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Authors: Osvaldo Bayer

Tags: #Ensayo

Loa Anarquistas Expropiadores (29 page)

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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Pero dentro de las muestras de dolor y solidaridad unánime, ese día nace una especie de descontento, de desazón, de intranquilidad: a diferencia del capitán brasileño naufragado en el mismo lugar, el capitán argentino se salva con toda su oficialidad y no hay noticias de los suboficiales y marinería. Y ese desconcierto ya se nota en las informaciones periodísticas. Veamos “La Prensa”: “No intentamos siquiera insinuar una defensa del capitán Funes. El responderá de sus actos con arreglo a las ordenanzas y en la tremenda situación en que se encuentra luego de peregrinar tres días entre las olas en su guigue hasta tocar puerto de salvación. Solamente podemos desear que su conducta resulte del crisol a que será sometida, honrosa para él y para la marina en la desgracia en la cual quisiéramos también poder decir que no hay desdoro de caer vencido por el océano y por el huracán después de haber cumplido su deber. No pierden buques los arrieros porque no navegan”.

Ahí comienza a levantarse la punta del telón del drama que acaba de desarrollarse. Todavía, con la mejor buena voluntad, el pueblo quiere creer y convencerse que no puede ser el hecho como lo indican las primeras informaciones. Por eso, se da esta versión en la que se señala que el capitán se salvó en su “guigue”. Dice “La Prensa”: “La ‘Rosales’ tenía cuatro botes en esta forma: el guigue del comandante, el chinchorro de pintar y dos lanchas grandes. Se deduce que el salvataje en tan horribles momentos ha sido operado con serenidad, tomando el guigue o bote insignificante para luchar con el mar, el jefe y oficialidad de guerra y de máquina, cediendo las lanchas a la tripulación. Como eran 70 hombres y es probable que embarcaran agua y víveres es claro que las lanchas no bastaban y de ahí la idea de última esperanza de atar maderos improvisando una balsa. El guigue del capitán ha tardado tres días en llegar a la costa oriental de Castillos”. Por su parte, “La Nación” también insinúa algo ese día 13: “Es objeto de conjeturas la circunstancia de haber llegado al Polonio el comandante y la oficialidad de la “Rosales” no explicándose cómo el capitán Funes ha dejado a las tripulantes a su sola acción sin distribuir entre ellos a los oficiales”.

Mientras tanto han salido varios buques para rescatar a los náufragos y hacer rastreos en búsqueda de los desaparecidos. Al cabo Polonio llega primero el remolcador uruguayo “Emperor” a cuyo bordo viaja el conocido armador Antonio Lussich. Después describirá el impresionante aspecto de esos veinte hombres salvados de la muerte y dice “conservan empero sus fisonomías los rasgos varoniles que caracterizan a una raza vigorosa y noble. Constituían un grupo digno de ser trasladado al lienzo”.

El capitán Funes está tirado en un catre, enfermo. Sólo su mente sabe si se siente culpable o cree haber hecho todo lo humanamente posible para salvar a sus hombres y a su barco. Pero una pregunta debe rondar su pensamiento: ¿por qué justo a mí me ha tenido que tocar esto? Ahora comenzará recién el verdadero drama que no lo dejará hasta su muerte: el del reproche de los hombres por haber salvado su vida, su vida de capitán que no le pertenece.

Por fin, los náufragos con trasladados a Montevideo en el buque “General Lavalleja”. Allí son alojados en el Hotel de Europa, Colón esquina 25 de Agosto. El periodismo describe la llegada de los náufragos: “Funes no tenía camisa, se cubría con un vasto redingote color almendra, un sombrero chambergo proporcionado por el farero y botines de género de verano. Mohorade vestía de oficial con la ropa de diario de a bordo, poco abrigada. Traía chambergo negro y la cabeza vendada. El resto venía con la cabeza descubierta y ropas livianas despedazadas. Los maquinistas y marineros, descalzos”.

¿Quiénes son los que se han salvado? Veamos primero los que integraban la plana mayor del buque al partir de Buenos Aires: comandante, capitán de fragata Leopoldo Funes; segundo comandante, teniente de navío Jorge Victorica; plana mayor: alféreces de fragata Jorge Goulú, Carlos González, Florencia Donovan, Pablo Tejera y Miguel Giralt; guardiamarinas: León Gaudín y N. Gayer.

