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Authors: Osvaldo Bayer

Tags: #Ensayo

Loa Anarquistas Expropiadores (32 page)

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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Ese mismo día Funes desde su prisión en ¡La Argentina! Da u golpe maestro: recusa al fiscal Lowry por dos razones. Por “la enemistad que V. S. me ha manifestado, como podré probarlo” y “por los procedimientos de no tomarme declaraciones e incomunicar a los testigos”.

Lowry trastabilla porque al mismo tiempo que Funes, el Jefe del Estado Mayor de la Marina se dirige al ministro Benjamín Victorica acusando a Lowry de dilatar el proceso.

Es decir, que mientras el pedido de Funes dilatará en un mes más el proceso, por el otro lado las autoridades hacen parecer como que el fiscal es un hombre que no quiere que se sepa la verdad. Y lo único que quiere Lowry es apestillar tanto a los sobrevivientes hasta que quede demostrado lo que él sospecha y de lo que él está convencido desde un principio: la culpabilidad de Funes y de todos sus oficiales.

En este tremendo tira y afloja, “La Nación” escribe el 13 de diciembre: “Empieza a conseguirse que se aprieten los tornillos de la desventaja máquina según lo demuestra la comunicación siguiente en un todo de acuerdo con las observaciones que venimos haciendo. Era natural que así sucediese. El delicado asunto de la investigación debe terminar cuanto antes por las razones que muy acertadamente señala el Estado Mayor de la Marina. Por su parte, el fiscal Lowry a elevar a la superioridad el escrito que le dirigiera el comandante Funes recusándolo, sostiene la corrección de sus procederes, abundando en datos y consideraciones al respecto. La nota del jefe del Estado Mayor de la Marina, capitán Rafael Blanco, al ministro Benjamín Victorica pide se emplace al fiscal para la terminación del sumario o llamar a sí al expediente con el propósito de arbitrar los medios que den el resultado pedido”.

Es decir, una estocada de largo alcance contra Lowry. Y el 3 de enero de 1893 e trata de darle el golpe de muerte a la actuación del severo fiscal, nombrado auditor especial en la causa de la “Rosales” al comodoro Clodomiro Urtubey, de quien se sabe que es un declarado enemigo de Lowry, con quien ha tenido grandes diferencias. Firman la resolución nada menos que el presidente de la república, Luís Sáenz Peña, y el ministro de Relaciones Exteriores, T. S. de Anchorena.

Pero Urtubey no se deja jugar en este vaivén de pasiones. Hombre limpio como es no acepta “por razones de salud”. Y la investigación se queda paralizada.

El 5 de enero se anuncia la llegada del contralmirante De Solier —quien no contestó el exhorto. A bordo de la “25 de mayo”. Pero De Solier no piensa presentarse de inmediato a declarar en la causa. Seis días después de su llegada renuncia a su cargo de jefe de la escuadra naval de Europa y se va “a descasar al capo”. Recién el 18 entrega el parte oficial de su viaje. Es un extenso y frío informe de toda la travesía en el que apenas trae cinco líneas sobre la “Rosales”. Dice que “el buque fue perdido de vista el 8 de julio a las 6 a.m. (su foco eléctrico, y no se oyó más su silbato) sin que se percibiera ninguna señal, que de haberla visto la hubiera aprobad. A la tarde de ese día se desencadenó un furioso temporal. El 9 por la mañana empezaron a calmar el viento y el mar”.

Estas seis líneas son casi definitivas para condenar a Funes: no hizo ninguna señal pidiendo auxilio y abandono el buque en la noche del 9, es decir, cuando la tormenta ya había calmado.

Pero el sumario no caminaba. Las publicaciones opositoras comienzan de nuevo con su clamoreo de protesta. El 21 de enero, “
La Prensa
” publica un editorial titulado “Ni para atrás ni para adelante”, y con este subtítulo “¿Y el sumario por el naufragio de la Rosales?” Y sostiene: “Si se hubiera pensado en abrir una causa expresamente para que el público cansado la falle, economizando al gobierno la molestia de resolverla, tendría su explicación el sumario aludido.

