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Authors: Camilla Läckberg

Las huellas imborrables (48 page)

BOOK: Las huellas imborrables
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Erica estaba muy interesada.

–No tenía la menor idea… ¿Quieres decir que Axel Frankel pasó unos años en campos de concentración alemanes? Ni siquiera sabía que hubiese habido suecos y noruegos en esos lugares.

Kjell asintió.

–Sí, la mayoría de los que acababan allí eran noruegos. Y algunos, pocos, de los demás países nórdicos, capturados por los alemanes cuando participaban en actividades de la resistencia. Los llamaban presos «NN»,
Nacht und Nebel
, noche y niebla. El nombre tiene su origen en un decreto promulgado por Hitler en 1941, donde se proclamaba que no debían juzgar ni condenar en su país de origen a los civiles de los países ocupados, sino que los llevarían a Alemania, donde se perderían «en la noche y la niebla». A algunos los condenaron a muerte y los ejecutaron, los demás tuvieron que trabajar hasta la extenuación. En cualquier caso, la cuestión es que Hans Olavsen y Axel Frankel no coincidieron en Fjällbacka en el mismo período.

–Pero no sabemos cuándo exactamente se marchó de aquí el noruego, ¿no? –repuso Erica frunciendo el ceño–. Al menos yo no he encontrado ningún dato al respecto. Y no tengo ni idea de cuándo dejó a mi madre.

–Pero yo sí sé cuándo se marchó Hans Olavsen –declaró Kjell triunfal, poniéndose a rebuscar entre los documentos que atestaban la mesa–. Aproximadamente al menos –añadió–. ¡Ajá! –Sacó un papel y lo puso delante de Erica. Luego señaló un pasaje del centro de la página. Erica se inclinó y leyó en voz alta:

–«La asociación de Fjällbacka ha organizado con notable éxito…».

–No, no, la columna de al lado –dijo Kjell señalando de nuevo.

–¡Ah! –Erica hizo un nuevo intento–. «Más de una persona se sintió desconcertada al enterarse de la brusca marcha del ciudadano noruego que halló refugio en Fjällbacka. Muchos habitantes del pueblo lamentan no haber podido despedirse de él ni darle las gracias por su labor durante la guerra que, finalmente, acaba de terminar…» –Erica miró la fecha y alzó la vista–. «19 de junio de 1945.»

–O sea, que se marchó justo después de terminada la guerra, si no lo interpreto mal –aclaró Kjell volviendo a dejar el artículo en el montón.

–Pero ¿por qué? –Erica ladeó la cabeza mientras reflexionaba–. De todos modos, creo que puede ser una buena idea hablar con Axel. Puede que su hermano le dijera algo. No me importa encargarme de ello. Y tú, ¿no tienes posibilidad de hablar con tu padre?

Kjell guardó silencio un buen rato. Al final, aseguró:

–Por supuesto que sí. Además, te avisaré si tengo noticias de Halvorsen. Y tú me avisarás a mí si consigues algo. ¿Entendido? –dijo con un dedo acusador. No estaba acostumbrado a trabajar en equipo, pero en este caso, veía claramente las ventajas de contar con la ayuda de Erica.

–Comprobaré también los datos con las autoridades –aseguró Erica levantándose–. Y te lo prometo, en cuanto sepa algo, te llamaré. –Empezó a ponerse la cazadora, pero se detuvo a mitad de camino.

–Por cierto, Kjell, hay algo más. No sé si tendrá alguna importancia, pero…

–Dilo, todo puede ser importante –la animó lleno de curiosidad.

–Pues sí, estuve hablando con Herman, el marido de Britta. Se diría que sabe algo de todo esto… Aún no tengo la certeza, pero sí la sensación… Y cuando le hablé de Hans Olavsen, reaccionó de un modo muy extraño, pero me dijo que preguntase a Paul Heckel y a Friedrich Hück. He intentado localizarlos, pero no he encontrado nada. Aunque…

–¿Sí? –preguntó Kjell animándola a seguir.