A ellos hay que agregar el teniente de fragata Pedro Mohorade y el alférez de navío Julián Irizar quienes viajaban en la “Rosales” con el objeto de incorporarse en Europa a la oficialidad del crucero “Libertad”, que se construía en Inglaterra.

Completaban la oficialidad: comisario Juan Solernó, farmacéutico Tomás Salguero, primer maquinista Manuel C. Picasso; maquinista Martín Barbará, Pedro B. Alvarez y Luis Silvany.

Todos ellos sin excepción (en total 17) se embarcaron en la lancha de Funes. Además, subieron a la misma el mozo del capitán, Manuel Revelo; el primer condestable Iglesias (hombre ducho en las lides marineras), cabo de cañón Pérez, el foguista Heggie, el guardamáquinas Marcelino Vilavoy, el aprendiz González Casas y el foguista Battaglia. Todos estos tripulantes desempeñarán un papel protagónico tanto en la noche del naufragio como en el curso del posterior juicio. Principalmente Battaglia, cuyas declaraciones harán tomar un rumbo diferente a las investigaciones.

De los 24 nombrados González Casas, Giralt, Silvany, Gayer y Heggie. Es decir que quedaron con vida 19 de un total aproximado de 80 tripulantes.

El 15 de julio, a las 7 de la mañana los 19 náufragos llegaron en el vapor de a carrera “Saturno”. Van a recibirlos los notables de aquel tiempo: Roque Sáenz Peña, Dardo Rocha, Miguel Cané, Manuel Láinez y Marcelino Ugarte, quienes abrazan y ayudan a bajar a los náufragos. Esto se toma como un gesto de solidaridad a la Marina y para dar por tierra a todas las habladurías y versiones que ya se están tejiendo. Al bajar, y luego de las escenas emocionantes del encuentro con los parientes, los sobrevivientes son llevados en calidad de presos e incomunicados hasta que presten declaración. Se sabe que Funes ha pedido permiso para redactar un parte. A las once de la noche le es levantada la incomunicación a Funes y su habitación se llena de amigos. El primero que entra es el coronel Cabassa. El cronista de “La Prensa” relata así el encuentro:

“El coronel Cabassa abrazó con cariño a Funes y ambos sintieron humedecerse sus ojos.

—No me digas nada porque lo sé todo —le dijo Cabassa—.

—Hemos salvado lo que habría salvado Ud. en el mismo caso —acotó Funes—, con viva emoción pudiendo apenas pronunciar la frase.

—Lo sé —repuso Cabassa—, los conozco y cuando conocí la noticia de la desgracia: los muchachos han perdido bien el barco”.

Pero las dudas subsisten, hay como un círculo de rumores que rodea a los náufragos. El público los mira con conmiseración pero con tremendas sospechas.

“La Prensa” trata de aclarar lo que antes llamamos las matemáticas del diablo, es decir, qué número de náufragos ocupó cada una de las embarcaciones y señala que en la balsa construida a último momento embarcaron 49 tripulantes. Aunque otras veces se levantarán para sostener que en la pequeña “Rosales” no había tanta madera para poder construir una balsa con capacidad para medio centenar de marineros y los víveres necesarios; “La Prensa” insinúa que “aseguran que la balsa en que embarcó la tripulación estaba bien construida y que en ella se colocaron provisiones para diez días, teniendo galleta y agua en abundancia”. Añade que por otra parte “los reglamentos navales no señalan que los oficiales deben repartirse entre los botes y que sólo establecen que el capitán debe cuidar hasta lo último el buque y los tripulantes”.

Es decir, lo que aparentemente no podía defenderse se trataba de explicar a través de los reglamentos.

