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Authors: Schätzing Frank

Límite (55 page)

BOOK: Límite
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El único lugar donde no estaba bien era en la mente de Lynn.

En sus pesadillas, el Gaia se había venido abajo ya tantas veces que la joven veía sobrevenir la catástrofe con ojos febriles. Toda una oficina llena de informes periciales decía que eso no sucedería, pero ella sabía más. La idea de haber descuidado algún detalle la había arrojado a la locura, y la locura era destructiva.

«Ninguno de vosotros está seguro», pensaba al tiempo que presentaba a la mujer:

—...la que, con su equipo, se ocupará las veinticuatro horas del día de su seguridad y de que ustedes se sientan bien. Queridos amigos, me alegra poder presentarles a la directora de nuestro hotel o, mejor dicho, a la gerente del Gaia: Dana Lawrence.

El expreso lunar había llegado a la estación del hotel según el plan. Durante un rato habían viajado por el borde de la garganta, de modo que pudieron disfrutar de unas vistas espectaculares de la obra arquitectónica que tenían enfrente; atravesaron sus estribaciones exteriores y se aproximaron al Gaia describiendo una amplia curva. Directamente delante del hotel, el terreno se elevaba, una circunstancia que había incitado a los constructores, que no deseaban llevar las líneas del tren cuesta arriba, a hacerlas desembocar en un túnel y construir la estación bajo tierra. Trescientos metros antes de llegar a la gigantesca figura, las vías terminaban su trayectoria en el interior de una sobria nave. Esta vez no era necesario atravesar ningún vacío al bajar. A través de unas pasarelas, llegaban a un corredor ancho y presurizado, con pasarelas rodantes que conducían en línea recta hasta los sótanos del hotel, desde donde se cogían los ascensores para subir al vestíbulo, un entorno orgánicamente diseñado, con toda clase de servicios y lleno de oasis con asientos y elegantes escritorios. Tras los cristales de un acuario nadaban unos peces. Unos coquetos arbolitos de color verde primaveral flanqueaban una recepción arqueada, sobre cuya redondez —y en equivalencia con el sistema solar—, unos planetas animados con técnicas holográficas giraban en torno a un astro rey muy iluminado del que brotaban unas protuberancias. Si uno alzaba la cabeza, el espacio parecía perderse en un mikado de puentes de cristal. El hecho de que la recepción estuviera situada en la barriga acristalada de Gaia, donde se alzaba el enorme ventanal románico, le confería a la estancia cierto aspecto catedralicio. Más allá de la garganta podía verse la cara iluminada por el Sol y los pilares del tren, que se alejaban hacia el interior. En el cielo se veía el brillo hogareño de la Tierra.

Dana Lawrence hizo un gesto de asentimiento a los presentes.

Tenía los ojos de un color gris verdoso y una mirada escudriñadora, la cara era ovalada, y llevaba el cabello cobrizo cortado por encima de los hombros. Los elevados huesos del mentón y las cejas en forma de arco le conferían cierta frialdad británica, casi rayana en lo inaccesible. Ni siquiera la sensual curva de sus labios podía hacer mucho por cambiar tal cosa. Sólo cuando gastaba una sonrisa se esfumaba aquella impresión, pero Lawrence no solía derrocharlas. Era muy consciente de su presencia y de lo impregnada que estaba por su competencia y su seriedad, aspectos a los que la gente que solía volar a la Luna otorgaba bastante valor.

—Gracias, Lynn —dijo Dana dando un paso hacia adelante—. Espero que hayan tenido un viaje agradable. Como quizá ya sepan, este hotel podrá acoger en el futuro a doscientos huéspedes y cien empleados. Y puesto que ahora lo tendrán para ustedes solos durante una semana, hemos podido enviar a la Tierra a una parte del personal sin que por ello vayan ustedes a carecer de nada. Nuestros empleados tienen experiencia en satisfacer deseos antes de que alguien los exprese. Sophie Thiel...

