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Authors: Osvaldo Bayer

Tags: #Ensayo

Loa Anarquistas Expropiadores (8 page)

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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Con sus ediciones dedicadas al asaltito del Rawson y a dar detalles de la persecución de los prófugos en el Uruguay, “Crítica” hace una pingüe ganancia: su tiraje sube constantemente, la gente se devora las crónicas. Hasta pareciera que tomara el partido de los perseguidos, pero no es así. Eso lo sabe bien Roscigna, que comprende muy bien que no es otra cosa que periodismo amarillo: en el fondo “Crítica” azuza a la policía. A los cuatro anarquistas les convendría que nadie hablara de ellos y no salir todos los días en la primera plana del diario más vendido que trae páginas con dibujos de sus rostros. Pero Roscigna no es hombre de turbarse. Si se trata de Severino Di Giovanni, por ejemplo, éste iría personalmente a la redacción de “Crítica” desafiando todos los peligros y le exigiría al director que terminara con la campaña so pena de meterle cuatro plomos en el cuerpo. Roscigna, no. El va a usar a “Crítica” en lo que pueda. Y le escribe varias cartas, que Botana hace publicar a toda página. En esas cartas —que luego también envía Vázquez Paredes— abunda en testimonios, lugares y testigos falsos que desorientan aún más a la policía.

Pasan los días y Santiago, Zavala, Garibotto y todos sus empleados de investigaciones tienen que darse por derrotados y regresar. Sólo les queda esperar y tener confianza en esa insustituible arma de la policía: los confidentes. Esos seres que se encuentran en las capas sociales más variadas: mucamas, porteros, canillitas, chóferes, empleados, abogados, médicos, parientes de militares, sacristanes, mujeres santurronas, prostitutas, rufianes, toda la gama de colaboradores gratuitos que fue la “quinta columna” más eficaz que tuvo la policía para derrotar al anarquismo combatiente.

Pocos acontecimientos han interesado tanto al público en esos años como el asaltito al hospital Rawson y la persecución de Roscigna y sus amigos. En el Uruguay el asunto llega al parlamento y se propone un pedido de informes al Ministro del Interior por el fracaso de la policía oriental. En nuestro país “La Prensa” echa la culpa de todo a la falta de coraje civil de la gente “de ahora” ya que durante el asaltito “nadie se jugó para impedirlo o capturar a los delincuentes”. Y por supuesto, un hecho de tal trascendencia llega al seno del anarquismo: mientras “La protesta” toma distancia del asunto y “de los Roscigna y de los Moretti” —con la firma de Abad de Santillán— exhortando a los anarquistas “
a poner fin; aislar ese foco de perversión y de desviación de las ideas y métodos de lucha; el anarco-banditismo es desgraciadamente una placa
”; el otro periódico, “La Antorcha”, que dirige González Pacheco dirá que todo es una patraña policial y que ni Roscigna, ni Vázquez Paredes, ni los Moretti tienen nada que ver con el asaltito al Rawson.

Para Gonzáles Pacheco todo no es nada más que “
Un siniestro propósito reaccionario, un complot policiaco contra el anarquismo militante
”, “
hay un siniestro móvil en todo esto, y tras él, un personaje igualmente siniestro: el policía Santiago. Hecho a una vida de infamias, este nuevo inductor de persecuciones y violencias contra el anarquismo cree factible jugarse la última carta en contra nuestra en tal forma. Va mal y ha equivocado el camino. No es por estos medios como se podrá desvincular del contacto de las clases trabajadoras a un movimiento que ha surgido de su seno y es él único horizonte moral en esta hora del mundo. Lo que no ha vencido ni la violencia, ni el terror, ni la muerte, tampoco podrá vencerlo un siniestro y a la vez burdo complot policiaco
”.

