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Authors: John Wyndham

Tags: #Ciencia Ficción

Los cuclillos de Midwich (28 page)

BOOK: Los cuclillos de Midwich
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—Lo creo —acepté—, pero son cuestiones puramente académicas. En lo que me concierne, el problema básico de su presencia aquí me preocupa ya lo suficiente.

—Oh —dijo Zellaby—. No creo que este problema tenga nada de nuevo. Es el mismo que ha planteado el hecho de nuestra propia existencia.

—Yo no lo veo así. Nosotros surgimos de este suelo, pero, ¿de dónde han venido esos Niños?

—¿No crees que estás tomando una hipótesis como un hecho establecido? Hemos supuesto que hemos surgido de este suelo; y para apoyar esta hipótesis hemos supuesto que existió una criatura que fue nuestro propio antepasado y el de los monos: lo que nuestros abuelos tenían la costumbre de denominar "el eslabón perdido". Pero nunca han existido pruebas concluyentes, ni siquiera satisfactorias, de la existencia de una tal criatura. En cuanto al único eslabón perdido, diablos, toda esta hipótesis está llena de eslabones perdidos, si me permites la comparación. ¿Puedes concebir que todas nuestras distintas razas provienen de esta única criatura? Yo no lo creo en absoluto, aunque me esfuerce en comprenderlo. Tampoco veo cómo, en un estadio más avanzado, una criatura tomada hubiera podido hacer la segregación de las distintas tendencias que dieron nacimiento a nuestras razas, cuyas características son tan definidas como fijas. Se podría comprender el fenómeno si se produjera en islas, pero no en grandes extensiones de tierra. A primera vista el clima puede tener un cierto efecto, hasta que uno se da cuenta de que las características mongólicas son comunes a indígenas del polo y del ecuador. Piensa también en el enorme número de tipos intermedios que hubiera tenido que haber, y luego en el número de las pocas pobres reliquias que hemos podido encontrar. Piensa en el número de generaciones que tendríamos que remontar para hallar el origen de los negros, de los blancos, de los cobrizos y de los amarillos, y observa que allá donde deberíamos encontrar innumerables huellas de ese desarrollo de millones de antepasados en plena evolución no hallamos prácticamente más que un gran vacío. Date cuenta que sabemos mucho más de la era de los reptiles que de la era del hombre, cuyo origen es supuestamente terrestre. Hace ya mucho tiempo que poseemos un árbol genealógico completo de la evolución del caballo. Si hubiéramos podido hacer lo mismo con el hombre, ahora ya lo tendríamos hecho. Pero ¿qué tenemos en su lugar? Algunos raros, excesivamente raros, especimenes aislados. Nadie sabe cuándo y dónde hay que situarlos en la escala evolutiva porque simplemente no hay ninguna escala, no hay más que una hipótesis de escala. Esos especimenes se hallan tan alejados de nosotros como nosotros lo estamos de los Niños...

Durante casi media hora escuché una densa digresión sobre la insatisfactoria y errática filogenia del género humano, un discurso que Zellaby concluyó pidiendo perdón por la brevedad con la que había tratado un tema que no podía en absoluto haber quedado agotado con algunas frases como él había intentando hacer.

—Sin embargo —añadió—, habrás observado que esta hipótesis convencional tiene más lagunas que sustancia...

—Pero si tú invalidas esta hipótesis, ¿qué nos queda? —pregunté.

—No lo sé —confesó Zellaby—. Pero me niego a admitir una mala teoría bajo el pretexto de que no hay ninguna otra que sea mejor y, de la propia falta de unas pruebas que deberían ser abundantes, extraigo una argumentación para la teoría contraria, sea cual sea. En definitiva, considero que la venida de esos Niños es apenas más sorprendente, objetivamente, que la de las distintas otras razas humanas que aparentemente han accedido a la vida completamente formadas, o al menos sin filiación ancestral claramente definida.

Una conclusión tan incierta me parecía indigna de Zellaby. Sugerí que tal vez tuviera alguna teoría propia suya.

Zellaby agitó la cabeza.

—No —confesó modestamente. Y luego añadió—: Es evidente que tenemos que conjeturar. Esas conjeturas no son desgraciadamente todas ellas válidas, y algunas veces nos perdemos. Por ejemplo, es inquietante para un buen racionalista como yo interrogarse sobre la posibilidad de la existencia de alguna Potencia Exterior dedicada a arreglar las cosas aquí abajo. Cuando paseo mi mirada a mi alrededor por el mundo, me parece ver de tanto en tanto una especie de campo de maniobras más bien desordenado. El tipo de terreno donde uno dejaría de tanto en tanto un nuevo modelo, para ver cómo se comporta entre todo el tumulto. Sería fascinante para un inventor ver a sus criaturas puestas a prueba, ¿no crees? Descubrir si ha producido esta vez un buen gato o un ratón cualquiera, y observar también los progresos realizados por sus primeros modelos y ver cuáles se han mostrado realmente hábiles en convertir en un infierno la vida de los demás... ¿No lo ves así? ¡Oh, ya te he dicho que nos perderíamos en nuestras conjeturas!

