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Authors: Osvaldo Bayer

Tags: #Ensayo

Loa Anarquistas Expropiadores (14 page)

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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“Luego, en un carro celular rumbo al puerto. Allí la vigilancia es más estrechada y dos guardias se responsabilizan del penado entregado a su custodia. En 125 se evadieron 114 penados amotinándose en la bodega del “Buenos Aires”. Nunca se pudo establecer con exactitud cuál fue el penado que logró romper los grillos y luego libertad de ellos a sus demás compañeros. Se atribuye tal hazaña a Brasch, el alemán. Lo cierto es que los 114 penados se amotinaron en la bodega y a golpes de puño se abrieron paso y fugaron. Entonces les era más fácil, no vestían el uniforme a rayas, podían confundirse fácilmente en las calles. Casi todos volvieron a ser detenidos. Desde esa época se toman toda clase de medidas de precaución: guardianes de abundancia y hasta potentes reflectores que iluminan las siluetas de los fantasmas que bajan a la bodega del trasporte que antes del alba, como si tuvieran vergüenza de su carga, pone su proa rumbo a Tierra del Fuego”.

“Se nos había informado que para llegar a Ushuaia eran suficientes 15 días de navegación. Nuestro viaje duró 29, en el mes de marzo de ese año. Yo iba con la oficialidad del trasporte y un día bajé al entrepuente a ver a los penados. Jamás olvidaré la impresión que recibí. Aquello era un infierno. Humedad, calor y pústulas. En Bahía Blanca se había detenido la embarcación para cargar carbón que iba depositado en la bodega ubicada debajo del entrepuente donde viajaban los presos. El polvillo del carbón se filtraba imperceptible, persiste, como una maldición sobre los hombres engrillados. Se les pegaba en la cara, lo respiraban, lo escupían, ponía máscaras en los rostros acentuados las orejas.

“Fantasmas, espectros, no sé lo que vi. Salí de esa cámara de tortura con el alma dolorida, preguntándome si los directores del penal, si los jueces, si los ministros no tendrían noticias de ese bárbaro suplico. Pero el destino me reservaba comprobación más amarga aún”.

“En el puerto de Ushuaia nos esperaba el director del penal, algunos empleados y muchos guardianes, los que tomaron posiciones estratégicas para el desembarco de los penados. Y los espectros salieron al aire libre, a la luz después de 29 días. ¡Cómo salieron! Sucios y enfermos es poco para dar una idea del estado de esos 62 hombres. Flacos, con la barba crecida, llagados los tobillos a causa de los aros de los grillos, cos escoriaciones sangrantes en los muslos, la ropa deshecha como pañuelos o toallas”.

“Habían llegado al infierno blanco, mil veces preferible a la bodega de transportes”.

Cuando Radowitzky llega al penal de Ushuaia hace ya nueve años que ha sido colocada su piedra fundamental y comenzado a construirse íntegramente por los penados. Ha sido la obsesionada idea del ingeniero Catello Muratgia la que ha hecho realidad al que será famoso penal de reincidentes de Ushuaia. Con muy poco dinero y el trabajo de los condenados se ha ido levantando esa mole de cemento y piedra destinada a mantener bajo custodia a los criminales más feroces y a todos aquellos denominados “reincidentes”, es decir, los que han repetido tres veces hachos delictuosos. Por ello los compañeros de Radowitzky serán no sólo los homicidas sino también los rateritos incorregibles, los estafadores y toda la hez de la sociedad. Pero, por supuesto, en más de una oportunidad, las puertas del penal se abrirán para presos políticos.

Los que leen “La casa de los muertos” o “El sepulcro de los vivos” de Dostoiewsky y sufren con el autor los padecimientos de los condenados no sospechan tal vez que en territorio argentino existió un lugar exactamente igual de donde son muy pocos los que salieron con vida o retornaron a la sociedad con sus facultades mentales normales.

