Los escarabajos vuelan al atardecer (23 page)

BOOK: Los escarabajos vuelan al atardecer
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—Es roble —señaló.

—¡No, no puede ser! —exclamó David—. ¡No es posible!

—Déjame ver —su padre examinó más de cerca la astilla—. ¡Claro que es roble! —dijo—. ¿Qué pasa? ¿Por qué me miran tan extrañado?

—¿Estás seguro?

—¡Naturalmente! ¿Crees que no distingo el roble?

David saltó de la silla. Si la estatua era de roble, eso significaba que… Si, no podía ser otra cosa…

¡Tenía que telefonear inmediatamente a Annika!

Annika estaba en el baño, por eso tuvo que contentarse con Jonás. Le habló de la astilla y le dijo que el tipo de madera no coincidía con lo que Olsson había dicho. No era higuera, ni acacia, ni cedro. ¡Era roble!

Esta vez, Jonás se quedó literalmente mudo al otro lado del teléfono.

—¿Oye? ¿Adónde has ido? —le gritó David.

Jonás seguía al teléfono, pero su voz era débil. Aquello era horrible. Ahora que él… ¿Qué debía hacer?

—Así es —prosiguió David—. Y esto significa que…

—¿Qué? —susurró Jonás.

—Pues que, probablemente, la estatua no es auténtica —contestó David.

No había más que hablar del asunto. Colgaron los auriculares.

Jonás se quedó sentado… Comprendió que sólo podía hacer una cosa. Era cuestión de honor, pero no resultaba fácil. Necesitaba valor. ¿No habría realmente ninguna otra solución?

Tomó una pastilla de regaliz y examinó otra vez la situación. No, no había otra elección. Tenía que telefonear inmediatamente a Hjärpe. Eran casi las diez. Estaba a punto de imprimirse el periódico. Emilsson había trabajado perfectamente. Durante toda la tarde, a intervalos regulares, había estado informando a Hjärpe.

Hjärpe había podido seguir los sucesos paso a paso. Así había logrado un material excelente y ya tenía el artículo terminado.

Emilsson había seguido la pista del anticuario de Goteborg y lo había sorprendido in fraganti. Por increíble que parezca, había localizado las dos partes de la estatua. El anticuario las tenía allí. Una de ellas había sido comprada aquel año por una pequeña cantidad de dinero. Procedía de la herencia de un viejo oficial de Goteborg.

El anticuario comprendió enseguida que se trataba de una pieza única, y empezó inmediatamente a buscar la pista de la otra mitad. No cejó en su empeño y, al fin, la encontró. Su hombre de confianza, el antiguo vecino de Tranas que conocía a la señora Göransson, le habló de la extraña columna de la escalera de la quinta Selanderschen, en Ringaryd. El anticuario vio una fotografía y pudo comprobar que era lo que él buscaba. No resultó difícil convencer a la señora Göransson de que la vendiera. Necesitaba dinero, la pensión estaba apunto de quebrar, y ella había empezado ya a vender algunos enseres de la quinta. Había muchos objetos interesantes para un anticuario, pero tenía que ser algo que pasara inadvertido. A la señora Göransson le pareció una excelente idea sacar de la columna el viejo relieve.

Excepto Natte, ninguno de los implicados en el asunto pensó nunca que pudieran descubrirlos.

Bien se le notó al anticuario de Goteborg. Se quedó estupefacto cuando llegó Emilsson. La estatua estaba en la trastienda, en un pequeño local donde restauraba muebles viejos. Ya había unido las dos mitades. Emilsson fue directamente al grano y el anticuario no tuvo ninguna escapatoria.

Todo marchó sobre ruedas. Emilsson llevó la estatua al Museo de Arte de Goteborg, para que la examinaran los expertos.

Si, todo había salido mejor de lo que se esperaba. Emilsson estaba satisfecho; aquél era un gran éxito para la policía de Eksjö.

Hjärpe estaba radiante: era un material excelente para su periódico.