–Nada, no sé. Juraría que jamás me he topado con ninguno de los dos nombres, pero, aun así, hay algo que me resulta familiar… En fin, no sabría decir qué es.

Kjell tamborileaba en la mesa con el bolígrafo.

–¿Paul Heckel y Friedrich Hück, dices? –preguntó Kjell. Erica asintió y él anotó los nombres en un bloc.

–De acuerdo, lo comprobaré yo también. Pero a mí no me suenan de nada.

–Pues entonces tenemos mucho que hacer –observó Erica sonriendo en el umbral. Era un alivio ser dos en aquella empresa.

–Sí, eso parece –convino Kjell, aunque en tono ausente.

–Nos llamamos –dijo Erica.

–Sí, quedamos en eso –asintió Kjell cogiendo el auricular ya sin mirarla mientras ella se marchaba. Ardía en deseos de llegar al fondo de todo aquello. Su olfato de periodista le decía que allí había gato encerrado.

–¿Nos reunimos para revisarlo todo de nuevo? –Era la mañana del lunes y en la comisaría reinaba la calma.

–Claro –respondió Gösta levantándose a disgusto–. ¿Paula también?

–Por supuesto –repuso Martin antes de ir a buscarla. Mellberg había salido a pasear con
Ernst
, y Annika parecía ocupada en recepción, de modo que sólo ellos tres se sentaron en la cocina, con todo el material disponible encima de la mesa.

–Erik Frankel –comenzó Martin poniendo el bolígrafo sobre una hoja en blanco del bloc.

–Lo asesinaron en su casa, con un objeto que había allí –dijo Paula, mientras Martin iba escribiendo febrilmente.

–Lo que podría indicar que no fue premeditado –apuntó Gösta. Martin asintió.

–No hay huellas dactilares en el busto que utilizaron como arma homicida, pero tampoco parece que lo hayan limpiado, de modo que el asesino debía de llevar guantes, lo que, por otro lado, podría contradecir la hipótesis de que no fue premeditado –intervino Paula observando lo que Martin anotaba.

–¿De verdad que vas a entender lo que estás escribiendo? –preguntó escéptica, puesto que más bien parecían jeroglíficos o taquigrafía.

–Siempre que luego lo pase a limpio en el ordenador –contestó Martin sonriendo sin dejar de escribir–. Si no, lo llevo claro.

–Erik Frankel murió de un único golpe contundente en la sien –continuó Gösta cogiendo las fotografías del lugar del crimen–. El asesino dejó allí el arma.

–Lo que también induce a pensar que no se trata de un crimen particularmente frío ni calculado de antemano –observó Paula levantándose para servir unos cafés.

–Lo único que hemos podido identificar como fuente de amenazas es su conocimiento del nazismo y el conflicto con la organización neonazi Amigos de Suecia. –Martin echó mano de las cinco cartas, las sacó de la funda de plástico y las extendió sobre la mesa–. Y, además, tenía un vínculo personal con la organización, a través de Frans Ringholm, amigo de la infancia.

–¿Tenemos algo que relacione a Frans con el asesinato? ¿Lo que sea? –Paula contemplaba las cartas como si quisiera hacerlas hablar.

–Pues no sé. Tres de sus amigos nazis aseguran que estaba con ellos en Dinamarca cuando se cometió el asesinato. Desde luego, no es una coartada sin fisuras, si es que alguna lo es, pero no tenemos pruebas físicas en que apoyarnos. Las pisadas que hallamos en el lugar del crimen pertenecían a los dos muchachos que encontraron el cadáver; por lo demás, no había ni pisadas ni huellas dactilares ni nada por el estilo, salvo lo que esperábamos encontrar.

–¿Vas a traer el café o piensas quedarte ahí con la cafetera en la mano? –preguntó Gösta, pues Paula no se había movido de donde estaba.

–Di «por favor» y te pongo un café –lo retó Paula. Gösta gruñó disgustado y masculló un «por favor».