—De hombre a hombre, Zellaby, te diré que no solamente eres un charlatán, sino que también acostumbras a decir un montón de desvaríos a los que sabes dar una apariencia de sensatez. No me sorprende que siembres la confusión entre tus auditorios.

Zellaby adoptó una actitud ofendida.

—Mi querido amigo, mis palabras están siempre llenas de buen sentido. En sociedad es precisamente mi mayor defecto. Hay que hacer una distinción entre el continente y el contenido. ¿Prefieres acaso oírme hablar con el dogmatismo espeso y monótono que nuestros hermanos de mentes más simples creen, como pobres gentes que son, que es la huella de la sinceridad? Y, aunque fuera este el caso, deberías examinar atentamente el contenido.

—Lo que quiero saber —dije firmemente— es si, habiendo descartado la hipótesis de la evolución humana, tienes alguna otra hipótesis seria que proponer.

—¿Acaso no te gusta mi idea del Inventor? Por otro lado, a mí tampoco. Pero al menos tiene el mérito de ser menos improbable y mucho más accesible que la mayor parte de las soluciones religiosas. Y cuando hablo de un "Inventor" no quiero decir necesariamente un individuo. Lo más probable es que se trate de un equipo. Me parece que si un equipo de nuestros propios biólogos y cibernéticos tomaran una isla alejada como campo de experiencias, se sentirían muy interesados y aprenderían mucho observando a sus especimenes en conflicto ecológico. Y, después de todo, ¿qué es un planeta sino una isla en el espacio? Pero ya te he dicho que una conjetura no era equivalente a una teoría.

Nuestro paseo nos había llevado a la carretera de Oppley. Al acercarnos al pueblo, una silueta, sumergida en sus pensamientos, salió del camino de Hickham y giró en dirección al pueblo, ante nosotros. Zellaby lo llamó. Bernard salió de su ensimismamiento. Se detuvo y esperó a que lo alcanzáramos.

—No tiene usted aspecto de haber tenido éxito con el doctor Torrance —dijo Zellaby.

—Ni siquiera he podido ir a ver al doctor Torrance —respondió Bernard—. Y ahora ya no hay razón para molestarle. Acabo de tener una conversación con dos de sus Niños.

—No con dos Niños —protestó suavemente Zellaby—. Se habla a un chico compuesto, a una chica compuesta, o a ambos a la vez.

—De acuerdo, acepto la rectificación. Acabo de tener una conversación con todos los Niños, o al menos eso es lo que creo, ya que me ha parecido percibir lo que podríamos llamar un muy fuerte sabor zellabiano en el estilo de la conversación del chico y de la chica.

Zellaby pareció enormemente divertido.

—Considerando que somos respectivamente lobos y corderos, nuestras relaciones han sido generalmente buenas. Es reconfortante constatar que al menos se ha conseguido una cierta influencia educativa —hizo notar—. ¿Y cómo han ido las cosas?

—No creo que el término "ir" pueda aplicarse al presente caso —dijo Bernard—. He sido informado, instruido y reprendido. Y finalmente se me ha encargado de transmitir un ultimátum.

—¿Ah, sí? ¿Y a quién? —preguntó Zellaby.

—A decir verdad, aún no lo sé. Creo que a cualquiera que se halle en situación de proporcionarles un medio de transporte aéreo.

Zellaby enarcó las cejas.

—¿Para dónde?

—No me lo han dicho. Para algún lugar donde puedan vivir sin ser molestados, imagino.

Nos resumió brevemente los argumentos de los niños:

—Y esto es, en definitiva, de lo que se trata —concluyó—. A su modo de ver, su existencia aquí constituye un desafío a las autoridades, un desafío que no se puede ocultar más tiempo. No pueden ser ignorados, pero no importa qué gobierno que intentara neutralizarlos se atraería un montón de problemas si no lo consiguiera, y no muchos menos si lo consiguiera. Ni siquiera los propios Niños sienten deseos de atacar o de verse obligados a defenderse.

—Naturalmente —murmuró Zellaby—. Su primera preocupación es sobrevivir para, inmediatamente, poder dominar.

—En consecuencia, es del interés de ambas partes que se les proporcionen los medios para alejarse de aquí.

—Lo cual significaría que los Niños han ganado un punto —comentó Zellaby, y quedó pensativo.

—Me parece arriesgado desde su punto de vista —insinuó— . Es decir: todos juntos en un avión...

—No te preocupes por ellos. Han previsto un montón de detalles. Necesitarán varios aviones. Y habrá que poner a su disposición gente para verificar los aparatos, y registrarlo todo para ver si no hay alguna bomba de relojería o algo parecido. Hay que proporcionarles paracaídas, de los que harán verificar algunos. Hay un montón de disposiciones así. Han mostrado más capacidad para comprender el significado de los acontecimientos de Gizhinsk que nosotros mismos. No creo que se dejen engañar fácilmente.

—Hum —dije—. Debo confesar que no te envidio por haberte sido encargada tan curiosa misión. ¿Cuál es el otro aspecto de la alternativa?

Bernard agitó la cabeza.