Hjärpe acababa de entregar todo la información, y las rotativas del periódico estaban en marcha. En la sala de redacción había un silencio impresionante. Sentado perezosamente. Hjärpe fumaba una pipa y escuchaba complacido el ruido de las máquinas. De pronto se oyó el teléfono. Era Jonás.

—Perdone que le llame tan tarde. Soy Jonás —Hjärpe se recostó en su silla.

—Hola, Jonás, llamas en el momento oportuno. ¡Las rotativas acaban de ponerse en movimiento!

—¿Si?

—¡Claro! ¡Y mañana seréis héroes otra vez! ¡Titulares a toda página! ¡Venta sensacional!

Hjärpe se rió satisfecho. Jonás escuchaba afligido. Tenía una tarea poco grata. Y los informes de Hjärpe sobre el fantástico hallazgo, sobre la captura de Göterborg, no contribuyeron precisamente a facilitársela.

—Bien, Jonás ¿Qué dices ahora? ¿Cómo te sientes?

Jonás tragó saliva.

—Bueno, el padre de David acaba de analizar una astilla… Es un especialista…

—Si, si, entiendo.

Hjärpe no daba la sensación de entender y tampoco parecía muy interesado.

Jonás empezó a tartamudear.

—Bueno…, lo peor es que… que, de hecho, parece que, que… se trata de roble sueco.

—¿Si?

—Si… y ahora estamos… preocupados porque…

—¿Por qué?

—Bueno, porque la… la estatua encontrada por Emilsson puede ser falsa…, es decir, una co…copia —tartamudeó Jonás.

Desde el otro lado de la línea llegaron unas fuertes carcajadas.

—¡Eres genial, Jonás! ¡Eres un tío grande!

—Bueno, desgraciadamente…

—¡Imagínate! ¡Eso sería una maravilla! Así podríamos seguir vendiendo números extra toda la semana. ¡Muchas gracias por la noticia, Jonás!

26. ¿FALSA O AUTÉNTICA?

Jonás apenas había dormido en toda la noche. Tenía los ojos enrojecidos y parecía sentirse culpable de algo. Estaba deprimido.

Annika se inclinó sobre él.

—¿Puedes explicármelo, Jonás? ¿Cómo ha podido filtrarse esto? —le dirigió una mirada severa y agitó el periódico de Smaland.

Jonás levantó lentamente la cabeza de la almohada y palpó con la mano por la mesilla.

—¿Te apetece una pastilla de regaliz? —le preguntó. Pero Annika no estaba para pastillas.

Tampoco él pudo tomar ninguna. ¡Vaya un despertar! ¿Qué se podía esperar de un día como aquél? Ni siquiera se atrevió a imaginárselo.

Echó una mirada temerosa al periódico. Debajo de los negros titulares pudo reconocer borrosamente una estúpida foto suya enmarcada por las fotografías de dos estatuas: la del Museo Británico y la que ahora estaba examinando los expertos del Museo de Goteborg. Aún no se había emitido ningún dictamen, pero el informe podía llegar en cualquier momento: ¿falsa o auténtica?

Jonás suspiró. Para Hjärpe podía ser magnífico que se demostrara la falsedad de la estatua, pero él deseaba ardientemente que fuera auténtica. Desde el punto de vista puramente periodístico no era muy profesional pensar así, y eso le producía inquietud; pero no podía remediarlo.

¡Hjärpe si que tenía talento para su profesión! Él podía permitirse el lujo de ver las cosas en su conjunto. Pero Ringaryd era un pueblo pequeño, y sería triste que sus habitantes sufrieran una nueva decepción. ¡La segunda en pocos días!

El pueblo había leído el diario de la mañana, y el ambiente estaba cargado de expectación. La gente se había levantado pronto. El día era soleado, los jardines estaban cuajados de rosas, en el césped relucía espesa la hierba. Aquí y allá había hombres alegres que discutían las novedades.

