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Authors: Bret Easton Ellis

Tags: #Drama, Relato

Los confidentes (24 page)

BOOK: Los confidentes
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–Jodida y desgraciada puta -murmuro.

Me tumbo en la cama, boca arriba, y apoyo la cabeza en unas almohadas, la miro, acomodándome.

–¿No tienes muebles? – pregunta.

–Tengo una nevera. Tengo esta cama -le digo, pasando las manos por las sábanas de diseño.

–Sí. Es cierto. Chico, has dado en el clavo. – Se mueve por la habitación, luego se dirige a la puerta del fondo y trata de abrirla, pero tiene la llave echada.

–¿Qué hay ahí? – pregunta, mirando el gráfico horario de amanecer/atardecer para esta semana que recorté del
Herald-Examiner
y sujeté con cinta adhesiva a la puerta.

–Simplemente otra habitación -le digo.

–Oh. – Me mira, por fin un poco asustada.

Me quito los pantalones, los doblo, los dejo en el suelo.

–¿Por qué tienes tanta, bueno…? – Se interrumpe. No prueba la cerveza. Me mira, confusa.

–¿Tanta qué? – pregunto, desabrochándome la camisa.

–Bueno… tanta carne -dice, mansamente-. Me refiero a que hay mucha carne en la nevera.

–No lo sé -digo yo-. ¿Será porque tengo hambre? ¿Porque me horroriza el pescado? – Dejo la camisa junto a los pantalones-. Coño.

–Oh. – La chica sigue ahí de pie.

No digo más, apoyo la cabeza en la almohada. Me quito lentamente los calzoncillos y le hago un gesto para que se acerque y ella se acerca despacio, desamparada, con la cerveza entera, una rodaja de lima en la parte de arriba, un canuto que se ha apagado. Las pulseras de sus muñecas parece que están hechas con piel.

–Oye, escucha, esto… bueno, esto te va a sonar muy raro -tartamudea ella-. Pero ¿eres…?

Ahora está más cerca, flotando, sin darse cuenta de que sus pies no tocan el suelo. Me levanto, con una tremenda erección a punto de salir disparada delante de mí.

–¿Eres, bueno…? – La chica deja de sonreír-. Bueno, un… -No termina.

–¿Un vampiro? – sugiero yo, sonriendo.

–No… un agente -pregunta, en serio.

Cuando le digo que no, que no soy un agente, se queja y ahora la tengo sujeta por los hombros y la llevo muy despacio, con mucha tranquilidad, al cuarto de baño y mientras la desnudo, arrojando la camiseta de ESPRIT a un lado, encima del bidé, ella no deja de soltar risitas nerviosas, totalmente colocada, y de preguntar:

–¿No te parece raro?

Luego, por fin su joven y perfecto cuerpo está desnudo y me mira a los ojos que tengo completamente empañados, negros y sin fondo, y ella se echa hacia delante, sollozando incrédula, y me toca la cara y yo sonrío y le toco el coño liso y sin pelo y ella dice:

–Ten mucho cuidado. No me dejes marcas, ¿eh?

Y luego yo suelto un grito y salto sobre ella y le abro el cuello y luego la folio y luego juego con su sangre y luego le desgarro el coño, de hecho se lo arranco del cuerpo, y chupo su estómago, intestinos, por la gigante cavidad rojinegra que acabo de formar, arrancando montones de carne, que uso de lubricante para masturbarme y después de eso, en principio, todo está perfecto.

Esta noche conduzco por Ventura camino de la consulta de mi psiquiatra, sobre la colina. Antes esnifé un par de líneas y en el casete atruena
Chicos de verano
y yo canto al mismo tiempo, saltándome los semáforos, pasando por delante de la Galleria, pasando por delante de Tower Records y la Factory y el cine La Reina, que cerrarán pronto, y paso por delante del nuevo Fatburger y del Nautilus gigante que acaban de abrir. Antes recibí una llamada de Marsha, invitándome a una fiesta en Malibú. Dirk me mandó unas pegatinas de ZZ Top para que las pusiera en la tapa de mi ataúd y yo creo que son demasiado horteras pero de todos modos me quedaré con ellas. Esta noche contemplo a todas estas personas dentro de sus coches y he estado pensando mucho en las bombas nucleares porque he visto un par de pegatinas en los coches protestando contra ellas.