“Hace más de un mes está paralizado en un incidente: el comandante Funes recusó al fiscal, quien elevó el expediente al ministro Anchorena, a cuyo departamento pasó por excusación del de Marina. Y allí se ha empantanado. El auditor de Marina, Dr. Carranza, está en Europa, con licencia, y como dice que sin un dictamen de tal funcionario el gobierno no puede pronunciarse sobre la recusación del Fiscal, el proceso no anda. ¡Vendito sea Dios! Ya que el decreto de “pase al auditor” es sustancialísimo ¿por qué no se nombra uno ad-hoc? ¡Es que ninguno quiere aceptar!


La Prensa
” del 1º de febrero insiste en otro editorial titulado “Por el honor de la marina”; “El sumario de la “Rosales” no puede demorarse un día más. Los periódicos europeos al amparo de un silencio oficial sobre un sumario tan prolongado como inexplicable han recogido como ciertas las más terribles versiones de aquel tremendo drama y bordando sobre ellas arrojan un borrón nefando sobre la escuadra argentina que, o debe quedar limpio con las resultancias del juicio o con el castigo de los culpables si desgraciadamente los hubiera. El “Imparcial” de Madrid, que en un primer momento se hizo eco de la versión que dio el comandante Funes, reproduce ahora las sangrientas e infames acusaciones que como cosa cierta se hicieron correr sobre aquel fingido Battaglia que apareció en la subprefectura de La Plata. No reproducimos el relato, porque en órganos poco autorizados ya vio la luz en Buenos Aires hace dos meses, pero sí pedimos que la palabra serena y justiciera del Tribunal diga en ese asunto su última palabra”.

Pero poco después la recusación contra Lowry es rechazada y prosigue el sumario.

En la calurosa mañana del 11 de marzo de 1893, cuando finalizaba ya el verano, un coche de plaza se dirige a la presidencia de la Nación. Viaja en su interior un hombre de espesa barba, mirada severa y gesto hosco. Es el capitán Lowry, fiscal del proceso de la “Rosales”, que lleva en sus manos dos enormes carpetas. Es la investigación que ha realizado durante un año y medio. No se fía de nadie y por eso va a entregarla en las propias manos del presidente de la nación. Allí están registradas todas las declaraciones de los sobrevivientes y las conclusiones del fiscal. Allí está encerrada la tragedia de la noche del 9 de julio de 1892 o por lo menos la verdad que ha tratado de descifrar Lowry entre tan dispares declaraciones de los protagonistas.

Lowry pide pena de muerte para el capitán de fragata Leopoldo Funes. Pide que sea fusilado sin más trámite. Lo acusa de la pérdida de la cazatorpedera “Rosales”, por el abandono de la misma estando aún en condiciones de flotabilidad y culpabilidad en grado criminal por el abandono voluntario y premeditado de su tripulación.

De acuerdo a la investigación de Lowry los hechos en la noche del 9 de julio en la “Rosales” se habrían desarrollado de la siguiente manera: Ya en las primeras horas del 7 de julio la gruesa mar que corría hacía bordear mucho a la “Rosales”. Por orden del comandante de la flota, almirante De Solier, de había dispuesto que en casos de fuerza mayor “que pudieran sobrevenir en el curso de la navegación quedaban libradas al mayor criterio de cada comandante las maniobras del buque a su mando que respondieran a su mayor seguridad”. En la madrugada del 8 la nave quedó bajo el horizonte y fuera de vista de los otros buques. De Solier declaró que al perderse de vista la “Rosales” creyó que el comandante Funes, en previsión de la tempestad que se anunciaba, trataba de ponerse al abrigo de la costa. El comandante Funes respondiendo al cargo de no haber hecho señal alguna al buque insignia dice “que por la sencilla razón de no tenerle que informar nada”. Es decir, que Funes en vez de buscar abrigo de la tempestad que amenazaba a envolverle, se mantuvo a rumbo con los demás buques a la capa y a las 9 de la noche quedaba definitivamente atravesado, siendo infructuoso los esfuerzos para volverle a hacer presentar el tiempo”. “En esa situación fue envuelto, azotado e inundado por las inmensas moles de agua elevadas a enorme altura por la fuerza del torbellino y a merced de cuyos encontrados embates quedó por completo al ser apagado los fuegos de las máquinas por las grandes masas de agua y los compartimientos de las calderas que las inundaron completamente”.

