Libros de Luca (18 page)

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Authors: Mikkel Birkegaard

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Libros de Luca
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A la hora del cierre, la bibliotecaria recorrió la biblioteca para anunciar la última llamada para dejar los libros y formalizar los préstamos. Ni una sola de las personas que Katherina había observado reaccionó, mientras que los últimos usuarios de la biblioteca que en realidad sí habían ido para tomar prestados los ejemplares deseados se dirigieron al mostrador. Katherina se encaminó lentamente otra vez a la hemeroteca, y pudo notar que otras personas hacían lo mismo.

Jon ya estaba dentro del recinto de cristal. Se movía a lo largo de la pared del fondo, al parecer muy interesado en revistas de pesca. Katherina evitó la tentación de averiguar en qué estaba pensando realmente.

Tras haber cerrado la puerta detrás del último lector, la bibliotecaria dio una vuelta a la llave.

—Ahora podemos comenzar —anunció en voz alta y apagó las luces de las salas que daban a la calle.

El resto de los participantes fue surgiendo gradualmente de los corredores y los espacios de lectura. Unos y otros intercambiaron un breve gesto de saludo con la cabeza, a veces acompañados con una media sonrisa de reconocimiento, mientras iban convergiendo hacia el recinto de cristal. Uno a uno ocuparon su sitio en torno a la mesa central, y rápidamente comenzaron a conversar sobre todo tipo de cosas. La bibliotecaria fue la última en llegar, pero se oyeron una serie de fuertes golpes en la entrada delantera.

—Sólo un minuto —dijo ella, y desapareció otra vez.

Las conversaciones se detuvieron y todos alcanzaron a oír los pasos de la bibliotecaria y el movimiento de la puerta. Se pudo captar un breve intercambio de palabras, antes de que la puerta se cerrara otra vez y se apreciaran pasos acercándose.

—Ahhh, justo a tiempo, ¿verdad? —dijo Paw jadeante y con la cara enrojecida al entrar en la sala.

La bibliotecaria cerró con cuidado la puerta detrás de ella. Las dos últimas personas se sentaron. Todos dirigieron su atención al hombre de la silla de ruedas.

—Bienvenidos —dijo Kortmann. Los presentes respondieron al saludo con un murmullo—. Me alegro de que hayáis podido acudir tantos a pesar del poco tiempo con que fuisteis convocados. En una época como ésta, reuniones como la nuestra pueden resultar peligrosas, pero los últimos acontecimientos lamentablemente la han hecho necesaria. —Los rostros de los que estaban alrededor de la mesa adoptaron una expresión grave—. Anoche Libri di Luca resultó atacada. Lanzaron cócteles molotov contra la librería, que sufrió daños significativos. Iversen está en el hospital debido a las quemaduras y con una conmoción. Debemos agradecer a Jon que la librería no haya quedado reducida a cenizas.

Cada uno expresó su aprobación con susurros contenidos o un discreto gesto hacia Jon. Katherina apretó los dientes con fuerza y fijó la mirada en un cuadro que tenía delante. Ella nunca había esperado ser considerada como una heroína por Kortmann, pero al menos podría haber mencionado que ella también había participado en la extinción del fuego. El simple hecho de poder participar en aquella reunión era un indicio de que estaba dispuesto a confiar en ella. Entonces, ¿por qué había minimizado su papel hasta el punto de ignorarlo? Quizá no era consciente de cómo se habían desarrollado los hechos. Después de todo, Kortmann sólo había oído la historia de Jon y Paw, y era imposible saber qué versión le habían dado ellos. Ella miró a Jon, que ni siquiera pestañeó.

—Como seguramente ya sabéis, Jon es el hijo de Luca —continuó Kortmann—. Hemos sabido de su existencia sólo recientemente, o quizá debería decir que no fue hasta que él mismo se presentó que recordamos que Luca aún tenía un hijo. Por este motivo, él acaba de conocer ahora la existencia de la Sociedad, y no es todavía un Lector activo.

Mientras Kortmann hablaba, todos los presentes miraron a Jon, pero su expresión permaneció inalterable, incluso cuando el discurso mencionó las relaciones con su padre.

—Me siento personalmente muy feliz de que él haya vuelto, sobre todo ahora, cuando necesitamos refuerzos para defendernos, y me gustaría pedir a cada uno de vosotros que le brindéis un apoyo incondicional para el encargo que él está dispuesto a asumir.

—¿Qué tipo de encargo es ése? —preguntó el hombre que Katherina había visto en la sección de narrativa.

—Volveré a ello en un momento —respondió Kortmann—. Primero me parece oportuno que nos presentemos y expliquemos el tipo de trabajo que hacemos, tanto dentro de la Sociedad como fuera de ella. Todos conocemos a Paw, de modo que podemos saltarlo.

Kortmann giró a su izquierda y señaló a la bibliotecaria. De inmediato, ella se enderezó en el asiento y se aclaró la voz. Las pesadas gafas de montura enorme ahora colgaban de su cuello, y un par de ojos azules se fijaron con atención en Jon.