En la consulta del doctor Nova paso un mal rato.

–¿Qué tal estás esta noche, Jamie? – pregunta el doctor Nova-. Pareces… agitado.

–Tengo esas imágenes, tío, no, esas visiones. – Le digo-. Visiones de misiles nucleares que arrasan este sitio.

–¿Qué sitio, Jamie?

–El valle, el valle entero. Todas las chicas pudriéndose. The Galleria es sólo un recuerdo. Desaparece todo. – Pausa-. Todo se evapora. – Pausa-. ¿Es la palabra adecuada?

–Uau -dice el doctor Nova.

–Sí, uau -digo yo, mirando por la ventana.

–¿Y a ti que te pasará? – pregunta.

–¿Por qué? ¿Crees que eso me va a detener? – pregunto a mi vez.

–¿En qué piensas?

–¿Crees que una jodida bomba atómica va a terminar con todo esto? – digo-. Para nada, colega.

–¿Terminar con todo el qué? – pregunta el doctor Nova.

–¿Sobreviviremos a eso?

–¿Quiénes sobreviviremos?

–Nosotros llevamos aquí desde siempre y probablemente nosotros sigamos también aquí para siempre. – Me miro las uñas.

–¿Y qué hacéis vosotros? – pregunta el doctor Nova, casi sin prestar atención.

–Andar por ahí. – Me encojo de hombros-. Volar. Revolotear amenazadoramente sobre ti igual que jodidos cuervos. Imagina el cuervo más grande que hayas visto nunca. Imagínatelo revoloteando amenazadoramente.

–¿Cómo están tus padres, Jamie?

–No lo sé -digo y luego, con la voz convirtiéndose en un grito-: Pero yo llevo una vida tranquila y tú no quieres volver a recetarme Darvocet…

–¿Y qué piensas hacer, Jamie?

Considero mis opciones, luego explico tranquilamente:

–Esperaré -le digo-. Una noche te esperaré en tu dormitorio. O debajo de la mesa de tu restaurante favorito y te mutilaré el pie.

–¿Es eso… una amenaza? – pregunta el doctor Nova.

–O cuando lleves a tu hija al McDonald's -digo-. Yo estaré disfrazado de Ronald McDonald o de Grimace y me la comeré en el aparcamiento mientras tú miras.

–Ya hemos hablado de eso otras veces, Jamie.

–Esperaré en el aparcamiento o en el patio del colegio de tu hija o en un cuarto de baño. Estaré acurrucado en tu cuarto de baño. Seguiré a tu hija a casa desde el colegio y después de joderla bien jodida me esconderé en tu cuarto de baño.

El doctor Nova se limita a mirarme fijamente, aburrido, como si mi comportamiento resultara explicable.

–Yo estaba en la habitación del hospital cuando tu padre murió de cáncer -le digo.

–Ya me lo has contado antes -dice él distraídamente.

–Se estaba pudriendo, doctor Nova -digo-. Yo le vi. Vi cómo se pudría tu padre. Les conté a todos mis amigos que tu padre murió de una gangrena. Que se metió un tampón en el culo y lo dejó allí demasiado tiempo. Murió gritando, doctor Nova.

–¿Has… matado a alguien recientemente, Jamie? – pregunta el doctor Nova, sin mostrarse afectado de modo demasiado visible.

–En una película -digo-. Mentalmente. – Suelto unas risitas.

El doctor Nova suspira, me examina, inseguro.

–¿Qué es lo que quieres?

–Quiero esperarte en el asiento de atrás de tu coche, babeando…

–Ya te he oído, Jamie. – El doctor Nova suspira profundamente.

