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Authors: Schätzing Frank

Límite (60 page)

BOOK: Límite
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—Si Nan Lu agrupa varios estilos arquitectónicos distintos, entre ellos algunos de Francia, Alemania y España. En el año 2018, salvo pocas excepciones, se demolieron los últimos edificios originales, más tarde reconstruidos según los planos iniciales, se entiende. Ahora todo es mucho más bonito y original. —Yoyo mostró una sonrisa de Mona Lisa—. En un principio, aquí residían importantes funcionarios de los partidos nacionalista y comunista. Nadie podía resistirse al agradable ambiente del barrio, todos querían venir a Si Nan Lu. También Chu En-Lai vivió aquí por un tiempo. Esa hermosa villa con jardín que tenemos delante, con sus tres plantas, fue su domicilio. Al estilo se lo califica de forma general como «estilo francés», pero en realidad aquí se mezclan elementos del art déco con influencias chinas. La villa es una de las pocas casas que ha podido escapar hasta hoy a la fiebre de renovación del Partido.

Jericho estaba perplejo. ¿Había pasado aquello a través de la censura?

Recordó entonces que Tu le había hablado de un prototipo. El texto, por tanto, sería modificado. El detective se preguntó entonces de quién habría sido la idea de incluir aquella incorrección política. ¿Había sido Tu quien había concebido esa pequeña broma, o era Yoyo quien lo había estimulado a hacerlo?

—¿Se puede visitar la villa? —preguntó Jericho.

—Podemos contemplarla desde fuera —le confirmó Yoyo—. El interior se mantiene intacto. Chu llevaba un estilo de vida espartano, a fin de cuentas tenía un deber para con el proletariado. O tal vez, sencillamente, no tenía el menor interés en que el Gran Líder le acomodara los muebles.

A Jericho no le quedó más remedio que sonreír.

—Preferiría continuar.

—De acuerdo, Owen. Dejemos en paz el pasado.

En el transcurso de los minutos siguientes, Yoyo comentó el entorno sin segundas. Después de doblar dos veces, se vieron en una animada callejuela llena de cafés, galerías, estudios de artistas y tiendas pintorescas que vendían artesanía. Jericho había estado allí a menudo. Le encantaba aquel barrio, con sus bancos de madera, sus palmeras, las casas
shikumen
primorosamente rehabilitadas, con sus ventanas llenas de jardineras.

—Ésta es Taikang Lu Art Street, que hasta hace unos escasos veinte años era un sitio poco conocido de la escena de los artistas —le explicó Yoyo—. En 1998, una antigua fábrica de golosinas fue ampliada y convertida en la International Artists Factory. Se instalaron en ella algunas agencias publicitarias y diseñadores, y artistas conocidos abrieron aquí sus estudios, entre ellos algunos representantes muy prestigiosos como Huang Yongzheng, Er Dongqiang y Chen Yifei. No obstante, el barrio estuvo durante mucho tiempo a la sombra de Moganshan Lu, situada al norte del canal Suszhou, donde se habían reunido, en una mezcla, el arte establecido, el alternativo y la vanguardia, con lo cual dominaban el mercado de Shanghai. No fue hasta el año 2015, con la construcción de la Taikang Art Foundation, cuando cambiaron esas relaciones de influencia. La fundación es ese complejo de edificios que vemos allí delante. En el argot popular se lo conoce como «La Medusa» —dijo Yoyo, señalando la imponente cúpula de cristal que, a pesar de su tamaño, seguía pareciendo ligera y afiligranada. El edificio había sido diseñado siguiendo los principios de la biónica, y había escogido como modelo la estructura del cuerpo de una medusa.

—¿Qué había allí antes? —preguntó Jericho.

—Originalmente, la Taikang Lu Art Street iba a dar a un hermoso mercado de pescado y anfibios.

—¿Y dónde está ahora ese mercado?

—Fue demolido. El Partido tiene una enorme goma de borrar con la que puede hacer que la historia sea irreversible. Ahora se encuentra allí la Taikang Art Foundation.

