Las palabras que el niño no pronunció, «todo el mundo... menos yo», flotaban en el aire, pero Scarlett, con la imaginación en los libros, no se fijó en ello.
Rhett se enderezó hasta quedar sentado y dijo:
—¿Por qué no estás tú en la fiesta, hijo?
Wade se acercó a él, mirando al suelo con expresión de sentirse muy desgraciado.
—No me han invitado, señor
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Rhett abandonó el reloj a las destructoras manos de Bonnie y se incorporó ligeramente.
—Deja en paz esos condenados números, Scarlett. ¿Por qué no han invitado a Wade a esa fiesta?
—¡Por amor de Dios, Rhett! No me molestes ahora. Ashley ha armado un buen jaleo en estas cuentas... ¡Dichosa fiesta! Me figuro que no es nada anormal que no hayan invitado a Wade. Y, si lo hubieran invitado, yo no le habría dejado ir. No olvides que Raúl es el nieto del señor Merriwether y que la señora Merriwether preferiría recibir en su salón a negros libertos a recibirnos a ninguno de nosotros.
Rhett, que contemplaba a Wade con ojos pensativos, vio al niño titubear.
—Ven aquí, hijo —le dijo atrayéndole hacia sí—. ¿Te hubiera gustado ir a esa fiesta?
—No señor —dijo Wade valientemente. Pero bajó los ojos.
—¡Hum!... Dime, Wade. ¿Vas a casa de Joe Whiting, o de Frankie Bonnel, o de tus otros amiguitos cuando dan fiestas?
—No señor, no me invitan a muchas fiestas.
—¡Wade, estás mintiendo! —gritó Scarlett, volviéndose—. Fuiste a tres la semana pasada; a la fiesta infantil de los Bart, a la de los Gelert y a la de los Hundon.
—Buena colección de mulas con arneses de caballo —dijo Rhett en un murmullo—. ¿Te divertiste mucho en esas fiestas? Contesta.
—No señor.
—¿Por qué?
—No podía, señor. Mamita dice que es una gentuza blanca.
—¡Buena le voy a dar a Mamita! —gritó Scarlett, poniéndose en pie de un salto—. ¡Y tú, Wade, hablar así de los amigos de tu madre...!
—El chico dice la verdad y Mamita también —repuso Rhett—. Claro que tú no eres capaz de reconocer la verdad si te la encuentras en un camino... No disgustes más a tu hijo. No tendrás que volver a ninguna fiesta a la que no quieras ir. Y ahora —y al decir esto sacó un billete del bolsillo—, dile a Pork que enganche el caballo y que te lleve a la ciudad. Cómprate almendras garrapiñadas en cantidad bastante para darte un espléndido dolor de estómago.
Wade, radiante, se embolsó el billete y miró ansiosamente a su madre. Pero ésta, con las cejas fruncidas, observaba a Rhett, el cual había cogido del suelo a Bonnie y la estrechaba en sus brazos, apretando la carita contra sus mejillas. No podía leer en su rostro, pero en su mirada había algo como miedo o remordimiento.
Wade, envalentonado por la generosidad de su padrastro, se acercó a él tímidamente.
—Tío Rhett, ¿puedo preguntarle una cosa?
—Naturalmente —los ojos de Rhett brillaban con ansiedad, mientras apretaba aún más la cabécita de la nena—. ¿Qué es, Wade?
—Tío Rhett, ¿estuvo usted..., peleó usted en la guerra? La mirada de Rhett se fijó en el niño, alerta y viva, pero su voz era indiferente.
—¿Por qué me preguntas eso, hijo?
—Porque Joe Whiting y Frankie Bonnel dijeron que no.
—¡ Ah! —dijo Rhett—. Y tú ¿qué les contestastes?
Wade parecía desolado.
—Yo, yo les dije... yo les dije que no sabía... —Y luego continuó precipitadamente—: Pero que no me importaba, ¡y les pegué! ¿Estuvo usted en la guerra, tío Rhett?