Pasan muchos años para el ex hombre de Radowitzky. Todos iguales. Cuando se aproxima el 14 de noviembre, los terribles veinte días de calabozo aislado, a pan y agua, con frío húmedo del cemento que penetra en los doloridos huesos. ¿Y la conciencia? ¿Lo ablandan a Radowitzky los interminables castigos, la vida sin sentido junto a todas esas fieras? ¡Si por los menos tuviera algo que leer! Pero desde Buenos Aires lo persigue un chisme inventado por algún jefecito de turno de la penitenciaría. “Radowitzky quiere leer denle la Biblia” Así es, en Ushuaia también. Cuando Radowitzky quiere aislarse de ese submundo y pide algo de leer, le traen la Biblia. Y todos lo gozan, los carceleros y los penados también.

¿Y sus compañeros de Buenos Aires? ¿Se han olvidado ya del mártir del movimiento, como lo llaman ellos? La primera guerra europea ha hecho perder fuerza a los movimientos obreros nacionales. Los anarquistas de Buenos Aires demostrarán ser buenos amigos. A pesar de que habían pasado nueve años, su principal aspiración era la libertad de Radowitzky. En mayo de 1918 la ciudad es inundada por un folleto editado por el diario “La Protesta” y escrito por Marcial Belascoain Sayós. Se llama “El presidio de Ushuaia” y está dedicado “A mi amigo Simón Radowitzky, como una ofrenda. A los viles esbirros, como una bofetada”.

El folleto está muy bien informado y, en un estilo propio de los anarquistas de aquella época, denuncia las torturas a que ha sido sometido Radowitzky. Centra su ataque en el subdirector del penal, Gregorio Palacios, y le dice: “Tú, como los tigres, como las hienas, asesinas con lentitudes siniestras de degenerado, esa voluptuosidad debes haberla sentido al matar lentamente al penado 71, a quien volvieron locos los martirios; esa misma histérica vibración de placer habrá sacudido tus nervios al ver los suplicios de Radowitzky, ayer fuerte y lozano, hoy triste, decrépito y enfermo por tu culpa. ¡Asesino infame! ¡Muere maldito!”.

Como se ve, un estilo más que incisivo.

En el capítulo “La sodoma fueguina” el autor acusa al subdirector Palacios de haber hecho cometer delitos sexuales contra Radowitzky y más adelante detalla los castigos a que fue sometido éste por los guardicárceles Alapont, Cabezas y Sampedro: “Estando en el calabozo Simón Radowitzky, desearon los tres experimentar la histérica sensación de ver sufrir a un hombre y se llegaron hasta el encierro del mártir”, de aquel que en aras del ideal sacrificó su vida, de ese hombre generoso y santo; fueron hasta su dolor para acrecentarlo más. Estaba aislado en un calabozo sin aire, luz ni sol, sin comida. ¿Qué había hecho? ¡Nada! Se le castiga siempre por ser quien es, no precisa dar motivos. Estaba debilitado por el ayuno, cuando llegaron los bárbaros a consumar su acción heroica. Lo agredieron por detrás, los taleros le abrieron el cráneo y los puños mancillaron aquella faz sagrada. Corrió la sangre del cautivo, pero no la hicieron brotar como él con valentía en su hecho inolvidable; ellos lo hicieron en montón, armados, contra un hombre desfallecido y sin fuerzas. Lo dejaron tendido en el suelo, agónico, exánime, tras la feroz paliza. Semejaba un cadáver, lívido y tendido en el suelo; entonces al verlo así, Cabezas, el infame, desnudó su arma y le apuñalo un brazo. Con esto se retiró satisfecho y triunfal, a contar la hazaña y a celebrarla con otros tan viles, tan infames como él. Levantar la mano contra un hombre en ese estado, contra un individuo como Radowitzky, es una profanación infame que nunca, ni por nada, podré perdonar, por ello les grito mi reproche en estás líneas; por ello los acuso de viles y cobardes, arrojándoles mi maldición tremenda, mi maldición justiciera”.

