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Authors: Osvaldo Bayer

Tags: #Ensayo

Loa Anarquistas Expropiadores (27 page)

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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Una comisión de legisladores despedirá sus restos en la Chacarita: Américo Ghioldi, José Luís Cantilo, Ismael López Merino, Romero Saccone, Fernando de Prat, Pío Pandolfo, Urbano de Iriondo y José Aguirre Cámara. Los oradores fueron: Luís Boffi, Manuel Pinto, Eduardo Araujo, Luís García Conde, Amadeo Brunetti y Carlos Alfredo Tornquist.

Pero no hay tiempo para lamentaciones. Alvear lo considera así y concurre a visitar a Ortiz —dos años antes su enemigo en las urnas— para darle su solidaridad. En cambio, los conservadores dan a conocer un comunicado en el que protestan por los términos usados por Ortiz en su renuncia.

Por la noche se realiza una concentración monstruo en el Luna Park realizada por la UGT en apoyo a la democracia, a los aliados y al presidente Ortiz. Luego de actuar los actores Gloria Ferrandiz y Fernando Ochoa hablaron los dirigentes obreros Camilo Almarza, José Doménech, Ángel Gabriel Borlenghi y Francisco Pérez Leirós. Por último luego de tomarse un “juramento democrático a la concurrencia”, se organizo una manifestación hacia la casa del presidente de la República. Centenares de personas atravesaron el centro al grito de “El país quiere a Ortiz”. La algazara duró hasta las 0.15 del sábado. Y “La prensa” anota: “Algunas señoritas que integraban la manifestación sufrieron desvanecimientos por causa de la aglomeración frente a la residencia presidencial”.

El segundo acto del drama será apurado el sábado 25. Pese al “sábado inglés” una impresionante multitud se halla concentrada frente al congreso ante una nutrida guardia de la montada. Está reunida la asamblea legislativa para tratar la renuncia de Ortiz. Comienza a las 16 y termina bien entrada la noche. El ambiente en el recinto está por demás caldeado. Hay tres posibilidades definidas: los radicales, que rechazan la renuncia y apoyan el texto de la misma; los conservadores, que rechazan la renuncia, pero censuran agriamente su texto; y los socialistas, que también la rechazan, pero que exigen el cambio de gabinete. Pero hay otra posición, una muy personal, de francotirador. Es el único que se atreve a decir la verdad, tal cual la siente. Y la dice así, brutalmente. Es el senador nacional Matías Sánchez Sorondo. Dice que la renuncia de Ortiz es el principio de la prueba que al presidente de la República le va “faltando idoneidad constitucional”, y es el único que vota aceptando la dimisión del primer mandatario para “acabar con este período de septicemia institucional”. Pero Sánchez Sorondo no puede hilvanar bien su discurso. Raúl Damonte Taborda y Agustín Rodríguez Araya lo interrumpen a cada frase para sacarlo de quicio. Al final se vota: se rechaza la renuncia por 170 votos contra 1: Delirio en los centenares que aguardan el resultado en torno al Congreso. El sábado termina con una gresca descomunal en el hall de la facultad de Medicina. Se enfrentan estudiantes de la FUA contra grupos nacionalistas. Son más de doscientos. Ocho detenidos y tres estudiantes de tenidos: Salomón Rusak, Mario Greischman y Alberto Álvarez Pereyra.

El domingo establece una pausa a tanta pasión desbordada. Son más importantes que todo eso los dos clásicos de fútbol; ante 50.000 personas River le gana a Racing nada menos que por 5ª 1. Los goles, 2 de Pedernera, 2 de Labruna y 1 de Deambrosi; el de Racing, el half José García. Boca le da una paliza a San Lorenzo: 4 a 1, con goles de Hémela, Sarlanga y dos de Gandulla; Fabrini, el del perdedor. Los iniciados de la noche porteña van al velatorio de la ecuyere “Rosita de la Plata”, la compañera del payaso Frank Brown.

El lunes 26 la comisión de Diputados resuelve aconsejar la separación del diputado radical por Santa Fe José Guillermo Bertotto, por hallarse implicado en el negociado. EL expediente Guillot se archiva “ante la trágica desaparición del inculpado”.