Y después —en clara respuesta a los hombres de “La Protesta”— el mismo González Pacheco tomará posición con respecto a los anarco-bandidos: “
Son buenos los delincuentes o son malos… ¿Qué puede importarnos eso a nosotros, compañeros…? Esta duda que debía plantearse el juez, y que nunca se plantea, tiene que ser superada por nosotros, absorbida en la llama pasional de nuestras vindicaciones: son víctimas. Sin caer en sensiblerías frente a los que hacen ilegalismo, podemos afirmar que son siempre mejores que los que los castigan. ¿Tablas para valorizarlos...? Si alguna podía aplicarse, debía ser ésta: ¿el llamado delincuente es más humano que el vigilante, éste menos perro que el comisario, éste todavía menos bestia que su jefe, en fin, éste último no tan canalla como el presidente de la república o el rey del reino. El que encarna el poder encarna el daño. Los demás son simples grados, eslabones de una cadena que termina en una argolla que aprieta el cuello del que cayó más abajo. Éste hace el gasto de la bacanal de sangre y lágrimas en que los otros se ahítan, con su miserable vida aherrojada. Esta es la victima; pero no sólo de la pena que le inflingen los perversos, sino también de aquellos “hombres honestos” que no han deshonrado en ellos toda legalidad. Esta es la palinodia que hay que cantar frente a los delincuentes. Todo puritano, aunque se diga anarquista, es en el fondo un legalitario; como toda mujer que se envanece de la castidad de su alma en el fondo una burguesa. Su capital de virtud, como el del burgués está hecho de las desventuras de sus hermanas. El delincuente es un despojado de su honradez; la prostituta es una desposeída de su amor virtuoso. Un anarquista frente a ellos nunca puede preguntase si son buenos o son malos, sino atraerlos al foco de sus reivindicaciones contra los burgueses y contra las burguesas. Reparto y reparto de todo. Menos virtudes legales; más militancia anarquista”

Roscigna, con el dinero del Rawson —además de emplearlo para tareas de solidaridad con su causa— financiará falsificaciones de dinero argentino. La falsificación de dinero fue algo que subyugó a los anarquistas expropiadores que actuaron en la Argentina. Roscigna creía firmemente que a través del dinero falso se podía derrotar a la burguesía. Para ellos contaba con una figura de ribetes novelescos: el alemán Erwin Polke, un técnico hasta ahora insuperado en el arte de la imitación gráfica. Polke era un hombre silencioso —anarquista individualista, gran lector del teórico Max Stirner— y solidaros que vibraba solamente cuando le proponían alguna nueva falsificación. Jamás pidió participación alguna, se conformaba con poco y vivía como un monje. La única ganancia que tuvo en su vida fue la cárcel, donde consumó una hazaña delictiva todavía insuperable; en la prisión de Punta Carretas, en Montevideo, llevó a cabo una de las falsificaciones de moneda argentina más notable. Para ello contó con la ayuda de un discípulo bastante hábil y descabellado: Fernando Gabrielesky.

Pero el capítulo de las falsificaciones tiene un lugar aparte de la expropiación violenta que estudiamos hoy. Digamos entonces que nuestro conocido Roscigna debió permanecer por un tiempo en Montevideo. Sabía que regresar a Buenos Aires era esperar en cada esquina la pena de muerte. La policía argentina, en especial Investigaciones y Orden Social, iba a cobrarse bien el fracaso de la captura de la Durruti, la muerte del agente Gatto en el hospital Rawson y el papelón de persecución de Palmira a Montevideo.

El 11 de febrero de 1928, recobra la libertad en Montevideo Emilio Uriondo, acusado de poner una bomba en la legación de Estados Unidos en Montevideo. Roscigna y Uriondo se opndrán decididamente a un plan que han elaborado los dos Moretti junto a tres anarquistas cátales.

Antonio y Vicente Moretti a los pocos meses del asaltito al Rawson han hecho venir a Montevideo a sus compañeras e hijos y se han instalado en los altos de una casa de la calle Rousseau de Villa de la Unión. Allí viven una vida llena de estrecheses ya que subsisten del producido de la venta ambulante de corbatas.

