Los escarabajos vuelan al atardecer (4 page)

BOOK: Los escarabajos vuelan al atardecer
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—Entonces vamos a ponernos de acuerdo —dijo la señora Göransson por fin.

No parecía demasiado convencida, se la veían un poco indecisa cuando trajo la llave de la puerta trasera de la quinta Selanderschen. Miró alternativamente a David y Annika antes de decidirse a entregarles la llave.

—Hay otra cosa —les dijo—. No os preocupéis si suena el teléfono. Son antiguos huéspedes, que creen que la pensión está abierta durante todo el verano; así que no cojáis el teléfono. No contestéis ninguna llamada, dejadlo que suene.

Bien, de acuerdo, lo dejarían sonar. Tampoco tenían que abrir la puerta en caso de que alguien viniera y llamara. También esto tuvieron que prometerlo.

La Señora Göransson parecía algo más tranquila.

—Bueno, entonces —les dijo riendo—, entonces ya sólo me queda desearos más suerte con las plantas de la que he tenido yo.

—Lo haremos lo mejor que podamos —contestó David.

—Si, por supuesto —añadió Jonás, con cara de inocencia—. Lo haremos con mucho esmero. Lo prometemos.

Esta promesa, con todo, no contribuyó a tranquilizar a la señora Göransson; se notaba. No se la veía muy contenta cuando miró a Jonás.

—No es necesario que vengáis aquí los tres, ¿no es cierto? —les dijo, y miró a Annika.

—No, por supuesto que no —contestó Annika—. Normalmente vendré yo… y David, que quiere mucho a las plantas.

Jonás hizo como si quisiera protestar, pero Annika le lanzó una mirada… La señora Göransson pareció más satisfecha. Los acompañó hasta el vestíbulo. Ahora parecía tener prisa. Quería deshacerse de ellos, pues casi los empujó hasta afuera.

—Quiero irme en el próximo tren —dijo—, y los trenes no esperan. —Pero justo cuando iba a cerrar la puerta, se le ocurrió aún otra cosa—: ¿Alguno de vosotros ha estado ya alguna vez aquí? ¿Es la primera vez que habéis estado en esta casa? —repitió.

—Si, es la primera vez.

Ella se despidió con un “hasta pronto” y pareció quedarse tranquila.

—Bueno, adiós, hasta la vista —repitió, y cerró la puerta.

Jonás se llevó el micrófono a la boca:

—Amigos oyentes, con esta rápida despedida de la señora Göransson cierro por hoy mi reportaje en la quinta Selanderschen.

Annika lo miró furiosa.

—¡Espero que no habrás estado grabando todo el tiempo!

—¡Claro que lo he hecho! —le contestó Jonás, sacando la cinta—. Y he hecho muy bien; la señora Göransson ha quedado al descubierto en algunos momentos. ¡Es una persona sospechosa!

David caminaba callado junto a ellos, pensando en la planta, en su sueño. En realidad no estaba sorprendido. Lo había estado esperando. Sabía de antemano que se la iba a encontrar.

4. UNA MELODIA

David estaba en la cocina de su casa, esperando que su padre viniera a comer. Hoy había hecho la compra y preparado la comida él solo. Lo hacían por turno, él y su padre; sin embargo, durante las vacaciones, la mayoría de las veces le tocaba a David. Su padre estaba muy ocupado con la canción para el coro, que debía tener terminada para agosto. Era un encargo, y siempre tenía dificultades para entregarlos a su debido tiempo. Acababa poniéndose muy nervioso, pues siempre esperaba hasta el último momento.

David había preparado unas albóndigas con cebollas. Olían muy bien, y abrió la puerta de par en par para que el olor llegara hasta su padre y lo arrancara del piano. No se atrevía a insistirle, porque podía enfadarse y estropear la hora de la comida, diciendo que nadie podía comprender lo ingrato que era su trabajo, y que debía tenerlo terminado para una fecha concreta.

