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Authors: Schätzing Frank

Límite (53 page)

BOOK: Límite
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—Es absurdo, ¿no? ¿No le parece una ironía de la historia que precisamente los capos del petróleo, quienes determinaron durante casi un siglo los derroteros del mundo, no estuvieran en condiciones de influir en el proceso en el sentido que les interesaba?

—La decadencia es el fin de todo dominio. En cualquier caso, lamento no poder servirle de mucho con otros detalles ocultos sobre el atentado. Me temo que tendrá que hacer sus pesquisas en otra parte.

Keowa guardó silencio. Tal vez había sido ingenuo esperar que Palstein, con voz tronante, fuera a revelarle allí, en medio del silencio del lago Lavon, ciertos detalles espeluznantes relacionados con el atentado. Entonces se le ocurrió una idea.

—EMCO tiene dinero todavía, ¿no es así?

—Y tanto.

—Ya lo ve —dijo ella sonriendo con expresión triunfal—. De modo que usted ha tomado una decisión para la cual existe una alternativa.

—¿Y cuál sería esa alternativa?

—Si usted invierte en Orley Enterprises, estará pensando en sumas considerables.

—Claro. Pero ni siquiera para eso existe una alternativa real.

—Eso depende de hacia dónde se orienten los intereses, diría yo. No tiene por qué tratarse forzosamente de preservar EMCO.

—¿Sino?

—De cerrar el negocio y emplear el dinero en otra parte. Quiero decir, ¿quién podría tener interés en acelerar la caída de EMCO? ¿Tal vez alguien a quien usted se le interpone en el camino con sus planes de saneamiento?

Palstein la miró con ojos melancólicos.

—Interesante pregunta.

—¡Piénselo! Hay miles de desempleados a los que les parecería mucho más sensato que EMCO invirtiera su dinero en garantizar su seguridad social, por lo menos hasta que consiguieran un nuevo trabajo, luego el buque cisterna podría hundirse si quiere. Hay algunos feligreses que no quieren ver su dinero en la Luna. Hay un gobierno que, sin pestañear, ha dejado que usted se hunda. ¿Por qué? EMCO tiene un buen
know-how.

—No tenemos
know-how.
No en la Luna.

—¿No se trata de extraer materias primas lo que están haciendo allí arriba?

Palstein negó con la cabeza.

—En primer lugar, se trata de navegación espacial. En segundo lugar, las tecnologías usadas en la Tierra no pueden aplicarse en la Luna al cien por cien, y mucho menos las nuestras. La gravedad reducida, la ausencia de atmósfera, todo eso plantea desafíos propios. Algunas personas del ramo de la extracción de carbón están en ello, pero en la mayoría de los casos se han desarrollado métodos completamente nuevos. La razón por la que han dejado que nos hundamos es, a mi juicio, otra muy distinta. El Estado quiere controlar la extracción del helio 3, y quiere hacerlo al cien por cien. Por eso en Washington han tomado la oportunidad por los pelos, no sólo para deshacerse del agarre de Oriente Próximo, sino también para quitarse de encima la dependencia de los consorcios petroleros.

—Muerte a quienes llevaron al rey hasta su trono —dijo Keowa burlonamente.

—Por supuesto —asintió Palstein casi con euforia—. El petróleo puso en el cargo a varios presidentes, pero a ningún presidente le gusta hacer el papel de títere de la economía privada, a menos que él sea el jugador más grande. Es algo intrínseco a la naturaleza del asunto que el rey, siempre que pueda, se deshaga primero de quienes lo entronizaron. Recuerde usted la situación de los rusos en la década de 1990, Vladimir Putin... Pero, qué va, es usted muy joven para recordarlo...

—He estudiado las circunstancias de Rusia —sonrió Keowa—. Puede que Putin haya hecho el papel de títere de los oligarcas, pero ellos se equivocaron con él. Tipos como ese del nombre impronunciable...