–Quiero que me vuelvas a recetar Darvocet; si no, esperaré junto a esa encantadora piscina con el fondo negro que tienes una noche cuando salgas a darte un baño, doctor Nova, y te arrancaré las venas y los tendones de tu musculoso muslo. – Ahora estoy de pie, y doy unos pasos.

–Te recetaré el Darvocet, Jamie -dice el doctor Nova-. Pero quiero que me visites de un modo menos irregular.

–Estoy muy tenso -digo yo-. Tú estás tranquilo mientras vienen.

Llena una receta y luego, mientras me la tiende, pregunta:

–¿Por qué debería de tenerte miedo?

–Porque soy un hijoputa fuerte y bronceado y mis dientes están tan afilados que, a su lado, una navaja de afeitar parecería un cuchillo para la mantequilla. – Hago una pausa-. ¿Necesitas alguna razón mejor?

–¿Por qué me amenazas? – pregunta él-. ¿Por qué debería de tenerte miedo?

–Porque voy a ser la última imagen que verás -le digo-. Tenlo en cuenta.

Me dirijo a la puerta, luego me doy la vuelta.

–¿Cuál es el sitio donde te sientes más seguro? – pregunto.

–En un cine vacío -dice el doctor Nova.

–¿Cuál es tu película favorita? – pregunto.


Vacation,
con Chevy Chase y Christie Brinkley.

–¿Cuál es tu cereal favorito?

–Mini Wheat escarchado o algo que lleve salvado.

–¿Cuál es tu anuncio de la tele favorito?

–Aspirina Bayer.

–¿Por quién votaste en las últimas elecciones?

–Por Reagan.

–Define el punto de fuga.

–Defínelo tú. – Está llorando.

–Nosotros ya hemos estado allí -le digo-. Nosotros ya lo hemos visto.

–¿Quiénes sois… vosotros? – Se queda sin respiración.

–Una legión.

11

LA QUINTA RUEDA

–¿Vamos a matar al niño? – pregunta Peter, con aspecto asustado y nervioso, frotándose los brazos, con los ojos muy abiertos, una gran tripa sobresaliendo debajo de una camiseta de BRYAN METRO; está sentado en un destrozado butacón verde delante de la tele, viendo dibujos animados.

Mary está tumbada en el colchón de la otra habitación, espatarrada, completamente pasada, oyendo a Rick Springfield o a otro tonto del culo así en la radio, y yo me siento bastante mal y trato de liar este canuto y hago como que Peter no ha dicho nada, pero vuelve a hacer la pregunta.

–No sé si me lo estás preguntando a mí o a Mary o a uno de esos putos Picapiedra de la puta tele, tío, pero no lo preguntes otra vez -digo.

–¿Vamos a matar al niño? – pregunta.

Dejo de tratar de liar el canuto -los papeles de fumar están demasiado húmedos y se me deshacen entre los dedos- y Mary gime y dice un nombre.

El niño lleva atado en la bañera desde hace algo así como cuatro días y todos estamos un poco nerviosos.

–Estoy perdiendo la calma -dice Peter.

–Dijiste que iba a ser fácil de verdad -digo-. Dijiste que todo iba a ir perfectamente. Que todo saldría bien, tío.

–Pues la jodí. – Se encoge de hombros-. Lo sé. – Aparta la mirada de los dibujos animados-. Y sé que tú lo sabes.

–Mereces una medalla, tío.

–Mary no sabe nada. – Peter suspira-. Esa chica nunca se entera de nada.

–¿Así que sabes que yo sé que se jodió? – pregunto-. ¿Es eso?

Peter empieza a reírse.

–¿Vamos a matar al niño? – Mary se ríe con él y yo me seco las manos mientras los oigo.

Peter se pone en contacto conmigo a través de un traficante para el que yo solía trabajar y éste me llama desde Barstow. Peter está en Barstow con una india que se ligó junto a una máquina tragaperras en Reno. El traficante me da el número de un hotel del desierto y llamo a Peter y él me dice que viene a Los Ángeles y que él y la india necesitan un sitio donde quedarse un par de días. Hace tres años que no veo a Peter, desde que una hoguera que iniciamos quedó sin control. Le susurro, por el teléfono:

–Sé que andas jodido, tío.