–Luego está el tema de la fecha –prosiguió Martin dándole a Paula las gracias por el café con un gesto–. Hemos podido establecer con bastante certeza que Erik Frankel murió entre el 15 y el 17 de junio. Dos días de margen. Y luego siguió allí, puesto que su hermano estaba de viaje y él no había quedado con nadie. Podría haberlo hecho con Viola, con la que Erik había roto poco antes, según nos contó ella.

–¿Y nadie ha visto nada? Gösta, ¿has hablado con los vecinos de los alrededores? ¿Ningún coche desconocido que alguien viese por allí, quizá? ¿Ningún sospechoso al que hayan visto merodeando? –Martin lo miraba inquisitivo.

–No hay tantos vecinos a los que preguntar –masculló Gösta.

–¿Debo interpretarlo como una negativa?

–He hablado con todos los vecinos y ninguno ha visto nada.

–Vale, entonces no nos ocuparemos más de eso, por ahora –resolvió Martin con un suspiro antes de tomar un sorbo de café.

–Bien, veamos el caso de Britta Johansson. Desde luego, resulta muy curioso el hecho de que tuviera relación con Erik Frankel. Y con Frans Ringholm, por cierto. Claro que se trata de una relación de hace muchos años, pero tenemos listas de llamadas telefónicas que demuestran que hubo cierto contacto entre ellos en junio, y que tanto Frans como Erik vieron a Britta por esa fecha. –Martin hizo una pausa y miró a los demás animándolos–. ¿Por qué eligieron justo aquel momento para retomar el contacto después de sesenta años? ¿Debemos creer al marido de Britta cuando afirma que fue porque su mujer se hallaba cada vez más enferma y que, por esa razón, deseaba recordar los viejos tiempos?

–Es mi opinión personal, pero yo creo que eso es mentira –aseveró Paula cogiendo un paquete de galletas Ballerina sin empezar. Tiró del hilo de plástico para abrirlo y cogió tres galletas antes de pasar el paquete–. No me creo ni una palabra de esa historia. Creo que, si pudiéramos averiguar por qué se vieron, este caso estaría mucho más claro. Pero Frans calla como una tumba, y Axel se aferra a la misma versión que Herman.

–Otro dato que no debemos olvidar es el de las transferencias –apuntó Gösta al tiempo que, con precisión quirúrgica, retiraba la galleta en forma de rosquilla de la galleta de debajo y lamía con fruición la crema de chocolate que la cubría–. En lo que se refiere al asesinato de Frankel, quiero decir.

Martin miró a Gösta con asombro. Ignoraba que estuviese al corriente de esa parte de la investigación, puesto que, por lo general, adoptaba la estrategia de «yo sólo me entero de la información que me obligan a conocer».

–Sí, Hedström nos echó una mano con eso el sábado –dijo Martin sacando las notas que había tomado cuando Patrik lo llamó para informar de lo sucedido en casa de Wilhelm Fridén.

–Ajá, ¿y qué sacó en limpio? –Gösta cogió otra galleta e hizo la misma operación. Retiró con mucho cuidado la superior y lamió la crema de chocolate, dejando a un lado la rosquilla y la galleta.

–Pero Gösta, no puedes hacer eso, comerte el relleno de chocolate y dejar la galleta, ¿no? –protestó Paula enojada.

–¿Qué te pasa? ¿Eres la policía de las galletas Ballerina? –replicó Gösta cogiendo, retador, otra galleta. Paula resopló por toda respuesta, pero apartó el paquete de galletas y lo dejó en la encimera, fuera del alcance de Gösta.

–Por desgracia, no sacó mucho en claro –admitió Martin–. Wilhelm Fridén murió hace un par de semanas y ni su viuda ni su hijo sabían nada de las transferencias. Desde luego, no es posible saber si dijeron la verdad, pero a Patrik le pareció verosímil cuanto dijeron. En cualquier caso, el hijo ha prometido pedirle al abogado de la familia que envíe los documentos del padre, así que, con un poco de suerte, puede que ahí encontremos algo.