Dana Lawrence volvió la cabeza hacia un grupito de jóvenes que competían a ver cuál de ellos sonreía más, todos vestidos con los colores de Orley Enterprises. Una mujer pecosa y de aspecto juvenil dio un paso adelante.

—...mi mano derecha, dirige la conserjería y se ocupa de que los sistemas de soporte vital funcionen sin fricciones de ningún tipo. Ashwini Anand —una mujer delicada, de aspecto indio y mirada orgullosa inclinó la cabeza— es la responsable del servicio de habitaciones y se ocupa, junto con Sophie, de la tecnología y la logística. En el pasado, los astronautas tuvieron que aguantar muchas cosas, sobre todo en cuestiones culinarias. El camino desde el menú envasado en tubos hasta la cocina de lujo fue largo, pero ahora, en cambio, pueden ustedes escoger entre dos excelentes restaurantes bajo la dirección de nuestro chef principal, Axel Kokoschka. —Un hombre rechoncho y de aspecto tímido, con cara de bebé y completamente calvo levantó la mano derecha y cambió su postura de una pierna a otra—. Le asiste nuestro segundo chef, Michio Funaki, quien, entre otras cosas, les demostrará que es posible preparar en la Luna un sushi con pescado fresco.

Funaki, flaco y con el cabello cortado muy corto, sacó el torso y lo retiró rápidamente hacia atrás.

—Los cuatro forman parte del personal de dirección y tienen la escuela de los mejores hoteles y cocinas del mundo; además, han pasado un curso de formación de dos años en el Orley Space Center; de modo que son probados astronautas, tan familiarizados con los sistemas del Gaia como con los medios de desplazamiento del lugar. En un futuro, Sophie, Ashwini, Axel y Michio trabajarán en los niveles medios de la administración del Gaia, pero durante los próximos días estarán exclusivamente a su disposición. Lo mismo es válido en mi caso. Así que, por favor, no duden en dirigirse a mí cada vez que lo necesiten. Para nosotros es un honor tenerlos como huéspedes.

Una sonrisa, en una dosis homeopática.

—Si no hay ninguna pregunta más por el momento, me gustaría enseñarles el hotel. Dentro de una hora, a las ocho y media, los esperamos para la cena en el Selene.

Bajo el vestíbulo se encontraba el casino, una sala de baile con escenario, un bar de copas y mesas de juego, y una planta más abajo empezaba el bajo vientre de Gaia, el sitio donde la dama empezaba a ensancharse hacia la zona de las caderas, de modo que, para sorpresa general, uno se encontraba de repente en medio de dos pistas de tenis.

—Fuera hay otras dos —dijo Dana Lawrence—. Pero eso es para los más duros. Jugar con el traje espacial no es ningún problema, las dificultades las crean las pelotas. En la Luna, éstas suelen volar varios cientos de metros, por eso hemos cercado los terrenos.

—¿Y qué hay del golf? —quiso saber Edwards.

—¿Golf en la Luna? —dijo Parker, soltando una risita—. No volverías a encontrar la bola.

—Claro que sí —replicó Lynn—. Lo hemos intentado con pelotas dotadas con transmisores, a través del LPCS. Y funciona.

—¿LP qué?

—Lunar Positioning and Communication System, Sistema Lunar de Localización y Comunicación. Alrededor de la Luna hay diez satélites en órbita que garantizan que podamos comunicarnos y orientarnos aquí de manera razonable. El campo de golf está situado al otro lado de la garganta, en el Shepard's Green. También lo llamamos el «Lugar de los Largos Caminos».

—¿Y a quién debe su nombre? —preguntó Karla Kramp.

—Al viejo Alan Shepard —dijo Julian riendo—. Un auténtico pionero, aterrizó con el
Apolo 14
en la altiplanicie, al sur de Copérnico. El muy canalla había traído un par de pelotas de golf y la cabeza de un palo de seis. Hizo un tiro y gritó: «Ahí va, a volar kilómetros y kilómetros...»

—Yo no pienso jugar al golf aquí arriba, ni hablar —dijo Aileen Donoghue con firmeza.

