Los escarabajos vuelan al atardecer (11 page)

BOOK: Los escarabajos vuelan al atardecer
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»Así pues, Andreas estudió con Linneo, o Linnaeus, como se llamaba antes de que lo ennoblecieran. Se nota que Andreas lo admiraba sobremanera. Las cartas contienen tantas anécdotas sobre Linneo que casi parecen un diario. Se ve que Andreas está pendiente de sus labios y absorbe sus pensamientos sobre la naturaleza y todo lo viviente. Pero también se ve estimulado a pensar por su cuenta. Se podría decir que él desarrolló algunas ideas de Linneo y elaboró una filosofía propia, basada en la de su maestro. Al final de la época de Upsala, las cartas de Andreas tratan más de sus propios pensamientos sobre la naturaleza, la vida y el alma —el alma total, como él dice— que de Linneo.

»Las cartas que Emilie recibe ahora son fantásticas, y se explica que a ella le inquietara la idea de que pudiera ocurrirles algo, sobre todo porque la correspondencia estaba vigilada. Consideraba como una tarea suya guardar las cartas de Andreas para la posteridad, como una especie de testamento. De hecho, es lo único que ha quedado de él. No nos ha guardado ningún otro escrito, no ha dejado nada… Por tanto, Emilie debió tener un elevado sentido de responsabilidad, que no disminuyó por el hecho de que el entorno de Andreas no entendiera lo que ella sabía. Andreas afirma a menudo en sus cartas que su pensamiento ha sido interpretado erróneamente en distintos círculos. Tal incomprensión le afectaba mucho. Es explicable que Emilie tuviera que consolarlo y animarlo…

Aquí volvió a intervenir Annika. Estaba excitada.

—Es normal —dijo—. A mí también me han impresionado las ideas de Andreas, y le he compadecido, y he esperado que Emilie lograra darle ánimos. Pero luego he empezado a sorprenderme… e incluso me he indignado. ¡En realidad, esto no es tan bonito como parece! Las cartas tratan solamente de Andreas, de sus intereses y sus estudios, de sus pensamientos, sus alegrías y sus tristezas. Le pide a Emilie que se ocupe de las semillas que él manda y que las plante para él; por eso hay tantas plantas en esta casa. Son plantas de Andreas, y Emilie las cuidó para él.

»También le pide otras cosas; son siempre pequeñas tareas que es preciso realizar y cuyo resultado se le debe comunicar enseguida, a ser posible a vuelta de correo. Nunca pregunta cómo le va en casa, sin un trabajo propio, sola, vigilada por su padre y su madrastra. No hay más pregunta personal que la relativa a su salud y a la de su familia, y tal pregunta se hace siempre con la misma fórmula.

»Como es natural, también hay frases amorosas, en las que él asegura sus sentimientos de fidelidad; al principio conmueven, pero después se nota que siempre son las mimas fórmulas, pura rutina: yo creo que las cartas no evocan a Emilie con verdadero cariño. En las de Växjö no sucede lo mismo; allí se advierte que se preocupa por ella y quiere saber lo que hace y lo que piensa. Pero esto va desvaneciéndose progresivamente. Ahora ya están prometidos. Andreas ya ha conseguido lo que quería y no hace más que exigir cosas. Al parecer, Emilie no advirtió el cambio.

Annika enmudeció y miró al suelo. Mordisqueó un pellejo de una uña que al final consiguió cortar.

Jonás cogió otra vez el magnetofón:

—Bien, nuestra dinámica colaboradora ha tenido una nueva intervención, como todos han podido oír. Ahora, prosigamos. Por favor, David…

David, sumido sin duda en sus pensamientos, se estremeció.

—Si, si… No sé… Es posible que Annika tenga razón. Pero yo no he interpretado las cartas así. Para mí lo más importante es la trayectoria de los pensamientos de Andreas. He intentado profundizar en ellos y quiero exponer las conclusiones a que he llegado… Si he comprendido bien todo, claro. Lo mismo que Linneo, Andreas ve un plan y una interrelación en todo lo que sucede, incluso en lo que parece casual. Pero Linneo ve en la naturaleza la mano de Dios.

