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Authors: Osvaldo Bayer

Tags: #Ensayo

Loa Anarquistas Expropiadores (11 page)

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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Por esa última calle vienen de encuentro de Astolfi los cabos Fernández y Montes y el agente Martínez abarajándolo con una seguidilla interminable de balazos. Astolfi toma Montes de Oca en dirección contraría hacía Ituzaingó, corriendo en zig-zag porque ya no le quedan casi balas.

Astolfi ya arrastra los pies, jadeante ve venir a otro taxi y nuevamente lo para, amenaza al chofer y trata de ganar distancia de sus tres perseguidores, pero éstos también suben a un vehículo y lo persiguen originándose otro tiroteo en el que por lo menos se disparan 30 balazos. Y uno de ellos revienta el neumático trasero del taxi de Astolfi, que baja en el pasaje Pablo Giorello. Pero allí lo espera otro agente, que trata de pararlo a tiros. Astolfi se detiene, apunta y la da en la cabeza al representante del orden que cae muerto instantáneamente. Pese a eso, Astolfi sabe que en ese pasaje se ha metido en una ratonera y tienen que salir de allí en seguida. Pero ya son cuatro los que lo acosan. Ahora también está el agente Tranquilo Perna haciéndole fuego. Astolfi juega su última carta y se abre paso con las últimas balas por el mismo lugar donde lo esperan sus perseguidores, Del primer tiro mata al agente Perna y aprovecha el desconcierto para llegar al medio de la calle. Y en ese instante cuando aparece un taxi cuyo chofer le dice: “Suba rápido, compañero Astolfi”. Es un miembro de la Unión de Resistencia de Chauffeurs. La suerte lo ha puesto en el camino del perseguido. Huyen a toda velocidad perseguidos por un auto policial de la comisaría 16ª. Pero logran desaparecer.

Astolfi será llevado a la casa Benedicto Settecase de Montaña, de allí a la de Nicola Recchi, quien a su vez lo trasladará al refugio de Gino Gatti. Éste lo llevará a La Plata donde lo curará de sus gravísimas heridas el doctor Delachaux, un profesional amigo de los anarquistas. Meses más tarde, restablecido, después de esta porteña odisea, lo llevarán a Montevideo, de donde partiría hacia Barcelona, recomendado a Buenaventura Durruti.

Pese a la represión y a la pérdida de hombres, el anarquismo expropiador se mostró fuerte todavía en los años 32 y 33, principalmente en La Plata, Avellaneda, y esta Capital. En La Plata contaron con la constante y desinteresada protección de Antonio Papaleo, en cuya casa encontraron refugio los perseguidos.

Se sigue con el mismo ritmo, se asalta y se trata de liberar a los presos. En ese sentido, Eliseo Rodríguez logra fugar con singularidad astucia desde el calabozo del sótano de la propia jefatura de policía de La Plata y Pedro Espelocín desde el hospital donde estaba internado con custodia. Rodríguez (quien rechaza un ofrecimiento para ser llevado al Uruguay porque por otro conducto le han pedido intervenir en la liberación de un compañero) y Espelocín se unen a Juan Pablo del Piano (un obrero panadero de recia personalidad cuyas dos pasiones son el anarquismo y tratar de lograr una cura para su hijito enfermo de parálisis infantil) y a Gino Gatti y Armando Guidot. Actúan en Córdoba y Rosario. Mientras tanto, los hermanos Prina de la Plata (Julio y Toni) actúan con Juan Antonio Morán, Daniel Ramón Molina (también marítimo), Julio Tarragona, ángel Maure, Pedro Blanco y Víctor Muñoz Recio.

Son dos pequeños grupos pero que se batirán hasta el final.

A fines de 1932, por iniciativa de Rafael Lavarello y la ayuda de Morán, Prina, Molina y Gatti se planea un nuevo túnel. Esta vez desde un departamento cercano a la penitenciaría para liberar a Emilio Uriondo y a otros anarquistas. Va a ser todavía mejor concebido que el de Punta carretas. Su extensión será de 58 metros, hasta el lavadero del penal. Pero al llegar a los 23 metros de túnel, el trabajo debe suspenderse: todos los hombres complotados están siendo perseguidos de cerca por la policía y, además los medios escasean.

