Las llanuras del tránsito (121 page)

BOOK: Las llanuras del tránsito
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Verdegia estaba casi apaciguada, pero aún no se sentía del todo feliz debido a la renuencia de Madenia a participar en la ceremonia que debía convertirla oficialmente en mujer y que, con suerte, le permitiría formar niños: los futuros nietos de Verdegia.

–De buena gana presentaré los cargos y la demanda –dijo Verdegia–, y si ella no acepta someterse a los Primeros Ritos, podéis tener la certeza de que yo no olvidaré el asunto.

–Confío en que hasta el verano próximo ella cambie de actitud. Creo que está evolucionando después del rito de purificación. Ahora conversa más con la gente. Pienso que Ayla la ayudó –agregó Losaduna.

Después que Rendoli fue al espacio de su vivienda, Losaduna encontró la mirada de Jondalar y le dirigió un gesto. El hombre de elevada estatura se disculpó y siguió a Losaduna, que entró en el Hogar Ceremonial. Ayla habría deseado acompañarlos, pero, por la actitud de los dos, adivinó que deseaban estar solos.

–Me pregunto qué harán –dijo Ayla.

–Imagino que se trata de un rito personal –dijo Filonia, y la respuesta avivó todavía más la curiosidad de Ayla.

–¿Tienes algo que tú mismo hayas fabricado? –preguntó Losaduna.

–Fabriqué una hoja. No tuve tiempo de afinarla, pero es todo lo perfecta que estuvo a mi alcance –dijo Jondalar, y sacó del interior de su túnica un bulto pequeño revestido de cuero. Lo abrió y mostró una pequeña punta de piedra con un borde romo, aunque bastante afilado para afeitarse con él. Un extremo terminaba en punta. El otro extremo tenía un espigón que podía insertarse en el mango de un cuchillo.

Losaduna lo examinó atentamente.

–Es un trabajo excelente –comentó–. Estoy seguro de que será aceptable.

Jondalar emitió un suspiro de alivio, aunque en realidad no suponía que le afectara tanto.

–¿Y algo de ella?

–Eso ha sido más difícil. Hemos estado viajando únicamente con las cosas más esenciales y ella sabe dónde pone todo lo que tiene. Mantiene aparte algunas cosas, la mayoría regalos de otras personas y no he querido desordenarlas. Después, recordé que me habías dicho que no importaba que fuese un objeto muy pequeño, mientras se tratase de algo muy personal –afirmó Jondalar, y mostró un objeto minúsculo que también estaba en el envoltorio de cuero. Después, pasó a explicar–. Ella usa un amuleto, un saquito decorado en el que guarda objetos de su niñez. Lo considera muy importante y solamente lo deja cuando está nadando o bañándose y eso no siempre. Lo dejó en nuestra morada cuando fue a las fuentes sagradas de agua caliente, y yo corté una de las cuentas que lo adornan.

Losaduna sonrió.

–¡Bien! ¡Esto es perfecto! Y tu actitud fue muy astuta. He visto ese amuleto y es algo muy personal para ella. Envuélvelo todo y dame el paquete.

Jondalar hizo lo que su interlocutor decía, pero Losaduna advirtió una mirada inquisitiva cuando el joven le entregó el envoltorio.

–No puedo decirte dónde lo pondré, pero Ella lo sabrá. Ahora debo explicarte ciertas cosas y hacerte algunas preguntas –dijo Losaduna.

Jondalar asintió.

–Trataré de contestar.

–Deseas que en tu hogar nazca un niño de la mujer, Ayla, ¿no es así?

–Sí.

–¿Entiendes que un niño nacido en tu hogar quizá pueda no provenir de tu espíritu?

–Sí.

–¿Qué piensas acerca de eso? ¿Te importa a quién pueda pertenecer el espíritu utilizado?

–Desearía que perteneciera a mi espíritu, pero... tal vez mi espíritu no sea el adecuado. Quizá no es tan fuerte, o la Madre no puede usarlo, o tal vez Ella no desea usarlo. De todos modos, nadie jamás está seguro de a quién pertenece el espíritu, pero si Ayla tuviese un hijo y éste naciese en mi hogar, yo lo consideraría suficiente. Creo que casi me sentiría yo mismo una madre –dijo Jondalar; su convicción era evidente.

