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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Los Cinco en el cerro del contrabandista

BOOK: Los Cinco en el cerro del contrabandista
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Llegan las vacaciones de Pascua y Los Cinco están juntos en villa Kirrin. Pero un temporal causa destrozos en el tejado y un árbol deja las habitaciones medio en ruinas. Un amigo de Quintín, Lenoir, alojará a Los Cinco en su casa, una finca llamada por los lugareños el cerro del Contrabandista.

Una vez allí, Los Cinco observan que alguien hace señales luminosas desde el torreón de la casa cada noche de luna llena. ¿Quién será ese extraño personaje? ¿El nombre de la finca es sólo una leyenda o siguen merodeando contrabandistas junto al mar embravecido?

Enid Blyton

Los Cinco en el cerro del contrabandista

Los Cinco - IV

ePUB v1.0

Siwan
24.05.12

Título original:
Five go to the Smuggler's Top

Enid Blyton, Enero de 1945.

Traducción: María Victoria Oliva

Editor original: Siwan (v1.0)

ePub base v2.0

CAPÍTULO I

De regreso a «Villa Kirrin»

Un hermoso día, al principio de las vacaciones de Pascua, cuatro niños y un perro viajaban juntos en tren.

—Llegaremos pronto —comentó Julián, un muchacho alto y fuerte, de expresión resuelta.

—¡Guau! —ladró
Tim
, el perro, que se sentía inquieto e intentaba mirar por la ventanilla.

—¡Baja,
Tim
! —ordenó Julian—. Deja que Ana mire.

Ana era su hermana menor. Ésta asomó la cabeza, por la ventanilla.

—¡Ya entramos en la estación de Kirrin! —dijo—. Espero que tía Fanny esté esperándonos.

—¡Claro que estará! —respondió Jorgina, su prima. Jorgina se parecía más a un chico que a una niña, porque llevaba el pelo muy corto y rizado. También ella tenía aspecto resuelto como Julián. Dio un empujón a Ana y se asomó a su vez por la ventanilla.

—¡Qué agradable es regresar a casa! —dijo—. Me gusta estar en el colegio, pero será divertido pasar las vacaciones en «Villa Kirrin», y quizá podamos navegar hasta la isla Kirrin y visitar el castillo que hay en ella. No hemos estado allí desde el verano pasado.

—Ahora le toca a Dick mirar por la ventanilla —dijo Julián dirigiéndose a su hermano menor, un niño de cara agradable que estaba sentado en un rincón y leía atentamente—. Ya llegamos a la vista de Kirrin, Dick. ¿Es que no puedes parar de leer ni un segundo?

—¡Es un libro tan emocionante! —respondió Dick, y lo cerró de golpe—. Es la novela de aventuras más apasionante que he leído.

—¡Bah! Estoy segura de que no es tan apasionante como alguna de nuestras propias aventuras —dijo Ana al punto.

Y era cierto. Los cinco, incluyendo a
Tim
, el perro, que siempre lo compartía todo con ellos, habían vivido juntos aventuras extraordinarias. Pero ahora parecía que se presentaban unas vacaciones tranquilas, con largos paseos por las colinas, y quizá navegando en el barco de
Jorge
hacia la "isla de Kirrin.

—Este trimestre he trabajado mucho en el colegio —dijo Julian—. Me merezco unas vacaciones.

—Has adelgazado —comentó Jorgina. Nadie la llamaba así. La llamaban
Jorge
y no contestaba por otro nombre. Julián sonrió.

—¡Bueno!, pronto engordaré en «Villa Kirrin», no te preocupes. De eso se cuidará tía Fanny. Es especialista en cebar a la gente. Tengo ganas de ver de nuevo a tu madre,
Jorge
. Es estupenda.

—Sí. Y espero que mi padre esté de buenas estas vacaciones —dijo
Jorge
—. Seguramente lo estará, porque ha acabado un nuevo experimento con mucho éxito, según cuenta mi madre.