En cuanto a los tres catalanes, son tres muchachos jóvenes del grupo de Durruti a quien éste les aconsejó alejarse de España por estar muy comprometidos. Sobre ellos pesa la pena de muerte. Son autores de más de cien atentados con bombas en Barcelona y son perseguidos por la policía militar por hacer propaganda anarquista en los cuarteles, lesiones graves a un general, dos coroneles y varios oficiales y haber huido de una prisión militar. Se llaman Tadeo Peña, Pedro Boadas Rivas y Agustín García Capdevilla
[2]
. Han venido “recomendados” a Roscigna por Durruti. Y traen la invitación “especial” de Durruti para Roscigna, de trasladarse a Europa porque lo necesita como hombre de planeamiento de la acción. Pero Roscigna no aceptará: le contestará a Durruti que lo disculpe pero que la lucha en Argentina lo atrae demasiado como para poder abandonarla.

Los tres catalanes son muchachos inquietos, dispuestos a la acción: les queman las armas que llevan encima y no pueden “esperar” como les recomienda Roscigna. Para éste, cualquier acción “expropiadora” en el Uruguay es contraproducente. Ahora hay tranquilidad y desde allí se puede ayudar mucho a los prófugos de la argentina. Además, está en pleno apogeo la campaña por la libertad de Radowitzky que tiene gran eco popular y no hay que empañar el nombre de anarquista con hechos que tal vez puedan ser impopulares en ese preciso momento.

Pero los Moretti y los tres “gallegos” se lanzan por su cuenta y realizan un asaltito que significa un verdadero “zafarrancho”, y que a la postres resultaría la tragedia final de Roscigna.

El asaltito a la casa de cambios Messina fue “a la Bonnot”. Es decir, no sólo la búsqueda del botín sino también soliviantar la tranquilidad burguesa con un verdadero acto de terror.entraron tirando a diestro y siniestro y cubrieron su retirada descargando contra todo bulto que se meneara. Resultado: se llevan cuatro mil pesos uruguayos y hay tres muertos y tres heridos. Los muertos son el agenciero Carmelo Gorga, conocido hombre de turf oriental, el empleado Dedeo y el Chofer de taxi Fernández, quien se negó a llevar a los asaltantes. El hecho tiene una trascendencia tremenda porque ocurre a pocos metros de la propia casa de Gobierno.

Como durante el asaltito a los tres catalanes de les escapan unas palabras en su rancia lengua española, la policía uruguaya colije que otra vez andan merodeando Durruti, los Ascasos y Jover Cortés. Para eso pode antecedentes en Francia. Pero también hacen grandes redadas de anarquistas: esta vez la policía tiene que hacer algo, todos los diarios lo exigen. El alma de la investigación es el famoso Pardieron, que tiene la misma fama que Velar en Rosario y Habiage en Avellaneda, es decir, que aplica métodos que luego servirán para calificar a Leopoldo Lugones (hijo) y que llevarán a los que es conocido como la “ley Bazán”.

Por una confidencia, Pardeiro llega a saber que el grupo asaltante del agenciero Messina se encontraría en los altos de la casa de Rousseau 41 de Villa la Unión. Y no le han informado mal. A las 4 de la madrugada del viernes 9 de noviembre de 1928 —es decir, a 15 días del asaltito— 300 hombres del ejército uruguayo y de la policía, armados con ametralladoras y armas largas y con el apoyo de 50 bomberos con toda clase escaleras se aprestan a tomar por asaltito la casa. Le cortan la corriente eléctrica y llevan reflectores. El despliegue es tan perfecto que cuando los habitantes de la casa despiertan ven por los menos diez cabezas en cada ventana, apuntándolos.

