Los conquistadores de Gor (25 page)

BOOK: Los conquistadores de Gor
9.1Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Clitus empezó a dar órdenes a mis hombres.

—Capitán —dijo una voz a mi espalda.

Giré y vi ante mí al jefe de remeros.

—Mereces ser jefe de remeros en un barco con ariete —dije.

—Era enemigo tuyo.

—Si lo deseas, puedes venir conmigo.

—Lo deseo —respondió.

Me dirigí a Thurnock y Tab.

—Ofrecí paz a Cos y a Tyros, y por ello me condenaron a las galeras.

—¿Cuándo las atacaremos? —preguntó Tab.

Reí.

—Creo que cuanto antes mejor, puesto que os han ofendido —dijo Tab riendo.

—Sí, me han ofendido y ahora podremos atacarles.

Mis hombres gritaron de alegría, pues pensaban que los barcos de Bosko se habían sometido demasiado tiempo al dominio marítimo de Cos y de Tyros.

—El Bosko se ha enojado —gritó Thurnock riendo.

—Así es —dije.

—¿Qué haremos ahora? —preguntó Clitus.

—Regresar a Puerto Kar. Si no recuerdo mal, hay una galera pesada esperándome que será muy útil cuando ataquemos a Cos.

—Sí que lo será —comentó Thurnock.

—¿Y cuando estemos en Puerto Kar, qué haremos? —preguntó Tab.

Le miré fijamente.

—Pintaremos los barcos de verde —respondí.

El verde, en Thassa, es el color de los piratas. Casco, velas, remos, jarcias... todo verde. Un barco verde en el reluciente Mar de Thassa puede resultar casi invisible.

—Así se hará —dijo Tab.

Los hombres que nos rodeaban volvieron a lanzar gritos de alegría. Al ver al oficial cuya espada empuñaba, reí y lancé el arma clavándola en la cubierta a sus pies.

—Tu espada —grité.

Salté por encima de la borda y alcancé la cubierta de la galera del arsenal. Mis hombres me siguieron soltando los garfios y maromas que unían nuestro barco al Rena.

—Y ahora, rumbo a Puerto Kar.

Antes de finalizar un mes las naves de Bosko, una galera ligera, dos de clase media y otra pesada, hicieron sus primeros estragos en Thassa.

Hacia los últimos días del segundo mes, la bandera de Bosko era conocida desde landa hasta Torvaldsland y desde el delta del río Vosk hasta los salones del trono en Cos y Tyros.

Mis tesoros no tardaron en aumentar considerablemente, así como el número de mis barcos. Con el oro que conseguí por mis actos de piratería compré extensos muelles y almacenes en el borde oeste de Puerto Kar. Sin embargo, para facilitar el amarre de mis barcos y reducir los impuestos, decidí vender algunos de los redondos que había atrapado, así como algunos de los largos de inferior calidad. Siempre que me era posible dedicaba a mis barcos redondos al comercio, asesorados por Luma, la esclava, mientras que los barcos con ariete, o de guerra, los enviaba a luchar contra Cos y Tyros, en grupos de dos o tres. Normalmente yo dirigía una flota de cinco barcos con ariete y pasaba grandes temporadas en el mar buscando importantes víctimas.

No había olvidado aquel tesoro que iba a zarpar de Tyros con destino a Cos, con la bella Vivina destinada a ocupar el lecho del Ubar de esta última isla.

Envié espías a Tyros, Cos y muchos otros puertos de Thassa. Creo que llegué a conocer el movimiento de los barcos de aquellos dos Ubaratos mejor que muchos de los miembros de sus consejos. Por consiguiente no fue por accidente que yo, Bosko el de los Pantanos, en el Quinto Pasaje del año 10. 120 desde la fundación de Ar y cuatro meses después del fallido golpe de Henrius Sevarius, estuviera sobre el puente de mi buque insignia, el Dorna de Thassa, al mando de una flota de dieciocho de mis barcos, más doce pertenecientes al arsenal, a una hora y lugar determinado del luminoso Mar de Thassa.

—Flota por el costado de babor —gritó el vigía.

—Desmontad mástiles y arriad velas. Todo listo para atacar —ordené.

14. BOSKO RIGE SOBRE EL MAR DE THASSA

No hay que olvidar que el Dorna en sí ya es un arma. Es un barco tipo tarn, o sea de guerra. Es largo, estrecho y plano con un solo mástil por lo que resulta ser muy rápido. El ariete es pesado proyectándose en la forma del pico del tarn justo por debajo del nivel del agua y centra en sí toda la fuerza de la quilla y de la popa, lo cual, como ya he dicho antes, lo convierte en un arma de guerra. Generalmente, esta clase de barcos están pintados con gran variedad de colores pero el Dorna, por supuesto, es todo verde. Además de los dos puentes de popa y proa muestra dos torretas movibles de unos sesenta centímetros de alto, dos ligeras catapultas y ocho tirapiedras. También está equipado de cuchillas para segar remos.