—Bien, mi nombre es Birthe —comenzó a decir, reprimiendo una risa tonta—. Como han podido comprobar, soy la bibliotecaria de este sitio. Por lo general, trabajo en recepción o en la sección infantil. Me gusta estar rodeada de niños, y me hace muy feliz siempre que se me permite leer en voz alta a los más pequeños, sentir cómo se dejan atrapar completamente por la historia y…

Kortmann carraspeó.

—Ah, sí —dijo Birthe, disculpándose, y volvió a reír tontamente—. Ya tendremos ocasión de hablar de ello en otro momento. Soy la historiadora de la Sociedad Bibliófila, o sea, intento reconstruir la historia de los Lectores y su desarrollo a lo largo de los años. Trabajé muy estrechamente con su padre, un hombre encantador, lleno de vida y sentido del humor. —Se rió extasiada—. Siempre gentil y dispuesto y…

—Gracias, Birthe —la interrumpió Kortmann—. ¿Henning?

E1 hombre de la sección de narrativa estaba inclinado hacia delante, con los codos apoyados sobre la mesa. La luz fluorescente reveló que el pelo gris era bastante escaso en su coronilla, y pequeñas gotas de sudor se hicieron visibles en el cuero cabelludo. Sus ojos parpadeaban constantemente, aunque de manera irregular, como limpiaparabrisas defectuosos, lo cual le hacía parecer innecesariamente nervioso.

—Mi nombre es Henning Petersen. Tengo cuarenta y dos años, y trabajo en una librería de Kultorvet. —Los ojos oscuros parpadearon de Jon a Katherina—. Estoy solo, como se dice hoy día, y soy aficionado a la cocina y al teatro, y además, claro, a los libros. —Se rió tímidamente—. Soy un transmisor activo desde hace más de treinta años, y mi función en la Sociedad Bibliófilo es la de tesorero.

Se inclinó hacia atrás en la silla y le hizo una seña a la siguiente persona en la fila, una mujer de unos treinta años que sostenía de la mano a un hombre que parecía ser de la misma edad. Ambos eran un poco robustos e irradiaban una gran felicidad, tal vez por estar juntos.

—Me llamo Sonja —comenzó a decir la mujer con voz muy aguda—. Y él es mi marido, Thor. —Levantó la mano de su marido como quien alza la de un boxeador triunfador—. Lo conocí a través de la Sociedad hace casi tres años. Ambos somos profesores. Thor trabaja en una escuela de Roskilde, mientras que yo estoy en la escuela Sortedam, aquí cerca. —Con la mano libre, señaló en dirección a Katherina—. No tenemos ninguna tarea específica dentro de la Sociedad, pero siempre presenciamos todas las sesiones de lecturas, cuando éstas tienen lugar. —Se dio la vuelta para mirar a su marido—. Es tu turno, Thor.

Thor se aclaró la voz, oculta detrás de una tupida barba.

—Creo que no tengo mucho más que añadir por ahora —dijo, dejando escapar una ligera sonrisita, a la que su esposa inmediatamente respondió con una carcajada estruendosa.

Había llegado el turno de una muchacha casi adolescente, que se ruborizó hasta ponerse al rojo vivo y bajó la mirada hacia sus manos.

—Line —dijo en una voz apenas audible—. Soy miembro desde hace sólo un mes, y por eso…Dirigió entonces su mirada a la siguiente persona, el hombre de rasgos orientales a quien Katherina había visto en la sección de ensayos. Llevaba unas gafas estrechas y rectangulares, que enmarcaban los ojos oscuros que se concentraban en Katherina. Las exóticas líneas de su rostro impedían adivinar con exactitud su edad, pero ella pensó que debía de rondar los veinticinco.

—Podéis llamarme Lee —dijo sin el menor rastro de acento—. Os ahorraré mi nombre de pila ya que, de todos modos, la mayoría de la gente no puede pronunciarlo correctamente. Trabajo en el campo de la informática como ingeniero de software, si esto os dice algo. Intento, tanto como me resulta posible, ayudar a la Sociedad en este frente, pero no para expandirnos en internet. No lo utilizamos de este modo —comentó con cierto pesar—. Mi tarea se limita casi exclusivamente a recoger datos. Bien, supongo que eso es todo —concluyó, y le cedió el turno a Katherina.

Ella carraspeó, y estaba a punto de empezar cuando Kortmann la interrumpió.

—Muchas gracias por las presentaciones. Lamentablemente, no todos han tenido la posibilidad de acudir hoy aquí. A Iversen ya le conocéis todos, pero tenemos otros tres miembros en el área de Copenhague y alrededores que no han podido venir. Cómo seguramente ya sabéis, se os hará una visita en un futuro próximo como parte de la investigación.

—¿Ahora podríamos oír nosotros de qué va todo esto, Kortmann? —dijo Henning Petersen, claramente impaciente.

—Sí, por supuesto —respondió Kortmann, mirando a Katherina por primera vez esa tarde antes de proseguir—. Los receptores están convencidos de que somos
nosotros
la causa de todo lo que ha estado pasando últimamente, y que, en el mejor de los casos, podemos tener un traidor entre nosotros.

