Read Las cuatro vidas de Steve Jobs Online
Authors: Daniel Ichbiah
A finales de julio de 2004, Apple se vio obligada a confirmar la noticia del cáncer de Jobs porque no estaba curado. Poco a poco, Jobs fue haciéndose a la idea de que tendría que someterse a una operación siguiendo las pautas de la medicina tradicional para eliminar el tumor. El sábado 31 de julio de 2004 entró en el quirófano del Hospital Universitario de Stanford, en Palo Alto, no lejos de su casa y al día siguiente anunció, entusiasmado, en un correo a sus empleados que pese a que había estado al borde de la muerte, estaba curado y regresaría a su puesto en septiembre. Las acciones de Apple sólo experimentaron una ligera bajada del 2,4% tras el anuncio.
En realidad, a Jobs todo parecía salirle bien. En el otoño Michael Eisner admitió el desaire que había sufrido en la primavera y presentó su dimisión. Nada más asumir sus funciones, el nuevo consejero delegado de Disney, Bob Iger, llamó a Jobs y a Lasseter para comunicarles que estaba abierto a negociaciones. La tienda de iTunes alcanzó los 200 millones de descargas de pago el 15 de diciembre de 2004, con una cuota del 70% de la música legal en línea.
Los seguidores de Apple seguían entusiasmados, ignorantes de que su héroe les estaba preparando una sorpresa (para algunos una traición) casi tan importante como la entrada de Bill Gates en el capital de Apple, en 1997. Jobs se había dado cuenta cuatro años antes de que Motorola, el proveedor de los chips del Mac, iba rezagado y que los procesadores concebidos por Intel eran mucho más potentes. La madurez le había hecho decidirse por lo imposible: enterrar el hacha de guerra con Intel, una enemistad que se remontaba a los inicios de Apple en 1977 cuando Andy Grove, su presidente, se negó a aceptar las condiciones exigidas por Jobs. «Hasta entonces, pensaba que Intel era una mierda y parecía que nada le haría cambiar de opinión», confesó más tarde Grove. Pero en junio de 2005, Jobs desveló a los
applemaníacos
una noticia inverosímil: a partir de ese momento, todos los ordenadores de Apple funcionarían con chips de Intel.
Lo que los decepcionados fans más irreductibles de Apple no sabían es que aquel movimiento serviría a la marca para disponer de un arma definitiva para incitar a los fieles del PC a convertirse a su religión. Con los chips de Intel los Macintosh serían capaces de ejecutar Windows y Mac Os.
En el verano de 2005, Steve Jobs se reunió con Bob Iger, de Disney, en calidad de presidente de Apple. Estaba a punto de lanzar un nuevo iPod con posibilidad de reproducir vídeo para poder vender películas y programas de televisión por Internet. Las dos series más populares por aquel entonces,
Mujeres Desesperadas
y
Perdidos,
eran propiedad de ABC, una filial de Disney.
En plena presentación de Jobs en la Apple Expo, Bob Iger subió al escenario para anunciar el acuerdo de difusión de sus series de televisión en iTunes, demostrando de paso que las relaciones entre Apple y Disney habían vuelto a encauzarse. En realidad, Iger era consciente de la importancia de Pixar para Disney y estaba abierto a una negociación a gran escala que incluía, tal y como le propuso a Jobs al cabo de los meses, una fusión.
El 24 de enero de 2006 Disney anunció en los estudios Pixar de Emeryville la adquisición de Pixar por 74.000 millones de dólares, toda una hazaña considerando que Jobs había pagado diez millones a George Lucas. Dado que seguía poseyendo el 50% de las acciones de la sociedad, se convirtió en el primer accionista de Disney, con el 7% del capital.
Mes tras mes, el rendimiento de Apple rebosaba de buena salud y, en la primavera de 2006, las Apple Stores superaron los 1000 millones de dólares de facturación trimestral. La cadena había batido un récord de crecimiento, por encima de los resultados obtenidos por Gap.
Jean-Louis Gassée, ex director de Apple Francia y amigo de Jobs, analizaba la situación de la siguiente manera. «Las Apple Stores son el estandarte de la marca en cuanto a calidad del servicio. Reciben instrucciones muy estrictas de conseguir que el cliente se marche satisfecho. Si se me estropea el Mac un domingo por la mañana, mando un mensaje de texto y poco después recibo una respuesta: “Tu Mac está listo, puedes pasar a recogerlo”. Con esa calidad de servicio, Jobs ha subido el listón de la red de distribución».
A punto de terminarse la primavera de 2007, Apple calculaba más de 3000 millones de canciones vendidas en iTunes y cien millones de iPod. Hasta entonces, el récord de los aparatos musicales lo poseía el Walkman de Sony, con 350 millones de unidades vendidas. El iPod estaba encaminado a superarlo y ya representaba la mitad de los ingresos de la compañía. Tal era la locura por el iPod que en la publicidad del nuevo ordenador iMac en agosto de 2006, Apple utilizó el eslogan «De los creadores del iPod». Más que nunca, Jobs se había convertido en un personaje de leyenda.
