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Authors: Osvaldo Bayer

Tags: #Ensayo

Loa Anarquistas Expropiadores (37 page)

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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Ya estamos en el 2 de diciembre. El “Graf Spee” vive sus últimos días rumbo a la muerte. Ese día apresa al hermoso buque británico “Doric Star” de 10.000 toneladas y un día después al “Tairoa”, de 8.000 toneladas. Los dos buques pueden transmitir por radio la alarma de que son atacados.

El 7 de diciembre el corsario se encuentra por última vez con el “Altmark”. A él transborda los prisioneros del “Doric Star” y del “Tairoa”. En el “Altmark” se produce el singular hecho de que por cada tripulante alemán hay más de dos prisioneros ingleses. La tripulación del tanque es de 130 hombres y el total de prisioneros es de 303. Los capitanes y los oficiales, ingleses, 27 en total, son llevados al “Graf Spee”. Era opinión de Langsdorff que esa gente preparada debía ser trasladada a Alemania.

Pero en las Malvinas está Bobby Harwood, el comodoro que manda la flota británica que busca al corsario. Bobby Harwood es un inglés típico, calmo, de pocas palabras y, por sobre todo, inconmovible. Sólo sonríe cuando juega al golf. Conoce las aguas sudamericanas como la palma de su mano, porque gran parte de su vida se la pasó sirviendo en la zona. Harwood ha captado las señales del “Doric Star” y “Tairoa” y comienza a hacer su composición de lugar en caso de que el corsario intente atacar la vía del Plata. Y calcula bien.

Langsdorff, mientras tanto, recibe del Alto Comando de la marina alemana la certeza de que los ingleses lo andan busando por todos lados: entre el Río de la Plata y Río de Janeiro están el “Ajax”, el “Achilles”, el “Exeter” y el “Cumberland”. Enfrente, en las costas africanas el poderoso “Renown”, el portaaviones “Ark Royal”, el “Provence”, el “Bretagne”, el “Hermes”, el “Albatros”, además de tres cruceros pesados y varios destructores y submarinos. En Sudáfrica están el “Shropshire” y el “Sussex”.

Pero el “Graf Spee” sigue moviéndose en medio del mar como un muchacho camorreo que perseguido por la policía la espera en cada esquina para luego volver a desaparecer y reaparecer. Langsdorff, antes de volver a Alemania, quiere dar el gran golpe: atacar un convoy, destruir su escolta por sorpresa y luego dar cuenta de todos los mercantes.

El 7 de diciembre, el “Graf Spee” hace su última presa: el británico “Streonshalh”, de 4.000 toneladas, que lleva 5.000 toneladas de granos de la Argentina a Londres. En ese buque, los alemanes secuestran un ejemplar del “Buenos Aires Herald” que habla de la partida del gran mercante inglés “Highland Monarch". ¡Esa sí que era una presa para Langsdorff!

Con el “Streonshalh”, el “Graf Spee” llevaba 9 buques, con un total de 50.000 toneladas.

El 11 y 12 transcurren con el “Graf Spee” siempre en busca de presa. Esos días Bobby Harwood patrulla las aguas próximas al Plata. Desde que sabe de la existencia del corsario se lo ha pasado pensando en cómo hacer si de improviso se ve aparecer un acorazado de bolsillo. Estudia todos los movimientos posibles. Ha hecho maniobras en ese sentido. Y tiene tres buques muy buenos con capitanes veteranos: Bell, en el “Exeter”; Woodhouse, en el “Ajax”, y Parry, en el “Achilles”.

Amanece el 13 de diciembre. Otra vez, a la historia la hacen las casualidades. En varios días, Langsdorff no ha encontrado presa. Va creyendo que toda la navegación los aliados la hacen muy pegada a la costa. Por eso se da un día más. Si el 13 no aparece nada, pondrá proa hacía el golfo de Guinea. Bobby Harwood piensa mientras tanto que tal vez se haya equivocado en sus cálculos y que en tanto él está allí esperando atrapar al corsario, éste se encuentre a miles de millas de distancia.