—Sí —dijo Rhett, violentamente—. Estuve en la guerra. Estuve ocho meses en el Ejército. Luché durante todo el camino desde Lovejoy a Franklin. Y estaba con Johnston cuando la rendición.
Wade se estremeció de alegría, pero Scarlett rió.
—Creí que te avergonzabas de ello —dijo—. ¿No me habías dicho que me lo callase?
—Cállate ahora —repuso él—. ¿Estás satisfecho, Wade?
—¡Oh, sí señor! Ya sabía yo que usted había estado en la guerra, que no estuvo usted emboscado, como dicen eEos. Pero... ¿por qué no estaba usted con los papas de los otros niños?
—Porque los papas de los otros niños fueron tan locos que todos sirvieron en infantería; yo era del Oeste y por eso serví en la artillería. En la artillería de campaña, Wade, no en la de plaza. Hay que tener talento y valor para servir en la artillería, Wade.
—Apostaría... —dijo Wade con el rostro radiante—. ¿Le hirieron alguna vez, tío Rhett?
Rhett vaciló.
—Cuéntale lo de tu disentería —dijo Scarlett con burla.
Rhett dejó cuidadosamente a la nena en el suelo. Y se sacó del pantalón la camisa y la camiseta.
—Ven aquí, Wade, y te enseñaré dónde me hirieron.
Wade se adelantó, excitado, y miró donde señalaba el dedo de Rhett. Una larga cicatriz cruzaba su pecho y bajaba hasta su abdomen. Era el recuerdo de un duelo a cuchillo, en los campos auríferos de California; pero Wade no lo sabía, y respiró feliz.
—Yo creo que es usted casi tan valiente como mi padre, tío Rhett.
—Casi, pero no tanto —dijo Rhett volviendo a meter la camisa en los pantalones—. Ahora, márchate a gastar tu dólar, y dale su merecido a quien se atreva a decirte que yo no serví en el Ejército.
Wade se marchó bailando de alegría y llamó a Pork. Rhett volvió a coger a la chiquilla.
—¿Se puede saber a qué vienen todas esas mentiras, valiente soldadito? —preguntó Scarlett.
—Un chico necesita estar orgulloso de su padre o de su padrastro. No puedo permitir que se avergüence delante de los otros rapaces. ¡Qué crueles son los niños!
—Ridiculeces...
—Nunca pensé en lo que eso podía significar para Wade —dijo Rhett con calma—. Nunca pensé en lo que está sufriendo. Pero no va a pasarme lo mismo con Bonnie.
—¿Lo mismo? ¿Qué?
—¿Crees que voy a consentir que mi Bonnie se avergüence de su padre? ¿Que no la conviden a las fiestas cuando tenga nueve o diez años? ¿Crees que voy a consentir que tenga que humillarse como Wade por culpas que no son suyas, sino tuyas o mías?
—¡Bah! ¡Fiestas de niños!
—Fiestas de niños, de muchachas, de presentación en sociedad. ¿Crees que voy a permitir que mi hija crezca fuera de toda la sociedad decente de Atlanta? No voy a enviar a mi hija a educarse a un colegio del Norte porque en ninguno de aquí, ni en Charleston, ni en Nueva Orleáns, ni en Savannah, la quieran. No voy a verla obligada a casarse con un yanqui o con un extranjero, porque ninguna familia decente quiera recibirla... porque su madre fuera una loca y su padre un canalla.
_Wade, que había vuelto a la puerta, era un oyente interesado y perplejo.
—Bonnie puede casarse con Beau, tío Rhett.
La ira se borró del rostro de Rhett al volverse hacia el chiquiEo, y consideró sus palabras con aparente seriedad, como hacía siempre que hablaba con niños.
—Tienes razón, Wade. Bonnie puede casarse con Beau Wilkes. Pero ¿con quién te casarás tú?
—¡Oh! Yo no pienso casarme con nadie —dijo Wade confidencialmente, muy orgulloso de una conversación de hombre a hombre con la única persona, a excepción de tía Melanie, que nunca le reñía y siempre le animaba—. Yo pienso ir a Harvard a estudiar leyes, como mi padre, y luego voy a ser un soldado muy valiente, exactamente igual que él.
