Los Cinco en el cerro del contrabandista (9 page)

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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

BOOK: Los Cinco en el cerro del contrabandista
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Con gran sorpresa, Dick vio que aquel hombre se metía en el dormitorio de Block. Se acercó silenciosamente hasta la puerta que había dejado ligeramente entreabierta. En la habitación no había más luz que la de la luna. No se oía nada. Sólo un ligero crujido, que podía provenir de la cama.

Dick observaba, lleno de intensa curiosidad. ¿Vería cómo el hombre despertaba a Block? ¿Le vería huir por la ventana?

Paseó la mirada por la habitación. Allí no había nadie más que Block acostado en su cama. La luna iluminaba las esquinas y Dick veía claramente que la habitación estaba vacía. Sólo estaba Block, acostado. Lo oyó suspirar y revolverse en su cama.

«¡Bien! ¡Es lo más raro que he visto en mi vida! —pensó Dick, muy extrañado—. Un hombre se mete en una habitación y desaparece sin hacer el menor ruido. ¿Dónde se puede haber metido?»

Volvió hacia atrás para reunirse con los demás. Entre tanto,
Hollín
había descendido por la escalera de caracol y, hallando a Julián, éste le explicó que Dick había ido detrás del que hacía señales.

Salieron al encuentro de Dick y, de repente, tropezaron con él, que caminaba en silencio, protegido por la oscuridad.

Los tres dieron un brinco y Julián casi pegó un grito, pero retuvo la voz oportunamente.

—¡Qué susto me has dado, Dick! —susurró—. ¿Has visto quién era y adonde iba?

Dick les explicó las extrañas cosas que había visto:

—¡Entró en la habitación de Block y se esfumó! —explicó—.
Hollín
, ¿hay algún pasadizo secreto en la habitación de Block?

—No, ninguno —contestó
Hollín
—. Esta parte es mucho más nueva que el resto del edificio y no hay en ella ningún pasadizo secreto. No puedo imaginar qué ha sido del hombre. ¡Qué raro! ¿Quién será, de dónde vendrá y por dónde se habrá ido?

—Debemos averiguarlo —indicó Julian—. ¡Qué misterio!
Hollín
, ¿cómo te enteraste de que estaban haciendo señales desde el torreón?

—Lo descubrí por casualidad hace algún tiempo —contestó
Hollín
—. No podía dormir y fui hasta el cuartito de los trastos en busca de un viejo libro. Por casualidad, miré hacia el torreón y vi que una luz se encendía y apagaba desde allí.

—¡Qué curioso! —comentó Dick.

—Desde entonces, he vuelto al mismo sitio muchas más veces para ver si descubría de nuevo aquellas raras señales. Y, por fin, lo conseguí. La primera vez que las vi había luna llena, y lo mismo ocurrió la segunda vez. Entonces me dije: «A la próxima luna llena me iré hasta allí y veré si el que hace señales está otra vez.» ¡Y estaba!

—¿Hacia dónde mira la ventana por la que hace señales? —preguntó Julián, que seguía pensativo—. ¿Mira hacia el mar o hacia tierra adentro?

—Hacia el mar —dijo
Hollín
—. Hay alguien o algo en el mar que espera estas señales. ¿Quién podrá ser?

—Contrabandistas, me imagino —contestó Dick—. Pero esto no puede tener relación con tu padre,
Hollín
. ¿No podríamos subir al torreón? Quizás allí encontremos algo o podamos ver alguna cosa.

Regresaron a la escalera de caracol y subieron hasta el cuartito. Estaba muy oscuro porque la luna se había ocultado detrás de una nube. Pero de pronto reapareció y los niños se asomaron a la ventana que miraba hacia el mar.

Aquella noche no había niebla. Veían el húmedo pantano que llegaba hasta el mar. Lo contemplaron en silencio. Luego, la luna se ocultó y la densa oscuridad recubrió de nuevo el pantano.

De pronto, Julián se agarró a los demás y les hizo pegar un salto.

—¡Veo algo! —susurró—. ¡Mirad allá abajo! ¿Qué es?

Todos miraron. Parecía una menuda línea de luces temblorosas. Estaba tan lejos que era difícil saber si se movían o estaban quietas. Luego, reapareció la luna, esparciendo su luz plateada por todas partes, los niños no vieron ya nada más que su luz.

Pero en cuanto la luna volvió a ocultarse, otra vez divisaron la línea de lucecitas vacilantes.

—¡Están algo más cerca! ¡Estoy seguro! —susurró
Hollín
—. Son contrabandistas que vienen hacia un paso secreto que conduce desde el mar hasta Castaway. ¡Son contrabandistas!

CAPÍTULO X

¡
Tim
hace ruido!

Las niñas se emocionaron al día siguiente, cuando sus compañeros les contaron sus aventuras de la noche anterior.

