamente. Y no podemos consentirlo. Un dolor de estómago no está bien.

Zoe le sonrió a Jared y le partió el corazón.

—Eres tonto, señor Jared —dijo.

—Bueno —dijo Jared, sonriendo—. Lo intento.

—Muy bien, iré. Papá está echando una siesta. No sabe que estoy aquí. Voy a despertarlo porque tengo hambre.

—Ve y hazlo, Zoe. Gracias por visitarme. Me alegro mucho de que vinieras.

—Muy bien —dijo Zoe, se dio la vuelta y lo saludó con la mano al marcharse—. ¡Adiós, señor Jared! Hasta luego.

—Hasta luego —dijo Jared, sabiendo que no seria así.

—¡Te quiero! —dijo Zoe, de esa forma casual que tienen los niños.

—Yo también te quiero —susurró Jared, como un padre. Esperó hasta que oyó la puerta cerrarse en el pasillo adjunto antes de dejar escapar el sollozo entrecortado que había estado conteniendo.

Jared miró el laboratorio, la consola que Boutin había llevado allí para hacer la transferencia de conciencia, y se detuvo en la segunda cápsula nido que Boutin había llevado, donde se colocaría antes de enviar su conciencia al cuerpo de Jared, anulando su existencia como si fuera simplemente un sustituto, algo puesto allí para ocupar el tiempo hasta que el verdadero poseedor del cuerpo pudiera tomar posesión de él.

«¿Pero acaso no era así?», pensó Jared. Fue Boutin quien pretendió estar en aquel cuerpo. Por eso había sido creado. Se permitió a Jared existir sólo porque la conciencia de Boutin al principio se negó a enraizar. Tuvo que ser engañada para compartir el espacio mental que Jared había creado. Y ahora, ironías de la vida, Boutin lo quería todo, quería apartar a Jared por completo. «Maldición —pensó Jared locamente—. ¡Tengo el cerebro tal como me gusta!» Se rió, y la risa le sonó extraña y temblorosa. Trató de calmarse, y logró volver a un estado más racional poco a poco.

Jared oía a Boutin en su cabeza, describiendo los males de la Unión Colonial, y oyó la voz de Cainen, a quien consideraba más honrado en esos temas, expresando los mismos sentimientos. Examinó su propio pasado como miembro de las Fuerzas Especiales, y las cosas que había hecho para que el universo fuera «seguro para la humanidad». En efecto, la Unión Colonial controlaba cada línea de comunicación, dirigía cada curso de acción, mantenía bajo férreo control cada aspecto de la humanidad, y combatía casi contra todas las razas que conocía con persistente ferocidad.

Si el universo era tan hostil como mantenía la Unión Colonial, tal vez ese nivel de control estuviera justificado, por el imperativo racial de defender el territorio y abrir sitio a los humanos en el universo. Pero si no lo era…, si lo que impulsaba las constantes guerras de la Unión Colonial no era la competencia desde el exterior sino la paranoia y la xenofobia desde el interior, entonces Jared sabía que él y todos los que había conocido dentro de las Fuerzas Especiales y fuera de ellas podrían, de un modo u otro, haber provocado la lenta muerte de la humanidad que, según Boutin, estaba esperando ahí fuera. Entonces habría elegido negarse a luchar.

«Pero Boutin no es de fiar», pensó Jared. Boutin consideraba malvada a la Unión Colonial, pero también elegía hacer cosas malas él mismo. Hizo que tres razas distintas (dos con un largo historial de enfrentamientos) se unieran para atacar a la Unión Colonial, exponiendo a miles de millones de humanos y a miles de millones de otras criaturas inteligentes a la amenaza de la guerra. Había experimentado con soldados de las Fuerzas Especiales y los había matado. Planeaba matar a todos los miembros de las Fuerzas Especiales y a todos los demás soldados de las FDC con su virus CerebroAmigo, algo parecido a un genocidio, considerando el número y la composición única de las Fuerzas de Defensa Coloniales. Y al matar a las Fuerzas de Defensa Coloniales, Boutin dejaría a las colonias y a la Tierra indefensas contra cualquier raza que decidiera reclamar una de sus colonias como propia. Los obin no serían capaces de detener la carrera en busca de territorio de las otras razas…, probablemente ni siquiera podrían hacerlo aunque quisieran. La recompensa de los obin no era territorio, sino conciencia.

