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Authors: John Wynham

Tags: #Ciencia Ficcion

Las crisálidas (30 page)

BOOK: Las crisálidas
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»Por fidelidad a su clase, no pueden tolerar nuestro brote; por fidelidad a nuestro linaje, no podemos tolerar su obstrucción.

»Si el proceso os confunde, se debe a que ni habéis podido verlo a distancia, ni después de saber quiénes sois notáis lo que significa la diferencia de especie. Vuestros vínculos y educación desconciertan vuestras mentes, medio pensáis aún que ellos son de vuestra especie. Ese es el motivo de vuestra perplejidad. Y por eso os llevan también ventaja, porque ellos no están perplejos. Al contrario, viven alertas, notando colectivamente el peligro que corren. Se dan perfecta cuenta de que para sobrevivir no sólo deben preservar a su especie del deterioro, sino que deben protegerla asimismo de la mayor amenaza encarnada en una variante superior.

»Y la nuestra es una variante superior que acaba precisamente de empezar. Somos capaces de pensar conjuntamente y de entendernos como ellos jamás soñaron estamos comenzando a comprender la forma de reunir y aplicar el trabajo de la mente en equipo a un problema… ¿y a dónde puede llevarnos eso? No estamos encerrados en jaulas individuales desde donde podemos comunicarnos únicamente con palabras inadecuadas.

Al contrario, como existe el entendimiento mutuo, no necesitamos leyes que traten las formas vivientes como si fueran ladrillos indistinguibles. Jamás cometeremos el error de imaginar que podríamos modelarnos en igualdad e identidad, del mismo modo que las monedas troqueladas; no tratamos de forjarnos mecánicamente introduciéndonos en sistemas geométricos de sociedad o política; no somos dogmáticos en el sentido de enseñar a Dios la forma en que debiera haber ordenado el mundo.

»La cualidad esencial de la vida es vivir; la cualidad esencial del vivir es el cambio; el cambio es evolución, y nosotros formamos parte de ella.

»El estático, el enemigo del cambio, es el enemigo de la vida y por tanto nuestro rival implacable. Si todavía sentís perplejidad o dudas, considerad solamente algunas de las obras realizadas por ese pueblo que os ha enseñado a creer que son vuestros camaradas. Aunque conozco poco de vuestra vida, la norma apenas en los sitios en donde existe un puñado de la vieja especie que trata de preservarse. Y considerad asimismo lo que intentaban haceros a vosotros y por qué…

Como me había ocurrido en otras ocasiones, su estilo retórico me parecía algo abrumador, pero en general pude seguir su línea de pensamiento. Yo no contaba con el poder de aislamiento que me hubiera permitido pensar en mi mismo como otra especie y tampoco estoy seguro de tenerlo aún. Según mi modo de pensar, nosotros no éramos todavía más que pequeñas e infelices variantes; sin embargo, sí que estaba capacitado para mirar atrás y considerar la causa de nuestra obligada huida…

Observé a Petra. Se hallaba sentada y aburrida por toda aquella apología, contemplando con atento asombro el hermoso rostro de la mujer de Tierra del Mar. Una serie de recuerdos me distrajeron de lo que veía: la cara de mi tía Harriet en el agua, su pelo ondulándose al paso de la corriente; la pobre Anne, una figura fláccida colgando de una viga; Sally, con las manos apretadas de angustia por Katherine y de terror por sí misma; Sophie, condenada a una salvaje caída en el polvo, con una saeta clavada en la nuca…

Cualquiera de estos cuadros hubiera podido ser el futuro de Petra…

Me senté a su lado, y la rodeé con un brazo.

Durante el discurso de la mujer de Tierra del Mar, Michael había echado algunas ojeadas al exterior, recorriendo casi ansiosamente con sus ojos la máquina que aguardaba en el claro. Cuando se detuvo nuestra amiga, él continuó examinando la nave a lo largo de un minuto o dos, luego suspiró y se volvió hacia nosotros. Pasó un rato contemplando el suelo rocoso que había a sus pies. Después levantó la vista y pidió a mi hermana:

—Petra, ¿crees que puedes comunicarte con Rachel para ayudarme a mí?

En su estilo acostumbrado, mi hermana trató de ponerse en contacto con Rachel.

—Sí —replicó—, ahí está. Quiere saber lo que ha ocurrido.