Lowry demuestra a través de las encontradas declaraciones de los sobrevivientes que la “Rosales” no sufrió ningún rumbo en el casco, hecho que, de haber ocurrido, hubiera ocasionado el hundimiento en forma mucho más rápida. No habiendo rumbo, el agua penetraba al buque solamente por la cubierta. Lowry demuestra que el buque fue abandonado precipitadamente púes “aún faltaban llenarse de agua algo más de la quinta parte del volumen total de la capacidad del casco para que hubiera estado próximo a hundirse con seguridad”. Y recurre a la declaración del primer maquinista Picasso, quién dice que “esa misma noche antes de embarcarse en el bote volvió a su camarote y se vistió con varias camisetas y otras piezas de ropa interior, como igualmente otros oficiales lo hicieron en su alojamiento tomando en ellos hasta frazadas para envolver sus cuerpos”. El comisario Solernó dice que embarcó todos los víveres en botes a las 7 de la tarde del 9, los que fueron sacados de la despensa y pañoles de galleta y líquidos que estaban en el piso del sollado. El condestable Iglesias dice que “media hora antes de abandonar el buque recorrió por orden del segundo comandante los pañoles de su cargo, los que halló secos y que fue a la vez al pañol de pólvoras de popa que quedaba bajo el piso el piso de la cámara a sacar los cohetes con que proveyó a los botes” y “que estando ya embarcado en la segunda lancha hacía ya un cuarto de hora vio al comandante fuñes recorrer todo el interior del buque”.

Lowry se pregunta en sus conclusiones: “Luego ¿Cómo pudo el comandante Funes hacer esa recorrida por el interior del cuerpo del buque si hubiera estado inundado como declara el segundo comandante Victorica?” Y agrega: “resulta palmariamente demostrado que habiendo quedado el cuerpo del casco de la torpedera con un pie y medio y hasta dos, fuera del agua, al abandonarlo, como así lo acreditan las declaraciones de algunos oficiales y en particular de los maquinistas, ese buque quedaba aún en condiciones admisibles de flotabilidad habiendo sido fácil su salvamento posterior amainando el viento y la mar como sucedía entonces, si se hubiera permanecido algo más de tiempo sobre o junto a él cumplimiento con la obligación impuesta a su comandante. Es mi convicción que la torpedera continúo a flote después de su abandono y llevada a la ronza por las corrientes del río de la Plata hacia el Este, mar afuera, fue alcanzada y envuelta por el segundo ciclón del 13 de julio que la encontró un mero casco boyante, pues no tenía personal que la gobernara no quizá medio hacerlo, y que siendo presa fácil de ella completó su pérdida llenando sus demás compartimientos aún estancos y echándola a pique”.

Así juzga el primer punto el capitán Lowry. Es decir, que la torpedera se hubiera salvado ya que en la mañana del 9 la tormenta comenzaba a amainar y que Funes abandona el buque en la noche de ese día creyendo que por el agua que había entrado no podía aguantar ya más. O por lo menos, en vez de dirigirse a la costa tendría que haberse mantenido con el bote en las cercanías de la nave.