Jared comprendió que los desprotegidos colonos estarían condenados. Sus colonias serían destruidas y no tendrían ningún sitio adonde ir. No entraba en la naturaleza de las razas de esa parte de la galaxia compartir sus mundos. La Tierra con sus miles de millones de habitantes podría sobrevivir: sería difícil eliminar a miles de millones de humanos sin luchar. Los planetas coloniales, menos poblados y menos lastrados ecológicamente, serían mucho más atractivos. Pero, si alguien decidía atacar la Tierra, y era cierto que la Unión Colonial la había mantenido atrasada porque eso le convenía, entonces la Tierra no podría defenderse. Sobreviviría, pero el daño sería inmenso.

«¿Es que Boutin no lo ve?», se preguntó Jared. Tal vez lo veía, pero prefería creer que no sucedería así. Aunque era posible que simplemente no considerara las consecuencias de sus acciones. Cuando los obin contactaron con él, tal vez todo lo que Boutin vio fue a un pueblo tan desesperado por algo que él podía darles que estaban dispuestos a hacer cualquier cosa por conseguirlo. Tal vez Boutin pidió la luna y no pensó en lo que haría con ella una vez la tuviera. Tal vez Boutin ni siquiera pensaba que los obin le darían de verdad la guerra que había pedido.

Mezclado con todo esto, Jared sentía una acuciante preocupación por Zoe. ¿Qué le ocurriría si Boutin fracasaba o lo mataban? ¿Qué le ocurriría si tenía éxito? Jared se sentía culpable por preocuparse por lo que podía sucederle a una niña pequeña cuando miles de millones de vidas serían alteradas o exterminadas, pero no podía evitarlo. En el fondo, buscaba un modo de que Zoe pudiera sobrevivir a todo aquello.

Jared se sintió abrumado por las decisiones que tenía que tomar, y por la información que necesitaba para tomarlas, y absolutamente aturdido por lo poco que podría hacer al respecto. Consideraba que era probablemente la última persona del mundo que debería estar luchando contra aquello. Pero no podía hacer nada para cambiarlo. Cerró los ojos y consideró sus opciones.

Una hora más tarde, Jared abrió los ojos cuando Boutin entraba por la puerta, seguido por un obin.

—Estás despierto —dijo Boutin.

—Lo estoy —respondió Jared.

—Es hora de hacer la transferencia. He programado el proceso y comprobado las simulaciones: parece que saldrá a la perfección. No tiene sentido seguir posponiéndola.

—Nada más lejos de mi intención que impedir que me mates —dijo Jared, casualmente.

Boutin hizo una pausa. Que Jared mencionara tan claramente su inminente asesinato preocupaba a Boutin. «Bien», pensó.

—Una cosa —dijo Boutin—. Antes de hacer la transferencia, puedo ejecutar una directriz que te haga dormir, si quieres. No sentirás nada. Si lo prefieres…

—No parece que a ti te guste la idea —dijo Jared.

—Hace que la transferencia sea más difícil, por lo que puedo ver en las simulaciones. La transferencia prenderá con más fuerza si tú también estás consciente.

—Bueno, pues entonces estaré despierto —dijo Jared—. No querría ponerte las cosas difíciles.

—Escucha, Dirac. Esto no es algo personal. Tienes que comprender que tú representas un modo de que todo esto suceda rápida y limpiamente, con el menor derramamiento de sangre por ambas partes. Lamento que tengas que morir, pero la alternativa es más muerte.