El invierno arrecia, la mínima es de 8 décimas bajo cero. El presidente de la Nación comunica que acepta la decisión de la asamblea legislativa retira su renuncia. Siguen los incidentes callejeros. Hay lucha a palos en un acto en un acto de la Alianza de la Juventud Nacionalista, en la que hablaron Adolfo Sánchez Zinny, José Lorenzo Bó y Alberto Bernardo, en Corrientes y Callao. Esa noche los dirigentes radicales “están en la precisa”. Saben que el general Márquez se levantará en armas y marchará hacia la casa Rosada. Hay dos personas que llevan los hilos de la conspiración: el mayor Pedro Eugenio Aramburu y el diputado nacional Emir Mercader. Al tener noticia del inmediato levantamiento —que tenía por fin reponer a Ortiz y gobernar a su nombre—, Alvear se dirige a la residencia de la calle Suipacha y conversa con el enfermo primer mandatario. Sin perder un minuto, Ortiz llama a su gabinete, incluido el propio Márquez, y rechaza el movimiento. Señala que un gobierno cuestionado por el negociado no podía hacerse cubrir por una revolución, por razones éticas. Y las aspiraciones de Márquez fracasan.

El martes 27 se produce, en cambio, un golpe de efecto para hacer olvidar y salvar las posibles culpas en el asunto de El Palomar: renuncia todo al gabinete, incluido Márquez. Pero el ejército exige que Márquez siga en el cargo hasta que se termine el juicio político que tiene que llevar a cabo la Cámara de Diputados. Los días siguientes Castillo iniciará consultas para formar ya “su” gabinete. Ortiz y su gente, con la crisis de gabinete, han salvado su honor, pero han perdido definitivamente el poder.

El jueves 29 la Cámara de Diputados, por unanimidad, separa de su seno al diputado José Guillermo Bertotto por hallarlo culpable del delito de cohecho.

El 2 de septiembre se llega al acto final: se da a conocer el nuevo gabinete nacional: en Interior, Miguel Culacciati reemplaza a Taboada; en obras públicas, Salvador Oría al ingeniero Barbieri; en Agricultura, Daniel Amadeo y Videla a Cosme Massini Ezcurra; en Relaciones Exteriores, Julio A. Roca a Cantilo; en Guerra, Tonáis a Márquez; en Marina, Mario Fincati a León Scasso; en Justicia e Instrucción Publica, Guillermo Rothe a Coll, y en Hacienda, Federico Pinedo a Pedro Groppo.

El 5 de ese mes, por 69 votos contra 27, la Cámara de Diputados rechaza el pedido de juicio político contra el general Márquez. Un día después, una tragedia hace olvidar un tanto los hechos políticos: en un accidente de aviación muere en Altos San Bernardino el presidente uruguayo, José Félix Estigarribia, y su esposa quienes meses antes habían estado en nuestro país.

Terminaban así las acusaciones políticas suscitadas por el negociado de El Palomar, unido a otros sucesos no menos condenables, como el “affaire” de CHADE, los colectivos, los “niños cantores”, etc., fueron creando un ambiente en la opinión pública que los revolucionarios del 4 de junio interpretaron correctamente al aludir, en la proclama revolucionaria, a la necesidad de moralizar la administración. Así, un suceso de orden casi policial se convertiría en una de las causas profundas de un movimiento que tendría vastas consecuencias en la política argentina.

El otro aspecto, el judicial, tuvo un trámite por demás enredado. Los beneficiados por el negociado: los ex diputados Kaiser, Godoy,. Y los otros gestores: Fernández Lubín, Baldasarre y Casás, recién tuvieron la condena definitiva el 7 de abril de 1945. Kaiser y Godoy fueron condenados a seis años de prisión e inhabilitación perpetua; Aguirrezabala, Bertotto, Baldassarre Torres, Casás y Fernández Lubín, a cinco años de prisión e inhabilitación perperua, salvo Casás y Baldassarre Torres, cuya inhabilitación se limitó a nueve años. Bertotto, Kaiser, Aguirrezabala y Fernández Lusbín se hallaban pr´fugos en Montevideo. A Godoy se le comunicó que su pena se cumpliría el 24 de marzo de 1951. A Casás y Baldassarre Torres le pena les vencía el 26 de marzo de 1950.