—¿Es posible visitar los talleres de los artistas?

—Sí, los talleres se pueden visitar. ¿Le apetece?

Yoyo caminó delante de él. Poco a poco, la Taikang Lu Art Street se iba llenando de turistas. Cada vez había menos sitio, pero Yoyo, mientras serpenteaba por entre la muchedumbre, mantenía un aspecto compacto y auténtico. Para ser exactos, parecía mucho más auténtica que los demás.

De pronto, Jericho quedó perplejo.

¿Acaso sus ojos le habían gastado una broma? El detective se concentró totalmente en Yoyo. Un grupo de japoneses se acercaba, hombro con hombro, ciegos para las personas que avanzaban desde la dirección opuesta; estaban a punto de chocar con la guía. A Jericho le había llamado la atención que el ordenador le permitiera a Yoyo evitar a los demás viandantes cada vez que era necesario, pero esta vez el grupo bloqueaba la calle por ambos lados. Ahora sólo tenía dos opciones: dar un paso atrás o atravesarlos. Ni a los japoneses ni a los chinos les importaba empujarse para abrirse paso, de modo que Jericho supuso que la Yoyo de carne y hueso haría uso de sus codos. Pero los avatares no tienen codos, por lo menos no unos que se hagan notar en las costillas de otros.

Lleno de curiosidad, observó cómo la joven continuaba su camino. Un instante después, Yoyo había pasado al grupo sin causar la impresión de que alguien hubiera atravesado su cuerpo. Más bien pareció como si, por espacio de un instante, uno de los japoneses se hubiese esfumado en el aire para dar paso a la joven.

Irritado, Jericho se quitó las gafas.

Nada había cambiado, salvo que Yoyo había desaparecido. El detective se puso de nuevo las gafas, pasó como pudo a través del grupo y vio a Yoyo un trecho más adelante, en la calle. Miraba hacia donde estaba él y le hacía señas.

—¿Dónde se había metido? ¡Venga!

Jericho caminó unos pasos. Yoyo esperó a que el detective la alcanzara y se puso de nuevo en movimiento. ¡Increíble! ¿Cómo funcionaba eso? Sin una explicación, apenas podría comprenderlo, así que se concentró en poner al programa entre la espada y la pared. Desde el punto de vista puramente fáctico, era un enorme mérito de los programadores de Tu Technologies. La visita guiada contaba con una buena investigación y todo estaba estructurado de un modo fácil de comprender. Hasta ahora, todo lo que la chica le había dicho era cierto.

—Yoyo... —empezó diciendo Jericho.

—¿Sí? —Su mirada denotó un amable interés.

—¿Cuánto tiempo hace que tiene este trabajo?

—Esta ruta es completamente nueva —dijo ella con una evasiva.

—Entonces, ¿no hace mucho tiempo?

—No.

—¿Y qué piensa hacer esta noche?

La joven se detuvo y le dedicó una sonrisa empalagosa.

—¿Es un ofrecimiento?

—Me gustaría invitarla a cenar.

—Siento decirle que no, tengo un estómago virtual.

—¿Le apetecería ir a bailar conmigo?

—Me encantaría.

—Estupendo. ¿Adónde vamos?

—He dicho que me «encantaría» —repuso la joven, guiñándole un ojo—. Pero por desgracia no puedo.

—¿Puedo preguntarle otra cosa?

—Adelante.

—¿Se acostaría usted conmigo?

La joven se detuvo un momento. La sonrisa dio paso a una expresión burlona y divertida.

—Se llevaría usted una decepción.

—¿Por qué?

—Porque yo no existo.

—Quítate la ropa, Yoyo.

—Puedo ponerme otra, si lo prefiere —dijo, y la sonrisa retornó—. ¿Quiere que me cambie de ropa?

—Quiero acostarme contigo.

—Se llevaría usted una decepción.

—Quiero tener sexo contigo.

—Apáñatelas tú sólito, Owen.

Ajá.

Esa, definitivamente, no era la versión oficial.