—Asesinar a todos los soldados de las Fuerzas de Defensa Coloniales con tu virus no me parece el menor derramamiento de sangre —respondió Jared.

Boutin se dio media vuelta y le dijo al obin que iniciara los preparativos. El obin se dirigió a la consola y se puso a trabajar.

—Dime —espetó Jared—, después de que hayas matado a todas las Fuerzas de Defensa Coloniales, ¿quién va a proteger a las colonias humanas? Ya no tendrán defensores. Los habrás matado a todos.

—Los obin los protegerán a corto plazo —dijo Boutin—. Hasta que podamos crear una nueva fuerza de defensa.

—¿Estás seguro de eso? Cuando les aportes conciencia, ¿por qué necesitarán seguir haciendo algo por ti? ¿O planeas retener su conciencia hasta después de que cumplan tu próxima demanda?

Boutin miró rápidamente al obin, y luego se encaró a Jared.

—No estoy reteniendo nada —dijo—. Lo harán porque han accedido a hacerlo.

—¿Estás dispuesto a poner en peligro la vida de Zoe por eso? Porque es lo que estás haciendo.

—No me des sermones sobre mi hija —escupió Boutin, y se dio media vuelta. Jared se estremeció con tristeza, pensando en las decisiones que iba a tomar.

El obin asintió a Boutin: era el momento. Boutin miró a Jared una vez más.

—¿Algo más que quieras decir antes de empezar? —le preguntó.

—Creo que lo guardaré para más tarde —dijo Jared.

Boutin abrió la boca para preguntar qué quería decir, pero antes de que pudiera hacerlo un ruido estalló fuera de la estación. Parecía un arma muy grande, disparando muy rápidamente.

* * *

Harvey vivía para ese tipo de cosas.

Su principal preocupación mientras se acercaban a la estación científica era que la teniente Sagan esperara que hiciera una de esas aproximaciones metódicas y cautelosas tan de su estilo, algo sibilino que le exigiera andar de puntillas como si fuera un maldito espía o algo por el estilo. Odiaba esas chorradas. Harvey sabía quién era y qué se le daba mejor: era un hijo de puta ruidoso y era bueno haciendo que las cosas se cayeran y explotaran. En sus pocos momentos introspectivos, Harvey se preguntaba si su progenitor, el tipo del que estaba hecho principalmente, no habría sido algo realmente antisocial, como un pirómano o un luchador profesional, o si tal vez había estado en la cárcel por atraco. Quienquiera o lo que quiera que fuese, a Harvey le habría gustado darle un besazo en la boca. Harvey se sentía absolutamente en paz con su naturaleza interior, de un modo que los monjes budistas zen no podrían siquiera imaginar. Y por eso cuando Sagan le dijo que su trabajo sería atraer la atención sobre sí para que Seaborg y ella pudieran hacer el suyo, Harvey bailó por dentro. Estaba seguro de poder atraer la atención sobre sí.

La cuestión era cómo.

Harvey no era especialmente introspectivo, pero eso no significaba que fuese estúpido. Era legal, dentro de sus posibilidades; comprendía el valor de la sutileza aunque no fuera muy sutil, y uno de los motivos por los que podía ser ruidoso y molesto era que no se le daban mal la estrategia y la logística. Se le encargaba un trabajo y lo hacía, normalmente del modo más tendente a la entropía posible, sí, pero también de forma que consiguiera siempre exactamente el objetivo propuesto. Una de las luces que guiaban a Harvey en términos de estrategia era la sencillez; puestos a elegir, Harvey prefería una acción que le permitiera meterse en el meollo de las cosas y luego salir de ellas. Cuando le preguntaban, decía que era su teoría del combate de la navaja de Occam: la manera más simple de darle a alguien una patada en el cuello era normalmente la correcta.