Todo así hasta las 5.52 del 13 de diciembre. A esa hora, el vigía del “Graf Spee” descubre primero un delgado mástil a estribor que luego son cuatro. Se da la noticia de inmediato a Langsdorff, que ocho minutos después sabe ya que es el crucero pesado “Exeter” y ordena de inmediato ir a su encuentro a toda velocidad de sus máquinas. Al mismo tiempo se ven dos naves más. Langsdorff cree que son dos destructores y sigue impávido su marcha hacia la lucha. Está convencido que es la escolta de un convoy y que por eso tendrán misión de protección. Pero no son dos destructores, son el “Ajax” y “Achilles”. El oficial de navegación y del Estado Mayor de Operaciones, capitán Wattenberg, del “Grad Spee”, recuerda a Langsdorff en ese momento las instrucciones de evitar presentar lucha a unidades de guerra. Langsdorff contesta: “Sospecho que se trata de un convoy, las fuerzas que lo acompañan saldrán a defenderlo y entonces nos ofrecerán un buen blanco hacia donde apuntar”. Y de inmediato, el comandante ordena: “Despejen el barco para el combate”. Con paso elástico se dirigió a la cofa de trinquete, desde donde dirigirá la operación, mientras decía: “Vamos a ver lo que pasa ahora”. Era la inquietud de su genio. Le gustaba la aventura. Tenía la sangre romántica de los que les gusta, llegada la ocasión, jugarse el todo por el todo. Al ordenar el combate jugaba toda su responsabilidad y por sobre todo, su navío, el don más preciado de un marino.

Para describir el momento de iniciación del combate basta sólo citar cómo ha titulado este capítulo Sir Eugen Millington-Drake: “
EL ENCUENTRO. COMO EN LOS DÍAS DE NELSON, A LA VISTA DE MASTILES AL ALBA, 290 MILLAS AL ESTE DEL RÍO DE LA PLATA
”.

El “Ajax” es el primero en divisar al “Graf Spee”, recién a las 6:10, cuando los alemanes ya sabían la identidad de las tres naves. Bobby Harwood da la orden al “Exeter” de investigar. El “Exeter” responde: “Creo que se trata de un acorazado de bolsillo”. Esto era a las 6:16. Harwood entonces hace izar la bandera N, un triángulo amarillo rematado por la lengüeta azul: enemigo a la vista.

A las 6:17, el “Graf Spee” rompe el fuego con sus poderosos cañones de 11 pulgadas sobre el “Exeter”. Langsdorff cree que el “Exeter” emprenderá la retirada para quedar fuera de tiro. Pero Bobby Harwood, flemáticamente comunica al “Exeter” que siga su rumbo y de aproxime al corsario.

Langsdorff no ha querido ir al puente blindado donde estaría totalmente protegido. No, va a la cofa del trinquete donde quedará a cara descubierta, sin ninguna protección, pero él dice que desde allí ve mejor el movimiento de los tres buques. Las secas andanadas de los poderosos cañones del “Graf Spee” cubren al “Exeter”. La tercera salva estalla en medio del crucero inglés matando a la tripulación del tubo de estribor, destruye pasillos internos, los dos aviones y los reflectores. El “Exeter” comienza su fuego sin disminuir la velocidad. Son las 6:24. La batalla alcanza su culminación. El “Exeter” dispara 8 salvas pero el “Graf Spee” le contesta con una precisión increíble inutilizándole la torre, barriendo el puente y matando a todos los tripulantes que están allí menos el capitán Bell. La timonera queda bloqueada. El capitán Bell queda incomunicado pero no se inmuta. Si Bobby Harwood le ordena seguir adelante él seguirá mientras las máquinas caminen. No puede comunicarse por medio del telégrafo interno y entonces con toda tranquilidad organiza una cadena humana de mensajeros que van gritándose con voces roncas las órdenes de su impasible capitán.