—No existe. Quizá "ultimátum" no sea la palabra exacta. Tal vez sea más bien una orden. Les he dicho a los Niños que veía pocas esperanzas de convencer a mis superiores de que la cosa iba en serio. Me han dicho que preferían primero ensayar de este modo, y que sería mucho más fácil si las cosas se podían arreglar así. Si no consigo nada, y estoy casi seguro de que no lo voy a conseguir yo solo, proponen que entonces me haga acompañar por dos de ellos en mi segundo intento.

»Después de haber visto lo que su "compulsión" podía hacerle al jefe de policía, las cosas no se presentan muy bien. No veo por qué no pueden ir haciendo presión, de un nivel a otro, hasta alcanzar las más altas esferas. ¿Quién puede impedírselo?

—Podíamos haber esperado algo así desde hace tiempo —dijo Zellaby, saliendo de sus reflexiones—. Es algo tan inevitable como el cambio de las estaciones Pero no lo esperaba tan pronto; creo de todos modos que no se hubiera producido hasta dentro de algunos años, si los rusos no hubieran precipitado las cosas. Creo adivinar que ha ocurrido mucho antes de lo que los propios Niños hubieran deseado. Saben que aún no están preparados. Es por eso por lo que quieren alejarse a alguna parte donde puedan esperar a completar su desarrollo sin ser molestados.

»Nos hallamos enfrentados a un dilema moral muy embarazoso. Por un lado, es nuestro deber hacia nuestra raza y nuestra cultura liquidar a esos Niños ya que está claro que si no lo hacemos seremos completamente dominados por ellos, si no peor, y su cultura, sea cual sea, eclipsará la nuestra.

»Por otro lado, es precisamente nuestra cultura la que crea nuestros escrúpulos ante la exterminación despiadada de minorías no armadas, sin hablar de los obstáculos prácticos de una tal situación.

»Y además, el hecho de permitir a los Niños desplazar el problema que comportan a un territorio de gentes aún peor equipadas que nosotros para que instalen allí su cuartel general es una fórmula evasiva de temporización que demuestra una falta absoluta de valor moral.

»Uno empieza a añorar los buenos viejos marcianos de Wells. Al menos no nos hallaríamos ante una de esas complejas situaciones en las que ninguna solución es defendible moralmente.

Bernard y yo habíamos escuchado en silencio. Me creí en la obligación de decir:

—Todo esto me parece precisamente el tipo de brillante conclusión que ha echado a todos los filósofos de todos los tiempos en garras de las situaciones imposibles.

—En absoluto —protestó Zellaby—. En un tal callejón sin salida, donde toda acción es inmoral, queda aún la posibilidad de actuar para el bien del mayor número. Ergo, hay que eliminar a los Niños al menor costo posible, y en el tiempo más breve posible. Me cuesta llegar hasta aquí. A lo largo de nueve años, he terminado por sentir afecto hacia ellos. Y, diga lo que diga mi mujer, creo haber llegado con ellos lo más cerca posible de la amistad.

Se detuvo de nuevo durante un largo intervalo de tiempo y luego dijo, agitando la cabeza:

—Eso es lo que hay que hacer. Pero, por supuesto, nuestras autoridades no se atreverán a hacerlo... y les estoy reconocido por ello, ya que no veo el medio que prácticamente pudieran emplear sin causar al mismo tiempo la pérdida de todos los que vivimos en el pueblo. —Se detuvo y contempló a Midwich a su alrededor, un pueblo tranquilo bañado por el sol—. Yo ya soy viejo y, de todos modos, no me queda mucho por vivir, pero tengo una mujer joven y un hijo pequeño, y me gustaría poder pensar que todo esto permanecerá el mayor tiempo posible. No, las autoridades se equivocarán, no existe la menor duda, pero si los Niños quieren partir se les darán los medios para hacerlo. El humanitarismo triunfa por encima de la necesidad biológica. ¿Cómo llamarle a eso? ¿Probidad? ¿Decadencia? Pero así nuestros días de preocupación se verán retrasados... ¿por cuánto tiempo? Confieso que no lo sé...

De regreso a Kyle Manor, el té estaba listo, pero tras la primera taza Bernard se levantó y se despidió de los Zellaby.

—No conseguiré nada permaneciendo más tiempo aquí —dijo—. Cuanto más pronto presente las demandas de los Niños a mis incrédulos superiores, más pronto me desembarazaré de todo esto No tengo la menor duda de lo bien fundados que son sus argumentos a su escala, señor Zellaby, pero personalmente haré todo lo que pueda para alejar a esos Niños no importa dónde fuera de este país, y lo más rápidamente posible. He visto muchas cosas desagradables en mi vida, pero ninguna me ha parecido tan turbiamente amenazadora como la degradación de su jefe de policía. Por supuesto, le tendré al corriente.

Me miró.

—¿Vienes conmigo, Richard?

Vacilé. Janet seguía en Escocia, y no volverán hasta dentro de algunos días. Nada me reclamaba en Londres, y consideraba que el problema de los Niños de Midwich era mucho más apasionante que todo lo que pudiera encontrar en la capital. Anthea pareció comprender mis pensamientos.

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