Fue esta filosofía la que hizo que Harvey cogiera el
hovercraft
que Sagan había robado, se montara en él, y después de unos instantes para comprender su manejo, se lanzara hacia la puerta del comedor de los obin. Cuando se acercaba, la puerta del comedor se abrió hacia adentro: algún obin que iba a cumplir con su servicio después de cenar. Harvey sonrió como un loco, enfiló el
hovercraft,
y luego frenó lo bastante para (esperaba) volver a meter de un topetazo al puñetero alienígena en la habitación.

Funcionó a la perfección. El obin tuvo tiempo suficiente para chillar sorprendido antes de que el arma del
hovercraft
lo golpeara de pleno en el pecho, impulsándolo hacia atrás como si fuera un muñeco de cuerda y haciéndoles recorrer casi todo el salón. Los otros obin presentes alzaron la cabeza mientras la víctima de Harvey se precipitaba al suelo, y volvieron sus ojos múltiples hacia la puerta, Harvey, y el
hovercraft
con su gran arma apuntando al interior.

—¡Hola, chicos! —dijo Harvey con voz cavernosa—. ¡El Segundo Pelotón os envía sus saludos!

Y tras eso, pulsó el botón de disparo y se puso a trabajar.

Las cosas se volvieron algo caóticas justo entonces. Fue jodidamente hermoso.

A Harvey le encantaba su trabajo.

* * *

Desde el otro lado del complejo, Seaborg oyó a Harvey iniciar su feliz trabajo, y no pudo contener un pequeño escalofrío involuntario. No es que a Seaborg no le agradara Harvey, pero después de un par de asaltos de combate con el Segundo Pelotón, tenía la sensación de que si a uno no le gustaba que las cosas explotaran innecesariamente a su alrededor, era mejor permanecer lejos de Daniel Harvey.

El estrépito y los estallidos provocaron exactamente lo que pretendían: los soldados obin del generador abandonaron sus puestos para ir a ayudar a aquellos de sus compañeros que estaban siendo alegremente masacrados en el otro extremo del complejo. Seaborg corrió como pudo hacia los generadores, dolorido, y sorprendió a lo que supuso eran científicos obin cuando entró por la puerta. Abatió a uno con una de aquellas extrañas armas obin, y luego le rompió el cuello al otro. Eso fue más perturbador de lo que esperaba: sintió los huesos o lo que fueran ceder bajo su golpe. Al contrario que Harvey, la violencia no era nunca natural para Seaborg; pocas cosas eran naturales para él. Era algo que había advertido antes y que ocultaba compensándolo en exceso, por lo que los miembros de su escuadrón de instrucción pensaban que era un gilipollas. Lo superó (alguien podía acabar empujándolo por un acantilado si no lo hacía), pero lo que nunca superó fue la idea de que, en el fondo, las Fuerzas Especiales no eran para él.

Seaborg entró en la siguiente sala, que ocupaba la mayor parte del cobertizo y albergaba dos formas enormes que supuso eran las baterías que tenía que destruir. La distracción de Harvey iba a funcionar mientras consiguiera continuar con vida, y Seaborg dudaba de que fuera a ser durante mucho tiempo. Seaborg buscó en la sala controles o paneles que pudieran ayudarle o al menos darle alguna indicación de cómo desconectar la energía. No vio nada; todos los paneles y controles estaban en la sala donde había dejado a los dos obin muertos. Seaborg se preguntó un momento si tendría que haber mantenido a uno de ellos con vida para tratar de convencerlo de que desconectara la central de energía, pero se dijo que tampoco habría tenido éxito.

Other books

Secret Signs by Shelley Hrdlitschka
Rampage! by Wills, Julia; Hartas, Leo ;
The Documents in the Case by Dorothy L. Sayers
When Harry Met Sally by Nora Ephron
Passing to Payton by C. E. Kilgore
Homecoming by Cynthia Voigt
Magicalamity by Kate Saunders