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Authors: John Wyndham

Tags: #Ciencia Ficción

Los cuclillos de Midwich (21 page)

BOOK: Los cuclillos de Midwich
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Sin embargo, durante la cena, no tuve ocasión de dedicarme a tal ejercicio. Los Zellaby, sin duda pensando que ya habíamos tenido bastante para aquel día, se esforzaron en dirigir la conversación hacia temas sin relación con Midwich y sus problemas. Bernard estaba como distraído. En cuanto a mí, me daba perfectamente cuenta de los esfuerzos de Zellaby, y al terminar la cena escuché más atentamente y con mayor paciencia que al principio su disgresión sobre el movimiento ondulatorio de la forma y del estilo y sobre la deseabilidad de los períodos transitorios de rigidez social con el fin de disciplinar las energías subversivas de las nuevas generaciones.

Sin embargo, poco después de dejar la mesa para dirigirnos al salón, los problemas particulares de Midwich volvieron a salir a flote, traídos por el señor Leebody, que había venido a visitar a los Zellaby. El reverendo Hubert era un hombre inquieto, y a mi modo de ver los ocho últimos años habían dejado su profunda huella en él.

Anthea Zellaby hizo traer otra taza y le sirvió café. Los intentos de mantener una conversación intrascendente mientras el reverendo bebía fueron sin duda meritorios, pero también extremadamente confusos.

Pero cuando finalmente dejó la taza vacía, Leebody anunció, con la entonación de alguien que ya no puede contenerse:

—Es necesario, es absolutamente necesario hacer algo.

Zellaby lo miró pensativamente por unos instantes.

—Mi querido reverendo —le recordó amablemente—, esto es lo que estamos diciendo todos desde hace ocho años.

—Quiero decir que hay que tomar aprisa una decisión definitiva. Hemos hecho lo mejor que hemos podido para alojar a los Niños y mantener una especie de equilibrio, y bien pensado no creo que los resultados hayan sido malos, pero esto es algo que ha sido siempre provisional, improvisado, empírico, y por lo tanto algo que no podía durar. Necesitamos un código aplicado a los Niños, medios por los cuales les pueda ser impuesta la ley como a nosotros. Si la ley es impotente para asegurar el mantenimiento de la justicia, se hundirá en el descrédito, y fatalmente los hombres sentirán que no hay ningún recurso ni ninguna protección salvo en la venganza personal. Esto es lo que ha ocurrido esta tarde, y aunque consigamos superar esta crisis sin excesivo menoscabo dentro de poco se producirá forzosamente otra. Es inútil que las autoridades utilicen fórmulas legales para llegar a conclusiones que todo el mundo sabe que son falsas. El veredicto de esta tarde fue una farsa, y todo el pueblo está ya seguro de que la encuesta sobre el más joven de los Pawle también lo será. Es absolutamente necesario tomar inmediatamente medidas para colocar a los Niños bajo el control de la ley, antes de que estallen más graves disturbios.

—Habíamos previsto ya dificultades de este tipo, lo recordará usted —observó Zellaby—. Incluso remitimos al coronel aquí presente una memoria al respecto. Debo confesar que no esperábamos incidentes tan serios como los actuales, pero habíamos hecho hincapié en la necesidad de hallar medios adecuados para: mantener a los Niños dentro de las actuales reglas sociales y de la ley. ¿Qué ha ocurrido? Usted, coronel, la transmitió a las autoridades superiores, y poco tiempo después fuimos premiados con una respuesta agradeciendo nuestro interés, pero asegurándonos que el Departamento responsable tenía una total confianza en los psicólogos sociales que habían sido nombrados para instruir y guiar a los Niños. En otras palabras,no veían ningún medio de ejercer el menor control sobre ellos, y simplemente esperaban que, gracias a una educación adecuada, no se produciría ninguna situación crítica. En este aspecto confieso que comprendo al Departamento, puesto que todavía soy incapaz de ver cómo se podría forzar a los Niños a obedecer a ciertas reglas si han decidido pasar por encima de ellas.

El señor Leebody juntó las manos con aire impotente y desdichado.

—Pero hay que hacer algo —repitió—. Necesitábamos tan sólo un asunto como este para arrastrar la crisis hasta su punto culminante, y ahora tengo miedo de que todo vaya a estallar. No se trata de un asunto de puro razonamiento, es algo mucho más primitivo que esto. Casi todos los hombres del pueblo van a reunirse esta noche en La Hoz y la Piedra. Nadie les ha convocado, van forzados por la situación, y la mayor parte de las mujeres van de casa en casa y murmuran por grupos. Tal vez sea el tipo de excusa que los hombres han estado buscando siempre.

—Perdón —interrumpí—. No comprendo esto.

—Los cuclillos —explicó Zellaby—. Supongo que nunca habrás creído que los hombres sintieran un verdadero afecto por los Niños. Se han contenido tan sólo para complacer a sus mujeres. Si consideramos la afrenta, que han tenido que digerir, la cosa tiene un gran mérito, aunque este mérito pueda verse disminuido por el miedo a tocar a los Niños, tras dos o tres casos del tipo de Harriman.