—Dila primero que, oiga lo que oiga, estamos todos vivos y perfectamente.

—Si —indicó Petra en seguida—. Contesta que lo comprende.

—Ahora deseo que le comuniques esto —continuó Michael—. Tiene que seguir siendo valiente… y prudente. En poco tiempo, tres o cuatro días quizás, pasaré a recogerla.

¿Quieres decírselo?

Mi hermana reprodujo enérgicamente el mensaje, pero con absoluta fidelidad, y se dispuso a recibir la respuesta. En su expresión apareció un ligero fruncimiento del entrecejo.

—¡Oh, querida! —exclamó algo disgustada—. Se ha puesto a llorar confundida. Esa chica parece querer llorar mucho, y no veo el motivo. Sus pensamientos reservados no son ahora desdichados, desde luego; es un especie de sollozo feliz. ¿No es absurdo?

Todos miramos a Michael, pero sin hacer ningún comentario.

—Bueno —dijo él a la defensiva—, vosotros dos estáis proscritos como los forajidos, así que no podéis ir.

—Pero Michael… —empezó Rosalind.

—Ella está muy sola —subrayó nuestro amigo—. ¿Dejarías tú solo a David, o él a ti?

No hubo respuesta.

—Pero tú has dicho «recogerla» —observó Rosalind.

—Y eso es lo que he querido indicar. Podríamos permanecer en Waknuk por un tiempo, esperando el momento en que nos descubrieran a nosotros o quizás a nuestros hijos… No es una perspectiva halagüeña…

Echó una mirada de desagrado a la cueva y al claro, antes de añadir:

—O podríamos venir a los Bordes…, lo que tampoco es halagüeño. Rachel se merece el mismo bienestar que cualquiera de nosotros. Entonces, como la máquina no puede ir a por ella, alguien tiene que ir a recogerla.

La mujer de Tierra del Mar se había inclinado hacia adelante para observarle mejor. En sus ojos había simpatía y admiración, pero movió la cabeza negativamente.

—Es una distancia enorme —le recordó—, aparte de que entre medias hay un territorio espantoso e imposible de atravesar.

—Ya lo sé —convino—. Pero como el mundo es redondo, tiene que haber otro camino para llegar allí.

—Sería muy difícil… —le advirtió—, y ciertamente peligroso.

—No más peligroso que quedarse en Waknuk. Además, ¿cómo podríamos estar allí ahora, sabiendo que existe un lugar para gente igual a nosotros que, hay un sitio a donde ir? El conocimiento hace que todo sea distinto. El conocimiento de que no somos unos alucinados…, una serie de aberraciones perplejas que esperan salvar el pellejo. Es la diferencia que existe entre intentar meramente seguir vivos y tener algo por lo que vivir.

La mujer de Tierra del Mar reflexionó unos minutos, luego alzó los ojos y mantuvo la mirada fija en Michael.

—Cuando lleguéis hasta nosotros, Michael —le dijo—, tened la seguridad de que contaréis con un lugar en nuestro pueblo.

La puerta se cerró con un ruido sordo. La máquina empezó a vibrar y levantó una gran polvareda a través del claro. Por las ventanas vimos a Michael cerca del aparato, resguardándose del viento, con las ropas agitándose. Hasta los aberrantes árboles que rodeaban el claro se estaban moviendo debajo de los hilos que les servían de mortaja.

El suelo tembló debajo de nosotros. Se produjo un pequeño balanceo antes de que empezáramos a ver la tierra cada vez más lejos a medida que adquiríamos velocidad en dirección al cielo. En seguida nos estabilizamos y viramos hacia el sudoeste.

Petra estaba excitada y anunció con fuerza:

—Es terriblemente maravilloso. Veo kilómetros y kilómetros de terreno. ¡Oh, Michael, qué gracioso y pequeñajo pareces ahí abajo!

La figura sola y menuda que había en el claro movió el brazo.

—De momento, Petra —nos llegó el pensamiento de Michael—, parezco gracioso y pequeño aquí abajo. Pero no será por mucho tiempo. Iremos a buscaros.

