Read Los escarabajos vuelan al atardecer Online
Authors: María Gripe
De pronto, por los ojos del pastor cruzó una sombra de preocupación.
—¿Qué le ocurre?
Lindroth suspiró; parecía sentirse culpable, como un colegial cuando hace novillos o va a clase sin hacer los deberes.
—Mañana tengo que predicar —dijo—. Es domingo.
—¿No se le ocurre nada para el sermón? —preguntó Jonás compadecido.
—No siempre resulta fácil —contestó Lindroth.
—Ya lo sé —Jonás reflexionó y momento; luego, se le ocurrió una idea genial—. ¿Qué le parece el tema “Buscad y hallaréis”? ¿No sería interesante?
Lindroth resplandeció.
—¡Seguro que si, Jonás! ¡Gracias por la sugerencia!
—¡Qué barbaridad! ¡Qué cantidad de trabajo! Aquí hay material para una tesis doctoral —dijo Annika agobiada.
David y ella se hallaban sentados en el cuarto de Annika, con todo el material que habían recopilado: las cintas magnetofónicas repletas de las cartas leídas, las fotocopias de la confesión de Petrus Wiik, las partidas de difuntos del registro de Valdstena, los recortes de prensa… Annika se había propuesto clasificar todo cuidadosamente y archivar el material.
—¿Una tesis? ¿Sobre qué? —David sonrió—. ¿Sobre las ideas de un discípulo de Linneo relativas al origen y significado de la vida?
—Por ejemplo, eso —contestó Annika—. Pero la colección de cartas podría servir también de base para una investigación sociológica relativa a la imagen de la mujer en el siglo dieciocho.
David, hasta entonces un poco adormilado, se despabiló. ¡Ahora podían iniciar una discusión, y eso le gustaba!
—¿A qué te refieres?
—Bueno, tanto las cartas de Andreas como las de su hermana Magdalena a Emilie reflejan claramente la poca importancia de la mujer en aquella época, y su inmensa responsabilidad. ¡Y nadie veía eso absurdo! Una persona con tanta carga y responsabilidad debería, al menos, poder decir su opinión al respecto. Cuando pienso en esa situación, me pongo frenética.
—¿Responsabilidad? ¿Poca importancia de la mujer? —comentó David pensativo—. Yo creo, más bien, que las cartas de Andreas tratan fundamentalmente de sus profundas ideas sobre la vida.
—¡Exacto! ¡Así es! —dijo Annika, molesta—. Andreas se sentaba, escribía y filosofaba; pero, al parecer, no sabía a quién comunicar su sabiduría. Por eso se la enviaba a Emilie y le pedía que cargase ella con la responsabilidad de transmitirla íntegramente a la posteridad. «Los tiempos no están maduros todavía», y toda esa palabrería…
—¿Palabrería? ¡Realmente, aquella época no estaba madura para entender el pensamiento de Andreas, Annika!
—¿Y por qué no intentó Andreas influir en sus contemporáneos? Es poco realista apostar por un futuro del que no se sabe nada. ¡Me gustaría saber cuándo estarán los tiempos maduros para tanta sabiduría! Y luego, se viene a casa con una estatua que todos consideran muy peligrosa y de la que nadie quiere ocuparse. Nadie quiere saber nada de ella, y otra vez asume Emilie la responsabilidad! ¡Cosa inaudita en unos tiempos con tantas supersticiones! Y, luego, está lo del hijo… Un hijo del que tiene que responsabilizarse ella sola, pues él no debe ser molestado —dijo con ironía—. Él tiene que viajar por el ancho mundo. Para colmo, Emilie ha de ocuparse de su viejo padre, abrumado por sus remordimientos, e intentar hacerle menos amargos los últimos años de su vida.