Disponía de treinta barcos con ariete. Dieciocho eran míos y los doce restantes pertenecían al arsenal. La flota que transportaba el tesoro con su escolta sumaba setenta barcos en total. Cuarenta eran barcos con ariete y treinta eran redondos. De los cuarenta con ariete, veinticinco eran pesados y quince de clase media. Los míos eran veinte pesados y diez de clase media. Ninguna de las dos flotas tenía barcos medianos.

Era costumbre mía nunca atacar a un barco redondo con el ariete y había hecho que esta norma fuera conocida en los puertos de Thassa. Sin duda alguna, durante estos meses había circulado la noticia de que Bosko no sólo no hundía barcos redondos, sino que cuando se apoderaba de ellos dejaba a todos los esclavos en libertad. Sinceramente, creo que era debido a esto que en los pasados meses el éxito había coronado mis empresas. También había hecho saber que si me apoderaba de un barco redondo y los esclavos habían sido maltratados o muertos por sus superiores, no habría compasión para ellos.

Debido a todo esto no me resultaba difícil reclutar hombres para abastecer mi propia flota. Los esclavos, por supuesto, estaban deseosos de que el barco en el que servían fuera capturado por mí y no podía esperarse que aquellos hombres se esforzaran para huir de mis ataques, pero, a la vez, los jefes de esclavos, temiendo mi ira, tampoco se esforzaban en que éstos obedecieran sus órdenes plenamente.

Sólo quedaban dos alternativas a los hombres de Cos y Tyros: Sentar en los bancos de los remeros a hombres libres, cosa que no era tradicional en los barcos redondos, o aumentar el número de barcos escolta. Cos y Tyros escogieron esta última de las dos alternativas aunque, por supuesto, también era la más cara. Por otro lado, los barcos portadores de los tesoros hubieran sido escoltados por una extensa flota de barcos con ariete.

Los mercaderes de Cos, Tyros y sus aliados estaban disgustados, puesto que las mercancías transportadas por sus barcos encontraban gran competencia en los mercados de Thassa, ya que el coste de las mismas se había incrementado considerablemente debido a la forzada protección de sus barcos. También las tarifas del seguro marítimo en aquellas islas se habían convertido en cifras prohibitivas.

Debido a mi modo de actuar con los barcos redondos, no esperaba que Cos y Tyros arriesgaran exponerlos en la contienda y, en consecuencia, la cifra de setenta barcos contra treinta se reduciría a cuarenta, o acaso, cincuenta contra treinta. Pero incluso esta cifra resultaba insensata. No tenía intención de iniciar la batalla a no ser que me hallara en condiciones de igualdad o, a ser posible, de superioridad. Para mí lo importante no era el número total de barcos partícipes en la batalla, sino el número de barcos que podría ser aplicado en un determinado momento o lugar, y según este razonamiento organicé mi plan.

Inicié mi aproximación a la flota enemiga desde el sudeste con tan sólo doce barcos. Aunque habíamos desmontado los mástiles y las jarcias y las velas habían sido guardadas en la bodega, ordené a los flautistas y tambores ejecutar una pieza de aire marcial, cosa común en los barcos de guerra que navegan por el Mar de Thassa. Avanzábamos valientes acompañados por la música, a media velocidad, en dirección a la flota.

Puesto que los mástiles del enemigo aún no habían sido retirados de los barcos de guerra, significaba que todavía no nos habían detectado, pero esto no tardaría en ocurrir.

Desde el puente de popa del Dorna, y con ayuda de un catalejo, observé cómo uno a uno los mástiles eran retirados de los barcos de guerra del enemigo. También llegaba a mis oídos el sonido de la trompeta dando señales y podía ver el movimiento de sus banderas ampliando órdenes. No me era posible distinguir las cubiertas de aquellos barcos, pero estaba seguro que en ellos reinaba el bullicio. Los arqueros se preparaban y armas y escudos eran subidos desde la bodega. Se estarían encendiendo las hogueras para calentar las piedras y la resina; se bañarían las puntas de las jabalinas en pez y se pondrían a punto los lanzapiedras y las catapultas. En pocos momentos se extenderían pieles mojadas sobre las cubiertas y se amontonarían pellejos llenos de agua para extinguir los fuegos que pudieran producirse en la batalla. Dentro de los siguientes diez ehns los puentes habrían sido despejados, excepto por las armas y los artefactos bélicos, y las puertas de las escotillas aseguradas. La actividad en nuestros barcos era muy similar.

—¡Velocidad al cuarto! —ordené al jefe de remeros que ocupaba su asiento tan sólo unos centímetros más bajo del lugar donde yo estaba.

No quería aproximarme a la flota enemiga con demasiada rapidez. Ellos no sabían que yo conocía su número de barcos ni la composición de la misma. Es posible que creyeran que me alarmaría al comprender la magnitud de la flota a la que había osado enfrentarme.

Escuché divertido el son de las valientes notas de mis flautistas y tambores. Tan pronto vi el perímetro de la flota que se dirigía hacia mí, ordené a mis músicos que cesaran de tocar. En el inesperado silencio llegó a mis oídos, a través del agua, el sonido de sus flautas y tambores. Ordené al jefe de remeros que diera la orden de parar los remos. Quería dar la sensación de indecisión en presentar batalla, como si me hallara confuso, sorprendido.