Las salvas atruenan el mar. Hombres rubios que juegan con la muerte. Si no estuviera presente la muerte sería un hermoso juego de destreza. Y a pesar de la muerte, es nada más que un juego. Porque si fuera en serio tendríamos que pensar qué cosa más irracional es enfrentarse en medio del mar, allí alejados de sus patrias a miles de millas.

¿Por quién tomar partido? ¿Por ese pequeño gran acorazado, de hermosas líneas, orgullo del ingenio humano? ¿O por esas tres unidades veloces impregnadas del clásico estilo inglés en el mar que se mueven como si estuvieran seguras de la victoria, como si no contaran las andanadas del león enjaulado? ¿Por quién jugar las simpatías? ¿Por ese capitán germano que parece una figura salida de la imaginación febril de los adolescentes luego de leer a Julio Verne, a Salgari, a Melvilla? ¿O por ese Bobby Harwood impasible, sereno, para quien las andanadas son nada más que corners en contra en un partido que ganará en tiempo suplementario? Porque Bobby Harwood ve desangrarse al “Exeter”, lo ve despedazado, lo ve gemir y vibrar como si estuviera por hundirse para siempre, y sin embargo lo deja allí para preocuparse de envolver al alemán con sus naves ligeras.

El “Exeter” está descalabrado. Su capitán Bell, herido en las piernas, pero, en medio del combate, hace pasar la orden a la cadena humana que lleva sus comunicaciones: “Una silla para el capitán Bell”. Y le suben una silla. Ordena disparar torpedos contra el “Graf Spee”. Y el corsario elude con maniobras matemáticas. A cada momento parece que toca el agua con los mástiles. Es el mismo Hans Langsdorff que comanda el timón.

Mientras trata de liquidar al “Exeter”, el “Graf Spee” tiene prendidos a los garrones a las dos unidades de Harwood que no le dan tregua. Los disparos del “Achilles” y el “Exeter” llegan al “Graf Spee”. Harwood, como buen deportista, cree en la suerte. Y la suerte está de parte de él. Porque un match de fútbol, la pelota, por cuestión de milímetros, puede pegar en el travesaño y entrar al arco, o desviarse.

Es lo que le pasa a sus andanadas. Allí está el capitán corsario en medio de la cofa del trinquete del “Graf Spee”, todo de blanco, con su barba de pirata. Y las esquinas de una granada, por milímetros, lo alcanzan en el hombro. Langsdorff no pestañea. Vienen más esquirlas que le penetran dolorosamente en el brazo. Sigue impasible. Pero empieza a sangrar profusamente. Sólo permite que lo venden superficialmente. Hasta que la explosión de una granada lo derriba al suelo. Hans Langsdorff cae y pierde el conocimiento. Reina el desconcierto, hasta que el primer oficial de comando toma el mando.

Son minutos decisivos. Langsdorff se recupera. Está mareado. Por unos minutos tiene blanco el cerebro. El “Graf Spee” se paraliza por momentos. Harwood, desde su lugar protegido, sigue impertérrito su plan. Ordena que sea lanzado al aire el avión del “Ajax”.

Son las 6:37 de la mañana. De pronto, la sorpresa. El corsario vira a babor y comienza a lanzar una humareda negra. Es el artilugio para ganar tiempo. Harwood empieza a sonreír como cuando juega golf. Sigue dándole duro. Pero el “Graf Spee” se mueve como un bailarín en el mar, hace unos zig-zags increíbles.

¿Pero por qué esa indecisión del “Graf Spee”, si ya tiene al “Exeter” liquidado? De haber golpeado una vez más a la nave más grande de Harwood y luego lanzado unas cuantas salvas de las 11 pulgadas, la batalla estaba decidida. Pero esa indecisión de Langsdorff, los historiadores y los testigos la atribuirán a la pérdida de conocimiento que tuvo al recibir el impacto de una granada. Al recuperar el sentido, ya Langsdorff no era el mismo. Dio la impresión de querer ganar tiempo como para recapitular todo lo sucedido y volver a empezar.