Losaduna asintió.

–Bien. Esta noche honramos a la madre, de modo que ésta es una ocasión muy propicia. Sabes que esas mujeres que la honran especialmente son las mismas que con más frecuencia reciben la bendición. Ayla es una mujer hermosa, y no tendrá dificultad para encontrar un hombre o varios hombres con quienes compartir los placeres.

Cuando El Que Servía a la Madre vio fruncir el entrecejo al hombre de elevada estatura, comprendió que Jondalar era de los que difícilmente aceptaban que la mujer que él elegía escogiera a otro, aunque fuera sólo con fines ceremoniales.

–Tienes que alentarla, Jondalar. La ceremonia honra a la Madre y es muy importante que desees sinceramente que Ayla tenga un hijo nacido en tu hogar. Ya he comprobado antes la eficacia de esta ceremonia. Muchas mujeres quedan embarazadas casi inmediatamente. La Madre puede sentirse tan complacida contigo que quizá use tu espíritu, sobre todo si también la honras con todas tus fuerzas.

Jondalar cerró los ojos y asintió, pero Losaduna vio que tenía las mandíbulas tensas y le rechinaban los dientes. Para aquel hombre la ceremonia no sería fácil.

–Ella nunca intervino en un Festival para Honrar a la Madre. ¿Qué sucederá si ella... no acepta a otro? –preguntó Jondalar–. ¿Yo también debo rechazarla?

–Debes alentarla a que comparta la ceremonia con otros, pero, por supuesto, a ella le toca decidir. Nunca debes rechazar a una mujer, si puedes evitarlo, en Su Festival, pero sobre todo no debes rechazar a la que elegiste para que sea tu compañera. Jondalar, yo no me preocuparía por eso. La mayoría de las mujeres comparten el espíritu de la ceremonia y no encuentran dificultad en gozar del Festival de la Madre –dijo Losaduna–. Pero es extraño que no hayan educado a Ayla de modo que conozca a la Madre. No sabía que había personas que no la reconocieran.

–La gente que la crio era... extraña en muchos aspectos –dijo Jondalar.

–Sin duda, así era –confirmó Losaduna–. Ahora, vamos a pedir a la Madre.

«Pedir a la Madre. Pedir a la Madre.» La frase se repetía en la mente de Jondalar mientras se acercaban al fondo del espacio ceremonial. De pronto recordó que le habían dicho que él contaba con los favores de la Madre, tanto que ninguna mujer podía rechazarle, ni siquiera la propia Doni; tan favorecido, que si alguna vez solicitaba algo a la Madre, Ella le concedería su petición. También le habían advertido que se mostrase cauteloso frente a un poder así; podía conseguir lo que solicitaba. En aquel momento esperaba fervientemente que fuera verdad.

Se detuvieron frente al nicho en que la lámpara aún seguía ardiendo.

–Toma el dunai y sostenlo en tus manos –le ordenó El Que Servía a la Madre.

Jondalar alargó la mano hacia el nicho y levantó con cuidado la figura de la Madre. Era una de las tallas más hermosas que jamás hubiese visto. Tenía el cuerpo perfectamente formado. Parecía como si la figura que tenía en la mano la hubiese tallado el escultor conforme a un modelo vivo de una mujer bien proporcionada de formas generosas. Jondalar había visto con bastante frecuencia mujeres desnudas, en el curso normal de la vida, en espacios estrechos, y sabía cuál era el aspecto de una persona del otro sexo. Los brazos, que descansaban sobre el amplio busto de la figura, apenas estaban sugeridos, pero incluso así, los dedos aparecían bien definidos, lo mismo que los brazaletes en los antebrazos. Las dos piernas se unían en una especie de soporte que se incrustaba en el suelo.