—Chodorkovski.

—Correcto, uno de los hampones de la era Jelzin. Al poco tiempo de llegar Putin, Chodorkovski se vio encerrado en un campo de prisioneros de Siberia. A muchos les pasó lo mismo.

—En nuestro caso, el problema se ha resuelto por sí solo —sonrió Palstein con ironía.

—No obstante —insistió Keowa—, en la gran crisis que tuvo lugar hace dieciséis años, los gobiernos de todo el mundo pusieron paquetes de miles de millones de dólares para salvar a los bancos en bancarrota. Se habló de instituciones financieras en la miseria, como si las instituciones y sus ejecutivos hubieran padecido esa miseria y no el ejército de inversionistas, a los que nadie les compensó sus pérdidas con garantías estatales. Sin embargo, los gobiernos ayudaron a los bancos. Y ahora no hacen nada. Dejan que las multinacionales del petróleo se vayan al diablo. A pesar de todos los esfuerzos por independizarse, eso no puede responder a los intereses de Washington.

Palstein la observó como a un bicho interesante, un pez que acababa de sacar del agua de forma inesperada.

—Usted lo que quiere es una historia a cualquier precio, ¿verdad?

—Si esa historia existe, sí.

—Y para ello mezclará las peras con las manzanas si es preciso. Lo sucedido con los bancos fue algo muy distinto. Los bancos son los sostenes ancestrales de un sistema llamado capitalismo. ¿Cree usted en serio que se trató, en aquella ocasión, de salvar instituciones individuales o de proteger a ciertos directores y especuladores poco simpáticos que hacían pagar sumas astronómicas por unos méritos que jamás habían tenido? Se trataba de mantener el sistema que, a fin de cuentas, sostiene a la política, se trataba de mantener la estática del templo capitalista y, en última instancia, de la influencia de los gobernantes sobre el capital, una influencia que se había perdido con el tiempo. No nos hagamos ilusiones, Loreena, los consorcios petroleros jamás desempeñaron un papel comparable. Sólo eran síntomas del sistema, nunca fueron sus pilares. Es magnífico poder prescindir de nosotros. Aquellos que no conseguimos dar a tiempo el salto al ramo alternativo nos revolcamos ahora en nuestra propia agonía. ¿A santo de qué iba el Estado a salvarnos? Nosotros no tenemos nada que ofrecerle. Antes le pagábamos, y era una situación cómoda, pero ¿por eso debe protegernos ahora? ¡A nadie le interesa! El Estado fomenta la explotación del helio 3 porque ve en él una oportunidad de volver a convertirse en empresario. Para Estados Unidos se ofrece la única oportunidad de tomar en manos del Estado su suministro de energía y, de ese modo, impedir que surjan nuevos creadores de reyes.

—Lo que tal vez cumpla con el objetivo de la patraña —dijo Keowa en tono de menosprecio—. Mencióneme un único sistema basado en el capitalismo en el que los que ocupan el poder no sean automáticamente un producto del capital y, con ello, la propia economía privada. Estados Unidos ha sustituido EMCO por Orley Enterprises, eso es todo. Orley los llevará a la Luna, construye reactores a fin de trasladar ese nuevo producto hasta la Tierra, hace lo que debe hacer. Sin el apoyo de la economía privada, toda esa empresa no habría prosperado en mucho tiempo. Y ahora el nuevo hacedor de reyes está sentado sobre sus patentes y les dicta a sus socios el orden del día. Sin él no tendrían otros ascensores espaciales, reactores...