»Andreas no está tan seguro en lo que concierne al papel de Dios en la creación. En vez de eso habla de un alma universal. Sin embargo, cita muchas veces a Linneo, quien en algún pasaje dice más o menos lo siguiente: “¿Qué tiene de extraño que yo no vea a Dios, si no puedo ver siquiera al Yo que vive en mi mismo?”. Estas palabras aparecen con frecuencia en sus cartas… Además, son las mismas palabras que Emilie copió cuidadosamente, les puso un marco y las colocó en la pared de este cuarto. Es claro que Andreas meditó mucho sobre ellas. No tenía clara su relación con Dios.

—No —le interrumpió Annika, que tenía otra vez las mejillas rojas—. Tampoco tiene clara su relación con lo que vive en él mismo. Sobre esto debió de meditar mucho. ¡Y tendría que haber reflexionado alguna vez sobre lo que sentía Emilie! Pero, al parecer, no tenía tiempo para eso…

Jonás se movió intranquilo e intervino en la conversión.

—Creo que debemos cortar este intercambio de ideas. Es muy interesante, pero interrumpe la marcha del relato. Propongo dejar para más adelante los aspectos humanos de la relación entre Emilie y Andreas. Creo que debemos continuar con la historia. Hemos dejado a Andreas en Upsala. ¿Qué pasó entonces? Por favor, David.

—Bien, pasó lo siguiente: Linneo, en vez de viajar por todo el mundo, para lo que no parecía tener salud suficiente, enviaba a sus alumnos a distintas partes de la tierra, para que estudiaran la botánica local y regresaran con semillas, plantas y otras cosas que él necesitaba para sus investigaciones. Cuando llevaba un par de años en Upsala, Andreas recibió esa misión y fue enviado a Egipto. Esto ocurrió a comienzos del año 1757; Andreas permaneció dos años fuera. Poco tiempo antes de su viaje, volvió otra vez a casa, por Navidad, y se despidió cariñosamente de Emilie.

»Se marcha. Llegan cartas de su viaje por Egipto; son pocas, pero ricas en contenido. En una de esas cartas…

Aquí Jonás no se pudo contener e interrumpió con voz misteriosa el relato de David:

—Si, queridos oyentes, escuchen atentamente. Por fin llegamos al meollo de la cuestión. Presten atención. Por favor, David.

—Bueno, en una de esas cartas cuenta que él y un colega inglés descubrieron una estatua funeraria egipcia, que describe como fabulosa. Se trata de una figura de mujer en madera policromada, casi de tamaño natural. Pero pesaba sobre ella un encantamiento mágico, según escribe. El tono de la carta, sin embargo, oculta algo serio. Se pregunta que dirá la gente del pueblo cuando él regrese con una diosa pagana. También le preocupa el juicio del su padre, Petrus Wiik. Se pregunta, en broma, si por ese motivo lo despedirán de su trabajo de campanero Andreas no cree lo más mínimo en encantamientos ni maldiciones, pero sabe que los habitantes de Ringaryd son muy supersticiosos.

»Y, como veremos, tenía motivos para preocuparse. Cuando llegó al pueblo con la estatua, se produjo un alboroto. ¡Un ídolo de una tumba real pagana de Egipto! ¡Que conmoción! Todos tenían miedo. ¡No sé debe hacer una cosa así! ¡No es lícito profanar las tumbas!

»Al poco tiempo de llegar a casa, Andreas tuvo que volver a Upsala para comunicar a Linneo sus hallazgos. Pero Emilie y él habían estado mucho tiempo separados; se querían y Emilie quedó encinta aquella primavera, durante los escasos días que Andreas pasó en Ringaryd.

Aquí le interrumpió Jonás. Quería plantear algunas cuestiones importantes.