Pero el presidente Juan Domingo Perón indulta en 1947 a José Guillermo Bertotto y lo recibe en la casa Rosada, a la que el ex penado concurrió en compañía de su amigo el señor Colom, director del diario “La Época”. El 6 de mayo el mismo Perón indulta a los ex legisladores Kaiser y Aguirrezabala.

¿Qué se hizo luego de los siete culpados? Salvo Bertotto, que tuvo una pequeña actuación con el peronismo como director de una biblioteca en Rosario, los demás fueron como muertos en vida. El 8 de mayo de 1948 falleció Jacinto Baldassarre Torres; el ex presidente de la Cámara de Diputados, Juan Gaudencio Kaiser, murió en Luján el 1º de febrero de 1952; el 12 de mayo de ese año fallecía en esta capital Miguel A. Aguirrezabala. El ex diputado conservador Gregorio Raúl Godoy falleció en Mendoza en 1961. En su memoria, su viuda regaló una valiosa biblioteca a la Universidad de Cuyo. Franklin Fernández Lusbín falleció en el año de 1965, a la edad de 75 años. De Néstor Luís Casás se sabe que falleció, pero se ignora en que año. El único que vive todavía es Bertotto, quien cuenta actualmente 84 años y está radicado en Rosario.

¿Y de Ana Gómez? ¿Qué se hizo de ella? ¿Quién era en realidad? En toda la investigación e guardó absoluto silencio sobre ella, como si hubiera existido un pacto de caballeros entre todos. Como si el suicidio de Guillot la hubiera lavado de todas las culpas. Sólo en el interrogatorio al contador público Mauricio Greffier —quien fue el que individualizo a los que había recibido los títulos— hay una leve referencia. Dice Greffier: “por conversaciones, dicen que es una niña de 22 años, morocha, elegante, conservadora, simpática, que el empleado recuerda perfectamente”. Eso es todo. El silencio absoluto. Silencio cómplice tal vez, pero hidalgo en el fondo. El propio Jefe de policía, general Andrés Sabalain, contesta a la comisión investigadora sobre la identificación de Ana Gómez que “no se han logrado resultados satisfactorios”; poco después contesta en el mismo tenor el jefe de la división Investigaciones, inspector general Miguel A. Viancarlos.

Quizá eran otros tiempos… en los cuales a pesar de una oligarquía dominante todavía se conservaban ciertas virtudes democráticas. Donde un parlamento era capaz de denunciar un negociado y llevar su investigación hasta las últimas consecuencias aunque en el mismo se le mancharan los galones a señores generales de la Nación. Tal vez haya sido la última vez que nuestro parlamento cumplió el gran papel como fiscal del pueblo. Luego sobrevinieron muchos gobiernos con muchos negociados detonantes. Todo el mundo habla de ellos, de las fortunas hechas de la noche a la mañana, pero nadie se atrevió a dejar desnudos antes la opinión pública a los aprovechados. Nuestros parlamentos llegaron a ser apéndices anodinos de Ejecutivos absorbentes.

Se sucedieron negociados ante los cuales, el de El Palomar queda reducido a un juego de niños. Hoy ya no se lo vería como un delito. La mayoría d nuestros generales, de nuestros altos oficiales retirados de las fuerzas armadas pertenecen a directorios de empresas extranjeras, nacionales y multinacionales. Tener un general en el directorio tranquiliza a los empresarios. Es un dinero bien gastado. Antes se decía “palomárquez” ¿Cuántas combinaciones podríamos hacer hoy entre apellidos de militares y nombres de empresas? Resultaría un “puzzle” divertido e interminable.

Por eso, vaya nuestro homenaje a ese Parlamento de 1940 y a esos legisladores que supieron descubrir la verdad. Donde queda en claro que siempre hay hombre dignos aun en la época más oscuras.