El folleto es un impacto en la opinión pública. Los anarquistas logran un éxito psicológico; tanto, que el gobierno de Yrigoyen ordena un sumario administrativo para saber la verdad sobre los malos tratos. En el sumario se calificará a los tres carceleros mencionados de “personas de malas costumbres y peores antecedentes” y se los suspende.

Por último en el folleto se insinúa algo que seis meses después se llevará a la práctica: “Amigo generoso, Simón, amigo del alma vives de esperanza, en la noche lóbrega, de tu martirio circundado por fieras que te acosan, sin un rayo de sol que te acaricie, pero con el corazón de tus amigos, de los que te comprenden y te aman; allí estás consagrado por el culto celoso del recuerdo; estás constante en el pensamiento de salvarte, por ello, ya que tú no llegas a implorar el olvido para tu hecho, no faltará quien lo haga por ti, lo humanamente posible debe hacerse para liberarte
y no faltará quien encare esa tarea
. Vayan a ti estás líneas comprendidos los efectos de los seres que te aman;
de los que comienzan a preparar
el magno acontecimiento de volverte a la vida
arrancándote de la ferocidad de los criminales carceleros, que tanto te han hecho sufrir”.

Así es. El 9 de noviembre llega a Buenos Aires una noticia que causó más sensación que las que vienen de Europa con la rendición de Alemania, la abdicación del Káiser y la revolución de los obreros alemanes: EL 7 DE NOVIEMBRE SE HA FUGADO SIMÓN RADOWITZKY DE LA CÁRCEL DE USHUAIA.

El público quería saber detalles. El sentimental público porteño, olvidándose del doble crimen, estaba porque Radowitzky venciera el maleficio de Ushuaia. ¡Basta ya!, decían, Ya ha purgado bastante su delito. ¿Podrá salir de esas regiones? Nadie lo había podido hacer. Catello Muratgia, el creador del penal, lo había sostenido ante el propio presidente de la república: el penal es totalmente seguro contra fugas. Nadie podrá hacerlo. El que se aleje morirá de hambre o de frío o tendrá que entregarse. Y menos Radowitzky, con nueve años entre rejas, debilitado por los castigos y la falta de una alimentación adecuada.

¡Pero sí, es posible! Allá va ya Radowitzky metido en un pequeño cúter por el canal de Beagle hacia la libertad. Ya respiraba el aire puro y deja cada vez más el penal, con su olor característico de todos los penales, olor a hombre degradado, a mugre de cuerpo y de alma. Es que los anarquistas de Buenos Aires son buenos amigos. Prepararon los planes para derrotar la imposible y juntaron dinero. El hombre elegido para la proeza no es ni ruso, ni italiano ni catalán. Es un criollo de pura cepa: don Apolinario Barrera. Será ayudado por Miguel Arcángel Roscigna, quien años después llegará a ser el representante más sobresaliente del anarquismo expropiador.

Los anarquistas viajaron a Punta Arenas. Venían “recomendados” a los dirigentes de la Federación Obrera, los chilenos Ramón Cifuentes y Ernesto Medina. En Punta Arenas alquilan el cúter “Ooky”, propiedad de una dálmata. La tripulación también es dálmata —de nacionalidad austriaca en aquella época— y muy ducha en la navegación por los canales fueguinos. La goleta, pintada de blanco, llaga a Ushuaia y hecha anclas en un pequeño puerto de la bahía donde se halla el ex presidio militar. Allí llega el 4 de noviembre. El 7, a las 7 de la mañana, un guardián cruza las líneas de centinelas del penal. Es Radowitzky disfrazado de guardiacárcel, que no ha sido reconocido.