La cabeza era sorprendente. La mayor parte de los Doni que él había visto apenas tenían algo más que una perilla como cabeza, a veces con una cara definida por la línea del peinado, pero sin rasgos. Esta figura tenía un minucioso peinado con hileras de rizos apretados que enmarcaban toda la cabeza y el rostro. Excepto por la diferencia de hechura, nada diferenciaba la parte posterior y la frontal de la cabeza.

Cuando examinó atentamente la figura, le sorprendió comprobar que había sido tallada en piedra caliza. El marfil o el hueso o la madera permitían un trabajo más fácil, y la figura tenía detalles tan perfectos y un acabado tan hermoso que era difícil creer que alguien la hubiese esculpido en piedra. Jondalar se dijo que sin duda muchas herramientas de pedernal habían perdido el filo durante la confección de la estatuilla.

Jondalar advirtió que El Que Servía a la Madre había estado cantando. Jondalar había estado tan absorto en el estudio del Doni que, al principio, no lo había advertido, pero ya había aprendido bastante losadunai, de modo que, al escuchar atentamente, comprendió algunos de los nombres de la Madre y se dio cuenta de que Losaduna había comenzado el rito. Esperó, confiando en que su apreciación de las cualidades estéticas materiales de la talla no le distrajesen de la más importante esencia espiritual de la ceremonia. Aunque el Doni era un símbolo de la Madre y, según se creía, representaba un lugar de descanso para una de sus muchas formas espirituales, Jondalar sabía que la figura tallada no era la Gran Madre Tierra.

–Ahora, piensa claramente en ello, y con tus propias palabras, desde el fondo de tu corazón, pide a la Madre lo que deseas –dijo Losaduna–. La posesión del dunai te ayudará a concentrar todos tus pensamientos y sentimientos en esa petición. No vaciles en decir todo lo que pienses. Recuerda: lo que estás solicitando es grato a la Madre de Todos.

Jondalar cerró los ojos para pensar en ello, para facilitar su propia concentración.

–Oh, Doni, Gran Madre Tierra –comenzó–. En mi vida hubo momentos en que pensé... ciertas cosas que quizá te desagradaron. No fue mi intención desagradarte, pero... sucedieron cosas. Hubo un momento en que pensé que nunca hallaría una mujer a quien pudiese amar realmente, y me pregunté si era porque Tú estabas enojada a causa de... esas cosas.

Losaduna pensó: «Algo muy malo seguramente sucedió en la vida de este hombre. Es un hombre tan bueno y parece tan seguro de sí mismo; es difícil creer que pueda experimentar por ello tanta vergüenza y tanta inquietud».

–Y entonces, después de viajar más allá del fin de Tu río y de perder... a mi hermano, a quien amaba más que a nadie, trajiste a mi vida a Ayla, y finalmente supe lo que significa enamorarse. Te doy las gracias por Ayla. Si no hubiese nadie más en mi vida, ni familia, ni amigos, me sentiría satisfecho con tal de que Ayla esté conmigo. Pero, si eso te place, Gran Madre, yo desearía..., yo quisiera... una cosa más. Te pediría... un niño. Un niño, nacido de Ayla, nacido en mi hogar, y si es posible nacido de mi espíritu o nacido de mi propia esencia, como cree Ayla. Si no es posible, si mi espíritu no es... suficiente, permite que Ayla tenga el niño que ella desea y permítele nacer en mi hogar, de modo que pueda ser mío en mi corazón.

Jondalar comenzó a devolver el Doni a su lugar, pero aún no había concluido. Se detuvo y sostuvo la figura con ambas manos.

–Una cosa más. Si Ayla quedara embarazada de un hijo de mi espíritu, me agradaría saber que es el hijo de mi espíritu.

«Interesante petición», pensó Losaduna. «La mayoría de los hombres podía querer saberlo, pero, en realidad, eso no importaba tanto. ¿Por qué es tan importante para él? ¿Y por qué aludió a un hijo de su esencia... como cree Ayla? Quisiera preguntárselo a ella, pero éste es un rito privado. No puedo decirle a ella lo que él ha dicho aquí. Quizá en cierta ocasión podamos comentarlo desde otro punto de vista.»