Annika no pudo seguir sentada. El triste destino de Emilie la conmovía cada vez más. Era algo injusto, pero, por desgracia, bastante común. A la misma Annika, si hubiera nacido en el siglo XVIII, le habría pasado lo mismo. Podría haber caído en la situación de Emilie. Estaba convencida de ello, ya que advertía en sí misma esa predisposición a ofrecer su vida si alguien la necesitaba. ¡Probablemente, alentaba todavía en su interior los fantasmas de las viejas generaciones de mujeres! ¡A pesar de todo, a pesar de que los tiempos habían cambiado!
Estaba tan excitada que recorría la habitación cambiando de lugar las cosas sin ningún motivo.
David la miró sonriente.
—Es cierto —dijo en tono provocador—. Si se leen así las cartas, se podría hacer una tesis sobre el típico papel de la mujer.
Annika explotó:
—¿El típico papel de la mujer? ¡Lo dices así para molestarme!
—¡No! No debes interpretarlo así.
—¡Lo has dicho con esa intención! Es una expresión odiosa. Además, a menudo se utiliza erróneamente, creo yo. No siempre se trata de papeles específicos de la mujer. Y no fue un papel específico de su sexo el que Emilie asumió cuando cargó con tanta responsabilidad. Lo hizo porque tenía generosidad para hacerlo y porque era una persona con gran capacidad de amar. Su error no fue aceptar la responsabilidad, sino no reclamar un derecho equivalente. No hay que limitarse a dar; también es preciso exigir y aprender a hacerlo. Quiero decir que cuando el uno permite al otro satisfacer determinadas exigencias, se ennoblecen los dos. De lo contrario, sólo se consigue mantener tiranos y mártires.
David miró a Annika con semblante serio.
—Quizás tengas razón —dijo—. El mundo daría un gran paso adelante si todos pensaran así.
Annika se sentó. Parecía muy excitada.
—Si, seguro —dijo—. Una puede dar todo lo que le permita su capacidad de entrega; en esto no hay límites: Pero debe saber que su compañero está dispuesto a dar en la misma medida.
Esbozó una sonrisa. David le correspondió.
—Lo sorprendente es que, en mi opinión, Andreas Wiik pensó y deseó eso —dijo David.
—Tal vez lo pensó y deseó —admitió Annika—, pero no lo hizo.
David movió la cabeza sonriendo.
—Eso no podemos saberlo, Annika —dijo él con cautela.
—Es verdad, no podemos saberlo —aprobó Annika.
Se sonrieron el uno al otro.
—¡Ya está bien! —sonó la voz de Jonás. Había entrado en la habitación, pero estaban tan absortos que no lo habían notado—. En cuanto os quedáis solos, os enfrascáis en esa vieja historia. Pero tenemos que pensar en otras muchas cosas. Es preciso encontrar alguna salida.
—No sé si es tan importante encontrar la estatua, Jonás —dijo David—. Tal vez, simplemente, nos hemos sugestionado y creído que lo es.
Jonás se enfadó tanto que empezó a tartamudear:
—¿En-entonces, cre-crees que to-todo esto no ha valido para nada?
David se rió. Parecía animado y satisfecho.
—Quizá ha valido para que Annika y yo tuviésemos esas conversaciones que a ti no te interesan, y pensáramos cómo se puede contribuir a mejorar la vida humana:
—¡Mejorar la vida humana! —bufó Jonás—. ¿No podéis ser un poco más serios?
—¡Eso es lo que somos! —contestó Annika.
Jonás suspiró y renunció a seguir con ese tema.
—Lo que os estoy diciendo es si no podríamos continuar con la estatua. Pensad un momento en la cantidad de escarabajos que han estado volando por aquí. El escarabajo sagrado y todos los demás. ¿No comprendéis que es preciso encontrar la estatua? ¡Ella es lo principal! El escarabajo de oro, en medio de todo, importa menos, vale poco.
Pero David opinó que el hallazgo del escarabajo sagrado, él solo, era suficiente para justificar todos sus desvelos.