–¿Y el hermano de Erik? ¿Tampoco él sabía nada de los pagos? –preguntó Gösta con una mirada lujuriosa hacia el paquete de galletas que estaba en la encimera, como sopesando si mover el trasero e ir a buscarlo.

–Llamamos por teléfono a Axel y le preguntamos –respondió Paula lanzándole a Gösta una mirada de advertencia–. Pero no tenía ni idea de a qué podían deberse.

–¿Y nosotros nos lo creemos? –Gösta calculaba la distancia entre la silla y la encimera. Un salto veloz quizá funcionase.

–Pues no lo sé, la verdad. Me cuesta calibrarlo. ¿Qué te pareció a ti, Paula? –Martin se volvió hacia la colega. Y mientras ella reflexionaba, Gösta vio su oportunidad. Se levantó de un salto y se abalanzó sobre el paquete. Pero Paula reaccionó con la velocidad de un reptil y lo agarró con la mano izquierda.

–De eso nada, amigo, ese truco no funciona… –repuso desafiante guiñándole un ojo. Gösta no pudo evitar sonreírle. Empezaba a gustarle su forma de comunicarse.

Paula se volvió hacia Martin con el paquete de Ballerina bien sujeto entre las rodillas.

–Sí, estoy de acuerdo, Axel resulta difícil de interpretar… Así que bueno, no lo sé –reconoció Paula meneando la cabeza.

–Volvamos a Britta –intervino Martin al tiempo que escribía en el bloc «BRITTA», con mayúsculas y subrayado–. La que considero nuestra mejor pista es que, por suerte, Pedersen ha encontrado bajo las uñas lo que seguramente es el ADN del asesino. Y lo más probable es que le diera unos buenos arañazos en los brazos o en la cara a quien la asfixió. Esta mañana hemos estado interrogando a Herman un momento, y no presentaba ningún arañazo. Además, nos dijo que ya estaba muerta cuando llegó a casa, que tenía la almohada en la cara.

–Pero insiste en que es responsable de su muerte –apuntó Paula.

–¿Y qué quiere decir con eso? –preguntó Gösta con el ceño fruncido–. ¿Estará protegiendo a alguien?

–Sí, eso es lo que pensamos. –Paula se ablandó un poco y le pasó a Gösta el paquete de galletas–. Ahí tienes,
knock yourself out
.

–¿Cómo que «noc»? –se extrañó Gösta, cuyos conocimientos de inglés se limitaban a los términos relacionados con el golf, aunque, también en ese ámbito, la pronunciación dejase mucho que desear.

–Eh… Olvídalo, tú lame el chocolate, anda –dijo Paula.

–Luego tenemos las huellas –continuó Martin, que escuchaba divertido la cariñosa discusión entre Gösta y Paula. O mucho se equivocaba, o el viejo colega empezaba a ablandarse.

–Hemos encontrado una única huella en uno de los botones del almohadón. No es para tirar cohetes –objetó Gösta sombrío.

–Así, aislada, no es mucho. Pero si la huella procede de la misma persona que ha dejado el ADN bajo las uñas de Britta, a mí me parece muy esperanzador –observó Martin subrayando la sigla «ADN» en el bloc.

–¿Cuándo estará listo el perfil del ADN? –quiso saber Paula.

–El jueves, según el laboratorio –respondió Martin.

–Vale, pues luego hacemos una ronda de toma de muestras de saliva –propuso Paula estirando las piernas. A veces se preguntaba si no serían contagiosos los síntomas del embarazo de Johanna. Hasta ahora, había sufrido tirones en las piernas, pequeñas contracturas y un apetito voraz.

–¿Y tenemos algún candidato para la prueba de saliva? –preguntó Gösta, que ya iba por la quinta galleta.

–Yo pensaba principalmente en Axel y Frans.

–¿De verdad que vamos a esperar hasta el jueves? Luego nos llevará un tiempo obtener el resultado. Y las heridas se curan, así que deberíamos echarles un vistazo cuanto antes –sugirió Gösta.

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