Ringaryd era de nuevo el centro de la atención. El pueblo estaba lleno de coches. Al leer las noticias sobre aquellos famosos muchachos que habían dado la pista a la policía, muchos turistas que se encontraban en las cercanías habían decidido hacer una excursión al pueblo.

En el comercio de los Berglund reinaba una actividad intensa. Todos los turistas querían llevarse algo de la famosa tienda. Las postales se estaban acabando. La vista aérea de Ringaryd con la quinta Selanderschen fue la primera en agotarse. Sólo quedaban postales con el cuartelillo de bomberos, e incluso éstas se terminaron. Papá y mamá apenas daban abasto.

Le gente sacaba sus cámaras y todos querían fotografiar a los jóvenes; sobre todo a Jonás. Pero éste no se había levantado aún. Era explicable, después de todo lo que había hecho. En cambio, podían fotografiar a los padres. El teléfono sonaba ininterrumpidamente. Llamaban los periódicos, la radio y la televisión. Jonás había dicho que no estaba para nadie; Annika, igual. Su madre tenía que disimular y decir que no estaban en casa.

Poco a poco empezó a cansarse. ¡No podía más con las piernas! Naturalmente, le alegraba que el negocio fuese tan bien, pero resultaba muy fatigoso. Y no podía contar con la ayuda de Annika. Cuando más la necesitaba, desapareció de la tienda y se escondió. Jonás seguía en la cama con gesto huraño, mientras sus padres no paraban de trabajar. Mamá suspiraba. Empezaba a enfurecerse. ¡Le dolía tanto los pies…!

No podía soportarlo más. Tenía que acabar con aquella situación. Sus hijos se habían hecho famosos, pero no querían dejarse ver. ¡Pero todo tenía un límite! En un día como aquél, Annika tenía que ayudar. Y Jonás debía ocuparse de los turistas, que, al fin y al cabo, acudían por él.

Decidida, subió escaleras arriba. Pero se detuvo a mitad de camino. En el piso de arriba estaba puesta la radio. En aquel momento se emitían las noticias y hablaban de sus hijos. La madre escuchó: «Indican los expertos que la estatua ahora descubierta es una copia esculpida por un artista desconocido. Es decir, una falsificación realizada en roble sueco, probablemente a principios del siglo diecinueve. Representa a una mujer de pie. En algún momento dado fue aserrada en dos partes, que luego fueron unidas para formar una sola figura. De la estatua auténtica no hay ninguna pista. Los técnicos dicen que debe ser considerada como desaparecida hace ya tiempo. La pista de los muchachos de Ringaryd, tan famosos hoy en todo el país, ha resultado…»

¡Mamá no deseaba oír más! Se lanzó escaleras arriba y apagó la radio.

—¡Ya está bien! ¡Esto tiene que terminar de una vez! ¡Papá y yo estamos hartos!

—¿De qué?

—¡Una piedra en vez de la estatua! ¡Una estatua falsa! ¿No es bastante todavía? ¿Creéis que nos resulta agradable a papá y a mi salir diariamente en el periódico?

Miró a los niños, gesticulando excitada con los brazos.

Los niños no sabían que decir. Jonás quiso dirigirse hacia la puerta, pero su madre lo sujetó. Estaba enfadada de verdad.

—No te vayas, ¿me oyes? ¡Me vas a oír de una vez por todas! ¡Y tú también, Annika! ¡Estoy harta de estos chismes!

—Pero, mamá, ¿qué hemos hecho? —preguntó Annika.

Mamá se dejó caer en la cama deshecha de Jonás.

—¡Habéis perdido el tiempo en cosas inútiles! ¡Dejad de buscar esa vieja estatua que, probablemente, nunca existió!

Entretanto, Jonás había conectado secretamente el magnetofón para grabar en la cinta el arrebato de su madre. Pero ella lo descubrió.

—¡Corta eso, Jonás, o te arreglaré las cuentas!

Su voz sonó amenazadora, y Jonás desconectó el aparato; mamá parecía tener ganas de discutir…

—¿No pensabas estudiar matemáticas este verano? ¡Olvida ya esta tontería! ¡Se acabaron vuestras idas y venidas por el pueblo! ¡Tenedlo en cuenta! ¡Esta noche os quedaréis en casa! ¿Entendido?