¿Había llegado el momento de pasar el testigo? En 2003, Steve llegó a pensar por un momento que su epopeya terminaría de forma prematura durante una etapa crucial e intensa que desencadenó una profunda mutación interior. En su intervención frente a los alumnos recién licenciados de la Universidad de Stanford, un soleado día de junio de 2005, Steve Jobs se presentó como alguien diferente. El guerrero se había metamorfoseado en príncipe y en el cambio su cara humana, altruista y filosófica había visto la luz. Ataviado con la toga negra se dirigió a los estudiantes. Era el momento perfecto para analizar el pasado, los errores y las dudas, las victorias y las desilusiones. Sereno y digno, se explayó a voluntad y recordó su juventud, su trayectoria, sus equivocaciones y las lecciones aprendidas.
«Es un honor estar hoy con vosotros en la entrega de diplomas de una de las universidades más prestigiosas del mundo. Yo no terminé los estudios superiores y os confieso que nunca había asistido a este tipo de actos. Pero hoy quiero compartir con vosotros tres experiencias que han marcado mi carrera. No son nada extraordinario, sólo tres vivencias».
La magnitud de las consecuencias de nuestros actos no se puede calcular en el presente. Las conexiones aparecen después e ineludiblemente terminan afectando al destino. Llamadlo destino,
karma,
o simplemente el curso de la propia vida, da igual, lo importante es creer que ese algo existe. Esa actitud siempre me ha funcionado y ha gobernado mi vida.
Siguió contando que había nacido del vientre de una madre que no quería serlo, que el matrimonio adoptivo al que había sido asignado le rechazó por no ser niña y que final-mente le acogieron los Jobs. Después abandonó los estudios convencionales en la Universidad de Reed para asistir a clases de tipografía por libre, una decisión arriesgada pero que, al final, había sido una de las mejores de toda su vida.
«En cuanto decidí dejar la carrera, me libré de las asignaturas obligatorias que me aburrían y pude dedicarme sólo a las que me interesaban. Y lo que descubrí, guiado por mi curiosidad e intuición, resultó ser de un valor incalculable para mi futuro. La Universidad de Reed era probablemente la mejor en tipografía de todo el país. Cada cartel y cada etiqueta de cada cajón en el campus estaban perfectamente caligrafiadas. Como no tenía ninguna asignatura obligatoria, decidí matricularme en el curso de caligrafía».
Aunque se suponía que nada de aquello iba a tener el más mínimo efecto práctico en mi vida, diez años después, cuando concebimos el primer Macintosh, me acordé de todo lo aprendido y lo incorporamos al Mac, el primer ordenador dotado de una tipografía elegante. Si no hubiera asistido a aquellas clases, el Mac no tendría tanta variedad de fuentes ni la proporción en los espacios, y probablemente tampoco lo habría tenido ningún ordenador personal porque Windows no lo habría podido copiar de nadie.
Si no hubiera dejado los estudios, no habría estudiado caligrafía y, tal vez, los ordenadores personales carecerían de su riqueza de caracteres. Por supuesto, era imposible prever esas repercusiones cuando estaba en la universidad pero diez años después me parecieron evidentes.
El segundo relato de Jobs tenía que ver con la pasión y el fracaso. «He tenido la suerte de hacer lo que me gusta desde muy joven. Tenía 20 años cuando Woz y yo fundamos Apple en el garaje de mis padres; trabajamos duro y, diez años después, Apple daba empleo a más de 4000 personas y tenía un volumen de negocio de 2000 millones de dólares. Cuando lanzamos nuestra más bella creación, el Macintosh, yo acababa de cumplir los treinta».
Y entonces me echaron. ¿Cómo le pueden echar a uno de la empresa que ha fundado? Muy sencillo: Apple había adquirido cierta importancia y contratamos a una persona que me pareció tener las competencias necesarias para dirigir la empresa junto a mí y, de hecho, durante el primer año todo marchó bien. Pero después nuestros puntos de vista cambiaron y nos enemistamos. El consejo de administración se puso de su lado y así, con treinta años, me encontré de patitas en la calle, despedido, con pérdidas y fracasos, sin razón de vivir y hecho trizas.
Entonces no me daba cuenta pero mi salida forzosa de Apple fue provechosa. El peso del éxito dio paso a la ligereza de equipaje de quien inicia un camino, a una visión menos segura de las cosas, a una libertad gracias a la cual viví uno de los períodos más creativos de mi vida. Durante los cinco años que siguieron creé una empresa llamada NeXT y otra llamada Pixar, y me enamoré de una mujer excepcional que se convirtió en mi esposa. Pixar preparaba la producción de la primera película de animación en 3D,
Toy Story,
y a día de hoy es la primera empresa mundial en su sector.
A través de un curioso cúmulo de circunstancias, Apple compró NeXT, yo volví a Apple y la tecnología que desarrollamos en NeXT se convirtió en el secreto del renacimiento de Apple. Laurene y yo hemos formado una familia estupenda. Nada de eso habría pasado si no me hubieran echado de Apple. La medicina fue muy amarga pero supongo que el enfermo necesitaba algo así.