El padre de Jorgina era un hombre de ciencia, y siempre estaba elaborando nuevas ideas. Le gustaba la tranquilidad y, a veces, se enfadaba con gran violencia si no podía obtener la paz que necesitaba, o si las cosas no salían tal como él deseaba. Los niños a menudo pensaban que el temperamento fácilmente irritable de Jorgina era muy parecido al de su padre. También ella se enfadaba violentamente con rapidez cuando las cosas no le salían bien.

Tía Fanny los estaba esperando. Los cuatro niños saltaron al andén y se lanzaron hacia ella. Jorgina llegó primero. Estaba muy encariñada con su madre, que tantas veces la había escudado cuando su padre se enfadaba con ella.
Tim
iba dando vueltas, manifestando su contento con sus ladridos. Quería mucho a la madre de Jorgina.

Ésta lo acarició, y el perro intentó levantarse sobre sus patas traseras y lamerle la cara.


Tim
está más alto que nunca —dijo ella, riendo—. ¡Abajo, que me vas a tirar!

Tim
era, en verdad, un perro muy grande. Todos los niños lo querían, porque era leal y cariñoso. Sus pardos ojos miraban del uno al otro, regocijándose con la alegría de los niños.
Tim
participaba en ella, como lo hacía en todas las cosas.

Pero la persona a quien más quería era, naturalmente, a su dueña, a Jorgina. Ella le tenía desde que era un cachorro. Cada trimestre lo había llevado consigo al colegio, ya que Jorgina y Ana iban a un pensionado que admitía perros. De otro modo, seguramente Jorgina no hubiese querido ir al colegio.

Se pusieron en marcha hacia «Villa Kirrin» en una tartana tirada por un poni. Hacía frío y viento. Los niños temblaban y se ceñían sus abrigos.

—Hace mucho frío —dijo Ana, tiritando—. Más frío que si fuese invierno.

—Es por el viento —respondió su tía, y la envolvió con una manta—. Ha sido muy fuerte estos dos últimos días. Los pescadores han tenido que retirar sus barcas hasta lo más alto de la playa por miedo a la tormenta.

Los niños vieron las barcas junto al camino, cuando pasaron por la playa donde tantas veces se habían bañado. Ahora ya no sentían ganas de bañarse. Sólo el pensarlo les producía escalofríos.

El viento arremolinaba las aguas del mar. Las olas se lanzaban sobre la playa en un ruido aterrador. Esto excitó a
Tim
, que empezó a ladrar.

—¡Quieto,
Tim
! —ordenó Jorgina acariciándolo—. Tendrás que aprender a ser un buen perro y estarte callado, ahora que volvemos a casa; si no, mi padre se enfadará conmigo. ¿Está papá muy ocupado, mamá?

—Sí, mucho —respondió la madre—, pero trabajará poco los días que estéis en casa. Decía que tenía ganas de ir de paseo con vosotros, o de salir en barca, si el tiempo mejora.

Los niños se miraron entre sí. El tío Quintín no era un compañero inmejorable. No tenía sentido del humor y, cuando los niños se reían a carcajadas, cosa que hacían lo menos veinte veces al día, él nunca le encontraba la gracia.

—Me parece que estas vacaciones no serán precisamente buenas si el tío Quintín viene con nosotros la mayor parte del tiempo —dijo Dick a Julián en voz baja.

—¡Chist…! —chistó Julián, temiendo que su tía le oyera y se ofendiese. Jorgina frunció el entrecejo.

—¡Oh, mamá! —dijo—. Papá se cansará si se viene con nosotros y a nosotros nos ocurrirá igual.

Jorgina era muy espontánea en el hablar, y nunca aprendía a refrenar su lengua. La madre la miró.

—No hables así, querida. También yo creo que vuestro padre se cansará en seguida. Pero le conviene tener un poco de gente joven a su alrededor.

—¡Hemos llegado! —dijo Julián cuando la tartana se detuvo frente a una vieja casa—. ¡«Villa Kirrin»! ¡Cómo sopla el viento a su alrededor, tía Fanny!

—Sí. Ha hecho un ruido terrible la noche pasada —contestó la tía—. Julián, llévate la tartana detrás cuando hayamos recogido las cosas. Aquí viene el tío a ayudarnos.