Adentro están Antonio y Vicente Moretti y los tres catalanes. Pero también se encuentran Pura Ruiz y Dolores Rom, mujeres de los Moretti y dos niños de corta edad. Los anarquistas viendo que cualquier intento de resistencia supondría también la muerte de sus familiares, se rinden. Pero antes de hacerlo. Antonio Moretti tomo una resolución extrema. No se entrega: levanta las manos, lleva su arma a la sien derecha y se suicida. Ya antes había expresado a su hermano que no caería jamás vivo en manos de la policía.

El comisario Pardeiro que es felicitado por el propio jefe de la policía de Buenos Aires, el yrigoyenista Graneros, va hacer todo lo humanamente posible para que Vicente Moretti largue el paradero de Roscigna. Pero aquél, aunque está muy deprimido por el suicidio de su hermano, sabe aguantárselas y en sus declaraciones puede leerse: “si bien conozco a Roscigna no lo veo desde hace algún tiempo: él no tiene nada que ver con el asaltito al Rawson ni con el asaltito a Messia”. “Agrega que lo único que sabe es que Roscigna vivió durante 8 meses en una casa de Playa Malvin, honestamente”.

Pero, el dueño de la cada de la calle Rousseau dice que dos noches antes vio entrar a Roscigna quien converso con los Moretti y los catalanes. Quiere decir que el hombre que más interesa a Pardeiro está en Montevideo. Y prosigue la persecución. Ahora está entre la espada y la pared. Ya no queda refugio seguir. Y, mientras Emilio Uriondo se dirige al Brasil, Roscigna regresa a la Argentina.

Los dos han decididos volver para liberar a sus compañeros presos en la cárcel de Punta de Carretas, el penal de Montevideo. Pero para llevar a cabo esa operación tan difícil necesitan mucho dinero. Y están dispuestos a lograrlo por el único medio que pueden por su calidad de perseguidos: la “expropiación por medio de la violencia”

Roscigna cumpliría con su palabra y prepara la fuga de presos de Punta Carretas que, como todo acto que cometían los anarquistas tenía algo de novelesco, de inverosímil, de burlona ironía, de romántica aventura.

En la Argentina, mientras tanto, actuarán grupos anarquistas expropiadores muy importantes que tendrán breve actuación pero intenso y sin pausa. Son años verdaderamente violentos, principalmente el último gobierno de Alvear, los dos de Yrigoyen, los de Uriburu y los primeros de Justo. Todos aquellos que señalaban que el anarquismo violento había crecido debido a la pasividad de Yrigoyen se dieron cuenta de que estaban equivocados pues con Uriburu a pesar de los fusilamientos y de la tremenda represión los anarquistas siguieron saliendo a las calles, jugándoselas, metiéndose cada vez en un callejón sin salida, perdiendo uno a uno a sus hombres.

Roscigna participará en febrero de 1929 en el asaltito a los establecimientos Kloekner y en octubre de 1930, en plena represión uriburista, junto con Severino Di Giovanni, en el atraco al pagador de Obras Sanitarias, en Palermo. El Botín, nada menos que 286.000 pesos, es empleado en un setenta por ciento para la ayuda de compañeros presos, gran parte de la cual llevan Miguel Arcángel Roscigna y José Manuel Paz (un anarquista español a quien sus compañeros conocen con el mote de “el capitán”) a Montevideo para financiar una obra que ya ha comenzado.

En efecto en agosto de 1929, un matrimonio italiano con su pequeña hija ha llegado a Montevideo procedente de Buenos Aires para instalarse allí. Dicen ser comerciantes y compran un terreno en la calle Solano García justo enfrente de la cárcel de Punta Carretas. La policía averigua enseguida de quién se trata por cuanto se tiene especial precaución con los vecinos del penal. Pero está todo en regla: el nuevo vecino se llama Gino Gatti y piensa instalarse con un comercio de carbonería. Al poco tiempo se ha levantado una especie de galpón tinglado con vivienda que exhibe un cartel: “Carbonería El Buen Trato: venta de carbón de leña y piedra”.

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