También para oponerse a los rumores y el degrado que originó la conducta de Funes y los oficiales al salvarse, “El Bien Público” del 17 de julio publica un enérgico editorial: “Si a los ladrones y a los asesinos vulgares no se les puede condenar sin oír su defensa en juicio ampliamente garantido ¿no sería una monstruosidad que a los soldados de la República se les incrimine en su pericia y aun en su honor antes de escuchar la explicación y la justificación de sus procederes en una ocasión en que todos jugaban la vida? ¡No! lo que corresponde al país en presencia de asunto de tanta solemnidad que afecta la honra misma de una de las armas del ejército de la República es dejar que el proceso se desenvuelva desembarazadamente libre de la presión pública y sobre todo de cuanto se asemeje a espíritu preconcebido. La severidad con que la causa debe ser conducida no excluye esta verdad: que el país no está interesado en buscar culpables, sino en la comprobación fidedigna y seria de que nuestros marinos cumplieron con su deber, bajo cuya impresión estamos por deber patriótico y por impulsos del corazón”.

A la 1 de la madrugada del 17, Funes y Mohorade salen en libertad: horas antes ha ocurrido lo mismo con el resto de los salvados. Todos, sin excepción, se hallan resfriados. Funes y Mohorade caen en cama con alta fiebre.

Los días siguientes mostrarán que la tragedia va adquiriendo un trasfondo político. Es que los enemigos de Roca han encontrado una magnífica oportunidad para molestar al ex presidente. El capitán Funes es pariente de la esposa de Roca, doña Clara Funes de Roca; el segundo comandante, Jorge Victorica, es hijo del diputado Víctor Victorica y sobrino de Benjamín Victorica, previsto ya para el cargo de Ministro de Guerra y Marina de Luis Sáenz Peña, y el oficial Florencio Donovan es hijo del jefe de policía.

Insensiblemente se van formando dos bandos: los que defienden a los náufragos de la “Rosales” son tildados de oficialistas, los que quieren saber solamente la verdad y los malintencionados que ven todo misterioso, son los “contreras”.

Por ejemplo un detalle de tantos: ¿por qué el grumete González Casas embarcó con los oficiales? Porque era un “recomendado” del diputado Victorica y por eso fue protegido del segundo comandante Jorge Victorica y llevado en la lancha de los oficiales. Esto queda en descubierto cuando los diarios publican un telegrama enviado por el padre del muchacho, desde Entre Ríos, al diputado Victorica: “Le ruego que si sabe que mi hijo ha perecido me lo diga francamente. Ante todo soy hombre para afrontar cualquier desgracia. El consuelo será que, si ha perecido, ha sido al servicio de su patria. Espero contestación. José María González”.

Dos son las grandes dudas: ¿el capitán Funes hizo todo lo posible para salvar a la “Rosales” o la abandonó sin intentar el último esfuerzo? ¿Qué ocurrió con la tripulación, por qué aparecen todos los oficiales en una lancha? ¿Es que acaso existió la balsa?

El 18 de julio se agrega una tercera pregunta, la más negra, la más terrorífica de todo este episodio: ¿qué ocurrió con el brillante alférez Giralt? ¿Es cierto que murió entre los peñascos del cabo Polonio? ¿O fue asesinado por sus propios compañeros? ¿O más aún, por el propio capitán Funes? La versión llega a la madre del joven oficial desaparecido. Y “La Prensa” del 19 explicará a sus lectores para tranquilizarlos: “es inexacta la noticia que circuló ayer de que la señora madre del joven Giralt, víctima de la “Rosales”, haya perdido la razón. Se encuentra enferma, es cierto, pero no en estado de demencia”.

La catástrofe de la “Rosales” da oportunidad a todos. Hasta los anarquistas aprovechan. Informa “La Prensa”: “He aquí el orden aprobado en la última sesión celebrada anoche por el grupo anarquista del cual es órgano el periódico “El Perseguido”: este grupo contrario a todo elemento de guerra entre la humanidad no apoya la suscripción iniciada para construir un buque que reemplace a la “Rosales” naufragada, pero en cambio abre una suscripción en favor de las familias de los náufragos, suscribiéndose la asamblea con 10 pesos. Más donaciones se reciben en La Cruz Blanca, Cuyo 1664”.

El Jockey Club, la Logia Masónica, las damas de la sociedad con tarjetas “bola de nieve”, etc., colaboran en la gran cruzada en pro de una nueva “Rosales”.