Por fin dejó el piano y exclamó:

—¡Huele muy bien! —el olor había llegado hasta él. Entró a grandes zancadas en la cocina y se sentó a la mesa.

No hablaron mucho durante la comida. Tenían mucho que pensar, cada uno a su modo; a pesar de todo, se entendían.

De pronto, el padre se quedó mirando fijamente a David y le dijo:

—¿Qué haces durante todo el día? ¿No te sientes terriblemente solo?

Pero David tenía a Jonás y a Annika, y nunca había tendido dificultades para encontrar entretenimientos.

—No tengo ningún problema para llenar mi tiempo libre, si es a eso a lo que te refieres —le contestó.

—No, pero se me ha ocurrido de repente que nunca te pregunto cómo te va. Ya sé que lees muchísimo, pero, aparte de eso…

—Aparte de eso, todo va bien —dijo David, y sonrió—. No te preocupes.

Terminaron y David empezó a fregar.

—¿Te ayudo…? —su padre hizo ademán de ir hacia el fregadero.

—No, déjalo, ve a trabajar.

Al poco rato se oyó de nuevo el piano. Papá había empezado con una nueva melodía. David nunca se inmiscuía en su trabajo. Pero de repente dejó de fregar. La melodía le parecía conocida.

Fuera al cuarto de donde salía la música y escuchó.

—¿Qué melodía es ésa?

—¿Te gusta?

—Si, es bonita. Pero ¿de dónde la has sacado?

—¿Cómo que de dónde la he sacado? —su padre lo miró sin comprender—. ¡La he inventado yo, naturalmente!

—¿Es para la composición coral?

—Por supuesto que si. ¿Por qué lo preguntas? ¿Crees que no iría bien?

—Claro, claro, sólo quería saber… ¿cuando pensaste en ella?

—Hoy temprano, junto cuando me levanté de la cama, me vino a la cabeza. Pero todavía no la he trabajado.

—¿Estás completamente seguro?

—¿Seguro? ¿De qué? ¿A qué te refieres?

—Quiero decir, si de verdad nunca la has tocado antes.

Papá lo miró atónito y movió la cabeza de un lado a otro.

—¿Otra vez? ¡Ya oíste lo que he dicho! ¡No comprendo qué quieres decir!

—Me parecía como si la hubiese oído antes alguna vez; pero no, no puede ser.

David volvió a la cocina y su padre siguió trabajando.

Entonces sonó el teléfono, al mismo tiempo que papá golpeaba con impaciencia, con ambas manos, sobre el teclado. David se dio prisa en coger el auricular.

—¡Di que estoy trabajando! ¡Ya llamaré yo más tarde! —gritó su padre.

—De acuerdo.

—¡No puedo ponerme ahora al teléfono! —siguió su padre.

—De acuerdo, ya lo soluciono yo.

Pero no era para su padre. Era Jonás, que había descubierto algo misterioso en la cinta grabada y que quería venir a verle.

—¿Y Annika? ¿Qué está haciendo?

—Está trabajando en la tienda y no puede ir.

—¡Que estoy trabajando! ¡Deja de charlar! ¡Termina de una vez! —bufó el padre desde el piano. No, no era conveniente que Jonás viniera con su magnetofón.

—Oye, en lugar de venir tú, prefiero ir yo a tu casa. Papá está trabajando.

—Está bien —dijo Jonás—. Seguro que nos estaría interrumpiendo continuamente. Necesitamos tranquilidad si queremos escuchar bien la cinta. ¡Date prisa!

David colgó el auricular y fue hacia su padre, que permanecía sentado y parecía como si fuera a desplomarse.

—¡Deja descolgado el teléfono! ¡Ese aparato no me deja concentrarme! —se quejó.

David descolgó el teléfono, y su padre se lanzó de nuevo sobre el piano.

—Voy un momento a ver a Jonás —dijo David.

Su padre levantó la vista del piano y lo miró distraído.

—Si, no me molestes.