—¡No menosprecies el escarabajo, Jonás! En Egipto era un animal sagrado. Simbolizaba la búsqueda de la luz, el camino del hombre hacia el sol, hacia el cielo. Se creía que procedía de la materia primigenia, y que estaba relacionado con el origen de la vida. ¡Era sumamente importante!
—¿El escarabajo pelotero? —preguntó Jonás con gesto de incredulidad.
—Si, el escarabajo sagrado, emparentado con nuestro escarabajo pelotero.
Pero Jonás insistió.
—Por eso es todavía más importante que vuelva a la estatua. ¡No puede pasarse toda la eternidad metido en una caja de cerillas en el despacho del pastor! Allí empezaría a causar problemas, a dar vueltas como un fantasma. Además, si es tan sagrado, ¿no cabe que sea él, el escarabajo, y no la estatua, el que venga y acarree desgracias?
—No digas estupideces, Jonás —Annika parecía molestar—. ¿También tú eres supersticioso?
—¡No más que tú! —suspiró Jonás resignado—. Llamaré a Lindroth. Es el único con el que se puede hablar y que realmente me entiende.
Jonás quiso ir al teléfono, pero Annika lo detuvo.
—No lo hagas. No debemos molestarlo. Ha dicho que nos llamará si se le ocurre algo.
Era lunes. Lindroth había estado todo el domingo ocupado con el servicio religioso, con reuniones parroquiales y con bodas. Hoy estaba en la ciudad, y probablemente no volvería a casa hasta después de comer. Aunque estuviese ya en casa, no habría tenido tiempo para pensar.
Jonás lo comprendió.
—Pues se va a llevar una enorme decepción —dijo amargamente— cuando se entere de que no hemos hecho nada mientras él estaba predicando y trabajando.
David hojeó distraído el periódico de Smaland mientras Jonás y Annika dialogaban entre sí. Era el número aquel de la foto de Jonás entre las dos estatuas, la inglesa del Museo Británico y la copia sueca.
De repente, Annika miró el periódico.
—Parecen exactamente iguales —comentó—. Yo no veo ninguna diferencia.
—Porque es una copia perfecta —contestó David—. Me gustaría saber dónde estaba el escarabajo sagrado.
Jonás se acercó y comenzó a buscar.
—Si, se tendría que ver —dijo entusiasmado—. Veamos si en la estatua inglesa hay también un escarabajo. Pero ¿dónde suelen llevarlo?
—Quizá en alguna parte de la cabeza —sugirió Annika.
—O en los adornos del cuello —dijo David—. De todas formas es difícil distinguirlo. La impresión es poco clara.
—Esperad un momento —Jonás fue a su habitación y volvió con una lupa. Pero no sirvió de mucho. Era imposible descubrir un escarabajo en las fotografías.
—Deberías telefonear a Hjärpe —dijo de repente David a Jonás.
Este acogió la idea con entusiasmo, pero Annika protestó enérgicamente.
—¿Qué dices, David? Haz el favor de dejar a Hjärpe en paz.
—¡No te metas en esto! —la interrumpió Jonás.
David afirmó que necesitaban las fotografías originales para captar todos los detalles. ¿Por qué no podía Jonás telefonear a Hjärpe y pedirle que se las enviara? ¡Eso no encerraba ningún peligro!
—¿No podemos arreglarnos sin él? —preguntó Annika irritada—. Querrá saber qué nos proponemos y publicará otra vez un montón de tonterías.
Pero David no compartía su opinión. Jonás no tenía por qué explicarle para qué quería las fotos. Y, por supuesto, no debía decirla nada del hallazgo del escarabajo; simplemente, que quería estudiar las fotografías detenidamente.
Annika suspiró.
—¡Se irá otra vez de la lengua!
Jonás se enfadó, pero David lo apaciguó.
Jonás fue al teléfono e hizo la llamada.
—¡Buenos días, Jonás! —oyó la alegre y siempre despierta voz al otro lado de la línea, y se animó enseguida.
—¿Tienes alguna novedad?
—Desgraciadamente, todavía no —dijo Jonás, Y expuso sus deseos.