En ese momento sonó el teléfono. Jonás fue a cogerlo, pero su madre se levantó rápidamente y le quitó el auricular.

—¡Desde ahora decidiré yo cómo deben marchar las cosas en esta casa! —bufó; pero enseguida cambió de voz—. Aquí el establecimiento de los Berglund —dijo en todo profesional.

Al otro lado de la línea estaba Lindroth. La señora Berglund cambió otra vez de voz y adoptó un tono muy efusivo. La conversación fue una comedia. Ninguno de los dos esperaba encontrar al otro en el teléfono. Lindroth quería hablar con Jonás o Annika, y la madre esperaba que fuera alguien al que pudiera chillar, pues sentía necesidad de descargar en alguien toda su agresividad.

—La cosa parece que va bien, señora Berglund, ¿no? —preguntó Lindroth.

—¡Oh, si, verdaderamente! —contestó la señora, sin saber de que se trataba.

—Si, por fin comenzamos a ordenar un poco las piezas de la historia —prosiguió Lindroth.

—¡Si, eso digo yo, por fin! —dijo mamá, tratando de averiguar a qué se referiría Lindroth. ¿No habría oído las noticias?

—Bien, en realidad quería hablar con alguno de los jóvenes, si es que están en casa.

—Si, claro, los dos están aquí —dijo la señora Berglund. Consiguió hablar con cordialidad, pero no tenía el menor deseo de pasar el aparato a Jonás ni a Annika. Sólo serviría para echar por tierra cuanto ella acababa de decirles. Por eso titubeó un momento.

Pero Lindroth fue muy perspicaz y lo captó inmediatamente. Por eso se limitó a preguntar:

—¿Podría saludarlos de mi parte?

—Por supuesto.

Mamá parecía aliviada. Lindroth le pidió, entonces, que preguntara a Jonás y Annika si podían ir aquella noche a su casa.

—¿Esta noche? —mamá tosió nerviosa; aquello ya no le gustaba.

—Si. ¿Hay algún inconveniente? Yo estaré ocupado todo el día —dijo Lindroth amistosamente. La madre tuvo que ceder—. Así que esta noche, a las siete y media.

La madre prometió que se lo diría. Lindroth continuó:

—Este verano han aprovechado muy bien el tiempo, se lo puedo asegurar. En cuando a esa copia de la estatua, es muy interesante…

—¿Si?

—Si, es una prueba evidente de que en el siglo diecinueve aún se conserva aquí una estatua egipcia.

—¡Ah! ¿Si?

—¡Claro! Tenía que haber una estatua auténtica, de lo contrario no habría una estatua falsa. ¿No es verdad, señora Berglund?

—¡Pues claro!

Mamá tuvo que toser de nuevo y Lindroth puso fin a la conversación:

—Por favor, dígales que David ya está informado. E indíqueles que estoy madurando algo. Tengo en la mente un plan sensacional que les causará mucha alegría.

Mamá colgó el teléfono y tosió ligeramente. ¡Era terrible la tos que tenía! Jonás y Annika esperaban pacientemente.

—¡Si! Eran Lindroth, ya lo habéis oído.

Pero no, ellos no habían oído nada. Jonás negaba con la cabeza. Pero su madre no les creía.

—¡No disimules, Jonás! —mamá sonrió un poco—. Era Lindroth; dice que os tiene preparada una sorpresa.

Jonás dio un salto de alegría. Pensó que debía complacer a su madre de alguna manera. La miró con afecto.

—¡Te ayudaré en la tienda! —exclamó.

—¡Yo también! —afirmó Annika.

27. UNA NUEVA PISTA

Lindroth salió a su encuentro con dos setas enormes. David lo seguía con un cesto lleno de níscalos. Habían llegado muy pronto; por eso habían tenido tiempo de coger setas, mientras esperaban a Jonás y Annika.

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