EL NAUFRAGIO DE LA “ROSALES”: UNA TRAGEDIA ARGENTINA

9 de julio de 1892. Ese día naufraga en medio de una terrible tempestad, frente al cabo Polonio en las costas uruguayas, el flamante buque de guerra argentino “Rosales”. Perecen ahogados los marineros y suboficiales. Se salva el capitán con toda su plana mayor. Desde ese mismo momento comienza el misterio. Un misterio que tal vez ya nunca podrá descubrirse. ¿Qué paso en la noche el de julio de 1892 frente al cabo Polonio? Sólo los 25 sobrevivientes sabrán supieron la verdad. Pero sus declaraciones fueron contradictorias. Algunos pintaron al capitán de fragata Leopoldo Funes —el comandante de la “Rosales”— como un héroe. Otros le achacaron actos verdaderamente criminales. La ciudad, el país, conmocionados por la tragedia y las sospechas que el hecho despertaba, se dividieron en dos bandos. ¿Fue Funes un héroe o el más infame de los cobardes? En la noche del 9 de julio de 1892 el destino juega Funes a cara o cruz. ¿Fue un hombre de acero y alma de ángel que se juega el todo por el todo —hasta su honra militar— por los suyos, o meramente un asesino vulgar que para salvar su desnuda vida utiliza el revólver y la prepotencia que respalda con sus galones? El Capitán Funes calló, ni para defenderse ni para justificarse, ni siquiera para quedar bien con los que lo defendían. Cumplió con el sumario y dio, eso sí, una declaración, que a la luz de los detalles que se fueron conociendo apareció como un tanto infantil para ser creída: la marinería murió ahogada gritando ¡Viva la Patria! ¡Viva el Capitán Funes! Sus detractores, en cambio, sostuvieron lo contrario: viendo perdido el buque, no contando con los botes suficientes, Funes hizo distribuir toda la caña existente para emborrachar a la marinería, a la que después, a punta de revólver, ayudado por la oficialidad, encerró en los sollados. La marinería —en su mayor parte paisanaje reclutado en Córdoba— pereció íntegramente. Se ahogaron como ratas mientras el comandante y los oficiales se salvaban en los mejores botes. Ni la mejor novela de suspenso puede igualarse con las alternativas del juicio a que fueron sometidos los náufragos. Por un lado, pena de muerte, por el otro, la absolución, y más todavía, la gloria. Después del veredicto final subsistió la duda en todos. Se dijo en aquel entonces que la historia alguna vez diría la verdad. Aquello tan repetido de que “cuando se aplaquen las pasiones”. Porque el proceso a los sobrevivientes de la “Rosales” tuvo un profundo significado político y se tomó como una crítica a las clase dirigente de aquellos años. Pero no fue así. La historia no esclareció nada. La historia no se definió, no se jugó por el capitán Funes a cara o cruz, como éste tuvo que hacerlo en la noche del 9 de julio de 1892. La historia prefirió olvidar al capitán Funes, olvidarse de la “Rosales” y de todos los oficiales sobrevivientes que llevaron como una marca de Caín el haber salvado sus vidas. Decíamos que tal vez ya nunca pueda saberse la verdad. Todos los protagonistas han muerto. Por otra parte, se cometió el error de esconderse, de olvidar a sabiendas el hecho como si nunca hubiera ocurrido. Algunas mentes estrechas o un exagerado sentido de cuerpo hizo que toda alusión a la “Rosales” se tomara como un ataque a la Marina de Guerra. Lo mismo que en la década del treinta, todo propósito de enterarse la verdad del caso del capitán Mac Hannaford se interpreta como una malicia antimilitarista. El capitán Funes no merece ser olvidado por la historia. Su caso debe discutirse. Es el de un hombre puesto frente al destino. Los griegos hubieran hecho a una de sus célebres tragedias. Lo hubieran inmortalizado precisamente porque él se da la reacción de un ser humano cuando la vida le da a elegir, inexorablemente, entre el bien o el mal, que en este caso, para un marino de guerra, era entre el heroísmo y la cobardía. El pampero no paró un solo día en ese junio de 1892. Mes de tormentas tremendas, duras, frías. Ese mes se han hundido en las cotas atlánticas el crucero brasileño “Solimoes” (sólo se salvaron cinco tripulantes) y el buque uruguayo “Dolores”. Comienza julio y siguen las tormentas. El 6 de julio llega una noticia que emociona a los habitantes de Buenos Aires: en el cabo polonio encalle el buque “Pelotas”. El Capitán Castro e Silva luego de asegurarse que se ha salvado todo el pasaje y la tripulación, ante la evidencia que se buque esta perdido, se encierran en su camarote y se pega un tiro en la sien. “Hasta los brasileños cumplen con la ley del mar”, dijo un semanario humorístico con respetuosa sorna.

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