—Julian Orley no es creador de reyes en el sentido clásico del término. Es un
alien,
si así lo prefiere, una fuerza extraterrestre. ExxonMobil y más tarde EMCO eran Estados Unidos, empresas que ejercían influencias en las elecciones estadounidenses y que suministraban armas y dinero a los golpistas del extranjero. Orley, en cambio, se entiende a sí mismo como un Estado, un poder mundial autónomo. Algo con lo que siempre coquetearon los grandes consorcios. Sin responsabilidad alguna con nadie que no sea él mismo. Julian Orley jamás intentaría derrocar a un presidente que no sea del gusto de Estados Unidos, y no lo haría, también, por consideraciones de tipo moral. El, sencillamente, rompería las relaciones diplomáticas con Washington y nombraría a su propio embajador.

—¿Orley se ve realmente como un... Estado?

—¿La asombra? El ascenso de Julian quedó programado cuando los gobiernos todavía se frotaban los ojos, atontados, y exigían tener más voz y voto en el sector bancario. Ellos mismos habían forzado la situación por la cual todo se privatizaba a su alrededor, viendo entonces cómo el Estado social se les escapaba de las manos. Por tanto, de repente se pretendió tener una mayor participación del Estado, que la estatalización del capital pusiera freno a aquellas fuerzas que se multiplicaban, y regresar al orden. De manera cómoda se presentó la depresión de los años 2008 a 2012 como el desbordamiento de un sistema normalmente impoluto. La oportunidad de reinventar el capitalismo fue regalada, con lo que se perdió también la posibilidad de fortalecer al Estado de un modo duradero.

La mirada de Palstein vagó. Su voz había cobrado cierto tono aleccionador, analítico, pero sin empatía alguna.

—En aquella fecha, los capitales privados terminaron quitándoles el cetro de la mano a los gobernantes. Los seres humanos se convirtieron en recursos humanos. Mientras los partidos de los países gobernados democráticamente se desafiaban unos a otros y los gobernantes totalitarios, como siempre, aparecían como empresarios de sus propios intereses, los consorcios penetraban en todos los ramos del orden social y erigían el supermercado de la sociedad moderna. Asumieron el suministro de agua, la medicina y los recursos alimenticios, privatizaron la educación, construyeron universidades propias, hospitales, residencias de ancianos, cementerios, todos más bonitos, más grandes y mejores en comparación con las instituciones estatales. Se comprometieron contra la guerra, iniciaron programas de ayuda para los más desfavorecidos, tomaron las riendas de la lucha contra el hambre, la sed, la tortura, contra el calentamiento global, contra la pesca indiscriminada y la explotación abusiva, contra la división entre ricos y pobres. Pero del mismo modo favorecieron esa división al decidir quién tenía acceso y quién no. Dotaron la investigación con generosos presupuestos y, de ese modo, la sometieron a sus objetivos. Esa herencia de la humanidad, la Tierra, se convirtió en una herencia de la economía. Exploraron todos los rincones, todos los recursos. Y al mismo tiempo cuantificaron cada cosa según su valor monetario, desde las fuentes de agua potable hasta el genoma humano, transformaron el mundo libremente asequible en un catálogo provisto de indicaciones de propiedad, tasas de aprovechamiento y permisos de acceso, dotaron la Creación, si me permite esta disquisición patética, con un torniquete. Dividieron la humanidad en autorizados y no autorizados. Hasta el propio acceso a la educación y el agua potable gratuitos es, a fin de cuentas, en cuanto la gente la acepta, una oferta que está sometida a una ideología comercial, la visión de una marca.

—Pero ¿acaso eso no fue siempre así? —preguntó Keowa—. ¿No fueron siempre muchos los recompensados cuando seguían las ideas de unos pocos y, cuando no lo hacían, tenían que contar con la exclusión y el castigo?

—Usted habla de la cola de pavo real de las dictaduras. Tutankamón, Julio César, Napoleón, Hitler, Saddam Hussein.

—Hay también formas más suaves de dictadura.