Hjärpe aguzó el oído y le preguntó si había algo a la vista, si Jonás creía haber descubierto algo.
Jonás respondió que no, pero indicó que tal vez podría encontrar algo.
—¿Y necesitas las fotos para eso? —preguntó interesado Hjärpe—. ¿Son urgentes?
—¡Eso es lo normal en este trabajo! —contestó Jonás, usando la misma jerga que Hjärpe.
Hjärpe soltó una estrepitosa carcajada. Annika dirigió a Jonás una mueca de disgusto. Le parecía que ya había hablado demasiado. ¡No comprendía aquello forma de actuar! Había que interesar a Hjärpe pero no demasiado.
Por fin, Hjärpe prometió enviarle las fotografías en el autobús de las cuatro, que salía veinte minutos más tarde.
—Bien, Jonás, confío en ti. Ahora mismo mando a alguien. El autobús llegará a Ringaryd a las diecisiete horas doce minutos. Estate en la parada y recoge las fotos.
—De acuerdo, allí estaré.
—¡Y no dejes de llamarme en cuanto sepas algo!
—¡Por supuesto! Discúlpeme por la molestia —Jonás colgó el teléfono y dirigió a los otros una mirada de triunfo—. Las fotos estarán aquí dentro de hora y media.
—Estupendo —dijo Annika más tranquila.
David seguía sentado y examinaba el periódico.
—¿Podrías encontrar la cinta en que está la carta que Andreas escribió a Emilie desde Egipto? —preguntó a Annika—. Creo recordar que contiene una descripción exacta de la estatua.
Annika buscó la cinta y la puso. De hecho, no sólo describía la estatua de Andreas, sino también la de Ramsnfield. El texto decía:
«Son dos figuras de mujer de pie. Se les da el nombre de estatuas gemelas, además de porque eran idénticas, porque estaban colocadas en los dos extremos del sarcófago de la momia. Según los habitantes del país, quien las separe podría sufrir la venganza de los muertos. Pero mi compañero Patrick y yo somos cristianos y no hacemos caso de semejantes supersticiones. Nuestras estatuas son exactamente iguales. Cada una parece un retrato de la otra; pero hay una diferencia: la figura de Patrick tiene una flor de loto en la mano derecha, mientras que la mía la tiene en la izquierda. Las dos son de exquisita belleza en lo que respecta a la pintura».
—¡No necesitamos oír más, es suficiente! —dijo David. Annika desconectó el aparato—. La única diferencia reside en la colocación de la flor.
Examinaron las fotografías y comprobaron que era cierto: la estatua inglesa tenía la flor en la mano derecha y la copia de la sueca la llevaba en la izquierda.
Pero ¿qué debían hacer cuando encontraran la estatua? Lo lógico era que estuviesen las dos juntas; no podían seguir teniéndolas separadas.
—¿Nos darán permiso para enviar la nuestra al Museo Británico? —preguntó Annika.
—¡Eso no, nunca! —afirmó Jonás—. ¡Son ellos quienes tienen que regalarnos la suya!
—Pues yo no lo veo tan claro —dijo David con una sonrisa.
—¡Con el trabajo que nos ha costado! —dijo Jonás, y se levantó—. Ahora tengo que irme, quiero llegar a tiempo a la parada del autobús.
Cuando regresó, traía las fotos. Las dejó orgullosamente sobre la mesa de David.
David cogió la lupa y examinó las fotografías. Eran muy claras. Se podía ver que el escarabajo había estado adornando el cuello. También lo estaba en la copia. Carl Andreas lo había esculpido en madera. Se hallaba engarzado en un collar. Era significativo que también estuviera en la copia, pues eso significaba que se había desprendido más tarde, después de hacer la copia de la estatua y de haber sido depositada ésta, otra vez, en el ataúd; probablemente, al sacarla por última vez. Debió de estar mal engarzado, pues también faltaba en la estatua inglesa.