—Todavía no tenemos suficiente información sobre la estatua y creo que todos estarán tan interesados en ella como yo. ¿Dónde desembarcaron la estatua? ¿Quién se hizo cargo de ella? ¿Hay noticias de ello? Y, si es así, ¿Cómo se ha obtenido la información?

—Si, por supuesto —afirmó David—. Al marcharse a Upsala, Andreas dejó la estatua en Ringaryd. Se encontraba escondida en la casa del campanero, para que nadie la viera; pero todo el pueblo sabía que estaba allí. La gente iba por allí y espiaba; para la familia, esto era algo desagradable, como se lee en una carta de Magdalena a Emilie. Petrus Wiik estaba muy enojado por el asunto de la estatua; desde que tenía el ídolo en casa, se le había “nublado” la inteligencia, como dice una carta, y Magdalena no era feliz por ese motivo.

»La correspondencia sobre este tema es muy abundante. Magdalena escribe a Emilie y le informa que ella y su padre habían escrito a Andreas, porque quería deshacerse del ídolo. Todo terminó cuando Emilie decidió hacerse cargo de la estatua. La llevó a su casa y la puso en el banco, arriba, en su cuarto de verano. Tuvo que hacerlo en secreto, a espaldas de su padre y de Ebba. Ninguno de los dos debía saber que ella había escondido una vieja estatua funerario egipcia. Emilie no temía la maldición y le agradaba poder complacer a su querido Andreas.

—¡Como de costumbre! —intervino Annika mordaz.

—Si, como de costumbre —repitió David—. Pero… bueno, Andreas no pasó mucho tiempo en Upsala, Linneo, muy satisfecho de sus hallazgos en Egipto, quiso mandarlo a otro lugar.

»Esta vez a Suramérica, donde debía permanecer tres años. Para Andreas era un viaje importante, pues luego podría ser profesor de Universidad. Y eso significaba mucho, entre otras razones, por Emilie. Su padre y Ebba seguro que lo aceptarían cuando fuera profesor.

»Sin embargo, el problema era que Emilie estaba encinta… No lo sabía nadie, excepto Magdalena. Emilie no quiso comunicárselo a Andreas. Si lo hubiera sabido, tal vez no habría emprendido aquel viaje tan importante para el futuro de ambos. Ella pensó que tal vez debía acompañarle a Suramérica. Pero Magdalena le quitó la idea. En su estado, habría sido un esfuerzo excesivo. Emilie lo comprendió, y la carta de Magdalena da a entender que temía ser un estorbo para Andreas, cosa que no quería en modo alguno.

Annika le arrancó a David el micrófono de las manos y dijo con rebeldía:

—¡Si, todo fue muy noble! Magdalena alabó a Emilie por su noble intención. Y, aunque Emilie estaba encinta, tan sólo se habla de Andreas, de su viaje, de su trabajo, de su licenciatura… El niño parece ser una desgracia de la que es mejor no hablar. ¡Sobre todo, que no se inquiete el pobre padre de la criatura! ¡menos mal que no viví en aquellos tiempos!

—Si, señores acabamos de oír un comentario emotivo de nuestra colaboradora. Prosigamos… Por favor, David.

—Andreas tenía que partir hacia finales del verano y pasó la mayor parte de éste en su casa, en Ringaryd. Naturalmente, Emile y él se vieron; pero ella no le dijo todavía nada del niño. También tenía otras preocupaciones.

»Cuando Jacob Selander, padre de Emilie, supo que Andreas había vuelto a casa y se veía con su hija, pasó a la acción. Desde hacía tiempo, tenía planeado casar a Emilie con un amigo rico, mucho mayor que ella. Se llamaba Malkolm Braxe; estaba enamorado de ella, y lo estuvo siempre, según escribe Magdalena. Estaba perdidamente enamorado, pero Emilie no se interesaba por él.

»En todo caso, llegó la última noche antes de la partida de Andreas. Se vieron para despedirse.

»Y ahora surge, de repente, una gran confusión. Ninguno entiendo bien al otro. Por otra parte, Emilie recibe en ese momento el broche con la flor de plata que hemos encontrado en el estuche. Ella llora, está desesperada, se separan…, cada uno se va por su camino.

