Las canicas, las «cuquis» y el novio tontito de Mamá (14 page)

BOOK: Las canicas, las «cuquis» y el novio tontito de Mamá
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Las cuatro en punto. Comienza el campeonato. El vizconde de Labrús toca la campanilla.

—Al tiro, López-Sanders. Preparado, Castromerzo.

López-Sanders suda como un pollo. Su mayordomo, Francisco, le procura un vaso de agua del tiempo. Un corte de digestión puede resultar fatal. El bolón de china, a ocho metros de distancia. López-Sanders se sienta en el suelo.

Las cinco primeras bolas no aciertan en el bolón. Toque en la sexta. Séptima y octava, aire. Toque en la novena. Fallo en la última.

—López-Sanders, dos aciertos. Al tiro Castromerzo. Preparado Llodio.

Francisco, el mayordomo de Tato López-Sanders le dedica una mirada de reproche. Está hundido. Se tapa la cara con las manos. Con dos aciertos es prácticamente imposible la clasificación.

Castromerzo lanza las canicas de rodillas. Es una técnica complicada, porque se precisa arquear la espalda. Su mayordomo, Leandro, le sirve una copa de Fra Angélico.

Toque a la primera. Castromerzo alza los brazos.

—¡Yuppi, yuppi, yee!

Segunda y tercera, blancas. Cuarta, toque.

—¡Yuppi, yuppi, yeee!

Quinta, toque. Castromerzo hace un escorzo muelle de alegría imparable. Se ha entrenado el pájaro. Al final, cuatro aciertos. Clasificación segura. Mal enemigo.

Leandro le ayuda a incorporarse y felicita efusivamente a su señor.

—¡Muy bien, señor conde!

—Al tiro Llodio; preparado Bouvier.

Ilde Llodio no es competitivo. Jamás ha conseguido grandes resultados. Para mí, que es el peor. No entiendo su apuesta de seis a tres. La tirada me da la razón. Un solo acierto de diez. Nueve canicas blancas. La última, lanzada desesperadamente, se pierde en los bajos de un sofá. Méndez, su mayordomo, se agacha y la recupera.

Llodio no sabe perder.

—¡Leches! —proclama con grosería. El juez arbitro reacciona de inmediato.

—Una chabacanada más, y no juegas el próximo campeonato.

—Perdón, Nando, no he podido contenerme.

—Ésos no son modales ni de caballero ni de miembro del «Canica's Club».

—Te pido perdón.

—De acuerdo, pero que sea la última vez. Al tiro Bouvier, preparado Monteñoño.

Tomasón Bouvier tiene peligro. Es tranquilo y piensa las jugadas. Nunca se da por perdido. Es capaz de errar los siete primeros tiros y dar en la diana con los tres últimos. Ginés, su mayordomo, le ha preparado un zumo de naranja.

Ginés es un buen amigo de Tomás, y por éste he sabido que Tomasón se ha entrenado a conciencia. Fútil información, por cuanto su estado de forma es excelente. Lo antes escrito. Cuatro fallos en las primeras tiradas y cuatro aciertos al final. Dada su inexpresividad de nacimiento, cualquier observador hubiera asegurado, por su gesto de tristeza, un resultado negativo.

—Bouvier, cuatro aciertos. Monteñoño al tiro, preparado Collado-Mustio.

Ahí te quiero ver, Jimmy Monteñoño. El anfitrión se conoce la alfombra palmo a palmo, pero está temblando. Su mayordomo, Zacarías, le ha puesto en la mano derecha una copa, más bien un copón, de Armagnac. Posa el cristal sobre la mesa y comienza su tirada.

Donde las dan las toman, Monteñoño. Jugando en casa y con todo a su favor, tan sólo dos aciertos. Zacarías se muestra desolado, pero aún más nuestro anfitrión.

Jimmy tiene artrosis, y no creo que pueda participar en el próximo campeonato. Se ha despedido definitivamente de la gloria. Ojos empañados en lágrimas.

—Monteñoño, dos aciertos. Al tiro, Collado-Mustio; preparado Guadalcastillo.

Salva Collado-Mustio es un gran jugador. Serio y profesional. No se anda con chiquitas. La primera canica ha impactado en el bolón. Al final, resultado satisfactorio, muy en su medida.

—Collado-Mustio, cuatro aciertos. Al tiro, Guadalcastillo. Preparado Sotoancho.

Oír mi nombre y experimentar una flojera en las corvas ha sido instantáneo. Está muy cara la partida. Al haber tres participantes con cuatro aciertos, la clasificación exige cuatro dianas. Un cuarenta por ciento de impactos.

Sesé Guadalcastillo es irrelevante. No entiendo su afición. Tiene Parkinson. Su ayuda de cámara, Lorenzo, que también lo ha sido de Salva Collado-Mustio por hallarse enfermo Casimiro, su mayordomo, le golpea en la mano.

—Tranquilo, señor barón, que con esos temblores no va a dar una.

Gran sabiduría la de Lorenzo.