Los días pasan. El capitán Funes guarda absoluto silencio. No se defiende contra sus detractores. Los “oficialistas” sólo saben salir al paso de las versiones diciendo: “hay que esperar el juicio del tribunal militar”.

El 17 llegan a puerto los oficiales Victorica e Irizar, quienes habían embarcado en el “Emperor” para buscar restos de los náufragos. Victorica declara a los periodistas que él dirigió la construcción de la balsa a bordo de la “Rosales”, que tenía dos tangones de 5 metros de largo y diez centímetros de espesor y dos perchas iguales, y que sobre esta armadura se colocaron tablas de cedro y de pino que existían a bordo, los enjaretados del buque y que todo se amarró perfectamente con cabos nuevos que al mojarse debían apretar más las uniones aumentando la solidez de la balsa”.

“La Prensa” de ese día tal vez previendo que los acontecimientos se están volviendo contra el capitán Funes y sus oficiales trata de tomar una posición neutral y objetiva y dice: “algunos que pretenden de bien informados aseguran que han podido traslucir que en las declaraciones del sumario hay notables divergencias pues mientras la mitad de la tripulación salvada del buque náufrago afirma que ha asistido a la completa desaparición de la nave, la otra mitad lo niega diciendo que, hasta perderse de vista, el casco se mantenía a flote”.

Se produce, además, un hecho que es calificado como muy sugestivo por los enemigos de Roca: el ex presidente y actual presidente del Senado abandona Buenos Aires, con su familia y se dirige a Rosario de la Frontera a pasar una temporada de descanso. Con eso —señalan sus críticos— quiere hacer parecer que no tratará de influir en el juicio que se ha iniciado contra el capitán Funes.

Los días pasan. El capitán de navío Pérez ha sido nombrado fiscal en el juicio a los oficiales de la “Rosales”. El 28 de julio se realiza el solemne funeral en memoria de las víctimas de la nave. Leemos la crónica de “La Prensa”: “Se celebró ayer en la Catedral la ceremonia religiosa que, para rogar por el descanso eterno de las víctimas del naufragio de la cazatorpedera “Rosales”, había organizado el Centro Naval cuya comisión directiva la presidió. La ceremonia fue solemne y conmovedora. Desde temprano, en la metropolitana se notaba inusitado movimiento. La gente afluía desde las 8 de la mañana de tal modo que a las 10 se hallaban ya enteramente ocupadas sus vastas naves. La iglesia estaba severamente enlutada. Negros crespones pendían de las paredes y cubrían las arañas, los cuadros, todo aquello que pudiese disonar con el duelo general. De la araña central filtraba a través de las letras de luto una luz opaca y triste bien en consonancia, por cierto, con la fúnebre ceremonia. En la mitad de la nave principal bajo la cúpula, se levantaba el catafalco, cubierto con la bandera argentina y rodeado de dos ametralladoras de pequeño calibre, anclas, clarines, tambores, cabos sueltos, coronas de flores, etc. Estaba colocado sobre una gradería tapizada con merino negro en cuyos escalones ardían numerosas hachas. Antes de llegar a él, un faro enlutado. A la derecha se veía una cineraria y encima de ella una espada de empuñadura de oro cuyos tiros pendían a un costado. A la izquierda, otra urna y sobre ella un frac y un elástico de marino. En el espacio que mediaba entre el túmulo y las urnas, armas en pabellón”. Hacían la guardia de honor cuatro guardiamarinas. Nuestras principales familias llenaban las naves laterales y una parte de la principal, separada con cordones del espacio reservado a los invitados oficialmente. La concurrencia de caballeros era numerosísima, hasta el punto de que apenas comenzada la ceremonia ya no podía entrarse al templo. Concurre el presidente Pellegrini. Otro detalle que dice bien de la duda y desorientación que ha producido la aparición de Funes y sus oficiales: en el funeral, en vez de estar colocados los náufragos en primera fila en reconocimiento por las horas terribles vividas y la tenacidad por salvar sus vidas, se los ignora. Los diarios mencionaban a todos los oficiales del ejército y marina presentes pero no lo nombran al capitán Funes y sólo señalan que “también se hallaban los sobrevivientes de la ‘Rosales’”.

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