Eduardo Barbero Sarzabal, periodista de “Crítica”, quien años después realizará un reportaje sensacional a Radowitzky, reconstruye así ese momento de la huida: “Radowitzky trabajaba entonces de mecánico en el taller del penal. Todo se había calculado matemáticamente. Allí estaba el guardia accidental que facilitaría el traje. Un cuarto de hora después de entrar Radowitzky al taller, salía del penal atravesando la línea de centinelas armados. Era un nuevo guardián también uniformado… cruza el cementerio donde están otros definitivamente muertos para ir hacia donde, en un lugar indicado, el cúter espera… Atraviesa un monte. Detrás de un añoso árbol, Barrera está oculto. Los dos hombres se encuentran. El salvador, ignorando que Radowitzky iría de guardián, echa mando al revólver presintiendo una delación”.

La escena rápida es paralizada por un frito.

—Apolinario —dice Radowitzky.

—Simón —responde Barreda, comprendiendo.

Era la consigna que presentaría a quines nunca se habían visto”.

Una vez embarcado, Radowitzky cambió de ropa. Barrera fue de la opinión que una vez alejados varias millas de Ushuaia, Radowitzky desembarcara en uno de los tantos refugios de la costa. Allí se le dejarían víveres para dos meses hasta que las persecuciones y búsquedas hubieran cesado. Pasado ese tiempo se aventuraría a ir a buscarlo o a dejarle nuevamente víveres. Pero Radowitzky no acepta y allí cometerá el error que le costará doce años más de prisión, doce años de vida, de libertad. Convence a Barrera para que sigan navegando sin interrupciones hasta Punta Arenas. Allí, en esa ciudad le resultará mucho más fácil pasar inadvertido que en una isla solitaria.

Mientras tanto, en el penal nadie traiciona a Radowitzky. Los prisioneros no delatan su huida. Recién a las 9:22 de la mañana, el guardiacárcel Manuel Geners Soria se presenta al director del penal para denunciar la desaparición del anarquista preso. En una parte posterior, el comisario nacional de Tierra de Fuego señala que se inició la persecución sirviéndose de los “valiosos datos proporcionados por el empleado Miguel Rocha” y una partida se embarca en una lancha a vapor facilitada generosamente por el señor Luís Fiuchui”.

Pero el cúter es más veloz y se aleja cada vez más de sus perseguidores. Deja el canal de Beagle, toma por el canal ballenero y luego el de Cockburn y entra en el estrecho de Magallanes. Así amanece el cuarto día de navegación. Hasta que de pronto divisan en el horizonte el humo de una embarcación que se aproxima. Radowitzky intuye el peligro y pide que el cúter se acerque lo más posible a la costa de la península de Brunswick, tierra chilena. Así se hace hasta unos doscientos metros. Radowitzky se arroja entonces al agua helada y nada hacía la costa, en donde desaparece. El humo negro, que se aproxima era el de la escampavía de guerra chilena “Yáñez”, nave que ha ido para apresar a Radowitzky ante el llamado telegráfico de las autoridades argentinas de Tierra del Fuego.

Los tripulantes del cúter declaran no haber visto al fugado, pero los chilenos conducen presos a todos hasta Punta Arenas donde luego de un severo interrogatorio uno de los tripulantes, el maquinista, declara la verdad y señala el lugar donde alcanzó tierra el buscado.

Mientras la “Yáñez” ha estado al costado del cúter, Radowitzky quedó pegado a la tierra para no ser divisado. Tanta es la tensión que ni siquiera el frío le hace mover una pestaña. Una vez alejada las embarcaciones, Radowitzky, con todas sus ropas mojadas, comenzará a caminar en dirección a Punta Arenas, donde espera que encontrará refugio. Ignora que las autoridades chilenas ya saben la verdad. De Punta Arenas sale mientras tato una partida de fuerza de policía de la marina chilena: siete horas después, en el paraje conocido como Aguas Frías, apenas a 12 kilómetros de Punta Arenas, es localizado Simón Radowitzky, extenuado y con las ropas heladas. Esposado es llevado al puerto chileno donde los alojan en un calabozo del buque de guerra “Centeno”.

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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