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Authors: Osvaldo Bayer

Tags: #Ensayo

Loa Anarquistas Expropiadores (30 page)

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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El acto es solemne y emocionante. Señoritas de la sociedad cantan desde el coro la romanza “Ridonnami la calma” y la “Preghiera” del maestro Tosti.

Es que el funeral lleva también implícita una manera de descargar culpas, de demostrar que la muerte de los humildes tripulantes tiene la misma importancia como si hubiera ocurrido lo mismo con los oficiales, muchos de los cuales pertenecen a la alta sociedad. Sí, por lo acaecido en la “Rosales” hay mucha intranquilidad en los buques: la suboficialidad y la marinería murmuran y se hacen eco de las versiones que alientan los enemigos del gobierno.

El 12 de agosto el Colegio Electoral, con la presidencia del general Roca, proclama Presidente y Vice de la República a Luis Sáenz Peña y José Evaristo Uriburu, quienes asumirán el 12 de octubre. Mientras tanto han ocurrido cosas no muy claras en el juicio que se les lleva a los oficiales de la “Rosales”. Ha pasado más de un mes desde el naufragio y todavía la opinión pública no ha sido informada de nada. Los diarios y las autoridades que habían pedido calma y que no se prejuzgara la conducta de los náufragos, ahora callan. ¿Qué ocurre? ¿Qué fuerzas poderosas actúan para que la verdad no salga a la luz? El 17 de agosto renuncia el fiscal, contraalmirante Pérez, “por razones de salud”. Lo reemplazará el coronel Jorge H. Lowry. Un hombre que en las fuerzas armadas tiene fama de una severidad a toda prueba. Todos los casos difíciles se le dan a él. Muchos oficiales odian a ese coronel que aplica penas severísimas aun por el mero hecho de no saludar correctamente o no guardar la posición debida. Es un hombre apasionado por descubrir la verdad, pero muchas veces su apasionamiento lo ha llevado a enfrentarse violentamente con jueces y abogados defensores.

Un solo día dura el coronel Lowry en su cargo fiscal: renuncia también “por razones de salud”. Se dice que ha pedido plenos poderes y ninguna interferencia pero no ha recibido satisfacciones suficientes.

Ese mismo día ocurre algo que por primera vez rompe con toda la artificial atmósfera que rodea al naufragio. Uno de los náufragos, salvado en la lancha, tal vez el más humilde de todos, el foguista Pascual Battaglia se presenta a la redacción de “La Prensa”. Ese diario publicará un suelto titulado: “Indignación”.

“No sin profundo desagrado —dice— del que estamos seguros han de participar nuestros lectores, vamos a dar cuenta de haberse presentado en estas oficinas el foguista de la “Rosales”, Pascual Battaglia, uno de los salvados en el naufragio a manifestar que se encuentra en la última miseria, sin recursos, y debiéndosele el haber de los meses de junio y julio sin que se abonada esa mísera suma no sabe por qué dificultades de contabilidad a expedientes. Creemos que el ministerio de Marina, el estado mayor o quien quiera que deba entender el asunto, previa justificación de identidad personal que es bien difícil de establecer por los mismos jefes y oficiales que vinieron con él en el bote, debe atender, pagar y cuidar de ese náufrago a quien no puede dejarse en medio de la calle sin darle siquiera sus sueldos. Battaglia se aloja en el hotel de la Estrella de Italia calle Cuyo entre Cerrito y Artes”.

La noticia conmociona al público lector. ¿Por qué no le pagan a Battaglia? ¿Hay algo contra él?

Todo es misterioso en este caso. Pero tres días después al fiscal Lowry se le ha pasado la enfermedad y es confirmado en su cargo. En la lucha sorda ha triunfado la parte que quiere que todo salga a la luz y que se discuta públicamente sin temor a nada ni a nadie.