Capítulo
12

Desde su asiento, próximo al de Kortmann, Jon gozaba de una excelente perspectiva de las reacciones de cada uno de los presentes. La expresión de Lee se mantuvo impasible, sólo que su mirada se clavó en Kortmann, como si esperase que continuase hablando después de lo que acababa de revelar.

La muchacha adolescente, Line, parecía perdida, como si no supiese cómo reaccionar, y sus ojos revolotearon en busca de ayuda en las caras de los demás. Pero no había mucha ayuda que encontrar allí. El matrimonio se miraba algo perturbado, por primera vez sin risas o expresiones románticas, mientras la bibliotecaria trató de ocultar sus manos, que temblaban ligeramente. El único que permanecía indiferente era Paw, como si nada de todo aquello tuviese que ver con él. Es más, la situación, en realidad, pareció divertirle.

—¿Qué quiere decir con que «en el mejor de los casos podemos tener un traidor entre nosotros»? —quiso saber Henning.

Había pronunciado las palabras lentamente, entrecerrando los ojos, como si formular esa pregunta requiriese de toda su concentración, y no eludió ni por un momento la mirada de Kortmann. Katherina, de pronto, se inclinó hacia delante.

—Que los receptores no son quienes están detrás de estos hechos —dijo ella antes de que Kortmann tuviera el tiempo necesario para responder—. Y si no son los receptores, entonces debería ser alguien entre vosotros, los transmisores; pero ya que negáis cualquier conocimiento de ello, o bien alguien miente o hay uno o varios traidores. —Katherina hizo una pausa para respirar. Jon la miró disimuladamente. Ella mantuvo sus ojos verdes fijos en Henning con una expresión neutra, pero su respiración revelaba que estaba algo agitada, tal como denunciaba el ligero temblor en la pequeña cicatriz de su barbilla—. Entre las dos posibilidades, consideramos la segunda más que la primera.

Henning la miró fijamente. Parpadeó involuntariamente, como si no pudiese creer lo que veía.

—Ah, ahora te recuerdo —exclamó él—. Eres Katherina, ¿no es verdad? ¿La receptora? —Sin darle tiempo a contestar, continuó—: Y una de las mejores, por lo que he oído decir.

Jon notó que las mejillas de Katherina se encendían ligeramente. Ella asintió y dirigió una mirada desafiante a Kortmann antes de volver a hablar.

—Así es. Mi nombre es Katherina. Soy receptora desde hace quince años. Diez de esos años los he pasado con Luca Campelli y Svend Iversen, y sólo ellos merecen decir si mis poderes resultan ser mejores que los de los demás.

—Bueno, no he pretendido ofenderte —se disculpó Henning, levantando las manos a la defensiva—. No ha sido mi intención acusarte de nada.

—Nadie debería tener duda alguna en lo que respecta a la lealtad de Katherina —interrumpió Jon—. Yo la vi luchar contra el fuego anoche, y es a ella a quien realmente hay que agradecerle que la librería no quedara reducida a un montón de cenizas; a ella, rio a raí. —Katherina se apoyó en el respaldo con los brazos cruzados, mientras los demás dirigían su atención a Jon—. Kortmann me ha pedido que emprenda una investigación sobre los acontecimientos que han sucedido recientemente, incluyendo la muerte de mi padre, y yo he preferido contar con la ayuda de Katherina, y de nadie más. En este momento, ella es la única persona en quien confío.

Hubo un intercambio de miradas alrededor de la mesa entre la mayor parte de los presentes, y casi todos hicieron un signo de aprobación tanto a Jon como a Katherina.

Kortmann carraspeó.

—Como habéis oído, Jon va a realizar una investigación entre nosotros, pero también entre los receptores. El objetivo es averiguar quién está detrás de los ataques que hemos recibido en los últimos tiempos, nos gusten o no los resultados que surjan de su trabajo…

—Pero… —comenzó a decir Birthe de modo vacilante—. ¿Es posible que el responsable de la muerte de Luca pueda ser alguien que no sea un receptor? Ningún transmisor sería capaz de provocar un infarto de ese tipo.

—Yo no estaría tan seguro —contestó Henning con calma—. Los poderes de un transmisor pueden muy bien causar una aceleración del pulso y otras reacciones fisiológicas en el oyente. Pero hasta ahora nadie se ha visto expuesto a poderes lo suficientemente potentes como para ser capaces de matar a alguien. Además, sería relativamente fácil protegerse contra tal ataque. —Se encogió de hombros—. Todo lo que habría que hacer es taparse los oídos.

—Disculpad mi ignorancia —dijo Jon—, pero ¿qué es todo eso? ¿Taparse los oídos?

Henning asintió.

—Los poderes de un transmisor dependen de cómo el texto es escuchado por un oyente. El texto, combinado con las emociones que suscita, abre ciertos canales y hace que la persona en cuestión sea receptiva al Lector. Entonces, la mejor defensa contra sus poderes sería taparse los oídos o simplemente alejarse.

—¿Eso significa que podemos excluir la idea de que haya sido un transmisor quien asesinó a mi padre?

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