—Quisiera que Melanie se callase —exclamó Scarlett—. Wade, no irás a Harvard, porque es una escuela yanqui, y yo no quiero que vayas a una escuela yanqui. Irás a la Universidad de Georgia y, después de que te hayas graduado, me ayudarás a dirigir el almacén. Y en cuanto a lo de que tu padre era un valiente soldado...
—¡Calla! —interrumpió Rhett, para quien no pasó inadvertido el fulgor de los ojos del niño al oír hablar del padre que no había conocido—. Tú crece y hazte un hombre honrado como tu padre, Wade. Procura parecerte a él, porque era un héroe, y no permitas que nadie te diga nunca lo contrario. Se casó con tu madre, ¿verdad? Bien, pues eso es suficiente prueba de heroísmo. Y ya me ocuparé yo de que vayas a Harvard a hacerte abogado. Y ahora corre y dile a Pork que te lleve a la ciudad.
—Te agradecería que me dejases educar a mis hijos —dijo Scarlett, mientras Wade, obediente, salía dé la habitación.
—Eres una estupenda educadora. Has destruido todas las ventajas que Wade y Ella podían tener. Pero no te dejaré hacer lo mismo con Bonnie. Bonnie va a ser una princesita y todo el mundo la querrá; no habrá un solo lugar en el mundo al que ella no pueda ir. ¡Santo Dios! ¿Crees que la voy a dejar crecer y tratarse con toda la gentuza que llena esta casa?
—Son suficientemente buenos para ti...
—Y demasiado para ti, cariño. Pero no para Bonnie. ¿Crees que la voy a dejar casarse con alguno de esos ladrones con los que tú pasas el tiempo? Irlandeses sin educación, yanquis, gentuza blanca, nuevos ricos. Mi Bonnie, con la sangre de Butler y su linaje de Robillard...
—Los O'Hara...
—Los O'Hara quizá fueran antaño reyes de Irlanda, pero tu padre no era más que un ente vulgar sin educación. Y tú no eres mejor... Pero, bueno, la falta también es mía. He andado por la vida como un loco salido del infierno, no preocupándome nunca de lo que hacía porque nada me importaba. Pero Bonnie me importa. ¡Señor, qué loco he sido! A Bonnie no la recibirán en Charleston, aunque mi madre, o tu tía Eulalie, o tu tía Pauline hagan lo que sea. Y es evidente que no la recibirán aquí, a no ser que nosotros hagamos algo en seguida.
—¡Oh, Rhett! Lo tomas tan en serio que me resulta divertidísimo. Con nuestro dinero...
—¡Maldito sea nuestro dinero! Todo nuestro dinero no puede comprar lo que yo quiero para ella. Preferiría que invitasen a Bonnie a comer pan seco en la pobre casa de los Picard, o en el desvencijado granero de los Elsing, que a ser la reina en un baile republicano. Scarlett, has sido una loca; debías haber asegurado un lugar para tus hijos en el edificio social desde hace muchos años..., pero no lo has hecho. Ni siquiera te has preocupado de conservar la posición que tenías. Y es demasiado esperar que a estas alturas corrijas tus costumbres. Estás demasiado ansiosa de hacer dinero y te gusta demasiado apabullar a la gente.
—Considero todo este asunto como una tempestad en un vaso de agua —dijo Scarlett fríamente, volviendo a sus papeles para demostrar que, en lo que a ella concernía, la discusión había terminado.
—Sólo tenemos a la señora Wilkes para ayudarnos y tú haces todo lo posible por molestarla e insultarla. ¡Oh!, ahórrame las observaciones sobre su pobreza y sus trajes pasados de moda. Es el alma y el centro de cuanto hay dé distinguido en Atlanta... Doy gracias a Dios por ella. Me ayudará en lo que se pueda hacer.
—¿Y qué es lo que vas a hacer?