Después se suceden los golpes del implacable comisario Fernández Bazán. El 19 de enero de 1933 son muertos Tarragona y Molina, luego de matar a dos policías, en la localidad de Aldo Bonzi. El 16 de marzo en Rosario, es muerto Pedro Espelocín y son detenidos Eliseo Rodríguez y Armando Guidot. Un día después, en Córdoba, la policía logra capturar a Gino Gatti.

En esa época los hermanos Prina huyen a España y el 28 de junio, una brigada policial cerca una case en la avenida Mitre de Avellaneda y sorprende durmiendo a Juan Antonio Morán. Ahora sólo queda uno, Juan del Piano a quien se sabe que dan refugio chacareros del sur santafecino. Y será allí, cerca de Firmat donde el 11 de agosto de 1933 se resistirá hasta la última bala siendo muerto por la policía.

Todo estaba terminado. Ya no quedaban hombres afuera para liberar a los de adentro. Por eso el 7 de octubre de ese año, los anarquistas presos en Caseros intentan un golpe desesperado. Pacientemente se han ido proveyendo del exterior de explosivos, granadas de mano y pistolas. Con los explosivos has dinamitado un muro y así, con las granadas y a balazos piensan abrirse paso hasta la calle. Al avance comienza a las 18:30. Adelante van Mario Cortucci (que fuera integrante del grupo de Di Giovanni) y Ramón Pereyra (del grupo de Tamayo Gavilán), más atrás vienen Gino Gatti y Álvaro Correa Do Nascimiento (un anarquista brasileño). Atraviesan rejas y pasillos en un tiroteo infernal. Cuando ya llegan al patio exterior, Cortucci recibe un balazo en la cabeza y muere y a Pereyra le estalla una granada que le vuela la mano izquierda. Lo guardiacárceles se rehacen y atacan desde todos lodos enfocándolos con reflectores y llegan ya los soldados del 3 de Infantería, que está enfrente del penal con ametralladoras.

Los anarquistas no pueden seguir avanzando y se van replegando a su pabellón hasta que se les acaban las balas. El intento ha fracasado. Los guardiacárceles han perdido 3 hombres, los anarquistas uno y otro herido grave… Pero, para ellos las consecuencias de esta acción desesperada serán funestas. En su mayoría irán a dar con sus huesos a Ushuaia.

A comienzos de 1935 el país está tranquilo. Pero Fernández Bazán no está conforme. Sabe que todavía están con vida Juan Antonio Morán y Miguel Arcángel Roscigna, quines aunque presos, siempre siguen siendo peligrosos. Morán está en Caseros y Roscigna en Montevideo.

En los primeros días de mayo de 1935 los jueces sobreseen por falta de pruebas en todos los casos a Juan Antonio Morán. Pero algo raro ocurre. A Morán lo han sacado varías veces de la celda y ante él pasan varios desconocidos que lo miran detenidamente. Son empleados de investigaciones que lo están
semblanteando
.

El 10 de mayo le comunican a Morán que en seguida va a recuperar su libertad. Sus compañeros anarquistas de la cárcel le aconsejan que no salga de la cárcel hasta avisar a un abogado. Pero eso sería demostrar miedo y Morán no lo tiene. Y firma su libertad, su sentencia de muerte. Las puertas de la prisión se abren, Morán respira hondo. Camina dos pasos y allí mismo es brutalmente tomado de la nuca, de los brazos y de las piernas, levantado en vilo y metido en un auto que parte a gran velocidad.

Dos días después, en un sendero de tierra de General Pacheco, un boyero encuentra el cadáver de un hombre. Tiene un solo balazo: en la nuca. Pero su cuerpo está horriblemente martirizado. Tardan en identificarlo: es Juan Antonio Morán, el anarquista.