Lowry comenzará desde ese momento con una tarea que calificaríamos de científica disección. Nada escapará a su minuciosidad. Su investigación durará meses; más, años. Revisará sin verlas madero por madera del buque náufrago, enloquecerá a los sobrevivientes con miles de preguntas que repetirá incansablemente. Días, noches, semanas, meses. Comenzará sospechando de la culpabilidad de todos y terminará pidiendo la pena de muerte para Funes. El fiscal Lowry no se dejará influir ni por amenazas ni por amistades. Vivirá encerrado durante años buscando saber la verdad de lo que ocurrió una sola noche en medio del mar. La más mínima contradicción será motivo de nuevas preguntas de las que saldrán nuevas contradicciones. No le importará que sobre sus sospechas se enanquen muchos que quieren herir de muerte el prestigio de la Marina. Nada. El quiere descubrir la verdad y descubrirá solamente su verdad, porque el tribunal y la defensa tendrán también la suya.

A Lowry lo calificarán de enfermo mental pero hay que reconocer de antemano una cosa: allí donde hubo interés de saber la verdad a pesar de las influencias, allí se lo buscó a Lowry, el hombre que más juicios llevó en la última década del pasado siglo en las Fuerzas Armadas.

Mientras el foguista Battaglia —el más humilde de los náufragos— padecía hambre en su hotelucho de la calle Cuyo, el hombre más poderoso de la flota que partió el 7 de junio, el almirante De Solier, hacía aclaraciones en Madrid al diario “El Imparcial” sobre el naufragio de la “Rosales”: “Fuera del Río de la Plata y en alta mar se desencadenó una violentísima tempestad —dice— como no he presenciado en mi vida. Las olas eran como inmensas montañas y la fuerza del huracán era tal que nos derribaba sobre cubierta. De pronto vi desaparecer al “Rosales”, que era un magnífico cazatorpedero de 800 toneladas”.

—¿Había algún escollo?

—Ninguno, y además la costa estaba distante.

—¿No pudo usted prestarle algún auxilio?

—Era de todo punto imposible. ¿Cómo echar los botes al agua en medio de aquella deshecha y furiosa tempestad?

—¿Cuándo tuvo noticia exacta del naufragio?

—A mi llegada a Bahía, donde recibí un telegrama anunciándome que de los
ciento y pico
de hombres que formaban la tripulación habían perecido setenta”.

Hasta aquí las declaraciones del orgulloso almirante De Solier, el hombre que comandaba la flota.

El fiscal Lowry odia a los periodistas, odia la difusión de noticias del juicio. En un hombre hosco, de trato duro. A pesar de eso el periodismo —principalmente el opositor— ve con simpatía la gestión de Lowry. “La Prensa” escribe el 8 de septiembre: “Continúa adelante el sumario de la “Rosales” llamado a atraer antes de mucho seriamente la atención pública. El fiscal, capitán de navío Jorge H. Lowry, ha solicitado en estos días se practiquen varias diligencias de importancia, las que no han sido atendidas aún del todo a causa del fallecimiento del contraalmirante Cordero, jefe del estado mayor de la marina”.