»Lo que pasó después en aquella noche, lo hemos averiguado uniendo trozos de distintas cartas de Magdalenas. Creemos que Emilie, tras el encuentro con Andreas, subió al cuarto de verano y se encerró. Sabemos con seguridad que se sentó y escribió a Magdalena, porque tenemos la contestación a esta carta. En ella hablaba de la triste despedida de Andreas, y decía que su padre había notado que estaba pasando algo. Subió e intentó forzar la puerta, mientras ella escribía. Emilie tenía el propósito de empaquetar sus cosas y marcharse con Andreas. Está confusa y por primera vez no se preocupa por su padre. Le deja que golpee la puerta cerrada y ni siquiera le contesta. Más tarde siente remordimientos y piensa que todo lo que ha pasado es culpa suya, castigo por haberse portado mal con su padre.

»El padre, al no poder hablar con Emilie, quiere hablar razonablemente con Andreas. Como es natural, sabe que Andreas se va a marchar y estará tres años fuera. Pero no quiere que Emilie siga esperándole. Prefiere que quede libre y se case con Malcolm. Espera poder convencer a Andreas de que rompan su compromiso y pongan fin a sus relaciones. O, tal vez, tiene otro plan. En todo caso, decide ir en busca de Andreas, que durante el verano vive solo, en una pequeña casita en el bosque, para estar tranquilo. La casita está solitaria; la noche es lluviosa, hace viento y fuera está oscuro. El padre carga una pistola y la lleva consigo, como se solía hacer entonces para protegerse de los atracadores. Sale precipitadamente. Está enfadado con Andreas que, en su opinión, se ha interpuesto en la felicidad de Emilie y le ha llenado la cabeza de grillos. ¡No quiere a Andreas! Cuando llega a la casa del joven, está, sin duda, bastante excitado.

»Lo que pasa después es tan increíble como horroroso, pero los acontecimientos son así, como aparecen en las cartas. Emilie habla de ello repetidas veces. Magdalena le contesta, le explica, la consuela. Por eso, creemos que hemos logrado reconstruir ordenadamente los hechos.

»El padre llega a la casita. Llama a la puerta; nadie le contesta ni le abre. Dentro está oscuro. Pero la puerta no está cerrada. Piensa que Andreas está fuera. Entra para esperarle. Pero en la oscuridad ve cómo una sombra oscura se levanta y se dirige hacia él amenazadoramente. Se asusta, pierde el control, saca la pistola y dispara al azar un tiro en la oscuridad. Así lo cuenta él mismo en su confesión. No puede ver con claridad. Pero alcanza al hombre, que se desploma. Es presa del pánico. Intenta preparar las cosas para que parezca un suicidio, incendia la casa y desaparece. A la mañana siguiente…

—¡Espera un momento! —le interrumpió Annika. Escuchaba atentamente y pidió a los otros dos se mantuvieran en silencio—. He creído oír a alguien abajo —dijo después.

—Es imposible —saltó Jonás—. Aquí no ha entrado nadie.

Había tendido cables por todos los sitios, y si alguien hubiera intentado entras, se habría oído en cien metros a la redonda. ¡No había ningún peligro! David podía continuar.

—Bueno, a la mañana siguiente, Emilie quiso ver por última vez a Andreas para decirle adiós. Pero, en el camino, se encontró con hombres que le anunciaron que Andreas había muerto. Su casita había ardido durante la noche y habían encontrado su cuerpo totalmente carbonizado. Se había suicidado, decían.

»Así termina la relación entre Emilie y Andreas. Él fue enterrado en el Monte de la Horca, en tierra sin bendecir. Así se procedía entonces con los delincuentes y los “destructores de sí mismos”, como se llamaba a los suicidas. Como se consideraba un “delito” quitarse la vida, el único castigo que se podía imponer a los suicidas era enterrarlo en tierra sin bendecir.

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