»En cuanto a las mujeres, en gran parte al menos, no comparten ese resentimiento. Hoy saben que biológicamente no son en absoluto sus hijos, pero han pasado por ellos todos los inconvenientes del embarazo, y aunque se rebelen violentamente contra esta obligación no es un tipo de lazo que simplemente se pueda cortar de un tijeretazo y olvidarlo. Y además hay algunas de ellas que, incluso si tuvieran cuernos, colas y pezuñas en lugar de pies, se sentirían siempre locas de amor por ellos, como la señorita Ogle, la señorita Lamb y algunas otras por ejemplo. Pero lo mejor que se puede esperar de los hombres es la tolerancia.

—Era muy difícil —añadió el señor Leebody—. Su llegada destruyó las relaciones familiares habituales. No hay un solo hombre que no les odie. Nos hemos esforzado es allanar las cosas, pero eso es todo. En el fondo, nos limitamos a incubarlas...

—¿Y creen ustedes que el asunto Pawle será la gota que haga desbordar el vaso? —preguntó Bernard.

—Podría serlo. Pero aunque no lo sea, será alguna otra cosa, dentro de un tiempo —dijo el señor Leebody, con aire miserable— . ¡Si tan sólo pudiéramos hacer algo antes de que fuera demasiado tarde!

—No se puede hacer nada, amigo mío —dijo Zellaby con decisión—. Se lo he dicho ya muchas veces, y es tiempo de que me crea. Ha hecho usted milagros de remodelaje y de pacificación, pero ni usted, ni yo ni nadie podríamos hacer nada, ya que la iniciativa no es cosa nuestra, pertenece a los propios Niños. Creo conocerlos tan bien como cualquier otro, les he enseñado multitud de cosas, y he hecho lo mejor que he podido para conocerlos desde que eran bebés. Y no he conseguido absolutamente nada, como tampoco lo han conseguido los de la Granja, pese a ocultarse tras una pomposa fraseología. Ni siquiera podemos adivinar las intenciones de los Niños, porque no podemos comprender, salvo en sus líneas más generales, lo que quieren o lo que piensan. A propósito, ¿qué le ha ocurrido al chico que recibió el disparo de fusil? Su estado puede traer consecuencias al desarrollo de los acontecimientos.

—Los demás no lo han dejado irse. Han echado a la ambulancia. El doctor Anderby se ocupa de él. Tiene que quitarle muchos trozos de plomo del cuerpo, pero cree que lo salvará —dijo el reverendo.

—Así lo espero —dijo Zellaby—. De lo contrario, va a haber una buena pelea.

—Tengo la impresión de que ya la hay —hizo notar tristemente el señor Leebody.

—Todavía no —mantuvo Zellaby—. Se necesitan dos adversarios para que haya una pelea. Por el momento la agresión tan sólo ha venido del pueblo.

—Supongo que no va a negar usted que los Niños han asesinado a los dos hijos de los Pawle.

—No, pero esto no fue una agresión Tengo alguna experiencia con respecto a los Niños. En el primer caso se trató de una respuesta espontánea al hecho de que uno de ellos fue herido; en el segundo caso se trató también de una defensa, no olvidemos el segundo cañón del arma preparado para disparar contra cualquiera de ellos. En ambos casos la respuesta fue exagerada, se lo concedo, pero de cualquier modo se trató más bien de homicidio por imprudencia que de verdadero asesinato. En ambas ocasiones fueron provocados, en ningún momento fueron ellos los provocadores. De hecho, la única tentativa de muerte con premeditación fue la de David Pawle.

—Si alguien lo atropella a usted con su coche, y a causa de ello usted lo matará —dijo el reverendo—, me parece que es un asesinato, y que esto constituye una provocación. Y con David Pawle fue una provocación. Esperó a que la Ley hiciera justicia, la ley falló, y entonces la tomó por su mano. ¿Es un crimen con premeditación? ¿O es justicia?

—Es todo lo que usted quiera menos justicia —dijo Zellaby firmemente—. Es un ajuste de cuentas. Atentó contra la vida de uno de los Niños escogido al azar, por un acto que estos habían cometido colectivamente. Mi querido amigo, ha quedado claramente demostrado por estos incidentes que las leyes puestas a punto por una especie humana en particular, y adecuadas a esta especie, se aplican por definición tan sólo a las capacidades de esta especie, y que son absolutamente inaplicables a otra especie que tenga distintas capacidades.

El pastor inclinó la cabeza con aire desanimado.

—No lo sé, Zellaby... realmente no lo sé... todo es tan confuso. Reconozco que ni siquiera estoy seguro de que esos Niños puedan considerarse culpables de asesinato.

Zellalby abrió mucho los ojos ante aquel brusco cambio de actividad.