Al crucero “Exeter” le queda una sola batería que sigue disparando. He aquí la descripción del oficial del “Exeter” William Johns, como pantallazo de la batalla: “
Fue mientras disparábamos desde el control local que, estando en el centro de la posición, entre dos cañones, podíamos ver al “Grad Spee” justo frente a nosotros, enarbolando lo que me pareció la bandera más grande que viera en mi vida, la svástica alemana. Tenía un aspecto maligno y eficiente, y mientras nos disparábamos mutuamente, se le veía claramente recortado contra el agua azul en esa hermosa mañana de sol
”.

Mientras tanto, en el interior del “Graf Spee” hay 27 oficiales británicos prisioneros y todos los hombres del “Streonshalh”. El oficial radiotelegrafista del “Huntsman”, B. Mc. Corry relata cómo pudieron enterarse del curso de la batalla: “
El capitán Dove, uno de los capitanes más conocidos entre los prisioneros, y yo éramos altos y podíamos ver a través de los dos agujeros que había en la puerta de nuestro cuarto. Pasábamos a nuestros camaradas de a bordo un comentario continuado de las actividades de los alemanes imitando el antiguo estilo de los comentaristas de los partidos de fútbol de la B. B. C. de Londres
”.

A las 7:10, el “Graf Spee” desatiende el “Exeter” y ataca al “Ajax” y al “Achilles”. Tres andanadas de 11 pulgadas barren la borda del “Ajax”, pero los ingleses aciertan en el centro del “Graf Spee”. El “Exeter” sigue atacando con sólo un cañón. El “Graf Spee” vuelve a dirigir sus cañones contre él y sólo puede enfrentar con cuatro cañones a los 16 de los cruceros ligeros ingleses. Una granada de 6 pulgadas da debajo de donde está Langsdorff y mata a dos marineros y corta las dos piernas del teniente Grigat. El “Graf Spee” da con toda fuerza pero también recibe las dentelladas de los ingleses que no le dan tregua.

Aquí llega otro momento en que la suerte juega su parte. Bobby Harwood con el “Exeter” casi mortalmente herido y con el “Ajax” bastante maltrecho ordena interrumpir la acción y retirarse. De seguir así, el “Graf Spee” hubiera terminado con ellos. Y Harwood ha cumplido con su misión: herir al corsario y luego, con sus naves ligeras. Seguir hostigándolo desde lejos y avisar su paradero a otras fuerzas.

El “Graf Spee” no hace ninguna tentativa de perseguir a los británicos para darles el mazazo final. Al contrario, sorprendentemente se cubre de humo artificial y pone rumbo al Río de la Plata.

Harwood está sorprendido. Ordena de inmediato seguir desde lejos con el “Ajax” y el “Achilles”. El “Exeter” se está inundando y ya no puede hacer uso de ningún cañón, pero puede realizar hasta una velocidad de 18 nudos. Harwood le manda regresar a Malvinas mientras ordena al poderoso “Cumberland”, que está en Puerto Stanley, que salga en dirección al Río de la Plata.

¿Qué ha pasado mientras tanto en el corsario? Aprovechando la tregua de la retirada de los británicos Langsdorff inspecciona los daños. Las cocinas, el destilador de agua potable y los separadores de petróleo no funcionan. Además el boquete del casco le impedirá —según Langsdorff— huir a alta velocidad, sortear las escuadras enemigas y llegar a Alemania. Es un trayecto demasiado largo y no puede dar ventajas. El no sólo piensa en cómo salir del paso en la batalla que está desarrollándose sino que piensa en el futuro. Por eso toma una determinación que sorprende a sus oficiales: entrar en Montevideo, reparar rápidamente las averías y salir abriéndose paso a cañonazos.

Pero si la batalla naval —vista en pérdidas— la había ganado en su primer acto, Langsdorff perdería la batalla diplomática. Meterse en ese momento en Montevideo era lo mismo que meterse en Inglaterra. Porque allí había un verdadero mariscal de la diplomacia que se llamaba Sir Eugen Millington-Drake, y un canciller uruguayo llamado Guani…

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