Segundo punto: la tripulación, Lowry está convencido que el número total de tripulantes de la “Rosales” era 80. Para su salvataje en caso de abandono del buque se contaba con dos lanchas con capacidad para 10 hombres y un patrón; el guingue para 6 hombres y un patrón y un patrón y el chinchorro, para 4 hombres y un patrón. Es decir que se contaba con medios para salvarse solo 32 personas.

Lowry se remite entonces a las declaraciones de Funes para describir los momentos culminantes del abandono del buque: “apremiado la situación en que se encontraba la “Rosales”, con sus compartimientos de máquinas y calderas inundados, atravesada, a la mar y si gobierno, a las 5 de la tarde del 9 de julio se celebró consejo de oficiales y en él se arribó a la conclusión de que el buque estaba perdido y debía abandonarse”. Pero Lowry comienza a dudar que se haya hecho tal consejo de oficiales como lo exigen las ordenanzas antes de hacer abandono del buque. Y se remite a las contradicciones que surgen de las declaraciones: el segundo comandante Victorica declaró que tal consejo se realizó a las 6 de la tarde, tres oficiales dicen que fue a las 4 de la tarde, el alférez Tejera, que fue a las 3 de la tarde; el maquinista Vilavoy, que fue de 12 a 1 de la tarde, pero los que discrepan enormemente con los anteriores son el alférez Goulú, que dice que fue a las 4 de la mañana de ese día, y el marinero Revelo, quién siendo mozo de cámara de la que no se movió hasta las 7 de la noche de ese día, dice “que no había visto que se hubiera tendido reunión o cosa parecida por el jefe y oficiales”.

En la reunión se decide abandonar el buque, pero antes de construir una balsa para salvar a la tripulación que no cabía en los botes.

Y aquí comienza uno de los grandes misterios: ¿existió la balsa? Lowry desde un principio asegura que tan balsa sólo existió en la imaginación del capitán Funes. Y puntualizo todas las contradicciones de las declaraciones de los sobrevivientes. Empieza por preguntar con qué elementos se hizo la balsa. Estas son las respuestas. Funes: con una verga y dos tangones y alguna otra percha; Donovan y González: 2 tangones y 2 plumas; Vilavoy: los tangones y las plumas del buque; Picasso: una verga y una pluma; Tejera: la vergüita, un tangón, una cantidad de remos, algunos enjaretados y salvavidas. Las contradicciones en las dimensiones son todavía más llamativas. Más: hay sobrevivientes que ni siquiera la vieron. Por ejemplo, el maquinista Álvarez declara que “no había visto ningún bote arriado ni la balsa”; maquinista Barbará: “no he visto marinero alguno sobre la balsa ni la he visto construir”; comisario Solernó; “no he visto construir nada parecido a una balsa”; farmacéutico Salguero: “no he visto construir ni utilizar en el salvataje cosa parecida”; guardiamarina Gaudín: “Con respecto a la balsa no puedo decir cosa alguna”; primer maquinista Picasso: “a la balsa no sé si la hicieron”; Alférez Goulú: “no vi concluida la balsa”.

Y Lowry se pregunta: “¿A qué conclusión puede llegarse ante tanta divergencia en el relato de la construcción de una obra de tanta importancia en este caso y que necesariamente debieron verla todos los interesados sin discordar tan enormemente en sus detalles? ¿Puede admitirse acaso como posible que en un buque de tan pequeño porte como era la “Rosales”, que ya sin gobierno y atravesada a la mar, en un vendaval que arbolaba olas de 6 a 7 metros de altura, que el mismo comandante Funes en su parte dice “barrían todo lo que hallaban al paso haciendo correr mucho peligro a la gente que andaba sobre la cubierta reforzando trincas” y cuya magnitud no había disminuido al efectuarse el abandono, se hayan podido desguarnir las plumas y los tangones y andar manipulándose de un lado a otro de la cubierta para construir sobre ella jangada alguna, operación considerada por los hombres de mar como muy difícil y peligrosa en los buques de mayor porte?”

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