—¿Es posible visitar los talleres de los artistas? —dijo Jericho, repitiendo su pregunta de hacía un rato.

—Sí, los talleres se pueden visitar. ¿Le apetece?

—¿Quién te ha programado, Yoyo?

—He sido programada por Tu Technologies.

—¿Eres un ser humano?

—Soy un ser humano.

—Te odio, Yoyo.

—Lo siento mucho —dijo ella, haciendo una pausa—. ¿Desea continuar la visita?

—Eres una absoluta imbécil, eres fea.

—Me esfuerzo por satisfacerlo. Su tono no es el adecuado.

—Disculpa.

—No hay por qué. Tal vez sea mío el error.

—Tonta del culo.

—Gilipollas.

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—Yoyo está muy solicitada, ¿no?

Grand Cherokee le hizo un guiño cómplice a Xin mientras sus dedos volaban por encima de la lisa superficie de la consola de control, dejando que el ordenador fuera comprobando, uno tras otro, los sistemas del Dragón de Plata. El día prometía ser ideal para una cabalgata en el dragón, era una jornada soleada y clara, hasta el punto de que, a pesar de la omnipresente niebla tóxica, podían verse algunos edificios muy lejanos como el Shanghai Regent o el Portman Ritz Carlton. Las fachadas de los edificios reflejaban la luz de la mañana. Pequeños soles surgían y desaparecían sobre las carrocerías de los móviles que pasaban volando sobre el Huangpu. Si bien Shanghai iba desapareciendo hacia el interior hasta convertirse en la vaga idea de una ciudad, en la orilla opuesta, en cambio, se alineaban, tanto más claros y con vivos colores, los palacios coloniales del Bund y de la venerable y suntuosa avenida.

Grand Cherokee había ido a buscar a Xin al llamado
sky lobby,
el
lobby
aéreo, y mientras subían en el ascensor había hablado sin parar del honor que significaba para él tener acceso al reino del Dragón a esas horas. Sin embargo, la montaña rusa, en sí misma, no ofrecía nada excitante, le explicó Cherokee a Xin, por lo menos en lo relacionado con su recorrido: apenas había inversiones, el rizo en vertical era más bien de estilo clásico, introducido y seguido en cada caso por un
heartline roll,
una vuelta de corazón, que no estaba mal, pues con ello se conseguían tres puntos de gravedad cero, en los que se vivían momentos de absoluta ingravidez, pero que en realidad estaban por debajo de los estándares. Más bien —siguió explicando Grand Cherokee mientras atravesaban el desolado corredor de cristal—, el verdadero atractivo estaba en la velocidad, combinada con la circunstancia de poder viajar tan rápidamente a medio kilómetro del suelo. Esa milagrosa obra de la producción de adrenalina —continuó su monólogo Wang mientras abría y entraba en la sala de control— era única en el mundo y, por tanto, maniobrarla era una cuestión de nervios similar a la de viajar en el propio tren, por lo que se necesitaba una fuerte personalidad para domesticar a aquel dragón.

—Interesante —había dicho Xin—. A ver, muéstramelo. ¿Qué es exactamente lo que tienes que hacer?

En ese momento Grand Cherokee se detuvo. Acostumbrado a ver su exacerbado ego en el espejo distorsionado de la realidad, a él mismo, de repente, le había resultado desagradable ese último comentario. De hecho, no había nada más sencillo que maniobrar aquella montaña rusa. Cualquier idiota capaz de tocar tres campos distintos en un monitor estaba en condiciones de hacerlo. Algo molesto, se incriminó con una autoironía y le explicó a Xin los elementos de conexión. Le dijo que, en el fondo, lo único que había que hacer era levantar el bloqueo de seguridad, lo que, naturalmente, presuponía el conocimiento de la clave.

—Son tres cifras —le había dicho a Xin—. Las introduzco consecutivamente... Así... Luego la segunda..., la tercera..., y listo. El sistema está a punto. Si ahora activo el campo superior derecho, desbloqueo el tren, y con el de abajo inicio la catapulta; el resto lo hace el programa. Debajo de todo está el dispositivo para el frenado de emergencia. Pero ése todavía no lo hemos necesitado.