—Voy a cultivar la amistad de lo más aguerrido de las mujeres de la vieja guardia, especialmente la de las señoras Merriwether, Elsing, Whiting y Meade. Si tengo que arrastrar mi vientre ante cada uno de esos viejos gatos que me odian, lo haré. Seré de miel ante su aspereza, y me arrepentiré de mis pasadas culpas. Contribuiré a sus condenadas limosnas y acudiré a sus condenadas iglesias. Reconoceré y pregonaré mis servicios a la Confederación y, en fin, si no hubiera otro remedio, me afiliaré a su condenado Klan. Aunque espero que un Dios misericordioso me evite semejante penitencia. Y no vacilaré en recordar a los locos cuya
cabeza
salvé que me deben su vida. Y tú, señora, tendrás la bondad de no deshacer a mis espaldas todo mi trabajo, concertando hipotecas con las gentes a quienes yo estoy conquistando, vendiéndoles madera podrida o con cualquier otra de tus cien mil maneras de insultarlas. Y el gobernador Bullock no volverá a poner los pies en esta casa. ¿Me oyes? Y ninguno de esa banda de ladrones elegantes de que te has rodeado, tampoco. Si invitas a alguno de ellos a pesar de mi ruego, te encontrarás en el desagradable caso de no tener invitados en tu casa. Si entran en esta casa, me pasaré el día en el bar de Bella Watling, diciendo a quien quiera oírlo que no permaneceré con ellos bajo el mismo techo.
Scarlett, que había estado fingiéndose indiferente a sus palabras, rió brevemente.
—¿De modo que el jugador de los barcos del río y el especulador se va a volver respetable? Bien, tu primer impulso hacia la respetabilidad me figuro que será la venta de la casa de Bella Watling.
Fue un palo de ciego. Nunca había estado completamente segura de que Rhett fuese el dueño de la casa. Él se rió, como si leyese en su mente.
—Gracias por el consejo.
Aunque Rhett se lo hubiese propuesto, no hubiera hallado momento menos propicio para su vuelta a la buena sociedad. Nunca, antes ni después, llegaron los nombres de republicano y
scdlawag
a inspirar odio más intenso, ya que también el régimen de los
carpetbaggers
alcanzaba la cumbre de la corrupción. Y, desde la rendición, el nombre de Rhett había estado íntimamente unido a yanquis, republicanos y
scallawags.
En 1866 la gente de Atlanta había creído que nada podía ser peor que la dura ley militar que soportaban; pero ahora, bajo Bullock, estaban aprendiendo que aún existía algo peor.
Se había dicho a los negros que en la Biblia sólo se mencionaban dos partidos políticos: los republicanos y los pecadores. Ningún negro quería incorporarse a un partido compuesto exclusivamente de pecadores; así, se apresuraron a incorporarse al republicano. Sus nuevos amos les hacían votar una y otra vez eligiendo a blancos pobres y a
scdlawags
para los altos puestos; eligiendo también alguna vez a negros. Estos negros se instalaban en el Parlamento, donde pasaban el tiempo comiendo golosinas y poniéndose y quitándose los zapatos nuevos para ver si por fin conseguían encontrarse a gusto en ellos. ¡Pocos había que supiesen leer y escribir! Llegaban directamente de las plantaciones de algodón o de caña de azúcar; pero podían votar impuestos y bonos y presupuestos altísimos para ellos y sus amigos republicanos. Y los votaban. El Estado se tambaleaba bajo los impuestos, que se pagaban con indignación: era sabido que la mayor parte de ese dinero pasaba a bolsillos particulares.
Rodeando por completo el poder político del Estado había una hueste de oportunistas, especuladores, gente que iba a la busca de contratas productivas o que esperaba sacar provecho de la orgía de gastos, y muchos de eÜos se estaban haciendo fabulosamente ricos. No les costaba ningún trabajo conseguir dinero del Estado para la construcción de ferrocarriles que nunca llegaban a construirse, para comprar vagones y máquinas que ni se habían de comprar, para edificar edificios públicos que no existían más que en la imaginación de los que los gestionaban.