Pero Lowry no las tiene todas consigo. Hay muchos intereses creados. Los que quieren que el asunto pase a mejor vida y no se lo menee más no han quedado inactivos, tratan de sacarlo de en medio al singular fiscal. Comienzan los tironeos. Por eso, el 11 de septiembre, “La Prensa” escribe un suelto titulado “El sumario de la Rosales”. Allí se dice: “¿Qué es lo que pasa en ese sumario? ¿Qué explicación tienen los misterios que lo envuelven? Renunció el fiscal encargado de iniciarlo y se nombró otro para reemplazarlo y mientras este último promueve nuevas diligencias, el presidente de la República solicita que le lleven el expediente a su despacho para leerlo. Y entretanto, en los círculos navales se habla del asunto y los rumores que de allí parten trascienden en los corrillos sociales. Allí se mira con extrañeza la pesada marcha de la causa y se insinúa con reservas y precauciones que en el sumario hay declaraciones contradictorias sobre puntos capitales y sobre pormenores de importancia como indicios concurrentes al esclarecimiento de los hechos principales. Entre estos rumores corre el que no hay uniformidad en las declaraciones sobre la forma de la balsa, sobre su capacidad, sobre la manera de lanzarla al agua, sobre el número de hombres embarcados en ella. ¿Son exactos o no estos rumores? No hemos leído nosotros el expediente y por ello mismo no podemos dar un testimonio propio. Pero basta que esas voces circulen y se generalicen rompiendo el sigilo para mirar con justa alarma la situación que la demora crea. Por el honor de la marina argentina y por el de los jefes y oficiales y demás salvados de la catástrofe, pedimos que la causa sea conducida con vigor y con la mayor actividad llevándola hasta el período del debate público, como lo es el plenario. Todos, sin excepción, estamos interesados patrióticamente en que el proceso se forme en regla y que la luz plena surja en todo su esplendor, sea iluminando inocentes, como lo deseamos y debemos esperarlo, sea señalando culpas u omisiones, si hubieran sido cometidas”.

La balsa. Allí ahora se concentraba la investigación del fiscal Lowry. ¿Existió? ¿O fue una creación de todos los oficiales y tripulantes salvados para justificarse? ¿Y si no existió, quiere decir entonces que hubo gran cantidad de tripulantes que no pudieron salir de la nave y perecieron en ésta? ¿Quiere decir que el capitán Funes y sus oficiales se aseguraron la mejor lancha y dejaron a la marinería sin dirección y librada a su suerte? ¿Cuál es la verdad? Nada se podía saber, todas eras suposiciones… hasta el 13 de septiembre de 1892, en que “La Nación” trae las primeras “revelaciones” públicas de uno de los náufragos, totalmente diferentes al parte del capitán Funes y a las declaraciones periodísticas de Victorica e Irizar.

“De La Plata —dice “La Nación”— nos llega la exposición que se hallará más abajo y que no puede ser más importante pues presenta los hechos referentes a los náufragos de la “Rosales” bajo una forma completamente distinta de cómo se han hecho públicos y han sido conocidos hasta ahora. Las revelaciones que contiene el relato de un náufrago no pueden ser más graves; si ellas son ciertas, arrojan sobre el comandante y oficiales del buque náufrago responsabilidades tales que el poder público, sin faltar a su deber ni atraerse unánimes críticas no podría tardar un solo momento en hacer efectivas. No nos toca a nosotros decir lo que debe hacerse; pero es preciso que se haga la luz en este asunto y se acallen las murmuraciones, las críticas, los cargos que hace días aún antes de conocerse las declaraciones que hoy publicamos, corren de boca en boca. ¡Ojalá pudiéramos desmentir la veracidad de esas declaraciones y sostener con pruebas indudables lo que se ha dicho en un principio!”

Como se ve, “La Nación” anda con cautela, necesita este largo introito para ir al grano. Es que se sabe que la Marina reaccionará con toda susceptibilidad.

“He aquí —continúa “La Nación”— la relación que hemos recibido de nuestro corresponsal en La Plata: hace 5 días se presentó ante la subprefectura marítima del puerto de La Plata el súbdito italiano Antonio Batalla, de 19 años de edad, solicitando plaza de marinero. Como se encontrara una de ellas vacante, inmediatamente fue puesto en servicio. Dos o tres días después de encontrarse allí prestando sus servicios como tal, conversaba uno de los ayudantes con otra persona, en presencia de este marinero, de los buques que ofrecían mayores garantías para la navegación en tiempos de peligro y como aquéllos convinieron en que los veleros fueran más ventajosos, dijo éste que de haber sido de ésta clase aquel en que él había navegado hace pocos días, no hubiera estado a punto de perder la vida, ni pasado las peripecias en que milagrosamente salvó su vida”.

