Read Los escarabajos vuelan al atardecer Online
Authors: María Gripe
No tenía tiempo para este tipo de juegos infantiles. Prefería continuar haciendo paquetes en la tienda.
Cuando David entró, su padre continuaba sentado al piano, trabajando en la misma melodía. Estaba tan absorto en el trabajo que apenas lo oyó entrar. David fue directamente a su cuarto y se tumbó en la cama. Se encontraba extrañamente cansado, a pesar de que no era tarde, y se quedó adormilado.
Pero de pronto se levantó, completamente despejado ya, y fue hacia donde estaba su padre. Le parecía que estaba tocando mal la melodía. La había modificado y esto le irritó.
Normalmente no le interrumpía durante su trabajo. Sin embargo, hoy era la segunda vez que lo había.
—Escucha, Svante —le dijo, y se detuvo. Generalmente nunca llamaba “Svante” a su padre; pero éste no reaccionó por ello.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Has modificado la melodía —dijo David—. ¿Por qué lo has hecho?
Svante levantó la vista del piano.
—Tengo que probar distintas formas. En algo tan breve hay muchas horas de trabajo. Quizás parezca sencillo, pero en realidad no lo es.
—De todas formas creo que la están tocando mal —insistió David. Estaba sorprendido él mismo por lo diferente que le sonaba.
Su padre no tomó a mal el reproche.
—¿Cómo voy a tocarla mal si aún no sé como va a quedar? —le respondió, y continuó tocando.
—Escúchame, Svante —le dijo, David. Su padre le atendió, dejando caer las manos.
—Tú empiezas así —le dijo David empezando a tararear—: Dang, dadáng, dádala, dang…, y no suena bien.
—¡Vaya! Entonces, según tu opinión, ¿cómo tiene que ser?
David pensó un momento. Lo tenía en la cabeza, pero no sabía expresarlo.
—Bueno, así —le dijo, y empezó a tararear de nuevo—: Dádadang, ding, dá, ding, ding. Así está bien, creo.
Papá empezó inmediatamente a tocar la melodía, pero no le salió bien del todo. ¿Cómo era?
David la tarareó otra vez.
—¡Si, fantástico! ¡Así tiene que ser! ¡Gracias, David!
—No tiene importancia. Pero ¿cómo has pensado que será el estribillo?
—¿Sugieres que también haya un estribillo?
—Si, creo que sí.
—¿Seguro? ¿Y cómo debería sonar?
—Así —dijo David, y tarareó un extraño y grave tema.
Svante lo tocó y miró asombrado a David.
—¡Es formidable! ¿Cómo lo conseguiste? Lo mejor será que lo escriba inmediatamente para que no me olvide…
—En tal caso te lo recordaría —dijo David.
—Por casualidad, ¿te dedicas tú también a componer? —le dijo en broma pero entusiasmado.
—No, jamás en mi vida lo he hecho —le dijo, como si fuera algo totalmente impensable.
—Entonces, ¿cómo se te ha ocurrido esta melodía?
—No se me ha ocurrido a mí…
Papá le dirigió una mirada expectante. No lo entendía.
—No sé…, sencillamente, estaba dentro de mí.
La cara de David adquirió una expresión ensimismada. Eso le sucedía a menudo cuando no quería hablar más. Deseaba poder contar a su padre de dónde procedía aquella melodía, pero era todo tan extraño que no sólo no sabía cómo explicárselo, sino que ni siquiera se atrevía a pensar en lo que había sucedido.
Era la melodía que la muchacha había cantado en el sueño. Lo más sorprendente era que su padre la hubiese tocado por la mañana. De lo contrario, David no se hubiera acordado nunca más. En aquel momento fue cuando la reconoció. Era imposible no hacerlo. Su padre estaba allí, sentado, y de repente había tocado la melodía de su sueño. ¿Habría tenido su padre es mismo sueño? No se atrevió a preguntárselo.