—La antigua Roma fue una de esas formas suaves —dijo Palstein, sonriendo—. Los romanos se sentían los hombres más libres. Es algo muy distinto, Loreena. Yo estoy hablando de la toma de poder por parte de esos gobernantes cuyas naciones no están en ningún mapa. El hecho de que los consorcios petroleros amenacen con perder la batalla no quiere decir que la influencia de los consorcios en la política haya disminuido, al contrario. Ello es testimonio de una transferencia de poderes. En esta tienda por departamentos llamada Tierra han ganado en influencia otros jefes de departamentos, y en ese sentido tiene usted toda la razón: Orley en lugar de EMCO. Sólo que EMCO actuaba en el sentido conveniente a Estados Unidos, porque nuestros hombres ocupaban cargos en el gobierno, mientras que Orley ni siquiera quiere entrar. Y eso lo hace muy impredecible. Los gobiernos temen eso. Y ahora plantéese usted, con esta crónica del fracaso del Estado, la pregunta sobre si esa forma de tomar el poder es realmente tan negativa.

—¿Cómo? —Keowa ladeó la cabeza—. ¿No estará diciéndolo en serio?

—No intento venderle nada. Sólo quiero que vea el asunto como una ecuación matemática, que sopese cada una de sus variables, sin rechazo, sin simpatías. ¿Puede hacerlo?

Keowa reflexionó. Era una discusión realmente curiosa aquella en la que Palstein la había involucrado. Ella había ido allí para entrevistarlo y analizarlo, y ahora él le daba la vuelta a la tortilla.

—Creo que sí —dijo Loreena.

—¿Y?

—No existe ninguna situación ideal, pero hay aproximaciones. Muchas de ellas se han conseguido gracias a una lucha muy ardua. Con la abolición de la esclavitud se impuso en todas las capas de la sociedad la idea del ciudadano libre. Como ciudadano de un Estado legitimado democráticamente, uno está sujeto a leyes, pero es en principio libre. ¿Correcto?

—D'accord.

—Como miembro de un colectivo de consorcios se es, por el contrario, una propiedad. Ése es el cambio que se está produciendo.

—También es correcto.

—Romper con eso me parece asociado a dificultades parecidas a las que tendríamos si intentáramos derogar las leyes de la naturaleza. La libertad del individuo sólo es aún una idea. Habitamos una esfera. Las esferas, en sí mismas, son sistemas cerrados; por tanto, no hay oportunidad de derramarse, y la esfera está dividida. En el mismo instante en que estamos analizando esto, en este hermoso lago, la Luna, la otra esfera más próxima, está siendo dividida en una lejana trayectoria orbital. Ya no ha quedado ningún espacio que no sea comercial.

—Es cierto.

—Lo siento, Gerald, estoy siendo muy concreta... Pero contra eso yo voy a luchar hasta el final.

—Está en su derecho. Puedo entenderla. Sin embargo, piénselo. Se puede odiar la idea de ser propiedad de alguien, o llegar a un acuerdo con ella. —Palstein dejó que un cabo de cuerda se deslizara por entre sus dedos y sonrió. De repente parecía muy relajado, como un buda en reposo—. Y tal vez el acuerdo sea la mejor alternativa.

GAIA, VALLIS ALPINA, LA LUNA

El Sol perdía peso.

Con cada minuto que pasaba, su manto perdía sesenta millones de toneladas de sustancia, protones, electrones, núcleos de helio, así como algunos elementos secundarios, ingredientes de aquella misteriosa receta de la niebla primigenia, reputada por haber sido la creadora de todos los cuerpos celestes. El viento solar fluía a borbotones e incesantemente hacia el espacio, desviaba las estelas de los cometas y ardía en forma de luz polar en el firmamento terrestre, purificando los espacios interplanetarios de gases acumulados y llegando más allá de la órbita de Plutón, hasta la nube de Oort. La radiación cósmica de fondo, débil pero omnipresente, se mezclaba, en un flujo tan rápido como la velocidad de la luz, con las historias de antiguas supernovas, de estrellas neutrónicas, de agujeros negros y de las épocas más remotas del universo.

BOOK: Límite
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