Ordené a mi trompeta diera la señal de levar los remos y la orden se repitió de barco a barco.

Sobre las notas de la música podía oír a los trompetas dando señales de barco a barco mientras se aproximaban. A pesar de desconocer la clave de las instrucciones de los barcos enemigos, estaba seguro de que informaban acerca de mi indecisión, y cuando oí nuevas instrucciones y vi que los barcos redondos se apartaban mientras los de guerra se abrían en abanico dirigiéndose hacia nosotros, quedé convencido de mi interpretación.

Cerré el catalejo de golpe mientras lanzaba una carcajada.

—¡Excelente! —exclamé.

Thurnock, a mi lado, sonrió mostrando el diente que le faltaba en el costado de la mandíbula superior.

—Timonel listo. Jefe de remeros, a medio ritmo.

Siguiendo el plan trazado, ni tan siquiera me molesté en transmitir estas órdenes al resto de mis barcos. Deseaba dar la impresión de que, atemorizados, tratábamos de escapar de la pelea, que en mi desconcierto había olvidado pasar las órdenes a los demás barcos y que éstos, alarmados, imitarían mis movimientos. Ahora se oían más trompetas. Algunas eran de los enemigos, otras eran de mis barcos, notas cortas, notas que pedían órdenes, que interrogaban acerca de sus movimientos. Mis barcos estaban en buenas manos. Oía las flautas y tambores de la flota enemiga. Una jabalina, con la punta en llamas, surcó el aire cayendo a unos diez metros de nuestro barco.

Abrí de nuevo el catalejo.

Conté unos veinte barcos en abanico que se dirigían hacia nosotros.

El Dorna había girado y a medio ritmo se dirigía rumbo sudeste en dirección contraria a la de nuestros perseguidores.

Mis otros once barcos, con movimientos poco gráciles, maniobraban para unirse a mí en la huida.

Ordené al trompeta y a las banderas dar la orden de retirada.

Estos doce barcos, incluyendo el Dorna, eran los más rápidos de todos los que tenía, y estaba seguro que con la ventaja que disfrutábamos podríamos mantener a los barcos enemigos a una distancia conveniente indefinidamente o, en caso de haberme equivocado, al menos durante varios ahns.

Huíamos, por supuesto, tan sólo a ritmo medio puesto que deseaba que la persecución resultara tentadora al enemigo.

Así fue.

Otra jabalina ardiendo cruzó el espacio precipitándose en las aguas tan sólo a cinco metros y medio de distancia.

En un cuarto de ahn pude comprobar que unos treinta barcos se habían unido en persecución nuestra. La flota del tesoro con una pequeña escolta había quedado atrás.

Una nueva jabalina, procedente del barco que encabezaba la persecución, cruzó elegante el espacio. Sonreí. Ordené a nuestro jefe de remeros que el ritmo se alterara a tres cuartos.

Ahora mis barcos, al parecer aterrados, escapaban en dirección sudeste sin formación alguna pero perseguidos por dos o tres barcos enemigos. El mío, acaso porque habían reconocido que se trataba del barco insignia ya que había encabezado la formación, era honrado por cinco perseguidores.

Después de dos ahns, a veces acelerando y otras reduciendo la velocidad con el fin de alentar a nuestros perseguidores, habíamos conseguido dispersarlos en un amplio abanico según las características de los barcos enemigos.

Según mis cálculos el resto de mi flota, dieciocho barcos con ariete, ya había atacado a la flota del tesoro, protegida tan sólo por diez barcos de guerra, por el noroeste.

No obstante, me sentía ligeramente desconcertado ante la implacable persecución de los barcos enemigos. Había enarbolado la bandera del Bosko de los Pantanos con la esperanza de que esto incitara al enemigo a una rápida persecución de mis barcos, ya que no ponía en duda que el precio de mi cabeza era elevado en las islas de Cos y Tyros. Sólo me desconcertaba que la persecución fuera tan implacable y prolongada. Al parecer no había llegado a comprender mi importancia ante los ojos de los dos Ubares.

Habían transcurrido más de doce ahns antes de que el comandante del barco insignia comprendiera que le había engañado o que no le sería posible darme alcance.

—Levad remos —ordené.

También el barco que nos perseguía levó remos y empezó a girar.

—¿Cómo están los hombres? —pregunté al jefe de remeros. Era el que había dado las órdenes en el Rena de Temos.

—Están bien. No están cansados puesto que no se ordenó velocidad máxima.

—Que descansen.

Se oyeron trompetas y las banderas empezaron a emitir señales. Todos los barcos que lo seguían empezaron a girar. Algunos de los que perseguían a mis otras naves, habiendo visto con ayuda del catalejo las señales, también ponían fin a la persecución. Otros estarían desperdigados por el Mar de Thassa.

BOOK: Los conquistadores de Gor
9.1Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Let It Be Love by Victoria Alexander
Last Call by Baxter Clare
THE PRESIDENT'S GIRLFRIEND by Monroe, Mallory
Sex and the Citadel by Shereen El Feki
Chloe by Freya North
Teaching the Cowboy by Trent, Holley
A Killing Moon by Steven Dunne