El tío Quintín salió. Era un hombre alto, con aspecto de sabio y entrecejo fruncido. Sonrió a los niños y besó a Jorgina y a Ana.

—¡Bienvenidos a «Villa Kirrin»! —dijo—. Me alegro de que vuestros padres se hayan ido, Ana, porque de nuevos os tendremos aquí.

Pronto estuvieron todos sentados alrededor de la mesa, saboreando una abundante y suculenta merienda. Siempre tía Fanny tenía preparada una comida especialmente buena para el momento de llegar, porque sabía que vendrían hambrientos del largo viaje en tren.

Por fin, incluso Jorgina quedó satisfecha y se recostó cómodamente en su silla, deseando poder ingerir todavía uno más de los deliciosos bollos que su madre había hecho.

Tim
estaba sentado junto a ella. Estaba ordenado que no debía comer cuando los niños comiesen, pero era gracioso ver cuántos buenos pedazos encontraban el camino hasta él por debajo de la mesa.

El viento aullaba alrededor de la casa. Las ventanas crujían, las puertas golpeaban y las persianas se balanceaban a causa de la corriente que se filtraba por entre sus rendijas.

—Parece como si en ellas hubiera serpientes que se enroscan y se desenroscan —comentó Ana.

Tim
las miraba y, de pronto, se puso a gruñir. Era un perro inteligente, pero no sabía por qué las persianas se enrollaban y desenrollaban de un modo tan extraño.

—Espero que esta noche se calme el viento —dijo tía Fanny—. No me dejó dormir la noche pasada. Querido Julián, encuentro que estás muy delgado. ¿Has estudiado mucho? He de alimentarte bien.

—Eso pensábamos que dirías, mamá —dijo Jorgina, sonriendo—. ¡Dios mío! ¿Qué es eso?

Todos se quedaron quietos, asustados. Se había oído un gran ruido en el tejado y
Tim
enderezó sus orejas y gruñó con ferocidad.

—Una teja del tejado —dijo el tío Quintín—. ¡Qué fastidio! Tendremos que hacer colocar las tejas perdidas cuando haya pasado la tormenta, Fanny; si no, se producirán goteras.

Los niños tenían la esperanza de que el tío se retiraría a su cuarto de trabajo después de la merienda, tal como tenía por costumbre, pero esta vez no lo hizo. Deseaban jugar a algo, y no les hacía gracia que el tío Quintín estuviera presente. Eso no era nada agradable, aunque se tratara de un juego tan sencillo como el de correr y atraparse.

—¿Conocéis a un chico que se llama Pedro Lenoir? —preguntó de repente tío Quintín extrayendo una carta de su bolsillo—. Creo que va al mismo colegio que tú y que Dick, ¿verdad, Julián?

—¿Pedro Lenoir? ¡Ah!, quieres decir
Hollín
—respondió Julian—. Sí, está en la clase de Dick. Está más loco que una cabra.

—¿
Hollín
? Pero ¿por qué le llamáis
Hollín
? —interrogó el tío—. Me parece un nombre bastante raro para un chico.

—Si lo vieras no pensarías así —dijo Dick, riéndose—. ¡Es muy moreno! Tiene el pelo más negro que el hollín, los ojos como dos pedazos de carbón y las cejas como si estuviesen tiznadas. Además, su nombre significa «el negro», ¿no es cierto? Lenoir en francés significa «el negro».

—Sí, es cierto. Pero ¡qué nombre para una persona! ¡
Hollín
! —dijo el tío—. Bien, he estado carteándome últimamente con el padre de este chico. Él y yo estamos interesados en los mismos asuntos científicos. Lo he invitado para que venga a pasar algunos días aquí y le he dicho que traiga a su hijo Pedro.

—¡Oh!, ¿de veras? —dijo Dick, que parecía estar muy contento—. No estará mal tener a
Hollín
aquí. Pero está completamente loco. Nunca hace lo que se le manda. Trepa como un mono y es muy travieso. No sé si te gustará.

El tío Quintín se mostró apenado de haber invitado a
Hollín
después de oír lo que dijo Dick. No le gustaban los chicos revoltosos.

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