David contempló cómo su padre escribía inclinado sobre el papel pautado. No, todo esto era demasiado inverosímil. Dejó de pensar en ello y se marchó otra vez a su cuarto.
Entonces sonó el teléfono y su padre se puso fuera de sí:
—¿Quién ha colgado el teléfono? ¡Me voy a volver loco con ese timbre! ¡Ve, David, y cógelo! ¡Di que no estoy en casa! ¡Di lo que quieras! ¡Ahora tengo que trabajar!
La llamada era otra vez para David: esta vez era Annika.
Ahora no podían hablar. David oía cómo, detrás de él, protestaba su padre. Para colmo, parecía que Annika tenía muchas cosas que decirle. Temía que David se hubiera enfadado porque no se tomó en serio el susurro de la cinta.
—¡Que no, que no estoy enfadado!
—¿Seguro que no?
—Seguro que no.
Svante se quejaba cada vez más alto y David empezó a sudar.
Annika le contaba que acababan de llegar, Jonás y ella, de la quinta. La señora Göransson se había marchado ya. Habían dado una vuelta para ver las plantas y estaban algo preocupados.
—¿Por qué? —David hablaba lo menos posible. Dejaba hablar a Annika.
—Por la planta con la que soñaste —dijo ella—. Debe de pasarle algo. Da la sensación de que está marchita, tememos que se muera.
David se olvidó de su padre.
—¡Eso no puede ser! —gritó impetuoso.
—¡Termina ya la conversación! —se oyó detrás de él.
—Oye, Annika, iré a tu casa, cogeré la llave e iré a la quinta inmediatamente. No es necesario que vengáis conmigo.
Pero Annika insistió en acompañarle. Y, seguramente, también Jonás querrá ir, dijo ella. ¿Iba a dejar escapar semejante reportaje?
—¡Aquí, Jonás Berglund! Nos encontramos por fin en el sancta sanctorum de la quinta Selanderschen, en el gran cuarto de estar. Es una habitación muy elegante. Por ejemplo, del techo cuelga una araña, modelo antiguo. También veo algunos asientos, una cómoda con la superficie de mármol. Mis colegas, David y Annika, examinan en este momento una maceta que está sobre la repisa de una ventana. No sé a que especie pertenece la planta; parece algo mustia, y mis colegas están precisamente ahora discutiendo… ¡Un momento, por favor!
Jonás hizo una pausa y fue hacia David y Annika. David estaba examinando la tierra del tiesto. Parecía demasiado húmeda.
—¿La habéis regado? —preguntó.
No, no lo habían hecho. La tierra estaba húmeda, y eso indicaba, tal vez, que la planta no podía absorber más agua. Se la veía realmente enferma. Las grandes hojas en forma de corazón colgaban lánguidas.
Jonás llegó junto a ellos con el magnetofón:
—Bueno, ¿cómo está la planta? —preguntó ante el micrófono—. ¿Se recuperará? —colocó el micrófono delante de David.
—¡Basta ya, Jonás! —le gritó Annika—. No sabemos qué hacer con ella.
—No, no es nada fácil —dijo David preocupado.
—A lo mejor tiene pulgones en las hojas —comentó Jonás, prosiguiendo con la entrevista.
—No parece. Tiene que ser otra cosa —afirmó David. Jonás, prosiguió su reportaje:
—Si, amigos oyentes, como han oído, el diagnóstico de la planta no está claro. Todas las macetas que hay en la quinta Selanderschen parecen muy antiguas, y sus plantas no pueden, por supuesto, vivir eternamente. Yo propondría que se plantara, lo más pronto posible, un esqueje de esta planta, antes de que sea demasiado tarde. No obstante, voy a seguir con la descripción de la habitación. Junto a la cómoda se encuentra una estantería, grande y alta, llena de antiguos volúmenes descoloridos de cuero, y aquí a la derecha tenemos una escalera que nos conduce al piso superior. Es una escalera antigua con una bonita barandilla tallada —en ese instante Jonás se inclinó hacia adelante y olió—. Si, he olido a pintura y acabo de comprobar que el poste de la escalera, es decir, el pilar, ha sido pintado con un color verde, que aún no está del todo seco; al parecer, ha sido pintado hace muy poco tiempo.