—Guadalcastillo, cero aciertos. Tirada monda y lironda. Al tiro, Sotoancho.

Tomás me ha dado una palmada en la espalda. Me siento reconfortado. La bolsa con las diez canicas en mis manos. He adoptado la postura «pompidou», es decir, agachado y con el culillo en pompa. Espero que don Crispín se haya acordado de rezar por mí.

* * *

Toda La Jaralera en la capilla. La pasión une, y María y Petra se han saludado con un leve movimiento de sus chocholas rasuradas. Don Crispín principia la plegaria.

—Haz, Dios mío, que nuestro señor natural, el marqués de Sotoancho, humilde siervo Tuyo, tenga a bien lanzar las canicas con precisión. Y Te pedimos, que de no hacerlo, desvíes los pequeños objetos esféricos, con el fin de que choquen con el bolón y pueda nuestro señor natural clasificarse. Te lo pedimos, Señor.

La unanimidad de la feligresía emocionó a Marsa.

—Escúchanos, Señor.

* * *

Grazalema, la marquesa viuda y Pochito se hacían carantoñas.

—Vamoz a dormir una zieztezita, Criztina.

—No seas precipitado, Pochito. Tiempo al tiempo.

—No noz queda tiempo.

—De acuerdo. Pero sin rozarnos.

—Te lo prometo, zí, zí.

—Hoy es el campeonato de mi hijo.

—Tu hijo ze dedica a hacer bobadaz.

—En eso tienes razón.

—Ya me lo advirtió Riquelme.

—¿Qué Riquelme?

—¡El que uza zapatillaz Kelme! Haz picado otra vez, zí, zí. Prenda. Te voy a rozar.

—Eres un picaruelo, Pochito.

* * *

Primera canica… blanca. (Sudor de manos.) Segunda canica… ¡Toque!

Tercera canica… ¡Toque!

Cuarta canica… ¡Uuuuyyyy! Rozando. Fallo.

Quinta canica… Fallo.

Sexta canica… ¡Toque!

Séptima canica… Fallo.

Octava canica… ¡Toque!

Novena canica… Fallo.

Décima canica… ¡¡¡Toque!!! ¡Cinco aciertos! ¡Soy el ser más feliz del mundo!

* * *

En la capilla, Marsa sintió, inesperadamente, que una ráfaga de viento ingresaba en su cuerpo. Se lo dijo a ella misma.

—Cristián se ha clasificado.

* * *

Indescriptible el abrazo de Tomás.

—Es usted el mejor, señor marqués. Qué lección de puntería.

Me tiemblan los labios. Una demostración de afecto más, y rompo a llorar de la emoción. La voz del vizconde de Labrús me devuelve a la realidad.

—Quedan clasificados para la fase final los siguientes jugadores: Con cinco puntos, Sotoancho. Y con cuatro puntos, Castromerzo, Bouvier y Collado-Mustio.

Eliminados, por lo tanto, López-Sanders, Llodio, Monteñoño y Guadalcastillo. La fase final se disputará de la siguiente manera. Con el mismo orden que en la primera tirada, lanzarán diez canicas los cuatro clasificados, que sumarán los aciertos a los ya contabilizados. Sumadas ambas tiradas, el que acumule mayor número de toques, será proclamado Campeón del Mundo de Canicas sobre Alfombras de la Real Fábrica de Tapices 2005. Es potestad del juez-árbitro determinarla distancia de los lanzamientos en la gran final, y he estimado oportuno establecerla en nueve metros.

¡Un sinvergüenza, Labrús! Llevo meses entrenándome desde ocho metros y viene el viejo chocho este y me quita la distancia. Cuando se muera, va a ir al funeral su madre. Con los profesionales de un deporte tan atosigante como éste no se puede jugar. Se llega a la élite, y el árbitro, por capricho, destroza el espectáculo. Tomás me lo ha dicho con la furia a flor de piel.

—Al señor vizconde de Labrús le voy a dar dos guantazos como me llamo Tomás Miranda y Carretón. Este tipo es un canalla y un chorizo, señor marqués.

—Lo es, Tomás, pero intentaremos superar las dificultades. Un hijoputa.

—Un gran hijoputa, si usted me lo permite.

—Totalmente permitido, Tomás.

* * *

OCHO

El vizconde de Labrús, ese inconmensurable forajido, se ha pedido un gin-tonic.

He hablado con Marsa.

—Amor mío, voy el primero, pero el árbitro, que es un canalla, ha cambiado la distancia para la Gran Final. Llevo una canica de ventaja al resto de los finalistas, pero me siento estafado.

—¡Ánimo, mi chico! Estoy segura de tu victoria.

Labrús, el zangolotino, con su copa en la mano, nos dirige la palabra.

—Durante la Gran Final se prohibirá la asistencia de la mayordomía. Los que deseen una copa, o un refresco, que lo soliciten ahora.

Un torturador, en suma.

—Al tiro Castromerzo, cuatro puntos; preparado Bouvier, cuatro puntos.