Era como lo había visto en mis sueños. Un sol más brillante de lo que jamás había visto en Waknuk caía sobre la extensa bahía azul en donde la blanca espuma de las olas se acercaba despacio a la playa. Pequeños barcos, unos con velas de colores y otros sin nada, iban ya camino del puerto. Apiñada a lo largo de la costa, y estrechándose en dirección a las montañas, se encontraba la ciudad de casas blancas con intercalados de parques y jardines verdes. Divisé incluso los pequeños vehículos que se deslizaban a lo largo de amplias avenidas enmarcadas por continuadas líneas de árboles. Tierra adentro, junto a un cuadrado verdoso, se distinguía una luz intermitente que procedía de una torre y una máquina en forma de pez que reposaba en el suelo.

La escena era tan familiar que casi me hacia desconfiar. Durante un breve instante me imaginé que iba a despertarme y a descubrir que me hallaba en mi cama de Waknuk.

Para asegurarme cogí la mano de Rosalind.

—Es real, ¿verdad? —la pregunté—. Tú también lo ves, ¿no?

—Es maravilloso, David. Nunca creí que existiera nada tan bonito… Y hay algo más, de lo que tú nunca me hablaste cuando me referías tus sueños.

—¿El qué?

—¡Escucha!… ¿No oyes nada? Abre más tu mente… Petra, guapa, ¿por qué no dejas de hacer esa especie de gorjeo durante unos minutos?…

Escuché como me pedía. Me di cuenta de que el técnico de nuestra máquina se estaba comunicando con alguien de abajo, pero más allá, como si les sirviera de fondo, noté algo nuevo y desconocido para mí. En términos de sonido no sería muy distinto del zumbido de un enjambre de abejas; en términos, de luz, un ascua sin llama.

—¿Qué es eso? —pregunté perplejo.

—¿No lo adivinas, David? Es gente. Montones y montones de personas como nosotros.

Comprendí que debía tener razón y escuché con atención durante un rato… hasta que la excitación de Petra la descontroló y tuve necesidad de protegerme.

Estábamos ya sobre la tierra, y al mirar abajo daba la impresión de que la ciudad salía a nuestro encuentro.

—Estoy empezando a creer que por fin es real y cierto —comenté a Rosalind—. Tú nunca venías conmigo en las otras ocasiones.

Volvió la cabeza. La Rosalind íntima estaba en su rostro, sonriendo, brillándole los ojos.

La armadura había desaparecido. Me permitió verla tal cual era. Se asemejaba a la abertura de una flor…

—En esta ocasión, David… —empezó a decir.

No pudo terminar. Aturdidos, los dos nos llevamos las manos a la cabeza. Hasta el suelo que estaba debajo de nuestros pies sufrió una ligera sacudida.

Surgieron protestas angustiadas de todas partes.

—¡Oh, cuánto lo siento! —se excusó Petra ante la tripulación de la nave y ante la ciudad en general—. Pero es que es tan terriblemente excitante.

—Esta vez, guapa, te perdonamos —le comunicó Rosalind—. En verdad lo es.

JOHN WYNDHAM PARKES LUCAS BEYNON HARRIS, escritor británico, nacido el 10 de julio de 1903 en Knowle y fallecido en 1969. Hijo de un abogado, intentó varias profesiones hasta que comenzó a escribir a finales de los años 30, donde sus relatos cortos detectivescos o de ciencia ficción alcanzaron un éxito limitado. Se enroló en el ejército británico durante la Segunda Guerra Mundial, y participó en el desembarco de Normandía. Este hecho le marcaría tan profundamente que supuso que después de la guerra se decantase por las historias catastróficas y apocalípticas, principalmente de invasiones extraterrestres. Por ejemplo, su mayor éxito,
El día de los trífidos
, que está escrito justo tras terminar la guerra, es fundamentalmente una historia de invasión de Gran Bretaña por parte de «extranjeros» (en este caso, los Trífidos).

La obra de Wyndham mezcla ciencia-ficción con horror. Por ejemplo,
Los cuclillos de Midwich
en su versión cinematográfica dio origen a
El Pueblo de los Malditos
(1960). Lo más terrible de estas historias es que la humanidad no se enfrenta con terribles monstruos, sino con situaciones aparentemente «normales». La mayoría de los aliens invasores podemos interpretarlos como especies mejor adaptadas que el hombre que se hacen con el control del entorno que los rodea. En este sentido,
Las crisálidas
es su obra más paradigmática. En ella describe el fundamentalismo genético surgido en una sociedad postnuclear, que obliga a sacrificar a cualquier afectado por una malformación.

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