—¡Dios mío! —exclamó Ana, con los ojos desmesuradamente abiertos por la extrañeza—. ¿Quién puede estar haciendo señales? ¿Y dónde puede haberse metido? ¡Qué curioso que entrase en la habitación de Block, puesto que Block estaba en la cama!

—Todo esto es muy extraño —afirmó Jorgina—. Me hubiera gustado que nos hubieseis avisado a Ana y a mí.

—No había tiempo, ni podíamos tener a
Tim
con nosotros siendo de noche. Podía haberse lanzado sobre el hombre que hacía señales —dijo Dick.

—El hombre debía de hacer las señales a los contrabandistas —opinó Julián, muy pensativo—. Veamos: probablemente vinieron de Francia en un barco, se acercaron al pantano tanto como pudieron y esperaron la señal desde el torreón, y, luego, se internaron a través del pantano por un paso conocido por ellos. Cada hombre debió llevar una interna para evitar salirse del camino y caerse en el pantano. No hay duda de que alguien los esperaba para recibir las mercancías que traían, alguien que estaba al final del pantano, bajo la colina.

—Pero, ¿quién sería? —dijo Dick—. No puede haber sido el señor Barling, que, según dice
Hollín
, tiene fama de contrabandista. Las señales provenían de nuestra casa y no de la de él. Todo esto resulta incomprensible.

—Bien, haremos todo lo que podamos para aclarar este misterio —concluyó Julian—. Algún juego sucio se está jugando en esta misma casa, y tu padre,
Hollín
, puede estar enterado o no estarlo. Vamos a investigar todo y veremos si podemos enterarnos de lo que pasa.

Era la hora del desayuno y estaban solos, mientras comentaban las aventuras de la noche pasada. Block entró para ver si ya habían acabado. Ana no se dio cuenta de la presencia de éste y preguntó a
Hollín
:

—¿Qué clase de contrabando realizará el señor Barling?

En el mismo momento recibió un fuerte puntapié y quedó pasmada por el dolor y la sorpresa.

—¿Por qué me has…? —empezó a decir, pero recibió otro puntapié aún más fuerte. Entonces se dio cuenta de la presencia de Block.

—¡Pero si está sordo! —dijo—. ¡No puede oír nada de lo que decimos!

Block empezó a recoger la mesa. Como de costumbre, no tenía expresión alguna.
Hollín
miró a Ana de reojo. Ésta estaba ofendida, pero no dijo nada más.

Se frotó el dolorido tobillo. Tan pronto como Block salió de la habitación, se encaró con
Hollín
.

—¡Bruto! ¡Me has hecho mucho daño en el tobillo! ¿Por qué no he de hablar delante de Block? ¡Es sordo como una tapia! —exclamó con la cara enrojecida.

—Ya sé que todos creemos que es sordo —respondió
Hollín
—, y creo que realmente lo es. Pero vi como una expresión rara en su cara cuando me preguntaste qué clase de contrabando hacía el señor Barling, como si hubiese oído lo que decías y se extrañara.

—¡Eso son imaginaciones tuyas! —dijo Ana, que se sentía muy irritada porque el tobillo seguía doliéndole—. De todas formas, no me vuelvas a dar patadas con tanta fuerza. Un golpecito ligero con el pie hubiera bastado. No hablaré delante de Block, si no quieres que lo haga, pero estoy segura que es más sordo que una tapia.

—Sí que debe ser sordo —comentó Dick—. Ayer, sin querer, hice caer un plato de los que estaban en la mesa y se rompió en pedazos, justamente a la espalda de Block. Pero éste no se volvió ni un milímetro, lo que seguramente no hubiese ocurrido si hubiese podido oírlo.

—De todas formas, nunca he confiado en él —dijo
Hollín
—. Me parece que puede leer el movimiento de nuestros labios, o que nos entiende de alguna otra manera. Muchas veces los sordos se enteran de las cosas.

Salieron para recoger a
Tim
y sacarlo para darle su paseo matinal. Ahora
Tim
ya se había acostumbrado a que lo encerraran en el cesto de la colada y a que lo descolgasen por el pozo. Hasta se apresuraba a saltar dentro del cesto en cuanto lo destapaban.

Esa mañana se encontraron también con Block. Éste contempló al perro con mucho interés. Se notaba que lo había reconocido.

—¡Aquí está Block! —exclamó Julián en voz baja—. No hagáis ver que rechazáis a
Tim
. Fingiremos que es un perrito vagabundo que todas las mañanas se reúne con nosotros.

En efecto, dejaron que
Tim
siguiera corriendo y brincando alrededor de ellos, y, cuando Block estuvo cerca, pretendieron saludarle y seguir su camino. Pero el hombre los detuvo.

—Este perro parece ser muy amigo vuestro —dijo con su rara y monótona voz.

