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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

Los guardianes del oeste (32 page)

BOOK: Los guardianes del oeste
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Garion estudiaba el mohoso libro con expresión concentrada. En las páginas anteriores creyó haber encontrado algo, alguna oscura referencia al Niño de las Tinieblas y un exasperante párrafo que señalaba con claridad que «la cosa más sagrada siempre será del color del cielo, excepto cuando perciba un hecho muy maligno. Entonces arderá con una llama escarlata». Cuando encontró aquel pasaje, Garion lo leyó con interés, convencido de haberse topado con la verdadera profecía, hasta entonces sin descubrir; pero, por desgracia, el resto del libro era pura charlatanería. La breve nota biográfica que había al comienzo de la obra indicaba que el autor había sido un importante mercader drasniano del tercer milenio y que aquellos escritos secretos habían sido encontrados después de su muerte. Garion se preguntó cómo un hombre con la mente tan perturbada había logrado integrarse en una sociedad normal.

Cerró el libro, disgustado, y lo añadió a la creciente pila de escritos delirantes que tenía frente a él. Luego cogió un volumen más fino, que había sido hallado en una casa desierta de Arendia. Las primeras páginas describían la vida doméstica de un poco importante noble arendiano. De repente, en la página cuatro, las historias mundanas se interrumpieron de forma súbita: «El Niño de la Luz cogerá la espada e irá en busca de aquello que se esconde», leyó Garion. Pero, a continuación de ese párrafo, seguía el relato tediosamente detallado de la compra de una docena de cerdos a un vecino. Poco después, una vez más, el desconocido escritor saltaba a la profecía: «La misión del Niño de la Luz será para aquél cuya alma haya sido robada, para una piedra vacía en el centro y para la criatura que sostendrá la Luz en una mano y las Tinieblas en la otra». Eso sí que parecía conducir a algún lado. Garion acercó una de las velas al texto, se inclinó sobre él y comenzó a leer todas las páginas con suma atención. Sin embargo, aquellos dos fragmentos parecían ser los únicos en todo el libro que no hablaban de las cuestiones domésticas de una olvidada granja de Arendia.

Finalmente el monarca suspiró, se recostó sobre el respaldo de la silla y echó un vistazo a la sombría biblioteca. Los libros encuadernados estaban ordenados en polvorientas hileras sobre los oscuros estantes y los pergaminos envueltos en tela descansaban encima de la estantería correspondiente. La sala parecía temblar con la luz vacilante de las dos velas.

—Tiene que haber una forma más rápida de hacer esto —murmuró Garion.

«En realidad la hay», dijo la seca voz de su mente.

«¿Qué?»

«Dijiste que debería haber una forma más rápida y yo te contesté que la hay.»

«¿Dónde has estado?»

«En varios sitios.»

Garion ya conocía a aquel ser lo suficiente como para saber que sólo le diría lo que quería que él supiera.

«Muy bien», «¿cuál es la forma más rápida?»

«No tienes que leer palabra por palabra como hasta ahora. Abre tu mente y limítate a hojear los libros. Las cosas que he incluido en cada uno saltarán a tus ojos.»

«¿Todas las profecías están mezcladas con tantas tonterías?»

«Por lo general, sí.»

«¿Por qué lo has hecho así?»

«Por varias razones. La mayoría de las veces, no quería que ni siquiera el que escribía el libro supiera lo que escondía en él. Además, por supuesto, es un buen sistema para que la información no caiga en malas manos.»

«Ni en buenas, por lo visto.»

«¿Querías una explicación o sólo buscabas una excusa para hacer comentarios ingeniosos ?»

«De acuerdo», dijo Garion, dándose por vencido.

«Creo que ya te he dicho antes que la palabra da significado a los hechos. La palabra tiene que existir, pero eso no quiere decir que tenga que estar al alcance de cualquiera.»

«Quieres decir que escribes todas estas cosas en los libros para que sólo las lean unas pocas personas.»

«El término "pocos" no es el más adecuado. Sería más correcto decir "una" persona.»

«¿Una sola? ¿Quién?»

«Tú, como es obvio.»

«¿ Yo? ¿Por qué yo?»

«¿Vas a empezar de nuevo con la misma historia?»

«¿Pretendes decirme que esto es una especie de carta personal..., sólo para mí?»

«En cierto modo, sí.»

«¿Y qué hubiera ocurrido si no llegaba a leerla?»

«¿Por qué la estás leyendo?»

«Porque Belgarath me lo dijo.»

«¿Y por qué crees que Belgarath te lo dijo?»

«Porque...» Garion se interrumpió. «¿Tú le ordenaste que lo hiciera?»

«Por supuesto. Él no sabía nada, claro, pero yo le llamé la atención al respecto. Todo tipo de personas tiene acceso al Códice Mrin, por eso lo hice tan misterioso. Sin embargo, estas instrucciones personales deberían estar bastante claras... para alguien que preste atención.»

«¿Por qué no me dices directamente lo que se supone que debo saber?»

«Porque no me está permitido hacerlo.»

«¿Permitido?»