—No es para tanto. Alan no fue a buscar las bolas, pero éstas no debieron de volar más de doscientos o cuatrocientos metros. El golf en la Luna es divertido, el arte consiste en no golpear demasiado fuerte.

—¿Y las pelotas, no se hunden en el polvo?

—Son demasiado ligeras —respondió Lawrence—. Inténtelo. También tenemos en el hotel un campo holográfico. ¿Quieren ver la zona de gimnasios y de belleza?

Por debajo de los campos de golf se extendía un paisaje de saunas, pero lo que más impresionaba era la piscina, situada en el trasero de Gaia. Casi abarcaba toda la superficie. Paredes y techos simulaban el cielo estrellado, y una imagen holográfica de la Tierra irradiaba una luz suave, mientras que el suelo y el entorno imitaban el regolito lunar, con agrestes cadenas montañosas en el horizonte. Un doble cráter formaba la piscina como tal, tan grande como un lago y rodeada de tumbonas. La ilusión de estar bañándose en la superficie de la Luna era perfecta.

Heidrun volvió su blanco rostro hacia O'Keefe y sonrió:

—¿Qué tal nuestro gran héroe? ¿Echamos una carrera a nado?

—Cuando quieras.

—¡Cuidado! Sabes que soy mejor que tú.

—Esperemos a ver cómo funcionan las cosas con gravedad reducida —sonrió Ögi—. Posiblemente os derrote a ambos.

—Bueno, en cualquier caso, tenemos que organizar una competencia de natación —anunció Miranda Winter desplegando los dedos—. ¡Adooooooro estar en el agua!

—Entiendo. Tita y Tati —dijo O'Keefe, bajando la mirada a sus pechos con cara de circunstancias—. Tus aves acuáticas.

A continuación visitaron, sucesivamente, la sección con los salones de conferencias, la iglesia mixta, un centro de meditación y una enfermería impecable que transmitía gran confianza; luego fueron en ascensor hasta el tórax de Gaia. El grupo estaba alojado entre los niveles 14 y 16, en la bóveda exterior formada a la altura del busto. Casi cincuenta metros por debajo de ellos estaba el vestíbulo. Desde los ascensores, había un camino que conducía hasta las suites, a través de unos puentes acristalados. Otros puentes discurrían en las plantas situadas debajo, cruzaban de un lado a otro, se interconectaban y, por lo visto, estaban dispuestos de un modo arbitrario. Ninguno tenía barandilla.

—¿Hay alguien que padezca vértigo? —preguntó Dana Lawrence.

Sushma Nair levantó la mano con gesto vacilante. Otros mostraron miradas inseguras. Esta vez Lawrence compuso una sonrisa un poco más afectuosa.

—Deberían saber lo siguiente: si ustedes, en la Tierra, saltan desde un muro de dos metros de altura, alcanzan el suelo en 0,6 segundos. En ese tiempo, su cuerpo se ha acelerado a veintidós kilómetros por hora. En la Luna, el mismo salto tarda tres veces más, y la velocidad final se reduce a la mitad. Es decir, tendrían que saltar desde una altura de doce metros para alcanzar el efecto de un salto desde dos; dicho de otro modo, en la Luna podrían ustedes saltar, sin tener que preocuparse, desde la cuarta planta de un edificio común y corriente. No tendrían que coger constantemente el ascensor cuando deseen bajar. Pueden ir saltando de puente en puente, entre ellos sólo existe una separación de cuatro metros, una minucia. ¿Hay alguien que quiera intentarlo? —Yo —dijo Carl Hanna.

La mujer lo examinó con la mirada. Alto, musculoso, con movimientos controlados.

—Los más hábiles son capaces incluso de saltar hacia arriba —añadió Dana con expresión elocuente.

Hanna sonrió con ironía y entró al puente más cercano.

—En caso de que nos haya mentido —les gritó a los otros—, la arrojáis después de que yo salte. ¿De acuerdo?