El acto de su entierro será una manifestación de indignación obrera. Los oradores clamarán venganza con el puño en alto.

El 31 de diciembre de 1936 termina la pena que sufren Miguel Arcángel Roscigna, Andrés Vázquez Paredes, Fernando Malvicini y el “capitán” Paz. Esa fecha está subrayada en la agenda del comisario Fernández Bazán. Ya está todo arreglado. Ha ido a Montevideo una comisión policial al mando del Jefe de Orden Social, Morano. El Uruguay ha rechazado el pedido de extradición pero ya hay un arreglo tácito entre las dos policías. En Montevideo le aplicarán el edicto de “indeseables” y los expulsarán hacía Buenos Aires, pero en el mismo puerto de la Capital uruguaya le entregan los “paquetes” bien atados a la comisión de Morano. En el vapor de la carrera no los dejan ni moverse. Y de la dársena, directamente al departamento central. Los jueces La Marque y González Gowland que entienden en la causa del asaltito al Rawson y del asaltito a La Central van a tomarles interrogatorio al propio Departamento, porque de allí no los sacan. Cuando por falta de pruebas se los sobresee, empieza Roscigna, Vázquez Paredes y Malvicini el camino sin retorno (al “capitán” Paz lo trasladan a Córdoba porque tiene una causa pendiente y será liberado poco después a punta de pistola de una comisaría).

Cuando el secretario de la Comisión Pro Presos, Donato Antonio Rizzo y la hermana de Roscigna van a inquirir al departamento de policía sobre el paradero de los tres anarquistas, un oficial les responderá que han sido trasladados a La Plata; en La Plata les informarán que están en Avellaneda, en Avellaneda que están en Rosario, en Rosario que están en la comisaría de Tandil, y así sucesivamente. Camino que seguirá la sacrificada hermana de Roscigna que tiene la esperanza de volver a ver con vida a su amado hermano. Pero todo será inútil. Un día renace la esperanza con amplia fuerza: un pescador de la isla Maciel ha visto cómo han bajado de un celular en la comisaría del Dock Sud a tres hombres esposados: adelante iba Roscigna. Se avisa de inmediato a Apolinario Barrera, un hombre del diario “Crítica” que hace publicar a todo trapo un gran titular: “Roscigna en el Dock Sud”

Esta parece ser la señal para Fernández Bazán de que hay que terminar con los trasladados. Desde ese momento ya no se podrá encontrar el más mínimo rastro de los tres luchadores anarquistas.

Los esfuerzos continuarán: hasta los grupos libertarios de Barcelona envían dinero para que se continúe con la búsqueda. Se tiene la certeza que han sido asesinados, pero no se quiere abandonar la última esperanza. Hasta que —pasados varios meses de la desaparición— un oficial de Orden Social se sincera con la Comisión Pro Presos y les dice con tono confidencial: “no se rompan más muchachos, a Roscigna, Vázquez Paredes y Malvicini les aplicaron la ley Bazán, los fondearon en el Río de la Plata”.

Hasta hoy no ha podido ser dilucidado este oscuro episodio. Nunca fueron encontrados los cadáveres. Tal vez nunca se conozca la verdad.

Juan Domingo Perón premiará los méritos del comisario Fernández Bazán nombrándolo en 1947 subjefe de la Policía Federal y después accederá también al pedido de éste: nombrarlo en la diplomacia. Que según el propio Fernández Bazán había sido siempre “su verdadera vocación”.

Con la Revolución Libertadora se retirará y vivirá sus últimos años en solidad. Antes de morir pedirá que sus restos sean cremados (como tantos anarquistas que él combatio). Fernández Bazán será el último funcionario peronista que a su muerte haya sido elogiado por “La Prensa” de Gaínza paz, que, en la necrología hará también el elogio de la “Ley Bazán”.