Algo tintineaba, y Jonás dejó de hablar. De pronto empezó a oírse una serie de ruidos. Los cristales de las ventanas empezaron a vibrar, así como la puerta de la estufa de cerámica; los cristales de la araña temblaron y, encima del mármol de la cómoda, un par de tazas empezaron a bailar en sus platos. Era como si hubiera un temblor invisible en toda la habitación, y parecía como si cada objeto hiciese un ruido distinto.
—¿Qué es esto? —preguntó Annika asustada.
Jonás estaba feliz. Corría de una lado para otro grabando todas las vibraciones y sonidos. Después comentó el fenómeno con voz excitada:
—Atención, atención…, los ruidos que acabamos de oír parecen inexplicables. ¿Se traba de un pequeño terremoto? Bueno, todavía no lo sabemos. Sin embargo, toda la casa se mueve, el suelo tiembla bajo nuestros pies. Voy a seguir describiendo mis observaciones, pienso quedarme aquí hasta el final…
Entonces sonó muy cerca el penetrante silbido del tren.
—¡El tren! ¡Es el tren! —dijo David, riéndose aliviado.
Jonás grabó:
—Si, este fenómeno tiene una sencilla explicación natural. Ha sido el rápido tren del Sur el que ha motivado estos temblores. Pasa muy cerca de aquí…
Las últimas palabras las dijo gritando, para superar el ruido del tren, que pasaba entonces atronadoramente. Los objetos de la habitación aún temblaban y tintineaban; pero, poco a poco, todo volvió a la más absoluta calma.
De repente sonó un ruido aislado. Venía del rincón, al lado de la ventana. Todos miraron hacia allí. El viejo reloj de pie había empezado a hacer tictac. ¡Funcionaba! ¡Podían oír perfectamente el tictac del reloj, a pesar de que la señora Göransson había asegurado que no andaría más!
—Tiene que haber sido el tren el que lo ha puesto en movimiento —dijo Annika.
—Si, eso es lo que ha pasado —asintió David.
Jonás los miró con compasión.
—¡Es extraño que no haya funcionado antes, con todos los trenes que pasan por aquí! No, aquí hay algo más. ¡Ya lo descubriremos!
Rápidamente fue hacia la cocina. Al llegar a la puerta se dio la vuelta y dijo a David:
—¿Te acuerdas de lo que te dijo Ante? Te previno sobre esta casa, ¿no?
—Si…, dijo que sobre la quinta Selanderschen pesaba una maldición. Fue su madre, quien…
—¡Ante estaba borracho! —le interrumpió Annika.
Pero Jonás opinaba que Ante no eran tan tonto como la gente creía. Sabía discurrir bien cuando quería.
—¡A lo mejor, Ante sabe más de lo que nosotros creemos! —exclamó y desapareció en la cocina. Allí volvió a poner en marcha el magnetofón—. De nuevo, al habla, Jonás Berglund. Hoy es veintinueve de junio. Son las veintiuna horas treinta y siete minutos. Este reportaje tiene lugar en la cocina de la quinta Selanderschen, una enorme cocina de estilo anticuado. Sin embargo, hay algunas cosas modernas, como el frigorífico. Ahora llevaré a cabo una detenida investigación para descubrir posibles pistas. Para ello abro la puerta de la nevera; está vacía. Allí tenemos una segunda puerta, que da a un espacio pequeño. En el suelo hay botellas de vino…; una, dos, tres cuadro, ocho, en total, todas vacías. Marca Castello. No se puede decir que hay un exceso de consumo si se tiene en cuenta que esto es una pensión. También hay un armario de cocina, que contiene alimentos básicos: harina, azúcar, arroz, etc. Nada sospechoso, ningún olor anormal. Y aquí, debajo del fregadero, se encuentra un armarito. ¡Pero si se han olvidado de la bolsa de la basura! Un momento, por favor, seguiré después.