A veces, la vida nos da una bofetada pero no hay que darse por vencido. Estoy convencido de que mi pasión por lo que hago es lo que me ha permitido seguir adelante. Hay que descubrir lo que a uno le gusta y lo que no. El trabajo ocupa una parte importante de la vida y la única manera de estar satisfecho es hacer lo que a uno le gusta. Si no lo habéis encontrado, seguid buscando pero no os crucéis de brazos. Es como en el amor, que cuando llega lo sabes. Y las relaciones satisfactorias mejoran con el tiempo, así que seguid buscando hasta que lo encontréis.
La tercera historia giraba sobre la muerte, con la que se acababa de cruzar. «A los 17 leí una cita que decía más o menos así: “Vive cada día como si fuese el último porque un día lo será”. Nunca se me ha olvidado y todos los días de los 33 años que han pasado desde entonces me miro por la mañana en el espejo y me digo: “Si hoy fuera el último día de mi vida, ¿me gustaría hacer lo que estoy a punto de hacer?”. Y si la respuesta es no varios días seguidos, sé que tengo que cambiar».
Ser consciente de que puedo morir en cualquier momento es lo más eficaz que he descubierto a la hora de tomar decisiones importantes. Porque todo lo que esperamos de fuera, nuestra vanidad, los dones, el miedo al fracaso, todo se desvanece ante la muerte y sólo queda lo fundamental. Tener en mente que la muerte llegará un día es la mejor manera de no caer en la trampa de temer que tienes algo que perder. Ya estamos desnudos; no hay ninguna razón para no seguir al corazón.
Hace un año aproximadamente descubrí que tenía cáncer. Yo estaba inconsciente pero mi mujer, que estaba allí, me contó que al examinar la muestra en el microscopio los médicos se echaron a llorar porque tenía una forma muy rara de cáncer de páncreas que podía curarse con la cirugía. Me operaron y ya estoy bien.
Ése ha sido mi único contacto con la muerte y espero que siga siendo así durante varias décadas. Gracias a aquella experiencia, puedo deciros con certeza que nadie quiere morir, ni siquiera los que aspiran a ir al cielo, pero la muerte es nuestro destino común y nadie se ha librado jamás de ella. Y está bien así porque, tal vez, la muerte es lo mejor de la vida, el motor del cambio que nos libera de lo viejo y da paso a lo nuevo.
Ahora representáis lo nuevo pero llegará un día en que os habréis convertido en lo viejo y dejaréis el sitio a los demás. Siento ser tan dramático pero es la verdad.
Expuestas sus tres lecciones sobre la vida, Jobs continuó explicando su filosofía. «Vuestro tiempo es limitado, así que no lo perdáis llevando una vida que no es la vuestra. No seáis prisioneros de los dogmas que nos obligan a vivir obedeciendo la opinión de los demás. No dejéis que el bullicio exterior ahogue a vuestra voz interior. Tened el coraje de seguir a vuestro corazón y a vuestra intuición porque ambos saben en qué os queréis convertir. Todo lo demás es secundario. Sed insaciables. Sed locos. Gracias a todos».
Corría 2005 y Jobs no había dicho aún su última palabra. Una nueva visión se perfilaba en el horizonte porque, todavía seguía siendo quien detectaba mejor que nadie las necesidades de sus contemporáneos que hasta ellos mismos ignoraban que tenían. La audacia del iMac había valido la pena. El éxito del Mac OS X era el mejor colofón posible a la aventura comenzada hacía mucho con NeXT. El iPod se había convertido en el aparato predilecto de toda una generación. Pero si había un objeto abocado a convertirse en compañero inseparable de cualquiera, un aparato para llevar en todo momento, éste no era un reproductor de música. Desde mediados de la década, el teléfono móvil había sustituido al reloj: era el nuevo objeto pegado al cuerpo, siempre a mano, inseparable. Sólo le faltaba someterse a una mutación. Aunque los primeros teléfonos inteligentes ya habían aparecido intentando, sin mucho éxito, convertirse en ordenadores, estaba claro que ése era el futuro: convertirse en el objeto universal, un punto de acceso a Internet, una consola portátil para videojuegos, un lector de correo, de música, de vídeo…
Lo único que le faltaba era una interfaz gráfica digna de ese nombre, con una facilidad de uso comparable a la del Mac. Era necesario romper con lo establecido y repensar el objeto de fondo en lugar de continuar reproduciendo calcos de los aparatos antiguos. ¿Cómo redefinir un objeto que pudiera llevarse constantemente en la mano? ¿De qué forma resultaría más obvio manejarlo? La respuesta, por supuesto, era la tecnología táctil.
Hacia mediados de 2004, Nintendo abrió el camino con una consola de videojuegos que se manejaba mediante un puntero. Pero la Nintendo DS no dejaba de ser un boceto ya que el puntero por naturaleza era el propio dedo, siempre disponible. Sólo había que inventar una nueva forma de utilizar los dedos que fuera lo más intuitiva posible.