Y él dice:

–Sí, claro, déjame que vaya ahí.

–No quiero que hagas esa puta movida que, según creo, vas a hacer -digo con la cara entre las manos-. Quiero que te quedes una noche y te largues.

–¿Quieres saber una cosa? – pregunta.

Yo no digo nada.

–No va a ser como tú piensas -dice.

Peter y Mary, que ni siquiera es india, vienen a Los Ángeles y me encuentran en una casa de Van Nuys hacia las doce de la noche y Peter se acerca y me agarra y dice:

–Tommy, colega, ¿cómo te ha ido, amiguete?

Yo me quedo allí, temblando y digo:

–Hola, Peter.

Está gordo, ciento cuarenta, ciento ochenta kilos, y tiene el pelo largo y rubio y grasiento y lleva una camiseta verde, salsa por toda la cara, señales de pinchazos en los brazos, y me cabreo.

–¿Peter? – pregunto-. Pero ¿qué cojones estás haciendo?

–Oye, oye, tío -dice él-. ¿Qué pasa? Toda va bien. – Tiene los ojos muy abiertos y una mirada rara y me está jodiendo.

–¿Dónde está la chica? – pregunto.

–Fuera, en la furgoneta -dice él.

Espero y Peter no se mueve.

–¿Fuera en la furgoneta? ¿Es eso? – pregunto.

–Sí -dice Peter-. Fuera en la furgoneta.

–Estoy esperando a que te muevas o algo así-digo-. ¿Por qué no vas a traer a la chica?

No hace nada. Se limita a seguir allí.

–¿La chica está en la furgoneta? – pregunto.

–Eso es -dice él.

Me está jodiendo de verdad.

–¿Por qué coño no la traes aquí, gordo de mierda?

Pero no hace nada.

–Mira, tío. – Suspiro-. Vamos a verla.

–¿A quién? – pregunta-. ¿A quién, tío?

–¿A quién crees tú que me refiero?

Por fin dice:

–Ah, claro, a Mary, eso es.

La chica está completamente pasada al fondo de la furgoneta y está bronceada y tiene el pelo largo y rubio, y está delgada por las drogas pero parece de buena disposición y es guapa. La primera noche duerme en el colchón de mi habitación y yo duermo en el sofá y Peter se queda sentado en el butacón viendo los programas de la tele de madrugada y creo que va una o dos veces a por comida pero estoy cansado y jodido e ignoro la situación.

A la mañana siguiente Peter me pide dinero.

–Es mucho dinero -digo yo.

–¿Qué quieres decir con eso? – pregunta él.

–Que has perdido la cabeza -digo-. Que yo no tengo nada de dinero.

–¿Nada? – pregunta. Se echa a reír.

–Lo has entendido perfectamente -señalo.

–Tengo que pagarle a un tipo de aquí.

–Lo siento, colega -digo-. No lo tengo.

No dice mucho más, se limita a volver a la habitación a oscuras con Mary, y yo voy al lavacoches de Reseda donde trabajo cuando no tengo otra cosa mejor que hacer.

Vuelvo a casa después de un día bastante jodido y Peter está en el butacón y Mary todavía sigue en la habitación del fondo oyendo la radio y me fijo en dos zapatos pequeños que hay junto a la mesa de la tele y le pregunto a Peter:

–¿De dónde sacaste esos zapatos tan pequeños, colega?

Peter está muy pasado, con una estúpida mueca de susto en su cara de globo, mirando los dibujos animados, y yo miro atentamente los zapatos y oigo a lo lejos llantos, golpes, una especie de zumbido al otro lado de la puerta del cuarto de baño.

–¿Es una… broma? – le pregunto-. Lo pregunto porque sé lo jodido que eres, colega, y sé que no se trata de una broma, tío, joder.

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