«Mi antagonista y yo tenemos ciertas reglas. Mantenemos un cuidadoso equilibrio y queremos que las cosas sigan de ese modo. Hemos acordado actuar sólo como instrumentos, y si yo intervengo en persona —diciéndote, por ejemplo, lo que debes hacer—, mi antagonista también se sentirá libre para saltarse las reglas. Por eso ambos trabajamos a través de lo que llamamos "profecías".»

«¿No crees que es un sistema algo complicado?»

«Si no lo hiciéramos así, habría un caos absoluto. Mi antagonista y yo tenemos poderes ilimitados. Si nos enfrentáramos de forma directa, destruiríamos galaxias enteras.»

Garion tembló y tragó saliva.

«No me había dado cuenta», admitió, y enseguida se le ocurrió una idea.» ¿Tienes permiso para hablarme de la línea del Códice Mrin que tiene una palabra borrada?»

«Eso depende de lo que quieras saber.»

«¿Cuál es la palabra que está debajo de la mancha de tinta?»

«Allí hay varias palabras, y si las miras con la luz adecuada podrás descifrarlas. Con respecto a los demás libros, intenta leerlos de la forma que te he indicado. De ese modo ahorrarás mucho tiempo..., y la verdad es que el tiempo no te sobra.»

«¿Qué quieres decir?»

Pero la voz se había ido.

La puerta de la biblioteca se abrió y entró Ce'Nedra vestida con camisón y una gruesa bata.

—Garion —dijo—, ¿no piensas venir nunca a la cama?

—¿Qué? —preguntó él alzando la vista.

—¿Quién estaba aquí contigo?

—Nadie, ¿por qué?

—Te he oído hablar con alguien.

—Sólo estaba leyendo.

—Ven a la cama, Garion —dijo ella con firmeza—. No puedes leer la biblioteca entera en una noche.

—Sí, cariño —asintió él.

Poco tiempo después, cuando la primavera comenzaba a hacerse notar en los prados más bajos, detrás de la Ciudadela, llegó la carta que había prometido el rey Anheg. Garion se apresuró a llevar la copia de aquel misterioso pasaje a la biblioteca, para compararla con su versión. Puso los dos textos uno al lado del otro y comenzó a maldecir. ¡La copia de Anheg estaba manchada exactamente en el mismo lugar!

—¡Se lo dije! —gritó el rey de Riva furioso—. ¡Le dije que quería ver ese párrafo en particular! Incluso se lo enseñé —añadió, y comenzó a proferir maldiciones mientras caminaba de un extremo al otro de la biblioteca, agitando los brazos.

Por sorprendente que pareciera, Ce'Nedra tomó la obsesión de Garion por el Códice Mrin con indiferencia. Por supuesto, la atención de la menuda reina estaba centrada casi exclusivamente en su pequeño hijo, y Garion estaba convencido de que lo que él dijera o hiciera la tenía sin cuidado. El joven príncipe Geran estaba muy consentido. Ce'Nedra lo sostenía en brazos siempre que se hallaba despierto y muchas veces cuando estaba dormido. Era un bebé tranquilo y rara vez lloraba o molestaba. El pequeño reaccionaba con tranquilidad a la constante atención de su madre y aceptaba los abrazos, arrullos y besos impulsivos con resignación. Garion, sin embargo, creía que Ce'Nedra se estaba excediendo un poco en su papel. Como insistía en tener al niño todo el tiempo en brazos, él rara vez tenía oportunidad de hacerlo. En una ocasión estuvo a punto de preguntarle cuándo le tocaría el turno, pero en el último momento decidió no hacerlo. El sentido de la oportunidad de Ce'Nedra le parecía muy injusto. Cada vez que dejaba a Geran en la cuna y Garion creía que había llegado la ocasión de cogerlo, la joven reina automáticamente desabotonaba el cuello de su vestido y anunciaba que era la hora de amamantarlo. El rey, por supuesto, no pretendía dejar sin comer a su hijo, aunque el pequeño casi nunca parecía hambriento.

Después de un tiempo, sin embargo, cuando comenzó a acostumbrarse a la indiscutible presencia de Geran en sus vidas, el deseo de ir a la biblioteca se volvió más fuerte. El procedimiento que le había sugerido la voz funcionaba sorprendentemente bien. Una vez que hubo adquirido cierta práctica, descubrió que podía saltarse páginas y páginas de anécdotas cotidianas y que sus ojos se paraban de forma instintiva en los pasajes proféticos ocultos entre los textos anodinos. Garion se sorprendió al encontrar estos fragmentos en los sitios menos esperados. Casi siempre resultaba obvio que el escritor no era consciente de haberlos insertado allí, pues interrumpía una frase de forma súbita, pasaba a la profecía y luego continuaba el relato en el lugar exacto donde lo había dejado. El monarca estaba convencido de que, al releer el texto, el inconsciente profeta ni siquiera vería lo que acababa de escribir.