—¿Y eso para qué sirve? —preguntó Xin señalando el menú situado en el borde superior de la pantalla.

—Es el asistente de comprobación. Antes de que libere la montaña rusa para que inicie su recorrido, hago que el ordenador compruebe una serie de parámetros. Sistemas mecánicos, programas...

—Es realmente sencillo.

—Sencillo y genial.

—Es casi una lástima que no tengamos oportunidad de hacer un viajecito, pero tengo poco tiempo. Por tanto, me gustaría que...

—En principio puede subir —le dijo Grand Cherokee, e inició el proceso de verificación—. Llevaré su trasero a pasear a toda máquina, al final ya no podrá distinguirlo de su cabeza. Pero debería contabilizarlo como viaje extra.

—No tiene importancia. Hablemos de Yoyo.

Había sido en ese punto de la conversación cuando Grand Cherokee le había sonreído a su invitado y había soltado aquel breve comentario en el que afirmaba que Yoyo parecía estar muy solicitada. Iba a añadir algo, pero se calló la boca. La expresión de su interlocutor había sufrido un cambio. Había curiosidad en ella, una curiosidad que no sólo iba dirigida al paradero de Yoyo, sino al propio Grand Cherokee.

—¿Quién más se interesa por ella? —preguntó Xin.

—No tengo ni idea. —Cherokee se encogió de hombros. ¿Debía jugar su carta de triunfo ahora? En realidad, había querido presionar a Xin con la historia del detective, pero tal vez era mejor dejarlo patalear un poco—. Eso lo ha dicho usted.

—¿Qué he dicho?

—Que Yoyo necesitaba protección porque alguien andaba detrás de ella.

—Es cierto. —Xin contempló las puntas de los dedos de su mano derecha. A Grand Cherokee le llamó la atención lo bien arregladas que las tenía. Las uñas parecían bruñidas, todas ellas cortadas exactamente a la misma longitud, con perfectas medias lunas nacaradas—. Pero tú, Wang, ibas a conseguirme cierta información. Ibas a telefonear a alguna gente o algo así. Ibas a llevarme hasta Yoyo. Todavía recuerdo un dinero que cambió de manos. Por tanto, ¿qué tienes para mí?

«Cabrón remilgado», pensó Grand Cherokee. En realidad, había urdido una historia la noche anterior. Se basaba en un comentario de Yoyo, según el cual a veces se hartaba de la vida de fiestas que llevaba y se marchaba durante un fin de semana a Hangzhou o al lago del Oeste. ¿Acaso uno de esos estúpidos dichos que su abuela repetía sin cesar no decía que Hangzhou era el equivalente del paraíso en la Tierra? Allí, había decidido Grand Cherokee, Xin podría encontrar a Yoyo, en algún hotel romántico junto al lago del Oeste, y el hotel podría llamarse...

Un momento, no debía ser tan concreto. Alrededor del lago del Oeste había alojamientos a montones, de todas las categorías. Para mayor seguridad, había consultado en Internet y encontrado varios que hacían referencia a árboles y plantas en sus nombres. Eso le gustaba. ¡El lugar de Yoyo destinado a la contemplación sería un hotel con un nombre floral! Algo florido, sólo que su informante no podía acordarse exactamente del nombre. No era posible averiguar más por ese par de billetes, de todos modos, era algo, ¿o no? Al imaginar a Xin recorriendo los ciento setenta kilómetros que lo separaban del lago del Oeste para visitar cada hotel que sonara a algo vegetal, Grand Cherokee no pudo evitar una sonora carcajada, sobre todo porque también pensaba mandar al detective hasta allí. Sin darse cuenta, aquellos dos memos se estarían tropezando continuamente. Por una cantidad mayor de dinero revelaría el nombre de la banda de motoristas, pero ésa sería otra pista, ya que a los City Demons era difícil asociarlos con el lago del Oeste. Por otra parte, ¿qué tal una excursión en moto al campo? ¿Por qué no?

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