Ayla observó a los hombres que salían del Hogar Ceremonial. Estaba segura de que ambos habían hecho lo que se proponían hacer, pero el hombre de menor estatura tenía una expresión dubitativa y la posición de los hombros sugería cierta insatisfacción, y el más alto mostraba el cuerpo rígido, y en la cara cierta contrariedad, pero al mismo tiempo decisión. Esa extraña corriente subterránea determinó que sintiese todavía más curiosidad por lo que había sucedido allí dentro.

–Confío en que ella cambiará de actitud –decía Losaduna mientras los dos se acercaban–. Creo que el modo más eficaz de que ella supere su terrible experiencia es que afronte sus Primeros Ritos. De todos modos, tendremos que poner mucho cuidado a la hora de elegir a alguien para ella. Jondalar, ojalá permanecieras aquí. Me parece que le interesas. Y creo que es bueno ver que muestra afecto por un hombre.

–Quisiera ayudar, pero no podemos quedarnos. Debemos partir cuanto antes, mañana o al día siguiente, si es posible.

–Por supuesto, tienes razón. La estación puede variar de un momento a otro. Presta atención si adviertes que uno de vosotros se muestra irritable –dijo Losaduna.

–La Desazón –dijo Jondalar.

–¿Qué es la Desazón? –preguntó Ayla.

–Llega con el licuador de nieve, el viento de primavera –dijo Losaduna–. El viento viene del sudoeste, cálido y seco, y tiene fuerza suficiente para derribar árboles. Derrite la nieve con tal rapidez que los altos ventisqueros pueden desaparecer en un día; si comienza a soplar cuando estás en el glaciar, tal vez no consigas cruzarlo. El hielo puede hundirse bajo tus pies y arrojarte a una grieta, o formar un río que se cruzará en tu camino, o abrir un abismo frente a ti. Llega con tal rapidez que los malos espíritus que gustan del frío no pueden apartarse de su camino. Los destruye, los arrastra fuera de los lugares ocultos, los empuja hacia delante. Por eso los malos espíritus cabalgan delante del viento que funde la nieve y generalmente llegan antes que él. Traen la Desazón. Si sabes lo que se avecina y puedes controlarlos, esos malos espíritus quizá representen una advertencia; pero son sutiles y no es fácil aprovechar en beneficio propio a los malos espíritus.

–¿Cómo sabes cuándo han llegado los malos espíritus? –preguntó Ayla.

–Como dije antes, presta atención si comienzas a sentirte irritable. Puedes enfermar y, si ya estás enferma, pueden agravar tu estado, pero lo más frecuente es que se limiten a infundirte el deseo de discutir o reñir. Algunas personas se encolerizan, pero todos saben que eso es consecuencia de la Desazón y no puede culparse por ello a la gente, a menos que provoque daños o lesiones graves a los demás; e incluso eso es disculpable. Después, la gente se alegra de la llegada de los vientos que funden la nieve, porque traen consigo nuevas plantas, la renovación de la vida; pero nadie desea que llegue la Desazón.

–¡Venid y comed! –Era la voz de Solandia; no habían advertido que se acercaba–. La gente ya está volviendo a buscar una segunda ración. Si no os dais prisa, no quedará nada.

Se acercaron al hogar central, en el que ardía un gran fuego, avivado por las corrientes de aire que entraban por la boca de la caverna. Aunque no estaba completamente vestida para el intenso frío que reinaba fuera, la mayoría de la gente usaba prendas de abrigo en las áreas comunes de la caverna, abiertas al frío y los vientos. El asado de íbice aparecía jugoso en el medio, aunque, al mantenerlo caliente, estaba cociéndose en demasía; la carne fresca era una variación bienvenida. También había una espesa sopa de carne, preparada con carne seca, grasa de mamut, algunos trozos de raíces secas y arándanos de la montaña; casi la última reserva de las verduras y las frutas almacenadas. Todos ansiaban que llegasen cuanto antes las verduras frescas de la primavera.

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