Llegamos al final de todo este capítulo amargo pero vivido por nuestra sociedad. El anarquismo delictivo existió en esa época evidentemente porque estaban las condiciones dadas para ello. Violencia contra violencia, justicia indiscriminada por la propia mano ante la injusticia social reinante. ¿Justificar a los anarquistas expropiadores? ¡No! Sólo exponer sus hechos. ¿Se justifican sus reacciones extremas? Eso, creemos, es algo inevitablemente personal: hay horteras y burócratas que pasan toda su vida aguantando injusticias y hay rebeldes tan susceptibles que reaccionan ante el más leve abuso de poder: están aquello que pasan sus vidas marcando el paso y vistiendo uniformes y están los otros que no aceptan imposiciones si no están basadas en la lógica, que no es siempre compatible con la naturaleza humana. Lo hemos visto ya en esos dramones rurales de principios de siglo: está el peón que acepta latigazos de su patrón para poder medrar con paciencia y está el otro que ante el primer latigazo saca su cuchillo, se hace justicia, y se hace matrero. Y hay rebeldes cuya rebeldía sólo les alcanza para dejarse el pelo largo y dejar boquiabierta a su chica, y hay otros cuya rebeldía los impulsa a lanzarse a una lucha tremenda, marginados por la sociedad, habitantes de un submundo de violencia, dureza y sangre. Aquí hemos reseñado la trayectoria, sórdida y épica al mismo tiempo, de hombres que escogieron este último camino y lo transitaron hasta el final: hasta el abrupto y definitivo final…

SIMÓN RADOWITZKY, ¿MÁRTIR O ASESINO?

Ese primero de mayo de 1919 amaneció frío pero con sol; luego hacía el mediodía se iría nublando como presagiando tormenta. Tormenta que no sería de truenos y relámpagos sino de balazos, sangre y odio.

Los diarios no traían muchas novedades, salvo el nacimiento de Juliana, la princesa heredera de Holanda, y del estreno en el Odeón de “Casa paterna” con Emma Grammática como primera actriz. Pero más de un lector habrá leído con un poco de zozobra dos pequeños anuncios que parecían tener pólvora en cada una de sus letras. Se anunciaban dos actos obreros: uno organizado por la Unión General de Trabajadores (socialistas), que cita a las 3:00 p.m.: hablarán A Mantecón y Alfredo L palacios: el otro, es el de la FORA (anarquista) que invita a la concentración en Plaza Lorea para marchar por Avenida de Mayo, Florida hasta Plaza San Martín y de allí por Paseo de Julio hasta la Plaza Mazzini.

Con los socialistas no va a pasar nada, ya es sabido, pero… ¿y los anarquistas?

El país vive una situación interna bastante difícil. Gobierna Figueroa Alcorta un mundo que se va y una irrupción incontenible: la masa de la nueva raza argentina, la inmigración y sus descendientes. Las bombas, el cientificismo, las ideas económicas, todo repercute en Buenos Aires que se está estirando cada vez más, que cada vez más se parece a una ciudad Europea.

Enseguida después de mediodía La Plaza Lorea comienza a poblarse de gente extraña al centro: mucho bigotudo, con gorra, pañuelo al cello, pantalones parchados, mucho rubio, algunos pecosos, mucho italiano, mucho ruso y bastantes catalanes. Son los anarquistas. Llegan las primeras banderas Rojas: ¡Mueran los burgueses! ¡Guerra a la burguesía! Son los primeros gritos escuchados. Llegan estandartes rojos preferentemente con letras doradas. Son las distintas “asociaciones” anarquistas. A las 2 de la tarde la plaza ya está bien poblada. Hay entusiasmo, se oyen gritos, vivas, cantos y un murmullo que va creciendo como una ola. El momento culminante lo constituye la llegada de la asociación anarquista “Luz al Soldado”. Parece ser la más belicosa. Han llegado por la calle Entre Ríos y según los partes policiales a su paso han roto vidrieras de panaderías que no cerraron sus puertas en adhesión al Día del Trabajo, han bajado a garrotazos a guardas y motoristas de tranvías y han destrozado coches de plaza y soltado los caballos.

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