Castromerzo ha sido el primero en notar la nueva distancia. Sus primeras cinco canicas, se han ido blancas. En los bolos montañeses, a las bolas lanzadas que no derriban ningún bolo, se las conoce por «conejas». Cinco «conejas» las iniciales de Castromerzo. La sexta, también fallada. Toque en la séptima. Pero Mamoncho no es el mismo de la primera ronda. El metro de diferencia le ha bloqueado la mente. Fallo en la octava y en la novena. Toque en la décima. Se incorpora furioso, y mira a Labrús con odio irreductible.

—Castromerzo, dos puntos. En total, seis puntos. Al tiro Bouvier, con cuatro puntos. Preparado, Collado-Mustio.

Son las 6.47 de la tarde cuando Tomasón Bouvier se coloca en la línea de lanzamiento. Su tranquilidad me asusta. Tres toques con las cinco primeras canicas.

Terrible enemigo. Otros dos en la última tanda de su tirada. Cinco aciertos. El Everest, un cerrillo chaparro comparado con Bouvier.

—Bouvier, cinco puntos. En total, nueve puntos. Al tiro, Collado-Mustio; preparado, Sotoancho.

Salva Collado-Mustio es, quizá el jugador con más estilo del campeonato, y el único que se las puso tiesas al difunto conde del Rompido. Tiene las manos grandes y estéticas, con unos dedos larguísimos, y toca la canica con una enorme elegancia.

Está entrenado de nueve metros. Tres aciertos en las primeras cinco canicas. Bouvier se tapa los ojos. En la segunda tanda de cinco, Salva yerra. Un solo acierto. Sabe perder, y lo primero que hace al incorporarse es felicitar a Bouvier.

—Collado-Mustio, cuatro puntos. En total, ocho puntos. Al tiro Sotoancho, con cinco puntos en su haber.

Siento que se me ha subido la bola. Calambre en la pierna izquierda. Nervios desatados. Los nueve metros se me antojan insalvables. Mis primeras cinco canicas han cosechado tan sólo un fruto, un toque. Me tiembla el brazo derecho. Al final, tres toques. Tengo ganas de llorar.

—Sotoancho, tres puntos. En total, ocho puntos. Pese a su empate a ocho con Collado-Mustio, queda clasificado en segunda posición por su mejor primera tanda.

De este modo, la clasificación de la Gran Final queda así: 4.° Clasificado, Castromerzo. 3.er Clasificado y Canica de Bronce, Collado-Mustio. Subcampeón del Mundo y Canica de Plata, Sotoancho. Y ¡Campeón del Mundo de Canicas sobre Alfombras de la Real Fábrica de Tapices 2005 y Bolón de Oro… Tomás Bouvier!

Tomasón, buena gente, nos ha abrazado uno a uno. Apenas le he podido expresar mi enhorabuena porque mi estado de ánimo me lo impide. Tomás, mi fiel amigo y mayordomo, me sujeta para evitar mi caída. Las piernas no me responden. Soy Subcampeón del Mundo y he ganado la Canica de Plata, pero no me conformo con un segundo puesto cuando mis posibilidades eran las máximas. Al pasar junto a Labrús, ese viejo chinche, ese asqueroso troglodita, me han salido fuerzas de no se sabe dónde y me he encarado con él.

—Espero que te mueras antes de que se celebre el próximo mundial.

—No sabes perder, Sotoancho.

—Ni tú arbitrar, Labrús. Estás demasiado viejo.

Tomás me pide permiso.

—Señor marqués, si usted no me lo afea, ahora mismo le doy una colleja al señor vizconde.

—Quieto, Tomás, que me podrían expulsar del «Canica's Club».

—El señor Bouvier ha ganado con decencia, pero la actuación del cabrón del señor vizconde ha sido determinante. Presente una reclamación.

—No serviría de nada. Estoy fatal, Tomás. Y lo malo es que tengo que subir al podio.

Efectivamente. En el gran porche de la casa, que domina la maravilla ondulada de la sierra de Aracena, Jimmy Monteñoño ha dispuesto un podio. El mismo, al quedar eliminado en la primera ronda, y por ser el anfitrión de esta edición del Mundial es el encargado de entregar los premios. Labrús no podría hacerlo, porque no puede alzar los brazos. Cuando Jimmy me ha entregado la Canica de Plata, me he sentido profundamente triste. Algo es algo, pero me sabe a muy poco. Tomasón Bouvier, que es un buen tipo, no ha exagerado en la demostración de júbilo al recibir el Bolón de Oro. Oída, en posición de firmes, la Marcha Real, el Mundial ha sido clausurado.

Vibra el móvil. Es Marsa.

—¿Todo bien, mi amor?

—No, mi vida. He quedado segundo.

—¡Subcampeón! ¡Enhorabuena!

—No, mi vida. Hoy es uno de los días más tristes de mi vida. He tenido el Bolón de Oro en las manos, y no he sabido dominarme. El canalla de Labrús me ha sacado de quicio y de sitio. Cenad sin mí. Si no muero durante el viaje de vuelta, te veo en casa.

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