Jonás desconectó el magnetofón y curioseó la bolsa de la basura por todos los lados; finalmente la volcó sobre el hule de la mesa de la cocina. Empezó a revolver entre todos los desperdicios mientras informaba:
—Atención, prosigue el informe sobre la cocina de Selanderschen. Entre los desperdicios descubro lo siguiente: gran cantidad de cáscaras de huevo, Hojas de té, posos de café, latas de sardinas, latas de guisantes, papel de lija, serrín, una botella vacía de aguardiente marca Renat. El olor del aguardiente se nota todavía. En la parte exterior de la botella se puede ver la huella de una mano, huellas dactilares de color verde. Más allá, una caja de pinturas con restos de color verde. ¡Ah!, sí, aquí hay una lata de pintura. Así que han estado pintando y alguien ha bebido aguardiente. Aparte de eso, aquí tenemos una maceta rota. Es curioso comprobar el trato tan especial que reciben las plantas en esta casa. Bueno, eso es todo. ¡No!, aquí hay también un gran escarabajo muerto, manchado de verde en la parte inferior. ¡Interesante! ¡Conectaré de nuevo más tarde!
Jonás desconectó el magnetofón y llevó el escarabajo muerto al cuarto de estar.
—¿Puedes decirme qué clase de insecto es éste, David?
David estaba de pie delante de la estantería mirando los libros.
—Un escarabajo pelotero. ¿Dónde lo has encontrado?
—En el cubo de la basura de la cocina —Jonás le dio la vuelta—. Tiene pegada pintura verde, probablemente del pilar de la escalera —le dijo, y se marchó para realizar de cerca un examen de la columna; no fue difícil encontrar la mancha en el lugar en donde se había pegado el escarabajo pelotero. Había intentado despegarse y perdió una pata, que todavía estaba pegada en la pintura. Había dejado una clara huella, y Jonás pudo informar sobre su hallazgo. De repente, Annika lo llamó desde la cocina:
—Por favor, Jonás. ¿Qué demonios has estado haciendo? Ven inmediatamente a recoger los desperdicios, ¿me oyes? ¡Yo no pienso hacerlo!
—¡No lo toques! —Jonás, temeroso, fue deprisa a la cocina, preocupado con su hallazgo. Sonó un timbre.
—¿Has oído? —preguntó Annika.
Jonás se precipitó hacia dentro.
—¡Suena el timbre! —gritó—. ¡Voy corriendo a coger el teléfono! —Annika lo detuvo.
—La señora Göransson dijo que no respondiéramos las llamadas. Ve y ocúpate, en cambio de recoger la basura.
El teléfono se encontraba en el cuarto anterior a la sala de estar. La puerta que los separaba estaba cerrada. Jonás volvió a la cocina. El teléfono seguía sonando interrumpidamente.
—Voy a contestar —dijo David—. Puede ser para alguno de nosotros. Papá sabe que estoy aquí.
Fue al cuarto del teléfono. Annika lo siguió.
David descolgó el auricular. Al otro lado sonó una frágil voz.
—¿Oiga? ¿Con quién hablo?
—Con David.
Entonces la voz se volvió de repente más clara, casi como si le reconociera.
—¿De verdad eres David? Buenos días.
Era una voz totalmente desconocida, pero sonaba como si no lo fuera.
—Buenos días —dijo—. Perdón, pero ¿quién es usted?
—¡Oh, soy yo! Naturalmente, tú no puedes saber quién soy.
En ese momento apareció Jonás.
—¿Quién es? ¿Quién es? —preguntó en voz baja a David.