—¡Oh, sí! Todas las mañanas pasea con nosotros —dijo Julián con educación—. ¡Parece que cree que es nuestro perro! Es simpático, ¿verdad?

Block miraba a
Tim
, que gruñía.

—¡No se os ocurra llevarlo a casa! —advirtió—. Si lo hicierais, el señor Lenoir lo mataría.

Julián vio que la cara de Jorgina enrojecía de rabia. El contestó con apresuramiento:

—¿Por qué íbamos a llevarlo a casa, Block? No diga tonterías.

Pero Block no pareció haber oído. Lanzó a
Tim
una agresiva mirada, y prosiguió su camino, volviéndose de vez en cuando para observar a la pandilla de niños.

—¡Qué hombre más desagradable! —exclamó Jorgina con enfado—. ¿Cómo se atreve a decir tales cosas?

Cuando regresaron al dormitorio de Maribel, hicieron subir a
Tim
por el pozo y le abrieron la cesta.

—Vamos a encerrarlo en el pasadizo —dijo Jorgina—. Como de costumbre, le pondré unos cuantos bizcochos. Esta mañana he cogido para él unos muy buenos, son de los que más le gustan: grandes y tostaditos.

Fue hacia la puerta, pero cuando estaba a punto de abrirla para llevar a
Tim
a la habitación de
Hollín
,
Tim
gruñó suavemente.

Jorgina retiró su mano de la cerradura y miró a
Tim
. Estaba muy tieso, sobre sus patas traseras, y los pelos de su espinazo se habían enderezado, mirando con fijeza hacia la puerta. Jorgina, poniéndole su mano delante del hocico, le indicó que guardara silencio y susurró:

—Hay alguien afuera y
Tim
lo sabe. Lo ha olido. Hablemos todos en voz alta y finjamos estar jugando. Esconderé a
Tim
en el armario en que guardamos la cuerda.

Todos empezaron a hablar en voz alta, mientras Jorgina escondía a
Tim
, haciéndole mimos y caricias para que comprendiera que debía mantenerse quieto y en silencio.

—Me toca a mí ahora dar las cartas —dijo Julián en voz alta, cogiendo un paquete de viejos naipes de encima del armario—. Ganaste la última vez, Dick. Apuesto a que ahora gano yo.

Repartió los naipes con ligereza. Los demás siguieron hablando en voz alta y decían lo primero que se les ocurría. Todos se pusieron a jugar y, casi al mismo tiempo, gritaron: «¡Triunfo!», y fingían sentirse muy divertidos y entusiasmados. Alguien que pudiese oírlos desde fuera de la puerta no imaginaría que todo era fingido.

Jorgina, que con frecuencia miraba hacia la puerta, se dio cuenta de que, lentamente, el pomo empezaba a girar. Alguien pretendía abrir sin que se le oyese y comparecer inesperadamente. ¡Pero la puerta estaba cerrada con llave!

Pronto, el que estaba fuera, se dio cuenta de que la puerta estaba cerrada, y, suavemente, el pomo volvió a su primera posición. Luego, se quedó quieto. Después se hizo el silencio. No podían saber si todavía había alguien detrás. ¡Pero
Tim
sí que lo sabía! Haciendo entender por señas a los demás que siguiesen gritando y riendo, Jorgina hizo salir a
Tim
del armario. Éste corrió hacia la puerta y se detuvo allí, olfateando tranquilamente. Luego se dio la vuelta y miró a Jorgina meneando la cola.

—Está bien —dijo Jorgina a los demás—. Ya no hay nadie aquí.
Tim
no se equivoca. Mejor será que lo llevemos rápidamente a tu habitación,
Hollín
, aprovechando que no hay "moros en la costa", ¿Quién creéis que ha podido estarnos espiando?

—Yo creo que fue Block —opinó
Hollín
. Abrió la puerta y echó un vistazo afuera. No había nadie en el pasillo.
Hollín
fue de puntillas hasta la puerta del pasillo y también allí echó una ojeada al exterior. Entonces hizo señas a Jorgina para indicarle que podía llevar el perro hasta su habitación.

Pronto
Tim
estuvo en lugar seguro, en el pasadizo secreto, mordisqueando sus bizcochos favoritos. Ya se había acostumbrado a su extraño género de vida y no le importaba. Conocía bien el pasadizo y había hecho exploraciones por otros pasadizos que partían de él.

¡Se encontraba como en su casa en aquel laberinto de pasadizos secretos!

—Mejor será que vayamos a comer ahora —propuso Dick—, y ten cuidado, Ana, no digas ninguna tontería delante de Block, no sea que pueda leer lo que dices por el movimiento de los labios.

—¡Claro que no lo haré! —replicó Ana, muy ofendida—. Tampoco lo hubiera hecho, pero pensaba que era imposible que leyese lo que dije por el solo movimiento de los labios. ¡Si podía hacerlo es que era muy inteligente!

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