“¡No me molestes!” Eso era tan corriente en él que David casi no pudo contener la risa. Se imaginaba lo que podría pasar si Jonás entraba haciendo ruido con los tacones.

—Bien, entonces me marcho. ¿Tienes que ir esta noche a ver a Lindroth?

—¿A ese negrero? No, trabajaré en casa. Tengo que quedarme toda la noche trabajando —y su padre suspiró hondamente. Le gustaba que se compadecieran de él.

—¡Pobre! —dijo David.

—¡Ya lo creo que si! En fin, tú diviértete —parecía como si David fuera a la fiesta más divertida del mundo, mientras que él tenía que quedarse allí, encerrado, trabajando solo, con el recuerdo amenazador de Lindroth.

David le lanzó una mirada compasiva, pero interiormente sonrió. Sabía perfectamente que nada le gustaba más a su padre que estar completamente solo, encerrado y trabajando. Y, en realidad, Lindroth no se parecía en nada a un negrero explotador.

Pero no debía dárselo a entender, porque entonces su padre creería que no tomaba en serio su trabajo.

5. EL SUSURRO

—¡Por supuesto que está fingiendo esa señora! ¿Por qué se metió conmigo con motivo del reloj y las conchas? No me irás a decir lo contrario.

Jonás había puesto a David la cinta que había grabado secretamente en la casa Selanderschen.

—Y ahora, espera, tienes que oír la otra cinta —le dijo—. Esta es la primera, la de ayer por la noche grabé delante de la ventana, durante la conversación telefónica. La tos también está grabada y, por cierto, ¡es la misma que la del bote de remos! Tuvo que ser aquella sombra la que tosió. Escucha.

Jonás puso la cinta desde el principio. David tuvo que escuchar primero todos los grillos, abejorros, escarabajos y demás animales que Jonás había grabado.

—¡Qué calidad de sonido! —comentó Jonás orgulloso.

Annika llegó justo al final, y se oyó a sí misma decir: «¡Qué fresco hace ahora! ¡Se ha levantado una ráfaga de viento frío!».

La cinta quedó en silencio, pero se podía percibir algo, tan débil como un susurro; no se entendía ni una palabra. Suponiendo que se tratara de palabras. Jonás y Annika lo habían interpretado únicamente como interferencias y no se preocuparon por ello. Sin embargo, para David aquello era el susurro de una voz humana.

Después Annika hablaba de nuevo en la cinta: «¿Qué te pasa David? ¿Se puede saber?». Y David contestaba «Nada, pero tienes razón, ha refrescado».

—Bueno, ya lo has oído —dijo Jonás—. Hay algo sospechoso en esa conversación telefónica.

—¿Conversación telefónica? —David no la había escuchado. Había estado con sus pensamientos en cosas totalmente diferentes.

—¿Quieres poner otra vez el final? —dijo—. Desde que bajaste del árbol y Annika decía que hacía frío.

Jonás no comprendía qué podía haber allí de interesante, pero hizo lo que David quería.

—Pero ¿qué pasa ahora, David? —preguntó Jonás.

—¿No nos puedes decir qué es? —preguntó Annika.

—¿No lo habéis oído vosotros mismos? ¿No habéis oído un susurro? ¡En la cinta se oye una voz extraña que no es la nuestra!

Jonás pasó otra vez la cinta y, por supuesto, oyó el susurro: en realidad lo había estado oyendo todo el tiempo.

Pero Annika se enfadó con ellos. No daba importancia a todo eso y no oía ningún susurro.

—¡Sólo crujidos y chirridos! —dijo ella.

Sin embargo, David estaba cada vez más seguro. Empezó a diferenciar palabras, y también Jonás. Oía perfectamente que eran palabras, y también Jonás. Oía perfectamente que eran palabras que pertenecían a una conversación, pero no las entendía.

—Tiene que ser alguien que estaba afuera, abajo, en el jardín.

—¡Qué miedo! —dijo Jonás estremeciéndose.