Hanna tomó impulso, llevado en peso por la carcajada tronante de Donoghue, cayó y descendió cuatro metros sin pestañear ni una sola vez.

—Es como saltar desde el bordillo de una acera —gritó desde abajo.

En ese momento O'Keefe voló por encima del borde, seguido de Heidrun. Ambos aterrizaron como si jamás hubieran conocido otra forma de locomoción.

—Madre mía —dijo Aileen—. ¡Madre mía! —repitió, tras lo cual miró a todos de uno en uno, con un «¡Madre mía!» para cada uno.

—Adelante, señores —tronó Chucky—. ¡Demuestren su habilidad! ¡Arriba!

—Tenéis que hacernos sitio —dijo Hanna espantándolos con la mano. Todos dieron un paso atrás. Con gesto pensativo, miró fijamente el borde. Cuando alzó los brazos por encima de la cabeza, midió unos dos metros cincuenta, de modo que sólo le quedaba por vencer un metro y medio.

—¿Cuánto mides? —le preguntó O'Keefe, inseguro.

—Uno noventa.

—Hum. —El irlandés se frotó el mentón—. Yo mido uno setenta y cinco.

—Un poco escaso. ¿Y tú, Heidrun?

—Uno setenta y ocho. Pero da igual. Quien no lo consiga paga una ronda.

—Olvídalo. —O'Keefe hizo un gesto de rechazo—. Aquí todo es gratis.

—Entonces la paga en la Tierra. ¡En Zúrich! ¿Vale? Una ronda de ragú en el Kronenhalle.

—Pero ¡la pagará para todos! —gritó Julian.

—Bien, saltaremos juntos —propuso Hanna—. Moveos hacia allí, para que no tropecemos. ¡Eh, vosotros ahí arriba, dad un paso atrás! ¿Listos?

—Sí, maestro —sonrió Heidrun con sarcasmo—. Lista.

—¡Pues arriba!

Hanna tomó impulso con fuerza. Fue increíblemente fácil. Con la serenidad de un superhéroe voló hacia el borde, se aferró a él, tomó nuevo impulso y aterrizó de pie. Junto a él, Heidrun se acercó aleteando, a fin de mantener el equilibrio. Las manos de O'Keefe amenazaron con resbalarse del borde, pero luego, con sobria elegancia, consiguió subir.

—Lo siento —dijo—. Lo de la ronda de ragú en el Kronenhalle se ha cancelado.

—No obstante, estáis invitados —gritó Ögi con el tono de alguien que abraza el mundo—. Nunca antes una suiza ha logrado saltar cuatro metros de altura sin tomar impulso. ¡Nos vemos en Zúrich!

—Qué optimista —dijo Lynn en voz tan baja que sólo Lawrence la oyó.

La gerente del hotel se quedó perpleja. Hizo como si no hubiera oído aquella breve y pálida frase que ocultaba cierta insidia.

¿Qué le pasaba a la hija de Julian Orley?

—Piensen ustedes —dijo Dana en voz alta dirigiéndose a los presentes— que con gravedad reducida su cuerpo también pierde masa muscular. En el Gaia hay dos ascensores para los huéspedes, el E1 y el E2, así como un elevador para el personal. No obstante, recomendamos hacer mucho deporte y tomar el atajo con frecuencia, saltando entre los puentes. Pero ahora hablaremos una vez más de las comodidades y les mostraremos las habitaciones.

Hanna dejó que Sophie Thiel lo instruyera en los secretos de su habitación. No había nada esencial que diferenciara aquellos sistemas de soporte vital de los de la estación espacial.

—La temperatura está fijada en veinte grados centígrados, pero se puede regular —le explicó Sophie con una sonrisa panorámica, al tiempo que le indicaba un pequeño botón situado junto a la puerta; al hacerlo, se acercó a Hanna lo suficiente como para que todavía fuera compatible con la manera en que habían descrito su trabajo en el hotel, que todo funcionara «sin fricciones»—. Su suite dispone de un control propio de agua, un agua maravillosamente esterilizada...

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