“Como es natural —continúa— ante tal observación fue preguntado cuándo, cómo y en qué buque había pasado ese percance. Refirió Batalla que era uno de los náufragos de la “Rosales” salvado milagrosamente junto con los demás oficiales, y que estando éstos prontos a partir, pudo, junto con otros compañeros, echarse al agua, llegando él solo a prenderse de dicho bote, pues los demás apenas si sabían nadar. A ser cierto lo que Batalla dice de cómo tuvieron lugar las cosas en presencia del peligro inminente por que pasaban los demás compañeros, se ha cometido un acto de salvajismo sin ejemplo que da la cuenta exacta del poco tino y criterio de las personas de quienes dependía la vida de tantos. Relata Batalla los hechos de la manera siguiente: que cuando su capitán y demás oficiales estuvieron convencidos de que todo el esfuerzo era inútil, en presencia de las averías ocasionadas al barco por el bravío temporal, y que nada obtendrían ya, por más que se hizo cuanto fue humanamente posible por librarle de las aguas que lo llenaban constantemente, resolvieron embarcarse en uno de los botes con dos marineros solamente que serían ocupados en dirigir las velas y remar durante el camino. Antes de abandonar el buque, el contramaestre que se decía había sido encargado de dirigir la balsa, fue designado para encerrar al resto de la tripulación en la bodega, que desesperada sobre cubierta clamaba por que no se la dejara abandonada, en tanto que la oficialidad, revólver en mano, los rechazaba. Fue en aquel momento que Batalla fue herido de un hachazo en la pierna en el instante que trataba de subir al bote en que éstos se encontraban y fue también en aquel momento que el citado contramaestre era muerto de un balazo por otro oficial, porque alegando el estado de enfermedad en que se encontraba, pedía a su capitán lo condujera junto a él y demás oficiales en camino de salvarse”.

“Dice Batalla —continúa “La Nación”— que estando cerca del buque avistaron el otro bote que se ponía en marcha con gente; que en el bote en que ellos iban llevaban un barril de caña, llegando algunos de ellos en estado de ebriedad. La muerte de 5 de ellos al llegar a tierra, la reseña conjuntamente con el resto del viaje hasta llegar a Buenos Aires, de la misma manera que ya tienen conocimiento nuestros lectores. Añade que estuvo preso hasta el 5 de agosto en un piquete de marina, fecha en que fue enviado al buque “El Plata” para que pudiera continuar trabajando como foguista de éste, trabajo que efectuó en la “Rosales” desde el 24 de mayo próximo pasado en que ingresó cuando la torpedera se encontraba en el Tigre”.

Los rumores, las versiones se encontraban ahora apoyados por las declaraciones de uno de los protagonistas de la noche del 9 de julio. El mal olor de todo este asunto llegaba ya hasta el propio despacho presidencial.

El capitán Funes seguía callado. Sólo en dos o tres oportunidades expresó a sus colegas: “muy para mí hubiera sido hundirme con mi barco, lo realmente difícil era entregar sana y salva la flor y nata de mi tripulación y enfrentar el inevitable juicio”.

Las pasiones humanas, las contradicciones y el espíritu de cuerpo quedarán en descubierto poco después, en el juicio que se ventilará. El juicio más sensacional del fin de siglo porteño.

“La Nación” era el diario que se había atrevido a publicar lo que todos sabían. La reacción ante las declaraciones del llamado Batalla fue enorme. Pero todo sufrió una insólita derivación. Un día después, “La Nación” tiene que rectificarse: “el relato que publicamos ayer referente a uno de los náufragos de la “Rosales” y en el que se aprecian los hechos en una forma distinta a la que se había presentado hasta ahora, causó la impresión profunda y suscitó los vivísimos comentarios que eran de suponer, pero es evidente que ni el público ni los principales periódicos han tomado las referencias como un hecho nuevo sino como la expresión, la condensación de un rumor que hace días flotaba en la atmósfera pero al que nadie se atrevía a dar cuerpo, a manifestar con resolución”.

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