—¡Eso es una tontería, Jonás! —le contestó Annika—. Estábamos allí solos. Si hubiera estado alguien y hubiera susurrando algo, seguro que lo habríamos notado.

—Y si allí no había nadie… ¿cómo se ha grabado esa voz?

Jonás la miraba con los ojos muy abiertos.

—¡Qué miedo! —repitió—. Lo pongo de nuevo —y escucharon otra vez la cinta.

—Es la voz de una mujer —dijo David intrigado.

—¿De verdad te parece que eso es una voz? —preguntó Annika dudosa.

—Si, la oigo —dijo David. Ahora estaba segurísimo, y Jonás también.

—¡Bah! —exclamó Annika—, eso no es una voz, sólo chirridos y crujidos.

Jonás la miró con rabia:

—¡No lo vuelvas a decir otra vez! —le advirtió.

Pusieron la cinta y la escucharon de nuevo. Por fin lo oyeron claramente. Incluso Annika empezó a dudar. Sin embargo, encontró enseguida una explicación:

—No es nada extraño que se hayan grabado algunas voces, ya que Jonás va correteando de un lado para otro con el aparato.

Pero David no la escuchaba.

—¡Creo que ahora entiendo las palabras! —dijo emocionado.

—Si, yo también —afirmó Jonás—. ¡Es increíble!

—Jonás no hace más que repetir todo lo que tú dices. ¡Él oye exactamente lo que tú dices, David! —dijo Annika irónicamente. La chica se resistía a creerlo. No quería colaborar, nunca lo hacía en cosas que no entendía. Por eso se oponía.

A David no le molestaba la actitud de la chica, pero Jonás estaba enfadado. ¡Él no seguía borreguilmente a nadie! ¡Tenía sus propias ideas!

—¡Entonces, di tú primero lo que dice la cinta, antes de que David diga lo que él ha oído! —le dijo Annika provocadora.

—¡Pues claro que si! —dijo Jonás—. Dice: «Me levanto temprano…, yo…» Hay luego un silencio, y después dice muy bajito: «Mil».

Annika sonrió irónicamente, pero David afirmó que la interpretación de Jonás no era absurda. Aunque él había entendido otra cosa.

—¡No sois muy inteligentes! Me voy —dijo Annika. Se levantó para irse, pero David la retuvo. Puso otra vez la cinta.

—Por mi parte —dijo al final—, creo que dice lo siguiente: «En el cuarto de vera…, yo…, Emilie…»

A Jonás le pareció aceptable la interpretación. Él coincidía en parte con David. Según su opinión, a la primera parte del susurro David se daba una interpretación equivocada. Sin embargo, estaba de acuerdo en que se podía cambiar “mil por “Emilie”. Esto sonaba mucho mejor. Y tenía más sentido.

Annika se rió. No comprendía que esa interpretación le pareciese mejor a Jonás, pues si a alguien le gustaba dormir, ese alguien era Jonás.

—¡Déjate de tonterías! —dijo Jonás amenazadoramente, yendo hacia ella.

—¡Dejad ya de discutir! —cortó David—. ¡Esto es fantástico!

Jonás lo miró con admiración. Si, era mucho más de lo que él podría haber soñado, y el mérito era de David. Él no habría descubierto nunca el susurro; lo sabía y tenía que admitirlo si quería ser sincero. Él se había fijado en la señora Göransson; sin embargo, esto era mucho más emocionante.

Escuchó de nuevo la cinta.

—¿Aún no oyes nada, Annika?

La miraba ansiosamente. Ahora se oía increíblemente claro. La voz decía: «Me levanto temprano…, yo…, Emilie», como Jonás había entendido; o: «En el cuarto de verano…, yo…, Emilie», como había escuchado David.

—Bueno, Annika, ¿Qué dices a esto? ¿No oyes nada?

—Por supuesto, que si…; un montón de crujidos y chirridos —Annika se rió y salió apresuradamente del cuarto.

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