—Y Dios dijo citó el señor Leebody—: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza". De acuerdo, pero entonces, ¿qué son esos Niños, dígamelo, qué son? La imagen no quiere decir la apariencia externa, ya que en este caso todas las estatuas serían hombre. Quiere decir la apariencia interna, la mente y el alma. Pero me ha dicho usted, y por las pruebas que me ha dado he llegado a creerlo, que los Niños no tienen un alma individual, que tienen un principio macho y un principio hembra, cada uno de ellos más potente de lo que nosotros podemos imaginar, y que lo poseen en común. Entonces, ¿qué son? No pueden ser lo que nosotros llamamos un hombre, ya que su estructura interna está concebida de otro modo, su "semejanza" lo es con algo distinto. Poseen la apariencia del género homo, pero no su naturaleza. Y puesto que son de otro género, y que el asesinato consiste, por definición, en matar a una persona de su propia especie, el hecho para nosotros de matar a uno de ellos ¿es realmente un asesinato? Parece que no. Una vez planteado esto, hay que ir más lejos. Ya que puesto que el hecho de matarlos no está legalmente prohibido, ¿cuál debe ser nuestra actitud respecto a ellos? Por el momento les concedemos todas las prerrogativas del homo sapiens. ¿Tenemos el derecho de hacerlo? Puesto que se trata de otra especie, distinta, ¿no tenemos todos nosotros el derecho, e incluso el deber, de combatirlos para proteger nuestra propia especie? Después de todo, si descubriéramos entre nosotros a unos animales peligrosos, nuestro deber sería claro. No sé exactamente... como ya he dicho, todo esto es muy confuso...

—Mi querido amigo, se ha embarullado usted terriblemente —respondió Zellaby—. Hace apenas unos minutos sostenía usted calurosamente que los Niños habían asesinado a los dos chicos Pawle. Confrontando esta proposición con la que acaba de anunciar, parece que, si ellos lo matan a usted, es un asesinato, pero si nosotros los matamos, no lo es en absoluto. Uno no puede dejar de pensar que un jurista, laico o eclesiástico, juzgaría una tal proposición como éticamente inaceptable. Tampoco me siento convencido por su argumentación referente a la "imagen". Si su Dios puramente terrestre sin duda tiene usted razón, ya que, aunque la idea nos choque, no se puede negar que los Niños han sido introducidos entre nosotros desde el "exterior", no pueden haber venido de otro lugar. Pero, por lo que sé, su Dios es universal, es el Dios de todos los planetas y de todos los soles. Así pues, participa de una forma universal. ¿No sería pues monstruosamente presuntuoso creer que no pueda manifestarse más que en la forma que es propia a este planeta, la cual por otro lado no es muy importante? Nuestros dos puntos de vista son forzosamente muy distintos, pero...

Se interpuso ante el ruido de varias voces excitadas que se elevaban en el vestíbulo, y echó una mirada interrogadora a su mujer. De todos modos, antes de que uno de ellos tuviera tiempo de moverse la puerta se abrió violentamente y la señora Brant apareció en el umbral. Después de un breve "perdón" dirigido a los Zellaby, se dirigió hacia el señor Leebody y tomó del brazo.

—Venga en seguida, reverendo —susurró.

—Mi querida señora Brant... —empezó él.

—Tiene que venir, señor —repitió ella—. Se dirigen todos hacia la Granja. Quieren incendiarla. Tiene que venir e impedírselo.

El señor Leebody la miró fijamente ella continuaba tironeándole del brazo.

—Acaban de ponerse en camino —dijo ella desesperadamente—. Usted puede detenerlos, tiene que detenerlos, reverendo. Quieren quemar a los Niños. Apresúrese, por favor. Aprisa, aprisa. El señor Leebody se levantó. Se giró hacia Anthea Zellaby.

—Lo siento, creo que lo mejor sería... —comenzó, pero los tirones de la señora Brandt cortaron en seco sus disculpas.

—¿Acaso no han avisado a la policía? —preguntó Zellaby.

—Sí... No... No llegarían a tiempo. Apresúrese, reverendo, en nombre del cielo —dijo la señora Brant, arrastrándolo hacia la salida.

Quedamos mirándonos los cuatro; luego, Anthea atravesó precipitadamente la estancia y cerró la puerta.

—Creo que sería mejor que yo fuera a ayudarle —dijo Bernard.

—Nuestra ayuda puede serle útil —admitió Zellaby, levantándose.

Yo me preparé a seguirles. Pero Anthea se mantuvo resueltamente de pie, apoyada contra la puerta.

—No —dijo firmemente—. Si queréis hacer algo útil, telefonead a la policía.

—Podrías hacerlo tú, querida, mientras nosotros nos vamos...

—Gordon —dijo ella con voz severa, como si le regañara a un niño—, espera y reflexiona. Coronel Westcott, hará usted más mal que bien está usted considerado como el protector de los Niños.

Nos detuvimos ante ella, sorprendidos y un tanto avergonzados.

—¿De qué tienes miedo, Anthea? —preguntó Zellaby.

—No lo sé. ¿Cómo podría saberlo? Salvo que es probable que lincharan al coronel.

—Pero eso es importante —protestó Zellaby—. Sabemos lo que los Niños pueden hacer con alguien tomado individualmente; lo que quiero saber es cuáles son sus medios de acción contra una multitud. Si se comportan según su naturaleza, simplemente ordenarán a la multitud que vuelvan a sus casa. Será muy importante ver si...

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