Sin embargo, no cabía duda de que la clave de la cuestión estaba en el Códice Mrin y, en menor medida, en el Darine. Algunos pasajes de otros libros clarificaban o ampliaban las ideas, pero las dos profecías iban directamente al asunto. A medida que avanzaba en su investigación, Garion comenzó a elaborar un índice de referencias, en el que identificaba cada nuevo párrafo con un número y luego éste lo relacionaba con una serie de códigos de letras que había asignado a los pasajes del Códice Mrin. El joven descubrió que cada fragmento de la obra solía tener tres o cuatro líneas explicativas en otros libros...; todos menos el pasaje manchado.

—¿Cómo ha ido la búsqueda hoy, cariño? —le preguntó Ce'Nedra con alegría una tarde en que él volvió de muy mal humor a las habitaciones reales.

La reina estaba amamantando a Geran y su cara resplandecía de ternura mientras apretaba al pequeño contra su pecho.

—Estoy a punto de darme por vencido —anunció él mientras se dejaba caer en una silla—. Creo que debería cerrar esa biblioteca y hacer desaparecer la llave.

—Sabes bien que eso no serviría de nada, cariño —dijo ella con una tierna sonrisa—. No podrías resistir más de dos días sin entrar allí y ninguna puerta es lo suficientemente fuerte para ti.

—Entonces debería quemar todos los libros y pergaminos —repuso él, disgustado—. No puedo concentrarme en ninguna otra cosa. Sé que hay algo escondido debajo de la mancha, pero no tengo la menor idea de qué puede ser.

—Si quemaras esa biblioteca, Belgarath te convertiría en rábano —le advirtió la joven con una sonrisa—. Ya sabes que siente mucho aprecio por los libros.

—Tal vez resulte agradable ser un rábano durante un tiempo —respondió él.

—Es muy simple —dijo Ce'Nedra con exasperante serenidad—; ya que todas las copias están manchadas, consigue el original. —Él la miró fijamente—. Tiene que estar en algún sitio, ¿verdad?

—Bueno, supongo que sí.

—Pues averigua dónde está y luego ve a verlo o manda a buscarlo.

—No se me había ocurrido.

—Es evidente. Resulta mucho más divertido despotricar, enfurecerse y ponerse de mal humor.

—¿Sabes?, es una idea muy buena, Ce'Nedra.

—Por supuesto. A vosotros, los hombres, os gusta complicar demasiado las cosas. La próxima vez que tengas un problema, dímelo a mí y yo lo solucionaré.

Él ignoró aquel comentario, pero a primera hora de la mañana siguiente, bajó a la ciudad y se dirigió al templo de Belar a visitar al diácono de Riva. El diácono era un hombre amable, de expresión seria. A diferencia de los sacerdotes de los principales templos del continente, con frecuencia más interesados en la política que en el cuidado de sus parroquianos, el jefe de la Iglesia de Riva se preocupaba exclusivamente por el bienestar físico y espiritual de la gente corriente. A Garion siempre le había caído bien.

—Yo nunca lo he visto, Majestad —respondió el diácono a la pregunta del rey—, pero me han dicho que está guardado en un santuario a orillas del río Mrin, en el límite entre los pantanos y Boktor.

—¿Un santuario?

—Los antiguos drasnianos lo erigieron en el sitio donde el profeta de Mrin estaba encadenado —explicó el diácono—. Cuando el pobre hombre murió, el rey Cuello de Toro ordenó que se construyera un monumento en su memoria y edificaron este santuario justo encima de su tumba. El pergamino original está guardado allí, en una gran caja de cristal, vigilado por un grupo de sacerdotes. A la mayoría de la gente no le permitirían tocarlo, pero supongo que al tratarse del rey de Riva harán una excepción.

—¿Entonces siempre ha estado allí?

—Excepto durante la invasión angarak en el cuarto milenio, cuando fue transportado por barco a Val Alorn, poco antes del incendio de Boktor. Torak lo buscaba, de modo que consideraron apropiado sacarlo del país.

—Es lógico —asintió Garion—. Gracias por la información, reverendo.

—Me alegro de poder ayudaros, Majestad.

Iba a ser difícil conseguirlo. Aquella semana era absolutamente imposible, pues tenía una reunión con las autoridades del puerto dos días más tarde. Y la semana siguiente se presentaba incluso peor. ¡Había tantas reuniones y compromisos oficiales! Garion suspiró y comenzó a subir las escaleras que conducían a la Ciudadela con el inevitable guardia a su lado. Su tiempo estaba limitado por tantas exigencias que tenía la impresión de ser un prisionero en su propia isla. Aún recordaba aquella época, no tanto tiempo atrás, en que montaba su caballo todas las mañanas y rara vez dormía dos veces en el mismo lugar. Sin embargo, después de reflexionar un momento, tuvo que admitir que tampoco entonces tenía libertad para hacer lo que quería. Aunque él en su momento no lo sabía, la carga de aquella responsabilidad había caído sobre sus hombros una desapacible noche de otoño muchos años antes, cuando él, tía Pol, Belgarath y Durnik habían abandonado la hacienda de Faldor para recorrer el ancho mundo que los aguardaba.

—Bien —murmuró entre dientes—, esto también es importante. Brand podría arreglárselas aquí. No tendrán más remedio que prescindir de mí por unos días.

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